039


Desvíe mi atención a ella cuando se movió sobre mi pecho. Había pasado el resto de las horas esperando nuevas noticias de Denis mientras terminaba la serie, aunque en realidad le había prestado más atención a cómo dormía y los recuerdos que la gran pantalla trajo a mi mente.

Era de noche y Lena había ofrecido que viéramos una película antes de ir a dormir. No era de esas personas que cogían el sueño fácilmente por las noches a menos que estuviera muy cansada.

Fuimos al salón donde tenía una pantalla de proyección de cine frente a un alargado sofá y una alfombra, aparte de otros muebles de alrededor.

Pusimos algunos de los cojines sobre la alfombra y nos sentamos entre ellos, Lena había quedado entre mis brazos con su cabeza justo sobre mi pecho y sus manos sobre las mías. De lo único de lo que me había percatado era del título de la película. La Matanza de Texas.


—Me encanta esta película. —murmuró levantando su cabeza para verme. —¿Y a ti?

—No la he visto nunca. —respondí obligándome a prestar más atención a la película tras esa pequeña revelación, haciendo a un lado su pelo y rostro a regañadientes.

Luego comencé a mover mi pulgar sobre el dorso de su mano.

En la pantalla apareció uno de los personajes colgado en un gancho de carne y Lena mordió su labio inferior como hacía cada vez que le inquietaba no saber una cosa o algo le molestaba.

—Me dijiste que la próxima vez lo haríamos juntos. Que me enseñarías cosas. —sonreí castamente y rocé mis labios con los suyos por un instante al recordar lo que había pasado un par de días antes.

No había dejado de recordarme eso desde entonces, siendo cada vez más insistente.

—Lo sé. —ella arrugó el ceño en una mueca descontenta.

—¿Y cuándo será eso? —preguntó moviendo una ceja. Ante mi silencio soltó un resoplido. —Quiero que me enseñes. Porfa. —arrugó los labios en un mohín, agrandando los ojos a propósito.

—Está bien.

—¿Mañana?

—No lo sé. No tenemos a nadie.

—Pues lo buscamos entonces. —habló usando un tono de obviedad.

Cuando no dije nada en la punta de su nariz apareció una pequeña arruga que reflejaba su molestia.

—Por favor, Alek. —añadió con una voz aterciopelada.

Escuchar las primeras palabras junto a mi nombre había hecho algo en mi.

Por su sonrisa satisfactoria supe que se había dado cuenta de aquello y que no sería la primera vez que usaría esa frase, pero al ver el brillo de sus ojos y la sonrisa que adornaban sus labios deseé que las repitiera para poder aceptar todo lo que me pidiera. Haría lo que sea por ella.

Mi cabeza se despejó al sentir su cabello hacerme cosquillas al moverse. Sin poder evitarlo planté un corto beso en su nariz. 

—Tengo que volver. —murmuró aún adormecida.

—Aún no ha pasado un día. —repuse con una cara descontenta.

Ella suspiró mirándome con ojos suplicantes, sabiendo que no sería capaz de resistirme.

—Bien. —repuse a regañadientes.

En ese momento recibí una llamada de Denis y ella fue a la cocina.

—Estamos más jodidos de lo que pensábamos. —fue lo primero que dijo al yo pulsar el botón verde. —¿Has visto los mensajes que te envié?

—No. —respondí prestándole más atención a cómo se movía ella por toda la cocina.

—Puedo adivinar porqué. —murmuró con sorna. —Llámame cuando los veas.

En cuanto terminó la llamada guardé el móvil en mis pantalones. Mis pies se movieron de forma automática hacia ella olvidando los mensajes.

Estaba dándole un sorbo a la taza de café que casi deja caer al sentir mis manos apretar su trasero. Cuando quiso darse la vuelta mis manos atraparon sus caderas queriendo implantarlas en su piel.

—He hecho café.

—¿Está bueno? —pregunté con mi miembro endureciéndose cada segundo. Ella asintió sujetando la taza con dedos temblorosos.

Luego me arrodillé despacio rozando mi nariz con la línea que separaba sus nalgas y las separé teniendo un perfecto acceso a los fluidos que se resbalaban desde sus pliegues.

