035
—¿Qué te dijo? —Grace, a mi izquierda del sofá pone una mueca descontenta.
—Me obligó a pedirle disculpas al tonto de Sergio. —trato en vano de reprimir una sonrisa ante su irritada expresión.
—Se la debías.
—En parte tu también fuiste cómplice. Además, él me robó y me humilló delante de todos.
—Y tu lo intentaste matar, así que ya estáis a mano.
Ella chasquea la lengua desviando la mirada a la pantalla de la televisión, donde el programa Keeping Up With The Kardashians pasa a ser un segundo plano.
—No es muy malo. Solo es algo desagradable a veces. —digo después al acabar el capítulo.
—Es más desagradable que una clase de Klingon un viernes por la tarde. —suelto una carcajada.
—No harás nada, ¿Cierto? —murmuro elevando las cejas. Ella niega con la cabeza varias veces.
—Es mejor dejarlo estar. —responde moviendo los hombros estrechando sus ojos en algo de mi cama.
Sigo su mirada hasta la tarjeta bancaria y las llaves.
—¿Eso es una American Express Black? —asiento muy despacio desviando la mirada hasta mis uñas.
—¡Joder chica! —exclama con una sonrisa ladina. Al darse cuenta de mi silencio su expresión cambia a una más seria. —¿No pensaras devolvérsela?
—No sé que se supone que tenga que hacer con eso. —murmuro con un mohín en los labios, pretendiendo restarle importancia.
Con la paga semanal que me dan mis padres es más que suficiente para mantenerme el resto del año, y no me acostumbro a la idea de que quiera compartir su dinero conmigo. Ni sus pertenencias.
—¡Pues gastarlo!¿Qué otra cosa se puede hacer? —revisa el trozo de plástico entre sus dedos. —Me imagino que traerá dinero, ¿no?
—Supongo. —respondo en un bajo susurro. Ella me da una mirada con la cabeza ladeada.
—¿A qué viene esa cara? Tu novio Míster Billetes Dedos Mágicos te acaba de dar una de las tarjetas más importantes que hay. —responde moviendo la tarjeta con una sonrisa burlesca.
Suelto un largo suspiro y la miro jugando con mis dedos hasta que decido hablar.
—Él me ofreció vivir juntos. Dos veces. Y me dio las llaves de su casa. O casas. No lo sé.
No pienso contarle lo del otro día aunque eso sea lo que realmente me desconcierte.
Sigo sin poder asimilar la situación. Mi repentina poca sensibilización con ella para ser exactas. Por no olvidar el cosquilleo en mis manos cada vez que la imagen de su cuerpo siendo sacudido por las balas se repetía en mi cabeza una y otra vez.
A altas horas de la noche, cuando seguía sin poder pegar ojo, mi estómago se sacudía con esa excitación que sientes al estar a punto de hacer algo que has deseado por mucho tiempo y la cabeza me dolía, implantando imágenes borrosas que seguía sin poder descifrar.
Quiero recordar. La incertidumbre por saber qué cosas hice en mi pronta adolescencia crece cada día más, pero lo que más me inquieta es tener la ligera sospecha de que tarde o temprano mi antiguo yo volverá a resurgir de donde sea que esté escondido.
Mis ojos se estrecharon analizando los números de diez cifras que contenían los papeles frente a mí.
—Supongo que tendremos que buscar otro contable antes de que crezca toda esta mierda.
—Supones bien. De hecho, de eso te encargarás tú. —respondí con una escueta sonrisa en los labios.
Denis arrugó su cara en una mueca descontenta.
—¿Ahora también me vas a poner a reclutar contables?¿Por qué mejor no se lo dices al Sergey ese? —su irritación al hablar no me pasó desapercibida.
Sin embargo, antes de responder la puerta se abrió en un brusco movimiento dejando ver a mi padre con una mirada de pocos amigos.
Le di una mirada de soslayo antes de hablar y volver mi atención a los documentos
—Estoy jodidamente harto de verte por aquí todas las semanas, Kristoff.
—¡Explícame qué mierdas crees que estás haciendo!¿¡Tienes idea de la cantidad de dinero que nos has hecho perder por esa estúpida mocosa!? —al escuchar las últimas palabras levanté la mirada relamiendo mis labios.
