044
Decidí levantarme lo más pronto posible para comer algo. Estaba realmente hambrienta. Después pensaría en otra forma de comunicarme con mis padres. Necesitaba saber si estaban bien.
Luego de lo de ayer, mi tristeza se había suplantado por una sed de venganza que me animaba a seguir con mi plan de hacerlo arder de los celos. Quería darle un poco de su propia medicina. Por eso esta mañana me arreglé más de lo que hubiera hecho normalmente al bajar a la cocina un día cualquiera.
Él no estaba en el dormitorio, pero supe que estaba en la casa porque de no ser así me hubiera amarrado otra vez a la cama como quien amarra a un perro en el patio de su casa. No sé cuándo había traído mi ropa, incluyendo algunos conjuntos que usaba al quedarme en casa el día entero. Cogí el que más se me ciñera al cuerpo queriendo remarcar las curvas de mi trasero y mi pequeño busto.
Sonreí por dentro mientras me desenredaba el pelo, pensando en la cara que pondría al verme hablando con uno de los tantos hombres que seguramente se pondrían a babear.
Y no porque fuera una diosa del Olimpo. Aunque eso también ayuda. Sino porque la mayoría de hombres que tenían este tipos de trabajos eran unos salvajes que se dejaban llevar por sus instintos más bajos. Si veían a una chica mínimamente atractiva se lanzarían a ella para devorarla, y más si esa chica llevaba prendas reveladoras.
Sabía que me estaba arriesgando de más, sobre todo por lo violento que sé que se iba a poner, pero confiaba en que al menos no sería capaz de matarme.
Bajé las escaleras con pasos lentos. Junté las cejas confusas al ver que todos los guardias hacían un esfuerzo por no mirarme, como si aquello se les hubiera prohibido.
Casi refunfuñando caminé hasta la cocina, donde me encontré a una chica no muy agradable. Ella también se encargaba de limpiar la planta en la que se encontraba la habitación que usaba para dormir, y cada vez que me miraba lo hacía con aires de superioridad y malos ojos.
—Buenos días. —hablé con una sonrisa falsa que por supuesto no fue recíproca.
Después me senté en un taburete de la isla. No sabía que me apetecía comer y la manzana frente a mi era mi opción más segura. Me acerqué al lavabo esperando a que se quitara para poder usarlo yo.
—Disculpa, ¿Me dejas? —cuestioné sin un ápice de amabilidad, ella estaba tardando más de la cuenta a propósito.
—Por supuesto. —respondió en el mismo tono que yo antes de empezar a sacudir sus manos salpicándome con las gotas de agua.
Apreté los dientes ignorando aquello, sabiendo que algún día explotaría y se las devolvería todas.
—Suka¹. —susurré al aire dándole un mordisco a la manzana.
Era una de las pocas palabras que había aprendido y algo me decía que la iba a usar bastante.
Desvié la mirada de la ventana a la puerta al escuchar unos pasos a mis espaldas, pensé que era él, pero no era más que otro de sus soldados o lo que sea que fueran.
Fue hasta la nevera y sacó una botella de agua que absorbió en segundos. Pensé que no me había visto hasta que su mirada se clavó en mi, bueno, más bien en mis pechos.
—¿Te has perdido, muñeca? —no sé que me sorprendió más, si el hecho de que se haya fijado en mí o su forma de hablarme.
Y claro que no pensaba dejar pasar esta oportunidad. Sabía de antemano que tenía cámaras por toda la casa y que posiblemente me tuviera vigilada las veinticuatro horas del día.
—¿Te ha comido la lengua el tigre? —habló acercándose a mi con pasos lentos, atento a cualquier movimiento que fuese a hacer como si fuera su presa.
Tenía que admitir que no era nada feo, esa barba reciente lo hacía más atractivo. El problema era que no era él.
—¿Eres muda? Si es así, déjame decirte que me va a venir muy bien, porque no me gustan las mujeres ruidosas. —junté los labios con desagrado antes de poner una sonrisa inmediata.
Todo el atractivo que tenía lo perdía con lo baboso que era.
—Yo que tú no haría eso. —murmuré con una mirada sugerente al ver su intención de tocarme, él sonrío mostrando su dentadura.
—¿Ah no?¿Y por qué?
