047


La cabeza me empezó a doler de lo rápido que iban mis pensamientos. Me había convertido en la asesina de una de sus empleadas. La había asesinado en su propia casa, ¿Cómo se supone que me desharía del cuerpo ahora?¿Y cómo podría ocultar algo tan grande como eso? No habría manera sin salir de aquí sin no ser percibida.

Comencé a dar vueltas por toda la cocina hasta que mi vista se encontró con su cabeza. La cogí del pelo y la miré como si tuviera las respuestas a todas las dudas que comenzaban a asfixiarme.

Tan pronto como escuché unos pasos aproximándose quise lanzarla lejos, pero no me dió tiempo. El mechón de pelo por donde tenía sostenida la cabeza se deslizó entre mis dedos en cuanto tuve su mirada azulada encima de mí.

Miró el cuerpo detrás mío con un atisbo de curiosidad y después volvió a mirarme con una expresión que no supe descifrar.

—Puedo explicarlo. —fue todo lo que pude decir con la voz entrecortada.

Era estúpido negar lo que había hecho cuando tenía la cara y la ropa manchadas de su sangre.

Él vino hacia mi y con uno de sus dedos acarició mi mejilla ensangrentada antes de hablar con una voz ronca.

—Te ves tan jodidamente sexy, Lena.

Lamió mi labio inferior borrando todo rastro de suciedad y deslizó sus manos por mi cintura.

—¿Qué has hecho, eh? —murmuró en mis labios con ternura a la vez que escondía un mechón de pelo detrás de mí oreja.

No me dejó responder y lo agradecí porque no sabía qué decir. El impacto de nuestros labios me tomó por sorpresa, era cada vez más feroz mientras me empujaba a la isla. Allí me hizo a un lado la falda junto a mi ropa interior y me sentó en la fría plataforma.

Lo único a lo que podía reaccionar mi cuerpo era a sus caricias y besos. Por un momento pude olvidarme de todo lo que había sucedido al tenerlo entre mis piernas haciéndome suya una vez más y yo me aferré a su espalda como si fuera mi única salvación. Él, que me había ayudado a encontrar la llave para liberar todos los monstruos que llevaba dentro, pero eso lejos de molestarme me hacía sentir un peso menos sobre mis hombros.

Escondí mi cara en su hombro cuando llegamos al clímax llenando la habitación de nuestros jadeos y gemidos.

No quise que ese momento acabará nunca porque sabía bien que después de eso tendría que enfrentarme a una nueva versión de mi que me daba miedo conocer.

Gemí una última al sentir su pene deslizarse fuera de mí y me bajé de la encimera como pude arreglándome la ropa a la vez que él hacía lo mismo.

—Ve. Me encargaré del cuerpo. —dijo tras besar mis labios por un largo tiempo.

Salí de allí tan rápido como pude de camino al dormitorio. Como era de esperarse, nadie me miró ni siquiera de reojo.

Me quité la ropa y me metí a la bañera empezando a frotar la esponja por mis extremidades, como si el baño fuera a borrar mi pasado oscuro. Cada vez que cerraba los ojos me imaginaba su cabeza llena de gusanos, o me veía a mi misma bañada en sangre.

Abrí los ojos y salí de la bañera con rapidez, no pudiendo disfrutar del todo del baño. Después envolví mi cuerpo en una toalla gris, no pude evitar mirar mi reflejo en uno de los espejos.

Mis ojos... Nada había cambiado en ellos y a la vez los veía diferentes. Tal vez me estaba volviendo loca pero el verde se veía mucho más intenso. Más oscuro.

Luego envolví mi pelo con otra toalla recordando la vez que me había dicho lo bien que me quedaba el color de la sangre en mi piel y sacudí la cabeza alejando su voz de mi cabeza.

Al volver al dormitorio lo vi en la cama sin camiseta, apoyado en el respaldo y con una pierna subida. Tenía la mirada fija en la pantalla del móvil que sostenía entre sus dedos y sus labios estaban entreabiertos. Nada parecía perturbarlo. Ni siquiera lo sucedido minutos atrás.

—Hola. —murmuré apartando mi atención de su torso.

Él sonrió y se sentó en el borde. Tomé aquello como una invitación para sentarme a su lado.