Ella soltó la taza al sentir mi lengua ir desde su agujero fruncido hasta sus húmedos labios.

—L-lo siento. —murmuró después con los dedos en la encimera.

Sus piernas temblorosas solo aceleraban mis latidos y endurecían mi falo.

Pasé mi lengua un par de veces más antes de levantarme y cogí su cabellera en un puñado. Luego la llevé hasta la isla de la cocina que quedaba a tan solo unos pasos.

Incliné su cuerpo haciendo que abriera más las piernas con mi pie. Ahora tenía una mejor vista de su vagina hinchada y húmeda.

Todavía podía saborearla en mi lengua cuando cogí uno de los trozos de porcelana que quedaron en el suelo. Mi respiración se había vuelto más errática con la idea de volver a probar su sangre, era algo que se había convertido en una adicción. No podía pasar un día sin hacerlo.

—No te muevas. —dije rozando su piel con el trozo de porcelana rota a la vez que introducía dos de mis dedos en su vagina moviéndolos despacio.

Tomé sus gemidos como una señal para clavar aún más profundo el pedazo en la piel de su muslo interno derecho trazando unas líneas mientras dejaba que ordeñara mis dedos como si fueran mi polla.

Si no hubiera estado tan centrado en limpiar con mi lengua los cortes que había hecho hasta que el sangrado empezara a menguar estoy seguro de que hubiera terminado en mis propios pantalones.

Después me alejé, odiando la idea de sacar mis dedos impregnados en sus fluidos, pero todavía faltaba un poco más de profundidad para que la cicatriz fuera más visible.

—Por favor. —musitó con una voz agitada y una mirada suplicante que bien pudo haberme tenido a sus pies.

—Ahora vengo. Si te mueves, te ataré.

En menos de un minuto tenía nuestra navaja en las manos. Mis labios se curvaron en una mueca al verla a punto de frotar su clítoris.

Antes de que pudiera hacerlo sujeté su mano alejándola de esa zona.

—Te dije que no te movieras.

Ella dió unos cuantos pasos hacia atrás al ver cómo me sacaba el cinturón.

Siguió alejándose de mi hasta llegar a la puerta, olvidándose por un momento del corte que estaba sangrando de nuevo, hasta que un río de sangre fue por su pierna.

—Ven aquí, Lena.

Ella no se movió y su sonrisa solo me impacientaba más. En cuanto di un paso más ella corrió a las escaleras.

Fue cuestión de segundos para que la atrapara y la elevara en el aire dejando un pequeño rastro de sangre a nuestras espaldas mientras la llevaba a las escaleras.

Allí até sus muñecas a la barandilla con el cinturón bajo su atenta mirada.

—¿Qué harás?

—Todo lo que se te pase por la cabecita, lyubov'. —mis palabras fueron apenas un susurro, aunque nada lejos de la verdad.

Su piel se erizó y sus piernas comenzaron a temblar cuando deslicé la navaja por sus muslos en un simple roce, como una promesa de la sangre que derramaría en cuestión de pocos segundos.

Mientras seguía trazando esas líneas escuchaba sus suaves gemidos y jadeos de fondo. Era realmente la mejor melodía que escucharía jamás. Ella abrió más sus piernas dándome un mejor acceso a sus muslos internos.

Había estado realmente ansiosa por tener mi navaja en su piel, aunque eso yo ya lo sabía mucho antes que ella.

Desde que escuché su gemido involuntario cuando se cortó el dedo sin querer al cortar un trozo de manzana y después presionó la herida. Probablemente deseando presenciar ese dolor agudo otra vez como hacia yo cuando era más pequeño que ella. Aún recordaba la cara que puso cuando la descubrí.

—¿Qué haces? —hablé de la nada entrando a la cocina.

Ella me miró con las mejillas un poco rojas dejando el cuchillo en la encimera.

—N-nada. Me he cortado. —musitó con un ligero nerviosismo.

Me acerqué fijándome en el corte de su dedo y lo besé queriendo que desapareciera con ese gesto.

—¿Te duele? —sonreí ante su tardanza al responder.