—Repite eso que has dicho. —hablé en un tono bajo y amenazante. —Tal vez así me des el placer de cortarte la lengua de una jodida vez.
—Cuida tus palabras conmigo. Soy tu padre. —solté una carcajada que solo creció al ver su cara furiosa.
—No tengo tiempo para ti. —le dije limpiando una lágrima que había caído por mi mejilla debido a mi risa histérica de antes.
—Y yo no tengo tiempo para estar arreglando tus errores.
El aire en la habitación se estaba empezando a sentir jodidamente tenso.
Me levanté de la silla quedando frente a frente con él.
—Nadie se mete con lo que es mío. Punto. —mi padre me miró disgustado negando con la cabeza varias veces.
—Más vale que tenga la cabeza de Ray en una semana. Sino, vete olvidando de tu maldita puta. Ya he tenido mucha paciencia contigo.
Fue justo en ese momento cuando sentí mi vista nublarse de la rabia y lo sujeté con fuerza de la camisa atrayéndolo hacia mi.
—¡Si te atreves a tocarle un solo pelo te mataré! —bramé con ojos desorbitantes levantando el puño.
Antes de que pudiera impactarlo con su cara Denis me detuvo cogiéndome del brazo y tiró de él en un intento por separarme de Kristoff.
—Joder, cálmate hombre. —murmuró volviendo a tirar de mi en vano.
La presión que estaba ejerciendo hacia que la respiración me empezara a faltar, pero ni siquiera eso conseguía aplacar mi rabia.
Justo en ese momento entró Sergey y pudo conseguir que nos separarámos con la ayuda de Denis, pero mis ojos nunca dejaron de asesinarlo miles de veces.
—Te dejaré pasar tus berrinches por esta vez. Pero que no se te olvide la mano que te dió de comer. —habló arreglándose la camisa con una sonrisa y una expresión apacible.
Luego empezó a caminar a la puerta y se giró antes de desaparecer para hablar una última vez.
—Volveré dentro de una semana.
—¿Qué mierdas fue eso? —preguntó Sergey con el ceño fruncido tras el estruendo de la puerta al ser cerrada.
Me llevé un cigarro a los labios necesitando que mis pulmones comenzarán a llenarse con el humo para que la rabia que hacía arder mis venas pasara a un segundo lugar.
—Reunión familiar. —soltó Denis con sorna.
—Juro por todos los demonios del averno que como lo vea a un kilómetro de ella, lo mato. —susurré soltando el humo por la nariz.
—¿Qué piensas hacer respecto a lo otro? No creo que le vaya a hacer gracia que mates a tu suegro.
—¿Me crees idiota? Ya sé eso. —Denis levantó ambas manos en son de paz.
—Solo estaba preguntando.
—Quiero que lo tengáis vigilado las 24 horas del día. Necesito saber cada movimiento que haga. —murmuré encendiendo otro cigarro.
Terminaría con la caja y no iba a ser suficiente.
—Bien. Pondré a Clayton, se le dan bien estas mierdas.
—Pon a quien te dé la puta gana. —dije en un tono áspero.
—Tranquilízate. Estoy seguro de que encontraremos algo. —dijo Denis detrás mía comenzando a apretar mis hombros hasta que aparté sus manos en un movimiento brusco. —¿Y si pones a Ray en aviso? —soltó de nuevo con una sonrisa de oreja a oreja, como si hubiera descubierto algo grandioso.
Sergey le dió una mirada de desagrado antes de hablar.
—¿Y qué le decimos? Oye Ray, ¿Todo bien? Verás, es que dentro de unos días te vamos a meter treinta balas en el culo y queríamos tener tu bendición antes de hacerlo. —hizo una breve pausa antes de continuar. —Ah, por cierto, tú hija se quedará con nosotros.
Denis soltó un chasquido desviando su mirada a otra parte.
—Si lo dices así suena peor de lo que es.
—Deberías plantearte el pensar antes de hablar. No te vendría mal. —replicó Sergey con una sonrisa burlesca.
—Bien. Cuéntanos qué se te ocurre a ti. Ilumínanos con tu sabiduría, Einstein.
—No quiero oír una palabra más. —les dije a ambos echando la cabeza hacia atrás apretando los párpados.
Mis ojos después fueron hasta los de Sergey.
—Apuntame para una de las once.
—Hecho.
—No es un mal plan, apúntame a mi también. —secundó Denis a su lado mostrando los dientes en una sonrisa.
