033
Suelto un resoplido tirándome a la cama de espaldas. Ya han pasado más de veinte minutos como me dijo y no ha venido.
Abro los ojos al escuchar un ruido desde mi terraza, y al hacerlo me encuentro con su rostro iluminado por la luz que transmite la luna a través de los ventanales. Eso ha sido rápido.
—Hola. —susurra con una sonrisa corta para después esconder su rostro sobre la curvatura de mi cuello y empezar a repartir castos besos. —Siento haber tardado. He estado ocupado con algo.
—¿Con qué?
—No es nada. —responde quitándose la camiseta.
Me cuesta apartar mis ojos a otra cosa que no sean sus abdominales o sus bíceps.
—No me gusta que me ocultes cosas.
—No te estoy ocultando nada.
—¿Entonces por qué no me lo dices?
Trago saliva cuando mis ojos se detienen unos instantes en su prominente bulto. Su mirada se encarga de pasar por mis piernas, dejando un cosquilleo en ellas.
—Solo he tenido algunos problemas con Sergey.
—¿Qué problemas? Yo también tengo derecho a saberlo, es mi escolta. —él suspira y sacude la cabeza dibujando una sonrisa corta.
—Alguien ha intentado matarlo.
—¿Qué? Pero dijiste que ya no teníamos que preocuparnos por Luis. —él asiente con la cabeza deslizando sus manos por mis muslos.
Cuando trato de encoger las piernas él solo afianza su agarre en ellas con una mirada oscurecida.
—Y lo sostengo. —habla antes de deslizar su lengua de mi ombligo hasta mi muslo interno.—No fue él. —sus manos ahora se encargan del borde de mis bragas.
—¿Y e-el está bien? —pregunto con las mejillas ruborizadas al verlo oler el trozo de tela con satisfacción una vez está en sus manos.
—Lo está. Pero no te preocupes por eso ahora. —murmura en mi estómago atrapando la piel en un mordisco antes de deshacerse de la camiseta de tirantes sacándomela por la cabeza.
Después vuelve a lamer mi estómago hasta llegar a mi busto, donde muerde con fuerza uno de mis pezones haciéndome soltar un gemido que el calla metiendo dos de sus dedos en mi boca haciendo que los chupe.
—Pensé que íbamos a dormir. —musito con el corazón a mil cuando paso esos dos dedos por mi torso hasta llegar a mis partes íntimas.
—Eso lo podemos hacer después. Nos queda mucha noche por delante. —dice comenzando a frotar mi clítoris despacio. Por más que trate de callarme los gemidos no pude.
—¿Me vas a atar otra vez? —murmuro con sorna al ver que sostiene una especie de pañuelo negro.
—Sé buena. No queremos que te metas en problemas. —responde llevando el pañuelo a mi boca. —Si me sigues mirando de esa forma no voy a aguantar mucho más.—advierte con sus ojos oscureciéndose más de lo normal.
Mientras se quita la ropa interior, dejando su miembro erguido al aire, vuelve a escanear mi rostro.
—Date la vuelta.
Hago lo que me pide mordiendo el interior de mi mejilla. Él acerca más su rostro a mis nalgas pasando su lengua desde mis pliegues hasta la entrada de mi recto varias veces hasta que los fluidos llegan a esa zona.
—No tienes ni idea de las cosas que me gustaría hacerte ahora mismo.
Si que la tengo, y eso me da la suficiente adrenalina para disipar el miedo.
Cierro los ojos con fuerza al sentir que su miembro se introduce por la parte de atrás sin previo aviso arrasando con todo. No duele como la primera vez, pero el dolor tampoco desaparece del todo. Derramo una lágrima por una de mis mejillas y él empieza a aumentar el ritmo de sus estocadas.
Toco su pierna queriendo que reduzca la intensidad, pero él aparta mi mano de ahí para obligarme a dejarla donde antes y atrapar mis muñecas con su mano.
Hundo las cejas desconcertada al sentir una superficie dura y fría acariciar mis pliegues y clítoris varias veces antes de introducirse en mi cavidad haciéndome soltar un jadeo. Es más de lo que puedo aguantar.