En cuanto fui a hacerlo me sentó en su regazo y se deshizo de la toalla de mi pelo para después comenzar a secarme el pelo con ella.

—¿No estás enfadado? —cuestioné por fin sin dejarlo de mirar a los ojos. Volvió a sonreír.

—¿Debería? —dijo con simpleza y unos ojos expectantes.

La situación le parecía divertida y a mí no me sorprendía. Él había hecho cosas peores que yo y disfrutaba haciéndolas.

—Supongo. —murmuré sintiendo sus dedos en mi cara.

—Eres mi pequeño demonio. Siempre lo has sido. —declaró sin dejar de curvar sus labios ahora con orgullo, recalcando la palabra siempre.

Un tirón desagradable se apoderó de mi estómago al escucharlo decir esa palabra. Yo no era mala persona, lo que hice fue por impulso, no quería hacerlo. No tenía intenciones de dañar a nadie.

En realidad un poco si, pero no de esa manera y definitivamente hacer que dejara de existir no estaba en mis planes. Mucho menos tener su jodida cabeza en mis manos.

Tragué el nudo que tenía en la garganta y me centré en sus ojos, olvidando esa sensación que comenzaba a oprimirme el estómago. No podía hacerme a la idea de que estuviera tan tranquilo, como si esto ya lo hubiese vivido conmigo antes. Y no hablaba de esa vez en el sótano de su antigua casa, pero de unos años atrás, esos de los que seguía sin acordarme con claridad.

Apoyé mi cabeza en su pecho y dejé que me envolviera en sus brazos mientras aspiraba su aroma como si fuera la droga que me fuese hacer olvidar todo y dejar de indagar en lo que hice y no hice en ese entonces. Sabía que era mejor el silencio que recibir respuestas que no quería escuchar.

—¿Ni siquiera vas a preguntar por qué lo hice?

—¿Por qué lo hiciste, cielo? —su apodo me hizo sonreír un poco.

—Ella...estaba siendo molesta. —susurré todavía en su pecho.

No tenía ninguna justificación para hacer lo que hice, lo sé, y él también lo sabía, por eso me esperaba de todo menos una risa genuina.

Levanté la cabeza encontrándome con el brillo divertido de sus ojos.

—Bueno, nadie debería molestar a mi esposa. —murmuró con una voz casi aterciopelada.

A él no le importaba lo que había hecho y eso me aliviaba por pensar en que no había cambiado su imagen de mi, aunque momentos antes me hubiera llamado pequeño demonio.

No supe a qué se refería con ese apodo exactamente, pero no parecía ir a malas.

—Vístete. Quiero enseñarte algo. —tan pronto como lo dijo se levantó, no sin antes dejarme en la alfombra de la cama.

—¿Qué es? —pregunté aferrando la toalla a mi cuerpo.

—Lo sabrás pronto.

Esperé con una mirada nerviosa a que saliera de la habitación para poder cambiarme. Él levantó ambas cejas mirándome expectante y con un reflejo de irritación mientras se fijaba en los dedos que tenían aferrados a la toalla alrededor de mi cuerpo.

—¿Quieres que lo haga yo? —mordí la punta de mi lengua sintiendo esos nervios apretujar mi estómago ante su tono amenazante, pero aún así asentí con la cabeza.

De lo único que tenía ganas era de estar todo el día en la cama y dormir, así que su oferta me vino como anillo al dedo. Incluso si sabía cual era la razón detrás. Cada vez odiaba más cuando ocultaba mi desnudez de sus ojos.

Dejé la toalla caer al suelo, un calor se fue apoderando de mi cara cuando deslizó mis bragas por las piernas hasta dejarlas en su sitio.

Levanté los brazos dejando que me pusiera el corto vestido negro, su mirada y sus delicados roces en mi piel me hicieron olvidar por un segundo el monstruo que, por error, había estado alimentando.

—Deja de sobrepensar. —dijo echando mi pelo hacia atrás.

Esbocé una mueca en un intento de sonreír.

—No puedo. Soy una asesina Alek. —al momento de decirlo sentí náuseas.

Decirlo en voz alta era mucho peor que solo decirlo en tu cabeza y sentía vergüenza por no tener ni una pizca de arrepentimiento.