—Hazlo tu, no me pagan para ser tu jodido asistente. —respondió levantando una ceja.
—¿Has escuchado eso? —murmuró Denis en un tono incrédulo señalándolo con el dedo.
Luego sacudió su cabeza con una mueca de desagrado.
—No sé porqué decidiste mantenerlo con vida, es un grano en el culo.
—Estoy detrás. —masculló Sergey entre dientes.
Denis se dió la vuelta con una sonrisa socarrona en los labios.
—Quiero estar solo. —hablé interrumpiendo lo que sea que estuviera a punto de decir.
—¡Mierda! —exclama Jason cuando en el centro de la pantalla aparecen las palabras game over. —Es culpa tuya, harás que pierda mi ranking. —suelto un bufido antes de arrugar los labios.
—Él hizo trampas. Está más que claro.
—Ni siquiera sabes jugar. —protesta levantando las cejas con sorna.
—Porque no me da tiempo en un minuto para aprenderme los controles del mando. Tal vez.
—Ese no es mi problema. Oficialmente estás fuera del grupo.
—¿Qué? Eso es algo que se tiene que votar. —replico con un mohín.
Él comenta algo por el micrófono de sus auriculares.
—En efecto, estás fuera. Somos tres contra uno. —responde con una sonrisa divertida al notar mi expresión.
—Bien. —replico dejando el mando en el sillón.
Después me acerco a su micrófono.
—Esta te la guardaré Theo. —murmuro antes de salir por la puerta ignorando su carcajada.
Todavía son menos de las doce y no tengo nada de sueño, así que me pongo a leer un rato con la espalda apoyada en los cojines de mi cama.
No me doy cuenta de cuando me quedo dormida con el libro sobre mi regazo, tal vez pasan varios minutos o incluso horas.
Pero al sentir algo húmedo en mi nariz me remuevo en la cama somnolienta.
En un principio me cuesta abrir los ojos, pero cuando lo hago y me encuentro con su mirada me incorporo en la cama con rapidez. La habitación ahora está en total oscuridad excepto por algunos rayos de luz de fuera.
—Hola. —murmura en un tono suave poniendo sus labios sobre mi nariz.
La sonrisa en la que se transforman mis labios es inmediata.
—Hola.
Mis ojos caen sobre los guantes de cuero cubriéndole los nudillos, pero antes de poder decir algo junta nuestros labios en un beso corto.
—Ven, quiero enseñarte algo. —habla antes de posar sus labios en mi frente.
—¿Ahora? —pregunto arrugando el ceño.
Él ignora mis palabras y me levanta de la cama con sus manos en mi cintura.
—Déjame que me cambie al menos.
Luego voy al vestidor cambiándome de ropa con rapidez. La incertidumbre es el mejor aliciente para darse prisa.
—Dame alguna pista. —murmuro una vez estoy lista.
Él niega con una sonrisa, después camina hacia la ventana provocando que mis cejas se hundan en desconcierto.
—¿Qué piensas hacer? Podemos usar las puertas. —respondo en un tono de obviedad, su sonrisa se hace más grande.
—Lo sé, pero eso sería más arriesgado.
—¿Y salir por la ventana no? —inquiero de brazos cruzados.
—No te va a pasar nada. Además tampoco sería la primera vez que lo haces. —ladeo la cabeza observándolo con ojos curiosos.
—No te entiendo.
—Digamos que tenías una preferencia por escabullirte de casa por las noches.
Su revelación planta una rojez en mis mejillas.
Odio que me conozca más de lo que yo lo hago. A veces me cuenta cosas de mi pasado que yo misma desconozco en el intento de ayudarme a recordar, pero siempre resulta en vano.
—Bien. Pero tú vas primero. —hablo volviendo a la realidad.
Él no tarda en llegar al suelo, ayudándose con los barrotes de mi terraza con bastante precisión.
Con un par de inhalaciones trato de coger la valentía de la que carezco y reprimo un chillido cuando mi cuerpo queda colgando en el aire.
—¿Ahora qué hago? —murmuro m sujetando los barrotes con fuerza.
—Déjate caer. Yo te cojo.
—¿¡Qué!?¿Has visto la altura a la que estoy? —exclamo en un susurro echando un rápido vistazo al suelo.