Él empieza a mover el objeto extraño al mismo ritmo que su miembro y me siento enloquecer de placer. En ese momento agradezco estar amordazada. Mis paredes empezaron a retorcerse con el orgasmo haciendo que deje mi cuerpo caer en la cama alejándome del suyo en un impulso, pero él con rapidez libera mis muñecas para luego levantar mi culo y mantenerlo de aquella forma.
—¿Adónde te crees que vas? Todavía no he acabado contigo. —susurra en mi oído con una voz gutural.
Cuando me da la vuelta mis ojos van hasta la pistola que le di el otro día. Ahora está llena de mis flujos que él lame con un gemido de satisfacción. Mis mejillas se tornan demasiado rojas al darme cuenta de que me ha penetrado con ella momentos antes.
Después acaricia mis mejillas con el arma apartando algunos mechones de pelo.
—¿Te he dicho ya lo jodidamente preciosa que eres, mm? —pregunta en una voz ronca. Muevo la cabeza asintiendo bajo el azul de sus ojos que se oscurecen cada vez más.
El arma pasa a un segundo plano cuando vuelve a meter su miembro erecto esta vez por mi vagina a la vez que sus dedos salen y entran por el anillo fruncido de mi trasero.
El pañuelo deja de ser suficiente para callarme, así que me tapa la boca con la mano que tiene libre pellizcando mi nariz con sus dedos. Justo cuando el aire se va de mis pulmones y empiezo a asfixiarme él me suelta y yo me deshago nuevamente en sus brazos.
A pesar del agotamiento de mi cuerpo no soy capaz de cerrar los ojos por mucho tiempo.
El peso sobre la cama a mi lado desaparece y yo dejo mi cabeza sobre la almohada, sintiéndome demasiado cansada como para seguirlo al baño y limpiarme.
Cuando regresa lo hace con un paño mojado que usa para eliminar el resto de nuestros fluidos en mi cuerpo. Suelto un jadeo y abro los ojos al sentir sus dedos quitar la suciedad de mis partes menores.
—Lo siento. Pensé que estabas dormida. —murmura alejando el trapo húmedo de mi cuerpo. —¿Sigues sin poder dormir?
—No. —respondo incorporándome sobre la cama con la sábana apenas tapando mi cuerpo.
—Si es por lo de Sergey ya te he dicho que no tienes de qué preocuparte. Él estará bien.
—No es eso. —respondo cabizbaja en un hilo de voz.
—¿Entonces qué es?
—Mi padre dice que no confía en ti...
—¿Tu confías en mí? —su voz suena en casi un susurro interrumpiendo lo que iba a decir.
—Si. Sabes que si. —respondo asintiendo con la cabeza, sus rasgos duros ahora parecen relajarse.
—Entonces con eso me sobra. —hizo una breve pausa. —Lo que piensen tus padres sobre mí no debería importarte, al fin y al cabo tu eres la única que me conoce de verdad.
—Bueno. Yo no estaría tan segura. Aún no sé muchas cosas de ti, y quiero saberlo todo, absolutamente todo. —él sonríe y me rodea con sus brazos, acercándome más a su pecho.
—¿Qué quieres saber?
—No lo sé. —la imagen de aquellos cuadros y fotos que vi en su casa se me vienen a la cabeza. —¿Dónde está tu madre? —en seguida su mandíbula se tensa.
—Ella murió hace mucho tiempo.
—Oh, lo siento. Yo...no lo sabía. —musito cabizbaja.
—No te preocupes. Yo ya no siento nada. —responde con un intento de esbozar una sonrisa.
No sé si sus palabras sean ciertas, pero de repente tengo muchas ganas de reconfortarlo y hacerle sentir que todo estará bien.
Coloco mis brazos alrededor de su torso pegando nuestros pechos desnudos y repartiendo lentas caricias por su espalda. Arrugó las cejas cuando la yema de mis dedos tocan una superficie rugosa, una cicatriz que parecía ser bastante larga, y al lado de esa parecían haber más.
Con un nudo en la garganta me separo lentamente intentando ocultar mi aturdimiento bajo una sonrisa.
—Tengo otra pregunta.
Cojo el libro que me dió un tiempo atrás entre mis manos y lo pongo delante nuestro, esperando que con el cambio de tema pueda olvidar los horribles escenarios que aparecieron en mi cabeza sobre él siendo maltratado de cualquier forma por alguien.