Si pudiera volver al pasado y borrar lo que hice... Mierda, se lo hubiera clavado más veces hasta no dejarle ni una gota de sangre. Pero eso estaba mal. Muy mal. Y sería lo que me perturbaría las siguientes noches.

—Lo eres. Una a la que no le hace falta otra cosa que no sean unos preciosos ojos para acabar conmigo. —reprimí una sonrisa a la vez que mis mejillas volvieron a sonrojarse, esta vez con más fuerza.

Puse mis manos en su nuca y lo acerqué a mi hasta que nuestras bocas se juntaron en un suave beso. Jadeé cuando me levantó en el aire y empezó a dar vueltas en el aire conmigo sacándome una carcajada.

—Te adoro demasiado, Lena Easton Novikova. —declaró dejándome en el suelo con sus labios en una fina línea.

Sus palabras fueron como un golpe que me dejaron sin respiración por unos segundos. Enmudecí sin poder apartar la mirada de sus orbes azules que me profesaban lo que me había dicho antes. Luego acarició la longitud de mi brazo hasta enganchar sus dedos con los míos y guiarme hasta ese lugar tan misterioso.

Definitivamente la casa tenía que ser bastante más grande de lo que pensé como para que nunca hubiera visto esta parte. Nos detuvimos frente a un gran portón de madera blanca y decoraciones de oro. Algunas de ellas tenían los mismos escritos que tenía Alek tatuados en la espalda.

En cuanto abrió la puerta mis ojos se encontraron con unas largas filas de estanterías repletas de libros. El suelo estaba cubierto de una alfombra roja y los muebles eran igual de excéntricos que la decoración barroca del lugar.

Al adentrarme más a la biblioteca pude ver unas escaleras de mármol que llevaban a una segunda planta con más estanterías que la primera planta. No sé en qué momento mis pies se movieron a una estantería cualquiera con unos libros antiguos de historia.

Era el paraíso para cualquier lector, incluso para los que no lo eran.

—Ven.

Dejé el libro que había cogido en su lugar y fui hasta él. Me estaba esperando a un lado de una puerta camuflada con otra estantería.

—Dame tu dedo.

Levanté el dedo índice y lo llevó hasta una pantalla táctil. Eso fue lo único que hizo falta para abrirla.

Del otro lado había lo mismo pero en un menor tamaño, como una pequeña copia de la biblioteca que había visto antes. Ladeé la cabeza preguntándome el porqué de tanto misterio, si al final era lo mismo.

—Es precioso. —mi voz salió en apenas un susurro por mi distracción al observar el lugar. —No sabía que te gustara tanto leer. —añadí con una sonrisa divertida.

Todavía tenía mi mano entre las suyas. Él ahora daba lentas caricias mientras tenía sus ojos inquietantes fijos en mí.

—Más me gustas tú, lyubov'. —volví a sonreír como una estúpida.

Eché otro vistazo a los libros de la estantería, todos tenían la misma cubierta que los libros que me había dado escritos de su propia mano.

—¿Y me has traído aquí para que leamos juntos? —pregunté esbozando una mueca burlesca, cada vez más cerca de sus labios.

—No precisamente. Te he traído porque quería enseñarte uno de mis secretos.

Ahora sí que estaba confusa como la mierda. Él sujetó mi rostro con ambas manos, su mirada me decía cosas que no era capaz de descifrar.

—Aquí guardó todos los recuerdos que tengo contigo. Cada memoria, cada segundo que pienso en ti. —su tono de voz era uno más bajo que antes. Mortífero. —Eres la única que puede entrar a este lugar, ni siquiera yo puedo pasar. Lo mismo sucede con mi corazón, eres tú la única dueña, la única que tiene acceso a él.

Agaché la cabeza, mis ojos se nublaron con unas lágrimas de una emoción que no podía contener ni explicar con palabras. Era el único capaz de hacerme vivir en el paraíso aunque todo a mi alrededor retratara un infierno.

Antes de que pudiera responder sus labios se posaron encima de los míos robándome todas las palabras que quedaban por decir.

—Te amo. —susurré contra su boca una vez nos separamos. —Mucho. —volví a besarlo como si fuera mi fuente de agua y no hubiese bebido en años.