—Eso creo. —respondió con una sonrisa tensa.

—¿Eso crees? —ella desvió su mirada con sus mejillas tiñéndose de rojo.

—Se siente bien. —susurró finalmente con los ojos puestos en el suelo.

Luego sujeté su barbilla y levanté su rostro reflejando el amor y devoción que sentía por ella desde antes de siquiera saber el significado de esas dos palabras.

—No tienes nada de que avergonzarte, lyubov'. Algún día te enseñaré lo bien que se siente tener gustos diferentes.

Ella me miró en silencio, tal vez sin entender del todo a qué me refería en ese momento.

Siempre estuve dispuesto a sacrificar lo que sea para complacerla, incluso si se trataba de mi vida.

En ese entonces me parecía apresurado cumplir con los deseos que ella albergaba en lo más oscuro de su ser, pero ahora no me detendría ni aunque ella me lo pidiera. Había esperado demasiado para saciar por completo la sed de mi pequeño demonio.




Apreté los labios al mover mi pierna derecha, me dolía más que los otros cortes con diferencia, supuse que ese había sido mucho más profundo y no supe porqué.

La puerta del baño se abrió y sonreí al verlo con un botiquín.

—Déjame ver. —susurró con suavidad indicando mi pierna.

Sisee al moverla un poco dejando a la vista la piel hinchada y ensangrentada. No pude negar que tuve miedo de que se me infectara o algo parecido. Abrí los ojos más de lo normal al ver la aguja que había sacado del botiquín.

—¿Qué es eso? —titubee sin dejar de mirarla.

—Mírame.

Besó mis labios cuando lo hice, un chillido adolorido murió en sus labios al sentir la aguja clavarse en mi herida reciente.

Él me miraba con las pupilas dilatadas y una sonrisa cálida que casi me hace sonreír a mi también.

—Estáte tranquila, estará bien. —dijo haciendo referencia a mi pierna.

Su mano acariciaba mi muslo con delicadeza, me extrañé al sentir mi pierna adormecerse con el transcurrir de sus besos por mi cara. ¿Me había puesto anestesia?¿Para qué?

Me besó una vez más antes de mover mi pierna. Para cuando reaccioné él ya había empezado a coser uniendo los cortes de mi herida con mucho cuidado.

Aunque no sintiera nada eso no hizo que mi corazón dejara de acelerarse a la vez que no apartaba mis ojos del pequeño hilo que atravesaba mi piel. Estaba tan hinchada y ensangrentada que no podía distinguir los hilos de entre la herida.

Al terminar cortó lo sobrante con sus dientes, lo desinfectó y vendó los cortes.

—¿Te duele? —habló acariciando mi mejilla con una voz suave. Negué con la cabeza. —Te daré un calmante para después.

Todavía tenía la pierna adormecida así que no pude moverme demasiado.

Él me ayudó a levantarme y me sostuvo de pie mientras me deslizaba una falda por las piernas. Sonreí divertida cuando me dijo que levantara los brazos para ponerme la camiseta que tenía en sus manos.

—Puedo hacerlo yo. —hablé metiendo los brazos por los agujeros.

Él solo sonrió cogiendo ahora un par de calcetines, dejé que me pusiera las botas, y justo cuando estuve a punto de levantarme me cogió en brazos caminando conmigo hasta el coche que estaba aparcado fuera.

Hice el intento de ignorar las miradas de los hombres corpulentos que nos miraban sin una expresión concreta en sus rostros.

Algunas furgonetas de sus escoltas todavía seguían ahí, eso no me dió buena espina. Me preguntaba qué tan seria fue la persecución del otro día, no pensaba ni quería pasar por otro atentado otra vez.

—¿Qué pasó con los que nos estaban persiguiendo? —pregunté una vez que estuve acomodada en el asiento a su lado.

—Se fueron de viaje. —respondió sin un atisbo de diversión, pero su sonrisa ladina indicaba otra cosa.

Lo miré clavando los dientes en el labio inferior, aguantándome una risita, sin saber exactamente qué me había hecho gracia. No era una situación para reírse.

