041

Lo primero que vi al despertar fueron unas ¿Nubes? Sobre el cielo ahora anaranjado, indicando que estaba a punto de anochecer. ¿Dónde estaba? Sentí un escalofrío al encontrarme con sus ojos. No parecía molesto por lo de antes, al menos es lo que aparentaba por fuera.

Bajé la mirada a mis manos y pies. Estaba atada con una cuerda. Fue entonces cuando los recuerdos me golpearon haciendo que volviera a la realidad.

—¿Me estás secuestrando? —susurré entre dientes haciendo que el sonriera.

Idiota.

—No. No te estoy obligando a nada.

—Nunca dije que quería venir contigo, ¡Me drogaste! —repliqué removiéndome en su regazo.

Estar así es lo que menos necesitaba ahora mismo.

—Lo dices porque estás enfadada.

—Lo digo porque es la verdad. Suéltame. —mascullé con una mirada furiosa.

No sé lo que él entendió por eso, porque después de eso me acercó más a su pecho, pegando sus labios en mi frente. Por más que intentaba alejarme no podía, era como una jodida lapa.

—¡Te digo que me sueltes! —chillé sin importarme que hubiera gente en los otros sillones.

El hecho de que quisiera actuar como si nada hubiera pasado me hacía rozar la histeria mucho más que lo hacía el haberme dado cuenta de que he sido una cornuda durante quién sabe cuánto tiempo.

Cuanto más intentaba escapar más me aprisionaba él a su pecho desnudo, ¿Por qué estaba sin camiseta?¿Lo hacía para joderme aún más? Lo odiaba. Lo detestaba.

—Mierda. Que alguien la duerma otra vez. —habló Sergey somnoliento en el asiento detrás nuestro.

Mi respiración se volvió fatigosa. Estaba malditamente alterada, pero no pensaba darles el gusto de que tuvieran un viaje tranquilo.

Comencé a gritar por auxilio hasta que su mano se interpuso en mi boca.

—Si no te callas te tendré que drogar otra vez, ¿Eso quieres? —masculló en una amenaza seca, apartando su mano después.

—Quiero que desaparezcas y me dejes en paz. Te recuerdo que ya no somos nada. —volvió a sonreír, esta vez irónico.

—¿Cuántas veces tengo que repetirte que lo somos todo para que te quede claro de una jodida vez? —se acercó aún más, susurrando sobre mis labios.

—¡No lo somos! No soy nada tuyo, Alekei. —respondí apretando los dientes entre si.

—La cicatriz de tu pierna dice lo contrario, lyubov'. —murmuro rozando la punta de su nariz en la curvatura de mi cuello.

Mis ojos pronto comenzaron a llenarse de lágrimas quitándome las ganas que tenía momentos atrás de luchar. Era en vano, no conseguiría otra cosa que hacerme mas daño.

—Por cierto, te dije que no te tocaras las vendas. —habló estrechando sus ojos en mi pierna. —Tal vez deba hacerte una más grande en la otra.

Lo ignoré apoyando mi cabeza contra la ventanilla. 

Al final él no había resultado ser quien yo pensaba. Eso me estaba costando caro y me costaría aún más en un futuro no muy lejano.

•••

No sé en qué momento me quedé dormida. Para cuando me desperté estábamos en una camioneta.

Todavía seguía insistiendo en no soltarme y yo intenté ignorar sus ojos que no se perdían ni un detalle sobre mí.

—¿No tienes ninguna mierda a la que mirar? —solté a la nada cuando llegué a mi límite.

—No. Sabes que eres un imán para mis ojos. —sus palabras hicieron que en mi estómago apareciera un retortijón que ignoré por el bien de mis ojos.

Si llegaba a soltar una lágrima más me terminaría por arrugar como una pasa.

—Lo único que sé es que eres un imbécil y un gilipollas. —él me miró levantando las cejas con una sonrisa igual de estúpida que él.

Lo había insultado y a él lejos de molestarlo le parecía divertido.

Aparté la cara queriendo evitar sus labios, pero él sujetó mi cara con sus dedos y pegó nuestras bocas como si hubiera usado pegamento. Mordí su labio inferior con fuerza hasta saborear el líquido carmesí que salía de ellos, y él soltó un gemido gutural profundizando el beso.