Hasta que las irritantes vibraciones de su móvil nos interrumpieron. Soltó una maldición al ver la pantalla antes de coger la llamada y comenzar a decir cosas en ruso.

Me alejé y empecé a indagar por las diferentes estanterías. Mi mente seguía sin hacerse a la idea de que hubiera construido este lugar solo para mí mientras sacaba uno de ellos. Tenía la misma escritura y diseño que los que tenía en mi cuarto.

Después miré a mi alrededor con las cejas fruncidas. ¿Había escrito todo esto para mí?¿En qué momento? Asombrada cogí uno nuevo. Este solo tenía fotos de nosotros dos más jóvenes en lo que parecía ser un jardín. Supongo que era el jardín de la casa en Canadá.

—Me tengo que ir. —dijo a mis espaldas distrayéndome de las fotos.

Cerré el libro y me acerqué a él. Me puse de puntillas para poder darle un casto beso a modo de despedida, pero ni aún así llegaba, así que tuvo que agacharse.

—Volveré a la hora de la cena.

Moví la cabeza asintiendo. Mi estómago se estrujó mientras lo veía marchar, pero al menos había encontrado un lugar en el que poder refugiarme el tiempo que él no estuviera.

•••

La tarde había pasado más rápido de lo previsto, y para cuando eran las nueve de la noche ya había regresado, así que ahora mismo me dirigía al comedor, donde habíamos quedado de vernos.

Al cruzar la puerta me encontré con Denis, Sergey y Polina. Él estaba de pie detrás del sillón que quedaba del lado derecho, en la punta de la mesa.

—¿Qué hay? —habló Denis con una sonrisa de oreja a oreja.

—Hola. —respondí de vuelta.

Caminé hasta él ignorando las miradas de los demás, preguntándome si a partir de hoy tendría que comer y cenar con todos ellos, porque de ser así no creo que sería muy cómodo. Ellos no eran nada mío, ni siquiera amigos, y respecto a Polina era más que claro que no nos agradábamos.

Pensé sentarme en el único sitio libre que quedaba al lado del sillón, pero al ir a hacerlo él arrastró la silla y con un movimiento de cabeza me indicó que me sentara para después coger el asiento a mi lado que pensé en coger antes.

Ahora era yo la que presidía la mesa, y aquello me hizo estar más nerviosa si era posible.

Él puso su mano encima de mi pierna y empezó a acariciarla sin apartar la vista de mí. Eso me relajó lo suficiente como para romper el silencio.

—¿Qué tal el día? —hice mi mejor intento por sonreír amablemente.

—Una cabeza rodando por aquí, un cadáver por allá. Cargamentos de billetes y coca. Armas. Lo mismo de siempre, ¿Y el tuyo? —soltó Denis en un tono casual con la vista en la pantalla de su móvil.

Mi cara en ese momento debió ser todo un poema por la sonrisa de Sergey.

—Bien. —respondí tras un carraspeo.

Alek apretó mi muslo y le sonreí deseando que trajeran la comida lo antes posible. Mala idea.

En cuanto vi a un par de mujeres entrar con unos carritos y una hielera mi mente voló al cuerpo sin vida de aquella chica.

Suspiré al aire pensando en que si tal vez no me hubiera estado jodiendo tanto ahora me estuviera sirviendo la comida, así que su vida al final no era muy entretenida que digamos. Seguro que estaba mejor donde sea que la hubiera enviado.

—Gracias. —hablé con una sonrisa cuando una de las mujeres puso un plato de comida frente a mí.

Era algo simple pero se veía demasiado apetecible para mi. Carne que parecía ser bajada del cielo con patatas y algo de verduras. Le di un trago a la copa de vino y empecé a cortar el entrecot.

—Antes de comenzar, ¿Quién quiere bendecir la mesa? —habló Polina mirándonos a todos.

Me saqué el trozo de entrecot que me había metido a la boca tan pronto como lo introduje y esperé a que alguno de ellos dijera algo.

Me sorprendí cuando ella misma empezó a murmurar cosas en un idioma que no conocía para nada y momentos después Sergey y Denis se le unieron. A mi lado él comía ignorando a los demás, yo empecé a hacerlo al callarse todo el mundo con las mejillas algo sonrojadas por la rareza del momento.