—No me refería a eso. —suspiré antes de continuar. —Quiero saber quiénes eran, ¿Qué quieren?

—En cuanto lo sepa todo te lo haré saber, cariño. —me centré más en la última palabra que había dicho que en el resto. Era la primera vez que me llamaba así.

—Eso sería bueno. —murmuré tocando la punta de mi pelo como si fuera lo más interesante para disimular mi sonrisa.

Casi entristecí al estar en la entrada de mi casa. Me quité el cinturón y esperé a que se bajara del auto para abrirme la puerta.

Le dijo algo a sus hombres antes de cogerme en sus brazos otra vez y caminar conmigo hasta la puerta, el solo hecho de pensar en alguien vernos de esta forma me daba pánico, pero más incómodo sería si tenía que explicarles lo de mi corte.

—Creo que puedo sola. —hablé al borde del infarto al verlo pulsar el timbre de la casa.

—Siempre es mejor prevenir. —lo miré con seriedad haciendo que su sonrisa se esfumara.

Desvié la mirada molesta. Decirle que me bajara resultaría inútil.

Intenté no reír cuando comenzó a morder la curvatura de mi cuello haciéndome cosquillas. Sin embargo, momentos después casi se me cae el alma al suelo cuando escuché la puerta abrirse.

Volví a coger el color que mi cara había perdido al ver a Jason del otro lado, en pocos segundos cambio su cara de una confusa a una divertida.

—Ah, finalmente te ha dejado inválida.

Su comentario había sido la última gota del vaso, ni siquiera fui capaz de darle una mala mirada porque estaba más ocupada recordando cómo respirar o como hablar. En cambio a él pareció no molestarle. Incluso hizo el amago de sonreír.

Estaba subiendo las escaleras conmigo en la misma posición y mis mejillas aún seguían del mismo color. Su risa me sacó de mi ensoñación.

—¿Qué es tan gracioso? —hablé con las cejas fruncidas a más no poder.

Él negó sonriente, me quedé embobada mirándolo mientras acomodaba algunos cojines detrás de mí espalda. No me cansaría de decir lo preciosa que era su sonrisa, aunque lo mejor eran las cosas que me hacía sentir. Podía tener el peor de los días y verla sería el mejor remedio para eso.

Luego se sentó a un lado y vi cómo sacaba unas cosas del bolsillo de sus pantalones, eran un atrapasueños negro y un conjunto de llaves que suponía eran del apartamento que habíamos estado momentos atrás.

Sonreí y lo cogí centrándome en los detalles de color dorado del atrapasueños ignorando el llavero, pensando en que tal vez se había equivocado en sacarlo también.

—No voy a poder estar contigo esta noche. —levanté los ojos encontrándome con su mirada y lo entendí.

Lo decía por mis pesadillas. No hice más que sonreír más esperando ansiosa a que terminara por juntar nuestros labios de una vez.

—No te toques las vendas. —asentí con la cabeza sintiendo un cosquilleo a la vez que él rozaba nuestras narices con suavidad. —Cada vez me cuesta más dejarte, luego te echo tanto de menos que me siento morir por dentro.

—Solo prométeme que, sea lo que sea que vayas a hacer, te cuidarás. —solté la respiración sintiéndome algo más tranquila.

—Lo haré.

—Las llaves. —hablé antes de que se terminara de ir.

—Son tuyas. —respondió antes de darme un último beso y marcharse dejándome con la palabra en la boca.

Eché un vistazo al móvil al recibir una notificación, sonreí al ver las fotos que me había enviado Grace la noche de la fogata y la respondí de vuelta.

Después de algunas horas no pude aguantarlo más y decidí levantarme esperando que pudiera caminar con algo de normalidad. El analgésico que me había dado me ayudó a que no doliera, pero aún así me incomodaba por los puntos.

Fui al vestidor y me quité la ropa para ponerme algo más cómodo delante del espejo. Me fijé en el reflejo de mi cuerpo lleno de pequeños moratones que plasmaban en que partes habían estado sus manos y sus dientes. Cuando estaba en casa siempre trataba de ocultarlos con maquillaje, pero en realidad quería enseñárselos a todos. A todos menos a mis padres. No quería ni imaginar la cara que pondrían si lo vieran.