Él intercambia miradas entre el poemario y mi persona.
—¿Qué hay con eso? —cuestiona con una sonrisa ladina.
Los escasos rayos de luz que entran por la ventana recalcan el brillo que ahora tienen sus ojos. No hay una joya más preciosa que sus ojos.
—¿De dónde lo conseguiste?
—De mi estantería.
—Sabes a lo que me refiero. ¿Quién es el autor? Parece que no es muy conocido.
—No, no lo es.
—Alek. —protesto con una mueca.
Él suelta una corta risa ronca antes de achucharme entre sus brazos y empezar a repartir besos por todo mi rostro, hasta que llega a mis labios y se detiene varios minutos más.
—Es mío. —susurra rozando nuestras narices.
—¿Escribes? —pregunto reflejando mi desconcierto al hablar. El asiente muy despacio. —¿Y tienes más? Me gustaría leerlos.
—Si, pero tendría que traducirlos, lyubov'.
Al escuchar lo último escondo mi sonrisa boba bajo una máscara de interés.
—¿A qué te refieres con traducirlos?
—Los escribo en ruso. Para mí suena mejor así. —explica acariciando mi mano.
En todo este tiempo me he fijado en que parecía incapaz de mantener sus manos alejadas de mi, y eso me encanta. Me hace sentir que realmente me necesitaba tanto o más que yo a él.
—Entonces me tendrás que enseñar ruso algún día.
Él eleva ambas cejas con una expresión divertida.
—Así podré leer todo lo que hayas escrito. —hablo recordando aquel cuaderno lleno de cosas que encontré en su escritorio.
Aunque bueno, para eso también está internet.
—Se está haciendo tarde. —comenta empujando nuestros cuerpos a la cama para después cubrirnos con las sábanas.
—¿Me lees un capítulo? —murmuro contra su pecho con los ojos cerrados.
Conmigo encima extiende su brazo hasta coger el libro y comenzar a leerlo hasta que quedo profundamente dormida.
Desde ese entonces es algo que hace con regularidad cada vez que dormimos juntos. Escuchar su voz nunca había sido tan adictivo como hacerlo a la hora de escucharlo relatar los capítulos. El hecho de que los hubiera escrito expresamente para mí lo hace incluso mejor.
—¿Y bien? —pregunté mirando a aquellos dos con impaciencia.
Polina fue la primera en dar un paso hacia adelante poniendo un sobre encima de la mesa con rudeza.
—Ahí lo tienes. —escupió con desagrado dejándome con la palabra en la boca al salir del despacho sin mirar atrás.
Chasquée la lengua con desdén ignorando su actitud y abriendo el sobre. Dentro había un par de fotos sobre dos hombres de unos treinta años que dejé encima de la mesa a la vista de los demás.
—¿Los reconocéis?
Denis se acercó más elevando ambas cejas incrédulo.
—Joder si. Este de aquí es mi primo.—dijo señalando el hombre que tenía barba.
—No me jodas. ¿Y qué coño hace ahí tu primo? —replicó Sergey arrugando el ceño.
—Y yo qué mierdas sé. No hablamos desde hace años.
—Que familia. —murmuró después negando con la cabeza.
—La tuya tiene que ser un ejemplo a seguir. —le respondió irónico haciendo que les diera una mirada de advertencia a ambos.
—Llévanos con él. —le dije a Denis señalando la puerta con un movimiento de cabeza.
—Está bien, pero no es seguro que siga viviendo en el mismo sitio.
Los tres nos pusimos en marcha, por primera vez en un silencio que no interrumpió nadie.
No tardaron más de treinta minutos en llegar a una cabaña en mitad de la nada rodeada de árboles y naturaleza salvaje.
—¿Qué pasa viejo? —clamó Denis con una sonrisa de oreja a oreja al divisar a su primo cortar un trozo de madera en un tronco.
Después los dos se unieron en un abrazo amistoso.
—Joder, mírate. ¿Y qué es esa mierda que te has hecho en el pelo?
—Sabía que no era natural. —masculló Sergey a espaldas de estos dos con los ojos entrecerrados.