Cada vez estaba más segura de que disfrutaba del dolor, así que hacerle daño físico no era una opción.

—Estamos llegando. —anunció el chico rubio haciendo que se separe.

Deseé que me dejaran de gustar sus besos, que me dejara de gustar él, pero sabía que no era posible, al menos no aún. Porque una parte de mi esperaba poder olvidarlo algún día, tal vez cuando pudiera escapar de sus garras por más imposible que pareciera ahora mismo. O tal vez después de muerta, cuando mi cerebro no estuviera funcional.

Me miró una última vez lamiendo el hilo de sangre que caía por su labio antes de quitarse el cinturón y abrir la puerta.

Entreabrí mis labios queriendo replicar que me dejara caminar de una vez, pero al fijarme a mí alrededor volví a cerrar la boca. Estaba rodeada de árboles y flores, a lo lejos pude divisar montañas llenas de una naturaleza profunda y por el olor a tierra húmeda, supuse que había llovido unos minutos atrás.

La pista en la que habíamos aterrizado quedó unos metros atrás, ahora ante mis ojos tenía una especie de castillo o palacio. Era bastante grande, incluso más grande que su antigua casa.

Todo se veía tan... excéntrico y a la vez antiguo por fuera. Como de la época victoriana o neogótica. Solo esperaba que por dentro la casa no estuviera llena de fantasmas de gente que había vivido aquí siglos antes.

No me sorprendió ver a cientos de hombres armados y uniformados con ropas del ejército rodeando la casa. Vi que uno de ellos tenía la bandera de Estados Unidos en la ropa, al menos seguíamos dentro del país. Levanté la cabeza encontrándome a más hombres encima de ¿Unas torres? Habían torres en el techo, este lugar en definitiva era un castillo. Me pregunto para qué querría vivir en un sitio así. Tan alejado de todo y de todos.

Hice el amago de sonreír cuando dos perros negros y bastante grandes se acercaron a nosotros. Al darme cuenta de que no venían en son de paz recogí aún más las piernas haciendo que él soltara una carcajada ronca. Quise taparme los oídos ante los ladridos agresivos, por suerte nos alejamos lo suficiente antes de que comenzaran a saltarnos encima.

Estando frente al gran portón de la casa esperamos a que alguien nos abriera la puerta, y en cuanto tuve una pequeña visión de cómo era por dentro casi se me cae la cara. Era como ese tipo de palacios por los que pagabas para entrar a ver como una actividad de ocio, parecía antiguo pero se mantenía bastante bien, como si se hubiera hecho cinco y no cientos de años atrás.

Desvié la mirada a su mandíbula al escucharlo decir algo en ruso a alguno de los hombres que también estaban dentro de la casa. Sin duda alguna no sería nada fácil salir de aquí con tanta gente vigilando el perímetro.

Me entretuve observando los tantos cuadros y decoraciones de mi alrededor mientras él me llevaba a algún sitio. Solo esperaba que hubiera algún ascensor.

Tras subir miles de escaleras llegamos a un dormitorio que era casi el doble de grande que el de su antigua casa y con un piso más arriba también. De todas las cosas que había me fijé solo en la cama. Mi cuerpo empezó a doler aún más, acentuando el cansancio que sentía.

Como si me hubiera leído la mente me dejó a un lado de la cama antes de buscar unas tijeras y quitarme las cuerdas con las que me había atado. Hice un esfuerzo por respirar su aroma el menor tiempo posible al tenerlo tan cerca, también evité mirarlo.

Suspiré aliviada al volver a tener un poco de libertad.

Su mirada era como un cuchillo que intentaba atravesarme la frente y ver qué escondía mi cabeza.

—Supongo que ya sabes lo inútil que sería si intentaras escapar.

Hice el amago de ignorarlo apoyándome en los cojines que adornaban el respaldo con los brazos cruzados.

—Mirame cuando te hable, Lena. —sus dedos fueron a la piel de mi mandíbula para obligarme a sostenerle la mirada a la vez que continuaba hablando. —No me gusta esta actitud tuya conmigo, ya te he dicho que te explicaré todo en su debido momento. —seguí haciendo oídos sordos a sus palabras.

Esa fue otra oportunidad más para demostrarle que no le tenía miedo y lo poco que me importaba, a pesar de que por dentro me estuviera muriendo de tristeza.