Él se acerca a mis pies. Después su mano empieza a acariciar mis piernas.
—Confía en mí.
Suelto un bufido antes de cerrar los ojos con fuerza y dejarme caer soltando un chillido en el aire.
Al estar en sus brazos mis latidos aún están muy acelerados como para pasar desapercibidos.
—¿Lo ves? No ha pasado nada. —dice cerca de mis labios, rozando nuestras narices antes de alejarse y sostener mi mano entre las suyas
—¿Cómo has abierto la puerta? —hablo al ver que la puerta ya está abierta.
—Un mago nunca revela sus trucos.
—Pero tu no eres un mago. —aclaro con diversión.
—Eso no lo sabes.
Me muerdo el labio inferior al ver su sonrisa de medio lado pensando en lo mucho que me gustaría que estuviéramos en mi habitación ahora mismo.
Después de haber caminado unos pocos metros llegamos a su moto, en cuanto la veo sonrío mostrando mis dientes.
—¿Puedo? —mi voz sale más chillona de lo que pienso, pero qué más da.
—No. Esta vez irás atrás. —responde con una especie de venda en sus manos. —A la vuelta si quieres puedes conducir tú.
Antes de colocarme la venda en los ojos besa la punta de mi nariz.
Luego rodeo su torso con fuerza, no queriendo salir volando, aunque poco después para la moto en un sitio.
Pienso que me va a quitar la venda por fin, pero en vez de eso coge mi mano y me lleva a otro lugar. Jadeo al acabar en sus brazos con la cabeza apoyada en su pecho.
—¿Adónde me llevas? —pregunto sin recibir más que silencio.
El ruido de un motor se hace presente a cada paso de sus botas estampándose con algo metálico.
—Alek. —musito con una voz casi temblorosa removiéndome entre sus brazos.
—Estoy aquí. —responde apretándome más hacia él.
Después parece que se sienta en algún lugar conmigo encima y pasa algo por encima de nuestros cuerpos.
—¿Estamos en tu helicóptero? —digo con una sonrisa corta. Sigo sin recibir nada.
Al sentir nuestro alrededor moverse y elevarse en el aire mi cuerpo se pone rígido y escondo un chillido tras un jadeo. Él empieza a mover sus dedos por mi pelo mientras apoya su cabeza sobre la mía.
El cansancio de minutos antes comienza a hacer su aparición con el transcurso de los minutos haciéndome cerrar los ojos debajo de la venda.
•••
Suelto un quejido al sentir algo clavarse en la curvatura de mi cuello. Al abrir los ojos lo primero que encuentro es su lengua barriendo su labio inferior.
Luego me deja en el suelo ayudándome a estabilizarme y paso una mano por mis ojos en el intento de borrar toda señal de sueño.
Todo a mi alrededor sigue siendo oscuro con la diferencia de que ahora unos puntos de luz alumbran lo que parece ser un enorme jardín que nos separa de una casa. La mayoría del lugar está reducido a cenizas, madera rota, flores secas.
—¿Este es el sitio al que me querías traer? —musito arrugando el ceño.
—No.
Con sus dedos entrelazados a los míos empieza a dirigirme a otra parte de la casa, a un jardín que a diferencia del de antes se conserva bastante bien. Sonrío al ver una de las luciérnagas que hay rodeando el lago.
Me acerco un poco queriendo ver lo cristalina que es el agua, viendo nuestros reflejos en ella. Por alguna razón todo me parece familiar, aunque no sé el porqué.
—Me encanta este lugar. —me da una sonrisa a modo de respuesta, rodeando mi cintura con sus brazos.
—A mi también.
Levanto la cabeza encontrándome con sus ojos. La noche se ha convertido en mi momento favorito del día por el simple hecho de que brillan más. Cómo si se tratara de dos gemas.
—¿Crees que seamos los únicos aquí?
—Bueno, no creo que nadie más sepa cómo llegar.
—Genial. Entonces podemos darnos un baño. —arrugo mis labios en un mohín al ver su cara inconforme. —Va a ser poco rato. Por favor.
Al momento de soltar lo último termina por ceder y empieza a quitarse la ropa a regañadientes, quedando solo en ropa interior. Al igual que yo.
Nos adentramos al agua cogidos de la mano. Mi piel se estremece por el frío, pero tardo poco en acostumbrarme a la temperatura por el calor que emana de su cuerpo.