Cuando se fijó en mí sus ojos se agrandaron y se dió la vuelta con la intención de salir corriendo. No sabía que ahora me había convertido en el mismo Satanás. Dije para mis adentros en un tono irónico.
Unos brazos que le cogieron por detrás evitaron que lo hiciera.
—Basta de reencuentros. ¿Quién te contrato? —pregunté con impaciencia.
—Y-yo como comprenderás, no puedo soltar esa información así como así. Me debo a mis clientes.
—Hablemos dentro. —sugerí siendo el primero en adentrarme a la cabaña.
Vlad, que tenía sujetado al hombre, le dió un empujón que hizo que entrara a la casa cayendo en el suelo con un golpe sordo y maldiciones saliendo de su boca.
Suspiré dejando caer mi cuerpo en uno de los sofás con cansancio. Ya les había dicho que tenían que ser más amables con el resto, más pacientes, pero ellos simplemente no hacían caso. A veces podían ser unas bestias y yo era el único que las podía controlar.
—¿Queréis algo de beber? Tengo agua ardiente. —preguntó después sacudiendo sus ropas.
—¿Te crees que estoy aquí de visita o qué? —espeté con una mirada fulminante.
—Queremos saber quién es tu cliente. —aclaró Denis con un vaso de aguardiente en su mano.
—¿Qué recibiría yo a cambio?
—¿Cuánto quieres? —pregunté fijando echándome hacia delante.
—No, el dinero es lo que más me sobra ahora mismo. —los demás echaron un rápido vistazo alrededor arrugando el ceño y volvieron a fijar sus miradas en el hombre.
—Ya veo. —murmuró Sergey con ironía.
—Pero, hay un caballo que me gusta mucho y es muy difícil de conseguir. Estaría bien si me pudieras ayudar con eso.
—Bien. Lo tendrás para mañana, cuenta con eso. Ahora dime quién coño está detrás de toda esta mierda, no tengo todo el jodido día. —respondí estando a nada de perder la paciencia.
Lo único que evitaba estampar mi puño en su cara es que aún no tenía una respuesta. Eso y que era familiar de Denis.
—Es una chica joven, de unos 20 años creo, no estoy seguro.
—¿Qué se supone que hagamos con eso?¿Vamos preguntando una a una a ver quién fue? —hablé estrechando mis ojos en los suyos.
—Colabora un poco, hombre. —replicó Denis a su lado.
—Era rubia. Y joder si tenía buenas tetas.
—¿Rubia? —escupió Sergey apretando los dientes. —Esa perra está muerta. —de un movimiento brusco se levantó del sofá cargando su arma.
—No. Los dos vais a arreglar esto de una vez por todas. —hablé con una voz cansada pasando una mano por mi cabellera.
—Eso es justo lo que haré. Ojo por ojo, y diente por diente.
—Te he dicho que no, Sergey. No tienes mi jodida autorización para hacer una mierda. —me levanté del sofá mirando al hombre barbudo por última vez antes de hablar. —Nos vamos.
—Ha sido un placer. Menos contigo, tu te puedes ir a la mierda. —expresó viendo directamente a Vlad que no dudó en dar un paso hacia él con una mirada furiosa.
—Nos vamos, he dicho. —hablé recalcando las palabras moviendo una ceja al otro lado de la cabaña.
Vlad le dió una última mirada antes de escupir al suelo de la entrada y salir cerrando la puerta detrás suya.
—Si piensas que se irá de rositas solo porque es la mejor amiga de tu novia estás muy equivocado Alekei. —habló Sergey por lo bajo jugueteando con el arma en sus manos una vez que estuvimos en el coche.
—Esposa. —aclaré soltando el humo entre mis labios.
El asintió, guardando el arma con una cara pálida.
—¿Y has pensado ya en el nombre que le vas a poner al niño? —preguntó Denis con sorna centrándose en mis ojos por un breve segundo antes de volver a poner su atención en la carretera.
Sergey a su lado lo miró con el ceño fruncido y yo sacudí la cabeza a modo de respuesta antes de echar la cabeza hacia atrás y cerrar los ojos no queriendo escuchar a nadie más. Pensar en Bianca y el jodido niño ahora no estaba en mis planes y solo me pondría de peor humor.