—Puede que a tu jefe no le haga mucha gracia. —respondí cerca de su oído mordiendo mi labio inferior en el intento de seguirlo seduciendo.
—¿Así que eres una de las putas del jefe? Interesante. —escuchar eso me hizo arrugar el ceño con molestia.
Yo no era la puta de nadie, ¿Y a qué mierdas se refería con una de?¿Acaso tenía más amantes aparte de mi?
Cuando estuve a punto de responder la puerta se cerró de un golpe llamando la atención de ambos. Casi palidecí al ver la sonrisa con la que nos miraba, sobre todo porque sabía lo que escondían esas sonrisas despreocupadas.
—Había venido a por una botella de agua, ya me iba... —habló el hombre frente a mi con una mirada temerosa que casi me hace reír de no ser por la pesada mirada que tenía encima.
—No te preocupes, tómate la tarde libre.
—respondió lanzando una manzana al aire para después cogerla y darle un mordisco. Todo sin apartar sus ojos de los míos.
—¿De verdad? —sus ojos se iluminaron enseguida.
—Si. —se detuvo un momento pasando su lengua por sus labios. —Es más, solo por hoy, dejaré que te diviertas con ella. Te lo mereces.
Abrí los ojos más de lo normal al escuchar aquello. ¿Estaba de broma?
—Muchas gracias. De verdad. —habló a mi lado haciendo una especie de reverencia.
Quise hablar, pero mi lengua estaba congelada. Él le extendió una especie de llave con una sonrisa más amplia que la de antes.
—Que os divirtáis. —dijo cuando cogió la llave.
Apreté los dientes. Decir que me enfadaba que me estuviera ofreciendo a uno de sus hombres como si fuera un objeto o una cualquiera era poco. Muy poco.
—Vamos. —aquella voz fue la que hizo que mis piernas se empezaran a mover automáticamente.
Al pasar por su lado pude ver de reojo la curvatura de la esquina de sus labios. No pude evitar verlo una vez más por encima del hombro antes de salir, él me había guiñado el ojo con una sonrisa sugerente.
Lo maldije una y mil veces, pero si eso era lo que quería eso era lo que iba a tener, después no dejaría que me tocara. Nunca más.
No tenía ni idea de hacia donde iba, solo seguía sus pasos sintiendo ese nudo en la boca del estómago agrandarse cada vez más. Tenía un mal presentimiento, y no era porque sabía muy bien que acostarse con alguien por despecho en estas circunstancias no llevaría a ningún lado.
Me detuve a un lado de la puerta esperando a que el chico la abriera. Una vez dentro quise huir, pero no podía, no iba a rendirme a última hora, mucho menos le demostraría que su forma de actuar me hería.
—¿Qué mierdas?¿Por qué no funciona? —soltó al aire pulsando el interruptor de la luz varias veces.
Di un suspiro cargado de exasperación y me di la vuelta. Alguien evitó que diera un paso más cogiéndome por detrás, reconocí ese olor a marihuana casi al instante.
—Suéltame, Denis.
—Por fin te acuerdas de mi nombre, ¿A qué no era tan difícil? —murmuró muy cerca de mi oído a la vez que yo me removía en sus brazos como si fuera un pez recién salido del agua.
Exhalé al sentir algo frío rozar mi estómago. Eran unos guantes de cuero que se había puesto para no tocarme directamente.
Desvié mi atención al hombre de antes, por sus gritos parecía que a él también lo tenían retenido. En cuanto él entro a la sala una luz tenue y roja se cernió sobre nosotros, clavé mi vista en el cuchillo carnicero que sostenía con tanta habilidad.
Un escalofrío me recorrió de los pies a la cabeza cuando lo tuve frente a mi. Sus ojos irradiaban esa misma oscuridad que había visto en el sótano de su casa aquel día.
—¿Querías jugar? —susurró cerca de mis labios, con una sonrisa que me congeló el cuerpo. —Bien. Juguemos entonces. —añadió dejando un corto beso sobre los labios.
—Él ni siquiera me tocó. A diferencia de lo que querías. ¿No es así? —hablé con una voz cargada de ironía una vez que se acercó más a la silla en la que ahora estaba sentado y atado el hombre.
Detrás suya estaba Sergey mirando todo de brazos cruzados y con desdén.