Nadie hizo ningún ruido hasta que tras unos pocos minutos Denis fue el primero en levantarse. Había dejado el plato totalmente vacío. ¿Cómo era posible que comiera tan rápido? Eso tenía que ser un don.

—Mi lord. —hizo una especie de reverencia a la dirección de Alek, luego su vista cayó en mí. —Mi lady. Plebeyos. Se os está permitido soñar con esta hermosura siempre y cuando tengáis vuestras manos en su sitio. —habló señalándose a sí mismo mientras miraba a Polina directamente y le lanzaba un guiño.

Me mordí el labio inferior aguantando una risita al ver la cara disgustada de la susodicha. Creo que mi estancia aquí sería más entretenida de lo que pensé.

Al terminar de comer me levanté y cogí la mano que me estaba ofreciendo. Una vez en el dormitorio me quité la ropa bajo su atenta mirada dejando solo mis bragas.

Antes de meterme entre las sábanas me detuvo y sacó unas tijeras del cajón de la mesita que había al lado de la cama. Luego las acercó a mi pierna vendada y comenzó a cortar con cuidado.

Escondí una sonrisa tonta al ver mi nueva cicatriz formando la palabra Novikov.

—Me gusta. —murmuré todavía viendo la cicatriz.

Después levanté la cabeza. Esta vez no pude ocultar la curvatura de mis labios al ver la intensidad de sus ojos.

Me metí a la cama y apoyé la cabeza en su pecho escuchando los latidos desenfrenados de su corazón. De reojo vi los mismos símbolos de mi espalda sobre su pecho derecho.

Las dudas resurgieron en mi cabeza, haciendo que el poco sueño que tenía se esfumara.

—¿Qué significa lo que me hiciste en la espalda?

—Está en hebreo. En latín se traduciría como In tenebris et amore aeterno, nos unimus in perpetuum¹. —su voz áspera hacía vibrar su garganta, haciendo que cada palabra sonara con más poder.

Lo que más me desconcertó es que de una forma u otra pude averiguar el significado de lo que dijo, como si hubiera estado estudiándolo antes.

—Es uno de nuestros votos matrimoniales. Mi favorito. —añadió escondiendo una sonrisa en la curvatura de mi cuello.

—Suena bien. —murmuré dejándome llevar por sus dedos en mi espalda.

Esa tranquilidad duró hasta que recordé que seguíamos sin protegernos.

—Necesito mis pastillas.

—¿Qué pastillas, lyubov'? —mordí mi labio inferior varias veces antes de responder.

—Para... para no tener bebés.

—¿En serio?¿No quieres tener bebés? Un mini tu o un mini yo. —palidecí y él soltó una carcajada apretujándome en sus brazos. —Solo bromeaba, amor. Te conseguiré tus pastillas.

Eso me calmó lo suficiente como para reconciliar el sueño. Aquello duró hasta que me desperté bañada en sudor y con el corazón acelerado.

Las noches siguientes se basaban en lo mismo, hasta que una de ellas en vez de las pesadillas causarme sensaciones desagradables me hicieron dormir profundamente y después dejaron de existir.

•••


Al despertarme por la mañana él no estaba a mi lado. Suspiré saliendo de la cama, otro día más en el que me iba a morir del aburrimiento.

Después de desayunar fui a la biblioteca. Había encontrado entretenida la Biblia que había en mitad de la sala en un atril de porcelana y madera. Los dibujos y letras que habían en las páginas, lejos de perturbarme me transmitían una tranquilidad extraña, como si todo eso me resultará familiar.

Di un salto en el sitio al escuchar su voz detrás de mí.

—Hola. —murmuré con una mueca en los labios.

Él se acercó arrugando las cejas con desconcierto.

—¿Qué tienes?

—Me aburro. —por su cara supe que estaba cansado de escuchar lo mismo, era como la octava vez que se lo decía en la semana.

—Ya hemos hablado de eso.

—Lo sé. —respondí mordiendo la punta de la lengua.

—¿Qué más quieres que traiga? —habló rozando nuestras narices.

—Quiero a mi hermano. —respondí sin un ápice de inseguridad sabiendo que no era la mejor de las ideas ahora mismo.








In tenebris et amore aeterno, nos unimus in perpetuum¹: En la oscuridad y el amor eterno, nos unimos para siempre.

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