Mi curiosidad aumentó cuando estreché mis ojos en las vendas de mi pierna, así que busqué unas tijeras y me deshice de ellas.

—¿Qué? —musité con desconcierto al ver la pequeña cicatriz que pretendía formarse. Era su nombre.

Mis mejillas se sonrojaron con violencia. No podía dejar de mirarla, cada vez que lo hacía sentía una legión de hormigas pasar por todos mis órganos.

Tal vez alguien que estuviera en sus sentidos lo vería como algo siniestro y repulsivo, una señal para correr y no mirar atrás, pero, ¿Para mí? Para mí era el mejor regalo que me había dado nunca y quise mostrárselo al mundo.

Presumiría de ella si no fuera porque sabía bien que la gente me tacharía de loca desquiciada, tal vez tuvieran razón. ¿Y qué más daba? La verdad es que poco me importaba si lo estaba, además todos tenían una parte oscura y secretos despreciables. Como mi padre.

Quién sabe qué otras cosas pueda estar ocultando. Pensé bajando las escaleras hasta la cocina.

Mis planes habían sido evitar verlo el resto de lo que quedara de día, pero al estar a mitad de camino lo encontré en la sala principal.

—¿No dices nada? —habló una vez que terminé de bajar las escaleras. Lo miré sin entender a qué se estaba refiriendo.

—¿Nada de qué? —intenté que la rabia y decepción no me consumieran en ese momento.

—¿Te crees que esto es un hotel para qué estes entrando y saliendo cuando te dé la gana? —su tono de voz era cada vez más alto. ¿Cuál era su maldito problema?

—No sabía que tenía que avisar de cada movimiento que haga. —respondí con ironía.

—Mientras sigas viviendo en esta casa, lo harás. Me informarás de cada puta cosa que hagas. Y olvídate de volver a ver a tu jodido novio.

—No puedes prohibirme con quién salgo y con quién no, papá. —solté la última palabra sin nada de cariño.

—¡Claro que puedo! Él se va a casar con otra y ahí estás tu como su segundo plato. ¿No te da vergüenza?

En el momento de escuchar sus palabras mi estómago empezó a removerse de una forma desagradable, tenía la garganta seca y sentía que en cualquier momento caería al suelo, pero aún así encontré las fuerzas para hablar.

—Eso no es verdad. —me detuve al sentir mis párpados arder por las lágrimas que estaba conteniendo con tanto ímpetu. —Estás mintiendo.

—¿¡Prefieres creerle a él que creerle a tu propio padre!? ¡Esa familia ha estado planeando nuestra caída desde hace años! Fui estúpido por no darme cuenta antes, pero tu... —sonrió de una forma amarga antes de continuar. —Tu eres mucho más estúpida que yo por haberte dejado enredar por ese ser, sois todas iguales. Os dicen cuatro palabras y ya estáis de rodillas.

Pestañée cuando las lágrimas estuvieron a punto de salir. No me dolió que revelara sus planes, me dolió que se atreviera a insultarme de esa forma.

Yo era su hija y me estaba tratando como si fuera una desconocida de la calle, nunca me había hablado mal siquiera, no lo reconocía, no sabía qué estaba mal en él pero yo no tenía porqué pagar los platos rotos de nadie.

—Prefiero creerle mil veces a él que creerle a un farsante como tú. No te creo una mierda. —seguí hablando a pesar de su mirada amenazante a punto de romper en el llanto.

—No te equivoques, no soy uno de tus amigos así que me respetas. —no pude evitar soltar una risa irónica.

—¿Vas a hablar de respeto tu?¿Después de haber jodido la familia?

—¿De qué hablas? —que intentara hacerse el idiota me enfadó aún más.

—Das mucho asco. Ray. —al momento de terminar de hablar su mano cruzó mi cara.

Llevé mi mano a ese lugar al sentir un sabor metálico, probablemente me había roto el labio. Lo miré con ojos llorosos. El desconcierto era mucho mayor que mi rabia y el nudo en la garganta no me dejaba respirar apenas.