—Deja de comportarte como un imbécil, Alekei. —volví a hablar una vez más bajo su mirada furiosa.
—Cállala. —murmuró con una voz ronca y sombría.
El grito de estupor que solté cuando separó su mano del cuerpo con el cuchillo fue amortiguado por la tela de cuero.
No hacía falta que me dijera las cosas atroces que era capaz de hacer, yo misma lo supe desde la primera vez que lo vi después de tantos años, pero no pensé que se atrevería a hacerlas frente a mi. Mucho menos por celos. Él ahora mismo era una bestia, y su mirada demencial daba fé de aquello.
Cerré los ojos al ver cómo había deslizado la hoja del cuchillo por todo su rostro cortando su nariz y boca. Una vibración pasó por mi estómago ante el recuerdo del cartílago que había dejado visible y mi cabeza se lleno de varias imágenes que mostraban una situación similar en la que aparecíamos los dos.
La única diferencia es que en vez de estar mirando yo estaba a su lado. Mi rostro unos años más joven se veía complacido, mis ojos llenos de una excitación que ahora mismo no podía comprender y mi pelo lucía un poco más corto.
—No cierres los ojos guapa, sino no es divertido y no queremos que se enfade más, ¿Verdad? —susurró Denis en mi oído en un deje divertido, haciendo que saliera de las extrañas imágenes de mi mente.
Abrí los ojos y solté un jadeo al ver la cabeza rodando por el suelo hasta el zapato de Sergey. Mi cabeza había empezado a doler ligeramente por las previas escenas que había creado en mi cabeza.
Pensé que se detendría en ese momento, pero no. Hizo un corte que fue desde su cuello hasta su pelvis dejando a la luz varios de sus órganos que al estar sentado salieron desperdigados como si se tratara de una vela derritiéndose.
Sus labios se movieron diciendo algo que no comprendí y fue entonces cuando me soltaron. Caí de rodillas al suelo llevando ambas manos a mi cabeza en un intento de aminorar el dolor y olvidar aquellas imágenes que mi cerebro había impuesto sin quererlo.
Por alguna razón las invenciones de mi cabeza me habían resultado peores que lo que mis ojos acababan de ver.
Él se acercó a mi una vez más y se agachó sujetando mi rostro con sus dos dedos impregnados de sangre, las manchas habían llegado hasta su pelo haciendo que algunas gotas cayeron sobre mi nariz.
—Espero que hayas disfrutado del espectáculo. —habló en un tono burlesco contra mis labios en un susurro antes de pegar nuestras bocas en un beso del que yo no fui demasiado partícipe.
—Encontré el riñón para la señora Taylor. —habló Denis a lo lejos con una sonrisa haciendo que se alejara de repente.
—Levanta. Hablaremos en otro sitio.
Él me cogió de la muñeca y tiró de mi levantándome del suelo. Mis piernas seguían sin reaccionar bien, pero no le importó demasiado aquello como para estarme arrastrando por toda la casa hasta llegar a un sótano parecido al de su antigua casa.
Mis pies se estancaron en el suelo y empecé a temblar indagando en las miles de formas que usaría para seguir atormentándome por haberme limpiado el culo con una de sus advertencias. Aunque lo sucedido momentos antes no se sintió como una tortura en lo absoluto.
Lo tortuoso es no saber porqué mi cabeza no deja de darle vueltas a las veces que su cuerpo había sido desmembrado frente a mi y porqué mis ansias de volver a presenciar aquello no se van.
—Camina. —demandó entre dientes tirando de mi brazo una vez más.
Me dejó en medio de una sala que tenía una luz demasiado intensa para mis ojos. No había nadie a nuestro alrededor, sólo éramos nosotros dos.
Por un momento me distraje mirando alrededor, en busca de lo que usaría esta vez y así no tener una sorpresa después.
No me di cuenta de su acercamiento por mi espalda, y para cuando quise protestar era tarde. Él ya había encerrado mis muñecas en unas especies de cadenas que colgaban desde el techo. Reprimí un chillido cuando me fue levantando poco a poco, pisando un botón en el suelo con sus botas militares negras, quedando mi cuerpo colgando en el aire.
