046

Me deslicé por las sábanas atrapando el móvil que estaba junto a una bolsa con compresas y pastillas. Entre otras cosas. Encima tenía una nota que indicaba que solo podía hablar cinco minutos.

Suspiré marcando el número de mi padre con dedos temblorosos, no sabía qué iba a decirle o cómo iba a reaccionar. Nuestra última conversación no fue muy agradable.

—¿Lena? —habló después de lo que para mí fue una eternidad y yo carraspée en el intento de que mi voz fuera más clara.

—Hola...

—¿Estás bien?¿Dónde coño estás?
—apreté los labios, él casi nunca decía malas palabras. No cuando estaba frente a nosotros.

—Estoy bien pap...

—¿Dónde estás?¿Estás con él, no es así?¿Ahora estás de su parte?

—No. No es lo que piensas. —me apresuré a decir con el corazón casi encogido.

—No sabes lo que pienso. Te dije una y mil veces que no confiaba en él y a ti te dió igual. Terminaste de hacer de las tuyas como siempre, y no contenta con eso te vas con él sin importarte una mierda que quiera acabar con nosotros. Háblame cuando abras los ojos de una vez. —a cada frase que decía su voz se alzaba cada vez más.

Después termino la llamada dejándome con la palabra en la boca.

Pestañeé un par de veces soltando las lágrimas que me había esforzado por aguantar. Quise animarme a mi misma creyendo que solo estaba enfadado conmigo porque pensaba que los había traicionado al irme con él de forma voluntaria, aunque no hubiera sido ni de lejos así.

Después eché mi pelo hacia atrás soltando un resoplido, preguntándome cuándo acabaría todo este infierno en el que me había metido. Para empezar ni siquiera sabía qué estaba mal en la cabeza de mi padre.

Desde que descubrí que le había sido infiel a mi madre todo había caído en una locura irracional con él, y aparte de eso me trataba como si fuera la peor de las hijas, ¿Y todo por qué?¿Por estar saliendo con el hijo de un enemigo que él mismo se había echado por su sed de querer tener más? Yo ni siquiera sospechaba que fuera capaz de traicionar a uno de sus socios y amigos más cercanos. Mucho menos por ansias de poder.

Si hubiera estado enterada de todo esto las cosas definitivamente habrían sido diferentes, pero lo que menos entendía era que Alek se lo hubiera callado todo este tiempo. Sacudí la cabeza y fui a la aplicación de mensajería. Tenía cientos de mensajes, pero me centré en los de Grace y Jason.

Entré al chat que tenía con él y marqué el emoticono de llamada esperando a que por lo menos él no recibiera la llamada de la misma forma que mi padre.

—¿Zanahoria?¿Estás viva? Mierda, pensaba quedarme con tu habitación. —hizo una breve pausa. —En realidad no, nos hemos mudado de nuevo a Inglaterra.

—¿Estáis bien?

—Te diría que si, pero estoy asustado como la mierda. Ray dice que tú novio el conde Drácula nos quiere matar y que es un traidor de primera. Y por lo que sé tu estás con él. ¿Debería de tenerte miedo? —a pesar de su voz divertida era obvio que también desconfiaba de mí.

—Jason, jamás haría algo para haceros daño. Por favor, confía en mí. —hablé con un nudo en la garganta.

—Confío en ti zanahoria. —suspiró en el micrófono haciendo que me tuviera que alejar. —Solo quiero saber qué está pasando exactamente.

—Ahora no puedo contártelo, pero te prometo que pronto estaremos juntos otra vez. Díselo a mamá también.

—¿Qué mierdas piensas hacer ahora?

Giré la cabeza hasta la puerta, del otro lado había alguien metiendo la llave en la cerradura.

—Os quiero. Muchísimo. —respondí con palabras atropelladas antes de poner fin a la llamada.

Justo en ese momento él entró cerrando la puerta detrás suyo. Sus pantalones y piel tenían manchas de sangre fresca que ya ni se molestaba en ocultar.

—El móvil. —habló extendiendo su mano y yo lo miré como si le hubiera salido otro ojo en la frente. —Dame el móvil.

—¿Para qué?

—Sabes muy bien para qué.

Terminé por entregárselo de mala gana, no sin antes coger las tarjetas que guardaba siempre detrás de la carcasa.

Una de ellas era la tarjeta bancaria que me había dado semanas atrás y que todavía no había usado.

Luego mordí mi labio inferior, levantando la cabeza y encontrándome con sus ojos escudriñando mi rostro.