Vuelvo a soltar otro suspiro mientras arranco la hierba.
—Lena, no ha pasado ni una semana.
—Pero lo echo de menos. —respondo arrugando los labios.
Sé que suena estúpido pero odio no poder verlo todos los días aunque sea una hora.
Es en estos momentos cuando pienso en su oferta de irnos a vivir juntos, aunque tal vez no lo dijo en serio y fue algo del momento.
—Debe tenerla de oro. —murmura con una mirada sugerente.
—Casi. —susurro con una sonrisa recordando sus piercings. De inmediato sus pupilas se agrandan.
—¡Cuenta! Todavía no me has dicho nada.
—¿Qué quieres que te diga?
—Todo. Absolutamente todo. —dibujo una mueca para después llevarme un trozo de fruta a la boca. —No seas mala amiga, yo te conté todo de mi primera vez.
Hago un sonido con la boca mientras sacudo mi cuerpo asqueada por el recuerdo de los detalles innecesarios.
—Joder, ¿Por qué me lo recuerdas? Ya lo había olvidado. —ella solo me da una mirada insistente. —Está bien, está bien.
Me acerco a su oído con mis mejillas más rojas que nunca.
—Tiene varios piercings de oro ahí abajo.
—¿¡En el pene!? —exclama con los ojos abiertos como platos. —¿En la punta o en el glande?
Un hombre que pasa por allí paseando a su perro nos mira mal mascullando algunas cosas que no logro escuchar desde aquí.
—No hacía falta que lo gritaras a los cuatro vientos. —replico cruzándome de brazos.
—Ahora me has abierto una necesidad que no sabía que tenía. Verle el pene a tu novio. —aclara con sencillez provocando que una mirada amenazante se apodere de mis ojos sin ser consciente de aquello.
—No me malinterpretes, solo tengo curiosidad. No sabía que se podía hacer eso ahí, ¿No se infecta? —abochornada desvío mis ojos hacia el lago lleno de patos y cisnes.
—Las fresas están muy buenas, parece que ya es temporada. —hablo queriendo cambiar de tema.
No sé porque me da la impresión de que hablar sobre estos temas en un sitio tan público no es buena idea. Pero ella parece no entender las indirectas.
—¿Y folla bien? —su voz suena despreocupada y al mismo tiempo tiene una curiosidad genuina.
—Mm si, supongo. —ella me mira con la cabeza ladeada.
—¿Supones?
—Quiero decir si. Normal. No sé. —mis mejillas están empezando a tener ese color rojizo.
No me imagino contándole las cosas un tanto peculiares que hacíamos en nuestra intimidad a nadie, y lo peor es que me gusta.
Adoro cada vez que marca mi cuerpo con sus manos o dientes, cada vez que me corta la respiración. Cada vez que me hace sangrar para luego borrar todo rastro de ella.
Él se ha prometido corromperme y temo que lo estuviera consiguiendo.
—Ahora lo más importante. —habla con una sonrisa mientras se acomoda en la manta de picnic. —¿La tiene grande?
Sin quererlo escupo el champán que segundos atrás me había llevado a la boca.
—Eso es que sí. —murmura con una cara de autosuficiencia.
—Pequeña no es, desde luego. —digo para mí misma.
—Y mientras yo aquí muerta de hambre. —habla en un tono lastimero echándose hacia atrás.
—¿Quieres que salgamos a alguna parte? Así te distraes. —al escuchar la palabra salgamos levanta la cabeza despacio con una sonrisa de oreja a oreja.
—Hoy, a las doce en mi casa.
Cuando estoy a punto de responder me fijo en que alguien se acerca a nosotras. Su cara se me hace conocida.
—Necesito que vengáis conmigo.
—¿Y tú eres...? —habla Grace irónica.
—Alekei quiere hablar con vosotras.
Hundo las cejas dándole una mirada de reojo a Grace.
—Pues dile que en otro momento vamos. Estamos ocupadas. —responde en un tono de obviedad señalando a nuestro alrededor con una mirada de reojo.
—Ahora.
—Está bien, ahora vamos. Cinco minutos. —interrumpo a Grace cuando está a punto de replicar.
—¿Y tú en qué líos estás metida ahora?
