030
Abro los ojos encontrándome con una habitación totalmente blanca. Al tratar de incorporarme me siento bastante mareada y mi cuerpo tiembla de los escalofríos. Cuando siento unos dedos acariciar mi mejilla desvío mi mirada a la suya y enseguida sonrío.
—¿Estás bien?¿Cómo te sientes?
—Si. Solo estoy un poco mareada. —él endurece sus facciones apartando sus dedos de mi rostro.
—Se te pasará pronto. —responde juntando nuestros cuerpos con delicadeza.
Después comienza a dar lentas caricias por mi espalda con sus labios apoyados en mi cabeza. Al separarnos me da una larga mirada inquietante con los labios entreabiertos.
—Siento mucho no haber estado ahí para protegerte. Yo...
—No te disculpes por eso, no fue culpa tuya. Además no fue nada. —le interrumpo acariciando su rostro con ambas manos.
—Pero podría haber sido peor. Si te hubiera pasado algo yo no me lo hubiera perdonado nunca. —musita en un tono afligido juntando nuestras frentes.
Antes de que pudiera decir algo más atrapo sus labios atrayéndolo más hacia mí.
—No tengo ninguna intención de separarme de ti, ni un solo minuto. —susurra después en mis labios.
Si hubiera sido en otro momento hubiera sido la más feliz del mundo, pero el problema es que mis padres no tienen ni idea de lo nuestro, y tampoco puedo poner de excusa a Grace todo el rato.
—No creo que eso lo tengamos tan fácil ahora. —musito con una mueca.
—Si es por tus padres yo mismo hablaré con ellos. —hace una pequeña pausa que no me da tiempo a romper cuando él mismo lo hace. —Quiero que vivamos juntos. —la determinación con la que lo dice realmente me inquieta y de eso él se da cuenta. —Al menos hasta que vuelva a ponerte a salvo. Estarías más protegida aquí, conmigo.
—Todavía sigo sin entender que está pasando. —respondo queriendo evadir el tema y él me da una larga mirada, como si estuviera debatiendo en si decírmelo o no
—¿Sabes quién es Luis? —asiento con la cabeza con los labios fruncidos. —Él solo está furioso conmigo porque no puede tenerte, así que trato de atentar contra tu vida.
Pestañeo varias veces analizando sus palabras.
—¿Cómo? Pero eso no puede ser, él...Oh mierda.
Mi cabeza empieza a doler por la cantidad de pensamientos que se me pasan por la cabeza a gran velocidad, ni siquiera sé cuándo sucedió todo esto, no recuerdo haber tenido ningún tipo de contacto con aquel hombre. Y si acepté su regalo fue porque pensé que eran de Alek. No entiendo una mierda.
—Cálmate Lena. No permitiré que te vuelvan a hacer daño. —me obliga a sostenerle la mirada sujetando mi rostro con delicadeza. —Primero tendrán que pasar sobre mi cadáver.
Escuchar aquello no hace más que incrementar mi preocupación, lo último que quiero es ponerlo en peligro por mi culpa. Niego con la cabeza.
—No digas eso ni en broma.
—Sabes que lo daría absolutamente todo por ti, eso también incluye mi vida.
Sus palabras hacen que ese cosquilleo de siempre vuelva a mi estómago con más intensidad que nunca.
Entreabro los labios con la respiración aún acelerada, él aprovecha para unir nuestros labios con mucha delicadeza.
—Te amo, eres mi pequeña luciérnaga.—musita rozando nuestras narices con una pequeña sonrisa que se me hace contagiosa.
En eso la puerta se abre de sopetón haciendo que me aleje de él, la presencia de mi hermano no tarda en aparecer.
—¿Podemos hablar a solas? —pregunta en un tono cansado.
Él se levanta a regañadientes, antes de desaparecer por la puerta deja un corto beso en mi nariz.
—¿Estás bien?
—Podría estar mejor. —respondo moviendo los hombros.
Afortunadamente el efecto de la anestesia no se ha pasado por completo. Él se sienta a mi lado con sus labios formando una delgada línea.
—¿Qué está pasando? Nadie aquí quiere contarme una mierda.
—Alek dice que Luis quiere matarme. El que era socio de papá. —respondo con un suspiro cansado.
—¿Qué? —murmura frunciendo las cejas para después sentarse en la camilla, a mi lado. —¿Por qué coño querría hacer eso? Que yo sepa Ray no tiene nada pendiente con él.
—Supuestamente está interesado en mí. De forma romántica. —clarifico con una mueca de desagrado.
El manifestarlo lo hace algo real, muy lejos de ser solo unos pensamientos. Él suelta un bufido irónico.