—Me aburro. Estoy cansada de estar encerrada todo el día. —el lado de mi cama se hundió con su peso.

—Lo tienes todo aquí dentro. ¿Qué más necesitas? —preguntó escondiendo un mechón de mi pelo detrás de mí oreja.

Eso era cierto. Aún no me había atrevido a descubrir lo que había en las habitaciones, las casas tan grandes siempre me daban cierto repelús. No tenía la curiosidad suficiente como para disipar ese miedo a pesar de saber que había guardias por todas partes.

Tenía que admitir que tal vez, solo tal vez, si creía en fantasmas. Pero eso había sido culpa de Jason que me los había metido por los ojos con sus teorías.

—Ni siquiera me dejas salir al jardín y necesito aire fresco. —él torció sus labios con gracia. —Por favor. —susurré frunciendo los labios.

—Mierda. No hagas eso. —murmuró con una voz ronca llevando su dedo a mis labios deshaciendo mi puchero.

—¿Me dejarás? —me relamí el labio inferior ladeando la cabeza.

—Solo saldrás de día y cuando yo esté en la casa. —determinó desviando su atención de mis labios. Sonreí mostrando los dientes.

—¿De quién es eso? —pregunté después señalando su torso desnudo con la cabeza.

Nunca le había preguntado nada relacionado con los trabajos que hacía, pero con lo que estaba pasando no podía saciar mi curiosidad, todo me provocaba más inquietudes.

Me daba miedo que en cualquier momento me dijera que alguno de mi círculo cercano había muerto.

—Nadie importante. —besó mi frente antes de alejarse. —Come.

Eché un vistazo a la bandeja con comida que todavía seguía en la mesita.

—Nos vemos después. —avisó dejando un casto beso en mis labios.

—¿Te vas?

—Volveré en un par de horas.

Mierda, pensaba ir al jardín después de comer.

Nunca en mi vida había comido tan rápido como aquella vez. Al terminar cogí uno de los calmantes y me quedé mirando al cielo a través de la ventana.

¿Se supone que esto era lo que tenía que hacer el resto de mis vacaciones?¿Estar de adorno en un palacio gigantesco escondiéndome de mi suegro loco mientras mi familia estaba al otro lado del mundo? Suspiré una vez más desviando mi atención a la tarjeta bancaria.

Al menos tenía algo con lo que entretenerme, pero me preguntaba cuánto dinero habría dentro. ¿Y si lo gastaba todo en un día?¿Él lo sabría?¿Se molestaría? Tal vez si arrasaba con todo lo que había en la casa me dejaría ir con mis padres.

El problema era que no tenía cómo comprar, necesitaba un jodido teléfono, o un ordenador al menos. Así que no me quedaba de otra que ponerme a merodear por la casa hasta encontrar su despacho, despacho al que muy seguramente no me dejarían entrar.

Me vestí, dejando mi pelo en un moño mal hecho, y bajé las escaleras. No sé si era suerte o casualidad, pero agradecí haberme encontrado a Sergey merodeando por la sala principal. Él estaba hablando por teléfono con alguien.

Terminé a que terminara observándolo de lejos para después acercarme a él por su espalda haciendo que pegara un salto del susto.

—Hola. —hablé con una sonrisa de oreja a oreja.

—Sea lo que sea que tengas en la cabeza, olvídalo, no pienso ayudarte con tus mierdas.

—Bueno, tampoco tienes demasiadas opciones. Trabajas para mí, ¿No?

—No. —respondió como si fuera lo más obvio del mundo.

—Se supone que eres mi escolta, eso quiere decir que trabajas para mí. —él se echó a reír limpiando una lágrima que había caído por su mejilla.

Levanté las cejas exasperada, así no es como se supone que debería de haber reaccionado.

—Joder, eres buena en esto, tal vez deberías apuntarte a un club de la comedia.

—¡No, espera! —repliqué al verlo marchar a la salida.

Cuando no me hizo caso lo cogí del brazo, haciendo que se detuviera y me de una mirada irritada por encima del hombro.

—¿Qué quieres, niña? —masculló entre dientes sin darse la vuelta.

—Déjame tu móvil. Sólo será un minuto.

Él me siguió mirando con la esquina de sus labios curvándose ligeramente en una sonrisa divertida.

—Por favor. Es importante. —hablé a sus espaldas cuando reanudó sus pasos.