Mientras nos fundimos en un largo y ajustado abrazo en total silencio estoy muy pendiente de sus latidos ahora apaciguados. Suelto un suspiro de placer al sentir sus dedos moverse por mi cabellera y cierro los ojos.
Me siento tan en calma, feliz de poder estar entre sus brazos sin nadie alrededor que nos interrumpa o nos separe.
Después su mano empieza a moverse por mi espalda hasta llegar al comienzo de mis bragas. Sin previo aviso me las baja, y cuando estoy a punto de hablar estampa mis labios contra los suyos en una ferocidad descomunal mientras nos va adentrando más al agua.
—Es. Pera. —titubeo en un hilo de voz al ser levantada por sus brazos haciendo que enrolle mis piernas alrededor suya.
Él se dedica a besar mi cuello con sus manos apretando mi trasero hasta casi atravesar la piel.
—¿Sientes lo jodidamente duro que me pones? —susurra en mi oído rozando su miembro en mis pliegues. ¿Cuándo se había quitado los calzoncillos? —¿Lo sientes o no? —a duras penas logro asentir deshaciéndome de un gemido.
Muerde mi pezón con fuerza por encima del sujetador antes de volver a elevarme en el aire durante un instante que aprovecha para arremeter contra mis paredes internas sacándome un chillido.
Su pene erecto sale y entra sin un ápice de delicadeza mientras yo solo intento de sostenerme de sus hombros. Cuando me siento a punto de llegar al clímax vuelve a juntar nuestros labios llevándose todos los gritos y jadeos que estoy a punto de soltar.
Mis piernas empiezan a flaquear por el orgasmo. Supongo que por eso nos lleva fuera del agua dejándome en el suelo antes de abrir mis piernas y dejar mis piernas en sus hombros.
Hago un sonido estrangulado cuando vuelve a introducir su miembro, mi interior aún está sensible, pero poco le importa porque sigue penetrándome hasta dejarme exhausta.
Una vez terminamos me apoyo en su pecho desnudo y húmedo. Me ha dejado su camiseta para cubrirme un poco del frío, y en eso me acuerdo de mis bragas que se han perdido en el agua del lago.
Me recrimino a mi misma el haberme puesto una falda a pesar de saber que a él siempre le gusta hacer desaparecer mi ropa interior. Comienzo a pensar que de verdad es un mago.
—¿Cómo diste con este sitio? Yo nunca lo hubiera encontrado.
—Era el jardín de nuestra casa.
—¿Nosotros vivimos juntos? —pregunto con el ceño fruncido. Él asiente despacio.
—En Toronto, antes de tu accidente. Cuando nos casamos. —responde haciendo que casi me atragante con la saliva.
—¿Estamos en Canadá? —pregunto con una mueca incrédula y el corazón a mil. Él vuelve a asentir. —Pero... Mi... Mi pasaporte. —murmuro soltando las palabras al aire. Él mueve los hombros con indiferencia.
—Eso no importa demasiado cuando viajas en jet privado, supongo. —dice con una diversión palpable.
Escondo una sonrisa y me fijo en sus dedos acariciando mi mano, pensando en las veces en la que mi padre y Leto me han dicho que es peligroso y debo alejarme de él. ¿Qué es eso que ellos saben y yo no?¿Es malo? Porque si de verdad es así él jamás hubiera aceptado nuestra relación, incluso se atrevería a cambiarnos otra vez de país alejándome de él lo máximo posible.
Supongo que sus advertencias son por lo sádico que puede ser. Para nadie es un secreto lo que él es, pero aún así no me da miedo, al menos ya no, porque sé que sus manos están hechas a la medida para protegerme incluso con su vida si fuera necesario.
—¿Qué le pasó a la casa?
—Se incendió.
—Oh. Qué mal. —respondo juntando las cejas.
—¿Te gustaría que la reconstruyera?
—¿Harías eso por mí? —mi voz ha sonado más aguda de lo esperado, pero no me importa.
—Sabes que sí. Te pondría a vivir en el mismo cielo si me lo pides. —susurra en mi oído, acariciando después parte de mi cuello con su nariz.
—Bueno, me gusta tu casa. —respondo mordiendo la parte interna de mi mejilla.