Los dos quedamos a centímetros el uno del otro. Yo ahora estaba a unos pocos centímetros de su cara así que podía ver a la perfección el descontento que seguía emanando de sus ojos.
—Por favor, no me hagas daño. Lo siento. —murmuré en un hilo de voz.
—Te digo que no hagas una cosa y tú vas corriendo a hacerlo. ¿Te gusta hacerme cabrear? —negué con rapidez.
—No. Sólo estaba enfadada. —respondí con palabras atropelladas. Él sonrío con ironía.
—¿Qué harás la próxima vez que te enfades?¿Clavarme una daga en el pecho? —murmuró moviendo las cejas.
—No. —O tal vez si.
Él se quedó en silencio y se alejó a un carrito metálico que había cerca rebuscando algo en el dándome la espalda.
Miré hacia arriba buscando alguna forma de poder soltarme de aquí, por más imposible que fuera.
—Además, no tienes nada que estar reclamando. Eres un vil traidor que debería estar muerto. —murmuré en un tono mordaz.
Él abandonó lo que fuera que estuviera haciendo y giro su cabeza lentamente soltando unas agujas en el carrito. Mantuve mi mirada desafiante cuando lo volví a tener cerca de mí.
—Vi el vídeo en tu móvil, así que no me tomes por estúpida. —reproché con una rabia hirviendo en las venas mucho antes de que formulara alguna respuesta.
—¿Lo viste entero?
—¿Pretendes que te vea follando con tu futura y querida esposa? —solté con brusquedad. Él exhaló antes de sacar su móvil. —No quiero verlo.
—Lo harás. Quiero que veas lo que soy capaz de hacer por ti, mi amor. —dijo en un aterciopelado murmuro mientras rozaba su nariz con mi mejilla.
Parece que se le había olvidado lo que pasó minutos atrás.
Le dió al triángulo que aparecía en medio de la pantalla, y con su mano sosteniendo mi mentón con delicadeza se aseguró de que no apartara la vista de ella.
Lo primero que vi fue a él acercándose a su oído para decirle algo que seguía sin saber. Después se quitó la camiseta y la dejó a un lado antes de volver a acercarse.
Tras hacer una señal con la cabeza, cinco chicos entraron a la habitación y la chica empezó a patalear y gritar asustada sabiendo que habían entrado por el ruido de sus zapatos.
—¡Jamás podrás quererla como yo lo haría! Un monstruo como tú no puede querer a nadie. —exclamó con algunas lágrimas deslizándose por debajo de la venda cuando dejó de luchar.
¿A qué se refería? Tenía que ser importante, porque escuchar eso lo hizo enfurecer y arremeter contra su cara con el puño cerrado.
—Será mejor que guardes tus energías para lo que se te viene encima. —le respondió con una sonrisa tétrica.
El brillo macabro de sus ojos en ese momento se podía ver incluso a través de la pantalla.
Uno de los hombres que habían entrado se posicionó encima suya y se bajó los pantalones junto a la ropa interior, era el mismo hombre que un momento atrás había perdido la vida.
Tragué duro cuando la forzó a abrir las piernas y empujó sus caderas varias veces hasta conseguir penetrarla. La estaba violando. No hacía falta adivinarlo por los gritos y las lágrimas que rodaban por sus mejillas al igual que no hacía falta saber que la chica era virgen por su dificultad al introducirse en ella.
Sé que días atrás la había odiado, pero ahora sentía lástima por ella. Sabía que los otros cuatro harían lo mismo, y no quería verlo.
—No quiero ver más. —musité con la cara ligeramente pálida.
Supongo que por eso cedió a mi petición y guardó el teléfono en el bolsillo de sus pantalones.
—¿Recuerdas lo que te dije que pasaría si alguien más creía enamorarse de ti?
—asentí como pude con esa sensación de incomodidad aún bajo mi piel.
Él fue a buscar algo a algún lugar cerca.
Al volver levanté la mirada, centrándome en el órgano limpio que traía en su mano con una expresión enorgullecida y siniestra.
Mi respiración se había vuelto errática y mis ojos se abrieron de sobremanera.
—Estamos hechos para permanecer y morir juntos, lyubov'. El único corazón que tendrás latiendo en tus manos será el mío. Para siempre. —sus palabras eran bastante claras y la suavidad que utilizó no era menos que la que usó para acariciar mi mejilla.