De una forma conseguí ponerme frente a él y evitar que siguiera caminando, pensé en alguna forma de convencerlo, pero la mirada que me estaba dando machacaba mis esperanzas.

—Me quitas el tiempo.

—Tengo que hablar con Grace, debe de estar preocupada como la mierda.

Supe que había dado en el punto al ver cómo se suavizaban sus expresiones.

Tenía que gustarle de verdad si había decidido tener algo con ella después de que lo hubiera intentado matar, porque no parecía ni de lejos ser de esas personas que perdonan fácilmente.

—Mala suerte, me tiene bloqueado en todas partes.

—Si me dejas tu móvil puedo hacer que te desbloquee. —respondí con una amplia sonrisa, como si le estuviera vendiendo algún producto. —¿O no quieres hablar con ella? —pregunté levantando las cejas.

—Tienes un puto minuto. —habló entre dientes entregándome un teléfono táctil que parecía del siglo pasado. —Y ponlo en manos libres.

Me costó encontrar la tienda en la que poder descargar Snapchat y así poder iniciar sesión con mi cuenta.

El chat con Grace era el primero de todos, me puse el móvil en la oreja esperando a que cogiera la llamada con la atenta mirada de Sergey en mi nuca.

—Grace. —hablé en cuanto la aceptó.

Del otro lado se escuchaba el ruido de las hélices de un helicóptero moverse, así que tuvo que casi gritar al responderme.

—¿¡Lena!?¡Oh, gracias a la Virgen! No te preocupes, he encontrado tu ubicación y voy a por ti. Ese desgraciado no se va a salir con la suya. —mientras hablaba estaba cada vez más cerca del ruido.

A estas alturas no me sorprendía. Ella era muy buena con los ordenadores y esas cosas, también era muy impulsiva. Tuve que alejar el teléfono un poco antes de que mis oídos comenzaran a sangrar.

—¡No! No vengas, quédate ahí. Ni se te ocurra acercarte a donde estoy.

—¿Por qué no?¿Te están amenazando?¿Es eso? Porque si es así no dudaré en arrancar cabezas. —reí por lo bajo al ver la cara de Sergey.

—No, estoy bien, ahora no tengo mucho tiempo para hablar pero te prometo que en cuanto pueda te contaré todo.

—Pero, ¿Qué está pasando?

—Suficiente. —habló arrebatándome el móvil antes de que pudiera responder.

Después se alejó y habló empezando una discusión con ella que la verdad no tuve mucho interés en escuchar.

—Nada. Aquí no hay nada. —masculló Polina a mis espaldas terminando de revisar el lugar.

Era una carnicería antigua. Los dos nos habíamos quedado en la parte trasera, donde unos cuantos cuerpos sin vida y sin piel colgaban del techo.

—Este lugar es un asco. —se quejó luego antes de marcharse.

Yo me quedé observando el hígado que había caído al suelo, recordando que tenía un cadáver del que había estado esperando deshacerme un tiempo atrás, pero cada vez que me acercaba a sus restos me llenaba más de rabia.

Ella ya estaba muerta, pero jamás olvidaría su cara mientras le contaba a Francesco cómo yo me había aprovechado de ella durante su estancia en mi casa. Luego le enseñó un test de embarazo positivo que quién mierdas sabe de donde había sacado y el imbécil de su padre se lo había creído todo a pesar de que ella no había tocado una polla en su jodida vida.

Lo más gracioso fue ver cómo el hombre se creyó con la autoridad para ordenarme a contraer matrimonio con ella. Al principio quise rebanarle el cuello en dos, pero al pensarlo más fríamente cedí con el único objetivo de tomar ventaja de la situación y acabar con ellos dos antes de la supuesta boda.

El problema era que en ese entonces desconocía que todas las lágrimas que había derramado Lena fueron por las mentiras que habían llegado a oídos de su familia. Mismas mentiras que creó Bianca como un mal intento de separarme de ella, incluso si eso hubiera pasar el resto de sus días a mi lado, sin sospechar que esa propuesta la llevaría a su fin.

Ni siquiera el recuerdo de mis manos teñidas de su sangre cuando abrí su torso y corté las venas de su corazón, arrancándolo de su pecho cuando ella aún estaba viva, me era suficiente para menguar mis ganas de ver arder la misma Italia. No era suficiente. Tenía una sombra oscura en el pecho que no era capaz de quitar con nada y eso me perseguiría por el resto de lo que durase mi existencia.

—Maldita seas, Bianca. —solté al aire antes de seguir los pasos de Polina.