Él me da una mirada seria que va directa a mis ojos, después se fija en algún lugar frente a él pareciendo disconforme y creo saber el porqué, pero ninguno de los dos dice nada. Solo disfrutamos del calor de nuestros cuerpos y el silencio que nos acoge.
Cierro los ojos y suelto un suspiro de placer al sentir sus labios por todo mi cuello, hasta que el ruido de una hoja cerca de nosotros me hace abrirlos fijándome en las tonalidades que comienza a coger el cielo. Está a punto de amanecer.
—Se nos está haciendo tarde. —digo con una voz ronca y una sensación amarga en el estómago.
Al seguirlo hasta una camioneta que nos lleva al avión de antes no puedo evitar dar miradas largas a los destrozos del lugar, deseando recuperar los recuerdos perdidos sobre la casa.
Estando en el avión tengo que hacer un esfuerzo por mantener la mandíbula en su sitio al verlo por dentro.
Al estar a punto de sentarme frente a él mis mejillas se sonrojan ante el recordatorio de que no llevo bragas. Él de todas formas me detiene rodeando mi cintura por dentro de la camiseta y dejándome en su regazo.
Sus labios sobre los míos no me dejan protestar, y una de su mano empieza a ir por el interior de mis piernas cuando el azafato se acerca a decirnos algo que no consigo escuchar.
—Alek. —consigo decir cuando sus labios se alejan de los míos para ahora centrarse en mi mandíbula.
Muerdo mi lengua con mucha fuerza al él empezar a acariciar mis pliegues húmedos. Por un impulso me echo hacia atrás, apoyándome más en su espalda ignorando el pitido de mis oídos al despegar.
Cuando gira mi cabeza a la derecha para tener un mejor acceso a mi mandíbula mis ojos caen en la línea anaranjada que hay sobre el montón de nubes que nos rodea mientras intento no desvanecerme del placer. Luego mete dos de sus dedos con ímpetu al mismo tiempo que sus dientes se clavan en mi cuello haciéndome soltar un leve jadeo adolorido entremezclado con placer.
Cuanto más incrementa la rapidez de sus dedos moviéndose por mi interior más fuertes son sus succiones alrededor de mi clavícula y cuello.
—Espera. Creo qu... —me callo de forma abrupta para sustituir mis palabras con un chillido.
De mis piernas sale un liquido que va a parar a sus pantalones y al sillón en el que estamos sentados.
Lleva sus dedos a mis labios. No hace falta que exprese con palabras lo que sus ojos me ordenan, así que abro la boca y limpio sus dedos chupando todo rastro de mis flujos.
Sintiéndome exhausta me acomodo entre sus brazos y cierro los ojos sin llegar a escuchar lo que me dice cayendo en un sueño por tercera vez.
Para cuando abro los ojos estamos aterrizando en una pista en mitad de la nada.
—Buenos días. —murmura en mi oído. Su aliento chocando con mi piel hace que suelte una risita. —Vamos. —dice impulsándome a levantar con la ayuda de sus manos.
Miro de reojo al azafato y le doy una sonrisa a modo de despedida antes de bajar las escaleras metálicas. Fuera nos espera la moto.
Un rato después estoy haciendo el amago de aparcarla no muy lejos de mi casa con él detrás. Apenas pude bajarme de ella con su ayuda, pues todavía sigo teniendo el cuerpo medio adolorido.
Él no me deja ir hasta después de largos minutos en los que me abraza hasta casi asfixiarme.
—Prométeme que te lo pensarás. Lo de vivir conmigo. —murmura aflojando sus brazos alrededor de mi cuerpo.
Es casi una súplica, puedo percibirlo por sus orbes azules que ahora se ven afligidos.
—Lo prometo.
Suelto un suspiro lastimero antes de entrar a la casa. Son casi las ocho. Por eso me extraña ver las luces del despacho de mi padre, él no suele levantarse tan pronto. Me acerco sigilosa sin que pueda percibirme, queriendo saber lo que está haciendo ahí tan temprano.
Me fijo en un vaso con algún tipo de ron dentro, sus mejillas están enrojecidas por las lágrimas y parece estar mirando unas fotos que tiene encima de la mesa.
Hundo las cejas con extrañeza y me voy corriendo escaleras arriba antes de ser vista por alguien, pensando en qué será eso que lo tiene tan abstraído y triste estos días. Sea lo que fuera no debía ser nada bueno.
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