Si él quería tanto mantenerme en esta casa pensando que con eso le haría algún daño a mi familia, entonces no le iba a dar el privilegio de ser sumisa y obedecerlo.

—Si te veo poner un pie fuera de esta casa te ataré a la cama hasta que me dé la gana. —advirtió después con una mirada severa.

—¿Piensas estarme persiguiendo todo el día? —ladeé la cabeza con una sonrisa irónica. —¿No tienes nada mejor que hacer? Eso es triste. —él apretó los dientes, sus facciones ahora eran más serias.

Tal vez estaba empezando a rozar su límite, pero no me importaba. Él no se atrevería a hacerme nada. Él mismo me lo había demostrado después de haberle disparado. Ni siquiera mencionó el tema, simplemente lo dejó estar, y eso era algo a mi favor.

Rozó mi mejilla haciendo que girara la cara ante el dolor de su tacto con una mueca adolorida que no pude ocultar a tiempo. No me di cuenta del pequeño moratón que se estaba formando.

—¿Quién te ha hecho eso?

—No sé de qué estás hablando. —dije mirándolo por primera vez.

Estuvo a punto de decir algo cuando una llamada entrante hizo que desviara su atención a la pantalla del móvil.

Pude ver el nombre de Bianca antes de que se levantara y tuve ganas de vomitar, de llorar una vez más.

—Hablaremos después. Compórtate.

Aparté la cara cuando acercó sus labios a mi mejilla.

No esperé a que terminara de irse con una cara descontenta para acurrucarme en la cama metiéndome bajo las sábanas, mis ojos eran como dos globos de agua que acababan de explotar empapando la seda de la almohada.

El dolor punzante de mi cabeza se hacía a cada minuto más intenso mientras recordaba las palabras de mi padre. ¿Por cuánto tiempo pensaba tenerme como rehén?¿Qué planeaba hacerle a mi familia?


Bajé las escaleras casi trotando. Cuando antes los atendiera antes se largarían a la mierda. Ellos eran los únicos en tener localizada la nueva casa, de momento.

—Bonita casa. Me gusta. —señaló Bianca con una sonrisa de oreja a oreja.

Miré a Francesco con mis ojos brillando con expectación, pero sobre todo impaciencia.

—A mí hija le gustaría adelantar la boda un par de semanas. —ella a espaldas de su padre asintió, confirmando que era cierto.

Su castaña melena se movía de un lado a otro mientras daba vueltas por la sala, poniendo sus manos allá donde podía. Todavía no nos habíamos casado y ella ya se creía dueña de todo. Me dieron ganas de arrancarle las manos.

—¿Hay alguna razón para eso? —hablé cogiendo un sitio en el alargado sofá mirándolos con un destello aburrido.

Bianca cogió asiento a mi lado pasando una de sus manos por mi antebrazo cubierto por la tela de la camiseta.

—¿Qué más motivos que nuestro amor?

—Entonces necesitaré lo que te pedí antes de tiempo. —repliqué levantando las cejas.

—Claro, tu solo dime para cuándo y lo tendrás.

—Para dentro de dos días. —respondí alejando su brazo de mi camiseta con disimulo.

Era una jodida molestia y aprovechaba que  delante de su padre no le haría nada para joder aún más.

—Muy bien. Dicho y hecho. —se levantó del sofá con intención de estrechar mi mano recibiendo de mi parte una mirada hastiada.

—Yo me quedaré un rato más, todavía tenemos que ver algunos detalles de la boda, ¿No es así? —Francesco me miró de reojo esperando una respuesta positiva de su parte que obtuvo en pocos segundos.

—Sé cómo volver, papá. —dijo Bianca ante su mirada en desacuerdo. —Y además, aquí estoy segura. Alek no dejaría que nos pase nada. —añadió acariciando su barriga.

—Cualquier cosa me llamas.

—Si, vete ya que se te hará tarde.

En cuanto Francesco desapareció me la quité de encima empujándola lejos haciendo que caiga al suelo.

La sonrisa satisfactoria de sus labios al haber conseguido otro de sus cometidos me hirvió la sangre.

—Mantente lo más alejada posible de mi vista. —hablé de camino a un despacho amplio y unos ventanales que daban directo con el jardín trasero.