Ella estaba fuera hablando de algo con Denis.

—Nos vamos. —hablé alzando la voz a la vez que me sentaba en la parte trasera del auto y encendía un nuevo cigarro.

Expulsé el humo por la nariz mientras él coche arrancaba. Mis ojos veían los árboles pasar como si ellos tuvieran la respuesta del porqué nos había hecho ir hasta aquel lugar. Me estaba comenzando a cansar de sus estúpidos juegos.

—Tengo mi teoría.

—Ahora no, Denis, me duele la puta cabeza. —replicó Polina con una cara descontenta.

—Creo que está intentando distraernos jugando al gato y al ratón mientras él en realidad está en Inglaterra dándole caza a Ray. —el silencio arropó el aire del coche como una especie de respuesta a su teoría. —No decís nada porque sabéis que tengo razón.

—¿Por qué mierdas el rastreador que le metimos por el culo hace meses indica que sigue en la ciudad? —respondió Polina en un tono de obviedad.

—Eres muy boba si crees que un simple aparatito le va a parar los pies a Kristoff.

—Boba tu abuela.

—Con mi abuela no te metas, Polina.

—Si, la pobre no tiene culpa de tenerte como nie...

—Cerrad la boca. —farfullé entre dientes antes de guardar lo sobrante del cigarro en una pequeña cápsula de metal que traía en el bolsillo de mis pantalones.

—Cuando el tiempo me dé la razón me vais a lamer las pelotas los dos. —dijo él apartando la vista de la carretera por un segundo.

Llegando casi el atardecer el coche se detuvo frente a la puerta principal.

Antes de entrar a la casa uno de los jóvenes escoltas se acercó con un documento a firmar en mano y un bolígrafo en la otra.

—Señor, hay un repartidor fuera con un coche. Dice que es suyo.

Miré con ojos curiosos al hombre que esperaba junto al nuevo Lamborghini al otro lado de la valla con una cara de pocos amigos. Luego firmé los papeles sin importarme realmente el dichoso coche.

Mis pies se movieron automáticamente hasta una de las salas principales de la primera planta, siguiendo su voz. Levanté las cejas al ver a Sergey a su lado mirando algo en la pantalla del móvil que Lena estaba sosteniendo.

—¿Qué tal este de aquí? Creo que combinaría muy bien con el vestido de antes. —preguntó ella con una voz casi aguda.

Arrugué las cejas quedándome a pocos metros de ellos. Aún no me habían visto.

—Si te gusta el color mierda, supongo que está bien.

—¡No es color mierda! Es rojo vino. Mira. —Lena se acercó más a él, dándole una mejor vista de la pantalla.

Ese fue el detonante para que mis celos hicieran acto de presencia. Me senté junto a ella sin dejar ni un centímetro que nos separara.

Su sonrisa hizo que olvidara a Sergey por un momento en el que me perdí en ella, hasta que volvió a poner su atención en la pantalla buscando tiendas de ropa.

—¿Qué estáis mirando? —pregunté mientras mis dedos acariciaban la suavidad de su pelo.

—Estoy comprando algo de ropa y Sergey me está ayudando.

—¿Ah si? Que bien, no sabía que te gustara tanto eso, te subiré el puesto a asistente de compras. —hablé con una sonrisa nada amigable sin quitarle los ojos de encima a Sergey.

Cuando estuvo a punto de responder lo interrumpí, y con mi mirada todavía fija en él dejé un beso en la cabeza de Lena.

—Ve al despacho. Necesito que me ayudes con unos zapatos para un funeral.

Cuando Sergey le quitó el móvil de las manos, rozando sus dedos con los de ella, mis dientes se apretaron entre sí con fuerza.

—¿Qué tal tu día? —murmuré después atrayéndola a mi regazo.

La lava que antes corría por mis venas se esfumó al momento de tenerla entre mis brazos.

—Bien. He comprado un coche. —sus ojos me miraron con más atención de lo normal.

—Ya lo he visto. —aseguré con una sonrisa ladina.

—Yo... Bueno. Había pensado en comprar una casa en Florida. Algo para pasar las vacaciones de verano.

—Me parece una buena idea. —al hablar su ceño se arrugó con desconcierto.

—Pero será caro. Quiero decir, necesitamos algo grande para que quepa... —hizo una breve pausa fijándose en los hombres que estaban parados a nuestro alrededor. —Toda esta gente.