Ninguna de las dos cosas combinaba con lo escalofriante que era todo en realidad, pero no me importaba.
—No te entiendo. —musité ignorando el hecho de que había lanzado el corazón lejos por encima de su espalda, como si se tratara de una pelota de tenis.
—Bianca nunca tuvo un interés en mi, le interesabas tú y quería separarme de ti a toda costa. No le salió muy bien. —lo miré rebuscando algo que me dijera que no era verdad, pero no lo encontré.
Sentí como si un cubo de agua fría me hubiera caído encima al haberme dado cuenta de las extrañas actitudes de Bianca conmigo y su repentino acercamiento a mí tras el anuncio de su supuesta boda.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —dije con rudeza, formando una arruga en mi entrecejo.
Él sonrío castamente antes de pasar un dedo por mi mejilla y hablar.
—Digamos que no reaccionas muy bien a las amenazas. —murmuró con una sonrisa divertida, como si fuera una especie de broma interna de la que yo no tenía ningún conocimiento. —Y no quería echarlo todo a perder. —añadió al ver la confusión de mi cara.
—¿Qué... Qué insinúas?¿No confías en mí? —mi pregunta salió con una voz más incrédula de lo esperado, pero tampoco me molesté en ocultarla.
—Claro que confío en ti, Lena. Te lo iba a explicar todo después. La que parece no hacerlo eres tú. —replicó entre dientes.
Me quedé callada sintiendo mi cabeza a punto de explotar por toda la información que me vino de repente. Tenía un cúmulo de emociones que no me dejaba respirar con normalidad, pero sobre todo sentía alivio, alivio porque él nunca hizo nada con ella y sus sentimientos por mi no habían cambiado.
En todo caso bien podían haberse intensificado por la cólera descomunal que reflejaron sus ojos al escuchar las palabras de Bianca, como si hubiera estado mancillando algo sagrado, o por su manera de concluir que su corazón me pertenecería por siempre.
Pero nada de eso no quitaba que estuviera ligeramente asustada y desconcertada, porque el hombre frente a mí no tenía límites. Su maldad no tenía barreras, sobre todo cuando se trataba de mí. Él era despiadado y cruel.
—¿De verdad pensabas que me iba a casar con ella? —preguntó con una mueca incrédula en los labios.
Mi silencio le sirvió como una respuesta y un destello de dolor y confusión traspasó el azul de sus ojos.
—¿De qué forma tengo que hacerte entender que soy completamente tuyo?¿Quieres que ponga el mundo entero a arder?
Abrí la boca en busca de decir algo útil o al menos respirar un poco más de oxígeno, pero solo pude negar con la cabeza.
—¿Qué quieres que haga? —su pregunta se asemejaba a una súplica.
—Nada. Yo... Lo siento.
Disculparme era lo único que podía hacer ahora mismo por haber dudado de él sin ni siquiera haberlo escuchado antes.
—Deja de disculparte. Es jodidamente molesto. —murmuró entre dientes.
—Lo... —callé de inmediato. —Está bien.
—Me has hecho cabrear como la mierda hoy, Lena. Y ayer también. —sus labios se unían en una seria expresión.
—No era mi intención.
—Bueno. Eso no cambia las cosas.
—Bájame de aquí.
Al momento de decir aquello una parte del suelo que estaba debajo de mi se abrió dejando paso a un agua cristalina.
—Como desees. —murmuró en un tono jocoso.
Sus ojos me miraron con un brillo divertido y yo fruncí las cejas, el corazón se me había acelerado al darme cuenta de que tenía algo en mente, y probablemente no sería nada bueno.
—Ni se te ocurra. —mascullé entre dientes, moviendo mi cuerpo en el aire al haber movido las muñecas.
—¿Qué harás?¿Volverás a dispararme?¿O me apuñalarás esta vez? —preguntó con un atisbo de sonrisa.
Algo en el brillo de sus ojos me decía que la idea no le parecía tan desagradable. Eso y el bulto de sus pantalones.
—Bájame de a... —no terminé de hablar cuando mis muñecas fueron liberadas y mi cuerpo cayó, sumergiéndome al agua en un golpe seco.
Suka¹: perra.
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