En cierta parte era un alivio que quisiera adelantar la boda, porque no creía poder mantener todo esto mucho más tiempo.

La herida, que de momento había parado de sangrar, era un bonito recuerdo de lo que ella era capaz de hacer si seguía ocultándole las cosas. Su impaciencia estaba jugando en mi contra ahora mismo.

—¿Qué pasa? —habló Denis mirándome de reojo.

—Quiere adelantar la boda, sería dentro de dos semanas.

—Entonces tendremos que planear algo pronto. —aclaró Sergey.

—Él piensa traérmelos en dos días, así que antes del viernes estarían los dos bajo tierra. —murmuré con una sonrisa ladina, soltando las cenizas en el cenicero de cristal.

Los cien hombres que le había pedido vendrían ya entrenados, así que me ahorraría un tiempo que pensaba emplear en otra cosa más entretenida.

—¿Piensas matarlos antes de la boda? No me jodas, ya me había comprado el traje y todo. —se quejó Denis con una voz irritada.

—Métetelo por el culo, tal vez incluso lo disfrutes. —murmuró Sergey ignorando su mala mirada.

—¿Así como Grace disfrutó de mi boca? Apuesto a que también disfrutaría de otras cosas. —repuso con una sonrisa que duró hasta que le lancé un cenicero.

Este golpeó su cabeza antes de caer al suelo hecho pedazos junto a las cenizas a la vez que Denis se sobaba la cabeza con una mueca en los labios.

Desde la jodida fogata no ha dejado de joder con la paciencia de Sergey recordándole a cada segundo lo que pasó entre Grace y él, y yo no estoy de humor para aguantar otra de sus peleas.

—¿Qué piensas hacer con Ray? Tiene que estar tirándose de los pelos pensando en que le ha pasado algo a su hijita. —habló Sergey reprimiendo una carcajada.

—Eso es lo de menos ahora, céntrate en buscar las armas. —él asintió antes de arrastrar la silla, levantándose con pesadez.

—No te olvides de mirarte eso. —dijo señalando su pierna con la mirada.

—Ahora es enfermero. —susurró Denis con una mueca irritada.

—Deja de provocarlo.

Más que una advertencia era un consejo. No quería que se quedara sin dientes, le daría una mala imagen ante los demás y no podía tener al que era mi mano derecha desdentado.

Después volví a la habitación donde la había dejado. Las puertas estaban abiertas de par en par y ella no estaba por ninguna parte.



Al final no había conseguido dormir, como era de esperarse. La situación había tenido mucho que ver, pero sobre todo era por lo que había soñado esos diez minutos en los que había conseguido coger algo de sueño.

Las sonrisas espeluznantes de Theo y Alekei me perseguirían por semanas.

Cada minuto que pasaba me arrepentía más por haberlos puesto en mi camino. Ellos dos eran como los hermanos del infierno, mucho peor incluso porque no se sabía quién de los dos estaba peor.

Casi dejó caer el vaso al escuchar una voz femenina a mis espaldas. Era ella, la tal Bianca. Sus ojos eran verdes como los míos. Me pregunté si era una broma de mal gusto por parte del universo.

—Oh. Hola. Tú debes ser la ex de mi prometido, ¿No? —ella parecía muy segura de sí por cómo hablaba.

Cualquier otra persona no le sentaría tan bien que su prometido esté viviendo con su ex. Mucho menos si se entera de que su prometido ha secuestrado a su ex.

Tal vez estuviera al tanto de la situación y le importaba una mierda. No me extrañaría si así fuera, pero me preocupaba esa posibilidad. Sabía que ella pertenecía a una familia de mafiosos italianos muy bien posicionados dentro de nuestro mundo y no sabía si él se había unido a ellos para ganar más aliados y así conseguir derrotar a mi padre más rápido.

Pensar en eso hacía que mis entrañas se removieran con incomodidad.

—Si, eso supongo. —me obligué a responder con una sonrisa más que fingida antes de ir hasta la puerta.

La miré extrañada cuando me sujetó del brazo.

—Espera, no te vayas. Quería hablar contigo.

—¿Sobre qué? —no me preocupé en ocultar mi molestia.


—Sé lo duras que son las rupturas amorosas. —ella ahora estaba tan cerca que podía notar su aliento chocar en la punta de mi nariz. Olía a perfume barato.