—No te preocupes por eso, amor. Por más casas y coches que compres apenas va a hacer una diferencia en tu cuenta bancaria. —respondí estando a punto de juntar nuestros labios, hasta que Sergey apareció por detrás.

—¿Vienes o qué? —preguntó desde la puerta con ojos aburridos haciendo que me levantara del sofá con una mirada asesina.

Comenzaba a arrepentirme de haberlo dejado vivo aquel día.

Mientras iba de camino a la cocina me entretuve mirando los cuadros y las estatuas que decoraban la estancia.

Las alfombras tenían unos colores intensos, típicos de las decoraciones maximalistas de los palacios como este, y en los ventanales habían unos dibujos tallados en oro que eran muy pocos perceptibles. Mordí mi labio inferior pensando en si después de que todo pasara me quedaría viviendo aquí o volvería a vivir con mis padres de nuevo.

Cualquiera desearía vivir aquí, pero teniendo en cuenta mi plan fallido no sé si sería capaz de estar lejos de mi familia por tanto tiempo. Sobre todo de Jason. A veces éramos como la uña y la mugre.

Tragué una mueca de disgusto al ver otra vez a la misma chica del otro día limpiando la encimera de la isla. Al verme esta vez me había sonreído, pero de una forma cínica.

No le dije nada y me dispuse a buscar algo de comer en la nevera, habían tantas cosas que no era capaz de saber con exactitud los alimentos que habían. Algunos platos ya preparados ni siquiera se me eran conocidos.

—Me pregunto, ¿Cómo será dormir sabiendo que algún día de estos te puedes despertar sin el jefe a tu lado?

—¿Cómo? —murmuré dándome la vuelta para confrontarla.

—Lo que oyes. No vas a ser capaz de mantenerlo a tu lado por mucho tiempo, y déjame decirte que tienes mucha competencia a tu alrededor, querida.

Mis labios se abrieron con ligereza por la confusión. ¿Era cosa mía o me estaba diciendo en mi cara que le interesaba mi esposo? Aunque apostaba a que ella no sabía eso, si lo supiera no estuviera diciendo las tonterías que dice.

La ignoré sirviéndome un vaso de leche, estaba de espaldas pero aún así pude ver su sonrisita de reojo. Eso me hizo sujetar el vaso con más fuerza de la debida por una rabia que bien podría traspasarse por mis poros.

La muchacha río con gracia, todavía de espaldas.

—Hasta tu misma sabes que eres poca cosa para él. Yo que tu aprovechaba el tiempo que te queda a su lado.

Junté los labios sintiendo mi rabia llegar a su límite. Las mejillas se me habían calentado hasta el punto de tener un calor asfixiante.

Me fijé en el soporte para cuchillos que tenía frente a mi, y sin pensar en lo que hacía cogí uno de ellos. Me moví con brusquedad haciendo que el vaso de leche cayera al suelo y se hiciera añicos, llamando la atención de la chica.

Antes de que pudiera decir nada ya le había clavado el cuchillo en el estómago. Ver sus ojos no le gustó. Solo hizo que recordara sus patéticas palabras llenas de ignorancia.

Ella entreabrió los labios jadeante y con una mirada asustada mientras se sujetaba la herida. Saqué el cuchillo y lo volví a meter ignorando sus lamentos, esta vez en la parte izquierda de su estómago. Ver su sangre esparcida por mis manos creó un hormigueo en todo mi cuerpo que se fue expandiendo hasta mis dedos.

Cuando cayó al suelo aproveché para posicionarme encima de ella y enterrar la hoja en cualquier parte de su cuerpo. Sus ojos, sus mejillas. Ahora mismo no era capaz de ver con claridad lo que estaba frente a mí ni de oír, solo actuaba dejándome llevar por ese deseo que quemaba mis entrañas. Eran mi único instinto. El único sentido que podía percibir.

En un momento dado clavé el cuchillo a un lado de su cuello, haciendo que un chorro de sangre empapara aún más mis prendas, pero eso no me detuvo para seguirlo clavando hasta tener su cuello totalmente separado de su cuerpo, pasando incluso por los huesos de sus vértebras cervicales.

—¿Quién es la poca cosa ahora, eh? Perra. —hablé mirando la cabeza desprendida del resto mientras dejaba el cuchillo a un lado con una sonrisa que se fue desvaneciendo poco a poco.

Los movimientos de mi pecho eran bastante notables al darme cuenta del enorme charco de sangre en el suelo que yo había formado.








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