Ella desvía su mirada mordisqueando su labio inferior.
—Grace.
—Yo...bueno, puede que tenga un poquito de culpa con lo que pasó con el tal Sergio ese. —pronunció el nombre con resentimiento y desagrado.
—No te entiendo. —soltó un suspiro, todavía se la veía nerviosa.
—Sé que él fue el culpable de lo que me hicieron y yo no iba a quedarme de brazos cruzados.
—¿Lo mandaste matar? —mi voz sale en un grito ahogado.
—No me mires de esa forma. Yo solo me estaba defendiendo.
—Grace, lo podías haber matado.
—Esa era la intención. —murmuro en un tono de obviedad. —Tenía que haber pagado más.
—¿Sabes lo qué hubiera pasado si eso hubiera llegado a suceder? Alek debe de estar furioso.
—Lo sé. Pero mentiría si te dijera que me arrepiento, ese imbécil tenía que probar su propia medicina.
Suelto un bufido levantándome de la manta con algo de dificultad. Es inútil intentar que entre en razón, solo espero que este tema no llegue a más.
—Hola. —salude a los hombres que estaban en los asientos de delante, estos me ignoran antes de poner el coche en marcha.
—No te enfades. —murmuro a mi lado con un puchero a lo que yo suspiro con pesadez.
—No estoy enfadada. Pero reza por qué no se enteren nuestros padres porque entonces seremos nosotras las muertas.
El trayecto hasta su casa se hace casi eterno, y aunque no sea para una situación agradable me muero de ganas por verlo.
—Oye, ¿Falta mucho? —suelta Grace al aire.
—Si, así que cierra la puta boca. —habló uno de ellos con brusquedad.
—Mister simpatía lo llaman. —susurró ella mi lado mirando por el retrovisor.
Cuando finalmente llegamos ambas somos escoltadas hasta el interior.
—¡Joder! Menuda casa. Parece un palacio. —habla Grace a mis espaldas observando su alrededor con asombro.
—Camina. —habla un hombre detrás nuestra con una voz grave.
Empiezo a seguir sus pasos hasta que se gira hacia mi.
—Tu no. Tú te quedas aquí.
—¿Por qué? —inquiero elevando las cejas.
—Porque si. —sin más se dió la vuelta acompañando a Grace a un lugar que desconozco sin dejarme tiempo a responder siquiera.
Con un bufido dejo caer mi cuerpo en uno de los sofás de allí, empiezo a mover mi pie con nerviosismo cuando el tiempo se me cae encima. Pocos minutos después me levanto y empiezo a merodear por allí hasta encontrarme con una cocina bastante amplia.
De forma casi inconsciente mis dedos viajan hacia la puerta de la nevera, sin embargo antes de que pueda abrirla una voz femenina me detiene.
Al girarme me encuentro con aquella chica rubia, en seguida mis cejas se hunden con un desagrado que trato de esconder bajo una sonrisa amable.
—Hola. —ella me da una mirada de arriba a abajo de superioridad, con arrogancia, ¿Qué le pasa aquí a la gente con el saludar?
—No sé qué vió en ti, no eres más que una niñita sin terminar de desarrollarse. —murmura con diversión con su mirada fija en mis pechos. —Siempre has sido muy poca cosa para él. —sus palabras me hicieron rabiar, pero no se lo quise demostrar.
—Y aún así él me elegiría mil veces más mientras que a ti no te tocaría ni con un palo. ¿Irónico, cierto? —esbozo una sonrisa al ver su rostro desfigurarse de la rabia.
—Eso es porque le tienes embrujado, pero cuando se le pase sé que vendrá a mí. Como debió ser. —sin poder evitarlo suelto una carcajada antes de dejar mis labios en una sonrisa.
Sus palabras sin sentido son solo una demostración más de lo herida que tiene que sentirse por dentro, y eso hace que en mi estómago aparezca un cosquilleo agradable.
—Entonces espera sentada, no te vayas a cansar. —hablo antes de salir con una botella de agua en mis manos sin borrar esa sonrisa.
Pienso en esperarlo en su dormitorio, pero mis ganas de seguir curioseando por la casa son más grandes que volver a respirar el aroma de su habitación. Mala idea.
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