—¿No puedes conseguir novios normales? Un médico, abogado, cajero del McDonald's, no lo sé. —le doy una mala mirada.
—No tiene gracia Jason.
—Por supuesto que no. Cada vez que encuentras un pretendiente nuevo la familia se pone en riesgo. —responde cogiendo un sitio a mi lado. —¿Y qué pensáis hacer ahora?
—No lo sé. No me ha dicho nada más sobre el tema. —en ese momento se me viene a la cabeza su petición sobre mudarnos juntos. —Aunque me ha ofrecido algo.
—¿Algo como qué?
—Quiere que me venga a vivir aquí por un tiempo. —él levanta ambas cejas con sus ojos idénticos a los míos clavados en mí.
—No creo que Ray se lo vaya a tomar muy bien. Por no hablar de Sophie, lo más seguro es que pierda la conciencia al ver a su nuevo yerno. —responde tratando de aguantarse una risita y yo muevo la cabeza apretando los labios.
Siempre me ha parecido extraño que se refiera a nuestros padres por sus nombres, es como si tuviera un gran desapego con ellos, sobre todo con mi padre.
Por más que busqué y traté de encontrar respuestas nunca entendí el porqué. A mis ojos se llevaban bastante bien, incluso hacían actividades sin nosotras dos como una manera de pasar tiempo juntos.
—Lo sé. —respondo con una mueca agachando la cabeza.
—Si te echan de casa por lo menos ya sabes a dónde venir. —habla con sorna aguantando otra carcajada.
Mi móvil empieza a sonar a lo lejos y mi hermano se levanta con rapidez para cogerlo.
—Es Ray. —murmura tendiéndome el teléfono.
—¿Papá? —hablo con la voz algo rasposa.
—¿Todo bien? Os habéis ido hace un buen rato y Leto me ha dicho que os habéis ido sin él. —muerdo la punta de mi lengua controlando el bulto de mi garganta.
Justo cuando estoy a punto de responder Jason me arrebata el móvil y responde por mi.
—Hemos sufrido un atentado y Lena está herida. Nos hemos refugiado en casa de los Novikov.
Me siento incapaz de mover un solo músculo de la tensión mientras que él solo asiente escuchando las palabras de mi padre.
—Dice que está de camino. —dejo de respirar por unos segundos mientras analizó sus palabras.
—¿¡Qué!?¿Por qué mierdas tienes que tener la boca tan grande?
—Te he hecho un favor para que te sea más ameno revelar lo de tu novio.
—Oh gracias. Que grandísima ayuda. —escupo con brusquedad cruzada de brazos. —Se supone que tenía que haberlo dicho yo.
—Pft. Todos sabemos que lo ibas a seguir posponiendo. —responde guiñándome un ojo al decir lo último.
—Eres un bocazas.
La puerta se abre interrumpiendo lo que sea que fuera a decir Jason. Cuando lo veo con una bandeja de comida en sus manos mis expresiones se relajan ligeramente, no me he dado cuenta hasta ahora de lo hambrienta que estoy.
Jason ve de reojo la bandeja y se levanta de la camilla.
—Creo que es hora de que me vaya. Usad gomitas. —brama un segundo antes de cerrar la puerta.
Mis mejillas se encienden estando atenta a su reacción por lo que ha dicho mi hermano, pero su cara es impasible.
Sin darme cuenta suelto un ligero suspiro desviando mi mirada hacia las sábanas de un blanco bastante pulcro.
—Mi padre viene de camino. —hablo torciendo los labios.
—Bueno, eso no es tan malo. —musita en un tono suave apartando uno de mis pelos de la cara.
Quiero decir algo, pero me quedo perdida en sus orbes azules. A veces me sorprende la intensidad de mis sentimientos, es simplemente increíble el remolino de emociones que podía ocasionarme con tan solo una sonrisa.
—Solo de pensar en eso me pongo nerviosa.
—No te preocupes por eso, mejor trata de comer algo. Necesito que te pongas bien lo antes posible. —suelto un resoplido apartando la cara lejos de la cuchara que acerca a mis labios.
—Estoy bien.
—No, no lo estás. —frunzo los labios al mismo tiempo que junto las cejas.
—Si lo estoy, es solo una simple herida. —contesto con un deje brusco.
Trata de esconder una sonrisa con sus ojos clavados en mí rostro.
—¿Qué? —inquiero elevando ambas cejas, él niega con la cabeza.
—Yo mismo hablaré con él, ¿Te parece bien? —asiento con la cabeza sin sentirme muy convencida del todo.
Vuelve a acercar la cuchara a mis labios, esta vez no me queda otra que ingerir el líquido espeso hasta que no queda nada en el plato.