Por un momento creí ver algo de arrepentimiento en él, pero se fue tan pronto como vino.

Mientras las lágrimas empezaban a humedecer mis mejillas vi una especie de tarjeta que tiró a mis pies. Hice un esfuerzo por centrarme en ella, era una invitación de boda y el nombre de Bianca estaba escrito en letras doradas al lado del suyo.

—Esa es la puta invitación para la boda. La recibimos ayer. —su voz dejó de ser cercana a mi en cuanto escuché la palabra boda reafirmando que él tenía razón.

Jadeé al sentir una punzada aguda en el pecho, el aire se había convertido pesado y muy caliente. Sentía que me asfixiaba.

Mis pies se movieron involuntariamente hasta la salida, tenía la vista aún empañada pero no fue un impedimento para distinguir las llaves de mi coche que permanecían en la mesita cerca de la puerta. Ignoré las voces de mi padre y me fui antes de que pudiera impedirlo.

No tenía ni idea de adónde estaba yendo, solo quería salir de esa casa e ir a un lugar en el que de verdad me fuera a sentir segura. Mi cabeza ahora mismo era un remolino de tristeza, rabia y confusión, escuchaba una y otra vez las palabras de mi padre, también repetía el momento en el que me había levantado la mano. Nunca en su vida había hecho algo así, ni él ni mi madre.

En ese momento quise desaparecer, tal vez por eso conducía a tanta velocidad olvidándome por un momento que no era una gran fan de la adrenalina.

Iba conduciendo por la carretera que me sabía casi de memoria con una mientras golpeteaba el volante con sus dedos. Todo estaba saliendo según lo planeado, quedaban solo unos pocos días para deshacerme de ella y dar rienda suelta a la sed de venganza que usaría contra su familia.

Detuve el coche con brusquedad en la entrada del edificio, al verme los escoltas que estaban por ahí apuntaron a mi dirección. Los ignoré y entré al apartamento yendo al último piso. Había venido solo pero sabía que no se atrevería a hacer nada en mi contra, no aún.

Toqué el timbre y esperé a que alguien abriera la jodida puerta. Al otro lado mi padre sonrió desde el sofá en el que estaba sentado.

Estando en el apartamento lo primero que hice fue echar a las chicas que estaban con él sobre el sofá semidesnudas.

—¿Qué mierda haces? —ignoré su pregunta cogiendo asiento en uno de los sillones. —¿Me traes noticias? —a modo de respuesta curvé mis labios en una sonrisa ladina mientras asentía despacio.

Luego volví a levantarme. Estaba ansioso y ni siquiera la caja de cigarrillos que había consumido minutos antes me habían calmado.

—Si. Te tengo la noticia de lo jodidamente imbécil que eres, por si no te habías dado cuenta. Supongo que no.

Moví mi piercing de un lado a otro disfrutando de esos ojos azules que me miraban como si quisieran disparar balas a mi cabeza.

—¿Sabes quién era el puto chivato al final? Lizzie. Tu jodida ex...exputa, o lo que mierdas fuera. —hablé con mi sonrisa ensanchándose. —¿Y sabes por qué? Porque pretendía usar el dinero que le ofreció la policía para fugarse con el hijo de puta de Ray.

Su silencio hizo que una carcajada se atascara en mi garganta.

—¿No me darás las gracias? A fin de cuentas te salvé de que todo el mundo se enterará de lo jodidamente cornudo que eres.

Comencé a reír con histeria echando la cabeza hacia atrás antes de escuchar una respuesta de su parte.

La cara que había visto hizo que valiera la pena haberle tenido que ver hoy.

—Eso me da más razones para quitarle la cabeza a Ray y a su hijita, ¿Imaginas la cantidad de cosas que podría hacerle antes? En un día le estaré demostrando lo que es un hombre de verdad.

—Mejor deberías pensar en protegerte el culo. —respondí desdeñoso yendo a la puerta.

Sabía que tomaría eso como una amenaza. Como el comienzo de una guerra entre nosotros dos, donde los lazos de sangre valían mierda.

—Y tranquilo, no te guardó rencor por no haberme invitado a tu boda. —habló una última vez alzando la voz.








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