—Pero, aquí entre nosotras, él no vale la pena. Y te lo digo yo que me voy a casar con él. —escondió un mechón de pelo detrás de mí oreja. —Te mereces a alguien mucho mejor. —murmuró moviendo la cabeza hacia un lado antes de sonreír. —Aquí me tienes para lo que necesites. Un hombro sobre el que llorar, una salida de amigas...

Traté de ser lo más disimulada posible mientras daba un par de pasos atrás y sonreí.

—Gracias. Yo... Ahora me iré. Tengo algo que hacer. —dije en un intento de ocultar mi desconcierto por su repentina actitud amable.

—¡Espera! —gritó a mis espaldas antes de que pudiera irme.

Luego sacó una tarjeta de su bolso y me la entregó con una sonrisa.

—Aquí tienes mi número. —habló guiñándome un ojo.

—Gracias. —repetí al coger la tarjeta mientras sentía esa urgencia de irme golpear mis venas.

Justo cuando me di la vuelta lo encontré mirando a Bianca. Después sus ojos fueron a mi. Caminé lo más rápido posible hasta la puerta, no pensaba quedarme a ver cómo se daban muestras de cariño entre ellos.

En cuestión de pocos segundos lo tenía detrás de mí gritando mi nombre. No me detuve y seguí caminando hasta estar cerca de la salida que daba con el jardín trasero, pasando por su última advertencia.

Antes de poder pisar el primer escalón me había atrapado rodeando mi cintura con sus brazos.

—¿Qué mierdas te había dicho? —dijo en mi oído aprisionándome aún más contra él. No sonaba nada amigable.

Finalmente me colocó sobre su hombro, ignorando mis chillidos.

—Déjame en paz, Alekei. —protesté cuando comenzó a caminar conmigo al dormitorio de antes.

—Me gusta más cuando me llamas Alek. —murmuró torciendo los labios.

—Gracias por la información, lo apuntaré en la lista de me importa una jodida mierda. —respondí entre dientes a pesar de estar con la cabeza hacia abajo.

Por el camino me fijé en que nadie nos miraba, era como si no existiéramos para ellos y me resultó extraño.

Cuando llegamos cerró la puerta con pestillo. No me soltó directamente en la cama como pensé que iba a hacer, sino que primero rebuscó algo en la mesita de noche.

Al estar de espaldas no pude ver lo que era, pero por el sonido de algo metálico chocando sospeché que eran unas cadenas. Su herramienta favorita después de los cuchillos.

Me dejó en la cama y con rapidez se posicionó encima bloqueando mis piernas con sus caderas. Y si, estaba en lo correcto. Él tenía unas cadenas en las manos y una expresión sombría que me esforcé por no mirar.

—Deja de moverte de una jodida vez. Es inútil. —replicó entre dientes.

Empecé a mover mis piernas y caderas queriendo quitármelo de encima. Lo único que conseguí fue que se pegará más. Tuve que pegar más las piernas al notar mis partes íntimas humedecerse por la erección que ahora tenía muy cerca.

Aprovechó ese milisegundo en el que había dejado de moverme para poner la cadena alrededor de mis muñecas y atarlas a la cama. Me estremecí cuando sus manos comenzaron a acariciar mis pechos por encima de la camiseta, prestando más atención a mis pezones erguidos.

Quise arrancarme el cerebro y tirarlo a la basura por la respuesta automática que estaba teniendo mi cuerpo bajo su tacto.

—¿Qué haces...? —murmuré al tener el sujetador junto a la camiseta que tenía puestos ligeramente subidos por mis brazos.

En un segundo estaban en el suelo, y sus dedos se cernieron a mis pezones pellizcándolos con fuerza, sacándome un gemido ahogado.

—¿Quieres que me detenga, Lena? Si me mientes te golpearé. —mi garganta se secó y apreté más los muslos.

Su mirada era seria. Podría decir que incluso molesta y no supe porqué, ¿Por haber salido de la habitación?¿Por haber estado a punto de salir al jardín?¿Por hablar con su prometida?

—Si. —mentí esperando con ansias a que cumpliera con su palabra.

Quería saber si iba a dolerme, si podía ser capaz de sentir aunque sea algo de dolor cuando me lo infligía él o siempre estaba demasiado ida por el placer que me causaba aquello como para notarlo.








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