Después me acomodo en la cama con un quejido al sentir un dolor agudo en alguna parte de mi brazo malherido.
—¿Te duele? —asiento con la cabeza apretando los labios con fuerza.
—Creo que se me está pasando la anestesia. —musito con una voz ronca sintiendo sus caricias en mi cuero cabelludo.
—Te traeré un analgésico.
—No. Quédate. —digo aferrándome a su brazo.
Parece dudar, hasta que finalmente se sienta a mi lado y en pocos segundos vuelvo a sentir su toque en mi cabello. Tras varios minutos consigo cerrar los ojos cayendo en un profundo sueño.
Para cuando me despierto estoy totalmente sola en la sala y el dolor de mi brazo ha disminuido, aunque eso no evita que me sea incómodo moverme por los puntos.
—Adelante. —murmuro al escuchar unos golpes en la puerta. —Ah, eres tú.
Sergey me mira moviendo una ceja antes de hablar.
—Te salvé la vida. Deberías ser más agradecida niña.
—No creo que deba agradecerte por hacer algo por lo que te pagan, ¿O si?
—Tienes razón, pero no me pagan lo suficiente. —murmura soltando un suspiro.
—¿Qué quieres? —suelto con más brusquedad de la intencionada.
—Tu padre quiere verte. —en ese momento siento mi rostro palidecer ligeramente.
Al escuchar su carcajada le doy una mala mirada y salgo hasta otra habitación grande con una decoración victoriana, todo parece muy lujoso.
Mis ojos caen sobre la cabeza de mi padre, está hablando con él de algo que desconozco, pero parece un tema serio.
—Hola. —digo en un tono bajo llamando la atención de los dos.
En el momento de estar a solas con mi padre él se acerca a mi ajustando su vista en mi brazo.
—No es muy grave. —murmura con un deje de alivio. —Ven, siéntate. Tu y yo tenemos muchas cosas de las que hablar. —sus palabras tienen un tono de advertencia detrás.
Durante unos segundos que para mí se sienten como una eternidad estamos los dos en silencio, sus ojos provocan un cosquilleo en mi frente.
—¿Y a ti desde cuándo te gusta el muchacho ese? —pregunta de la nada con una mueca incrédula.
—No lo sé. —respondo jugueteando con mi labio inferior.
—¿No lo sabes?¿Tienes idea de lo peligroso que es? Esto no es ningún juego.
—Lo sé, pero yo con él no estoy jugando. Yo... Lo quiero. —susurro lo último sintiendo un nudo espeso en la garganta.
—¿Lo quieres? Hija, para enamorarte de alguien tienes que tener un proceso, pasar tiempo con esa persona. —hace una breve pausa y abre sus labios como si hubiera descubierto algo. —¿Lo has estado viendo a mis espaldas? —niego con rapidez.
—Solo nos encontramos varias veces, y bueno, no sé, simplemente pasó. —él suelta un suspiro exasperado mientras se levanta de mi lado.
—¿Es que no lo entiendes? Él no es de fiar, te va a hacer daño. Mira lo que te ha pasado hoy. —refuta señalando mi brazo.
—¿Entonces quién es de fiar para ti? Primero me dices que no nos conviene que salga con alguien ajeno a nosotros, y cuando hago lo que me dices no te parece bien y te contradices. —él me da una mirada arrepentida suavizando sus rasgos.
—Tienes razón, discúlpame. —vuelve a sentarse a mi lado sosteniendo mis manos entre las suyas. —Solo estoy tratando de protegerte.
—Papa, ya estoy bastante mayorcita para cuidarme, no hace falta que estéis encima de mí todo el rato. Además él me quiere, no me haría daño. —musito ante su atenta mirada, rememorando las marcas de sus dientes y cortes que tengo bajo la ropa con un sonrojo de mejillas que mi padre ignora.
—Más le vale. Si me entero de que te pone una mano encima no saldrá con vida. —sonrío ampliamente cuando besa mi mejilla. —Y recoge tus cosas, volvemos a casa ahora mismo. —su voz ahora ha cambiado a una autoritaria.
—Per...
—No hay peros. Ah, y no saldrás en un mes.
—¡Papá! No puedes encerrarme de por vida. —replico a sus espaldas.
—Claro que puedo. Soy tu padre. —dice con una sonrisa de oreja a oreja. —Date prisa.
Antes de caminar hasta la sala en la que estaba suelto un bufido molesto. Parece una habitación de hospital, con la diferencia de las decoraciones que tiene alrededor.
Cuando termino de hacer la cama recojo mi bolso y meto las pocas cosas que traía conmigo.
—¿Te vas? —habla alguien a mis espaldas.
En seguida me giro con rapidez encontrándome con su mirada apática. Eso me aturde un poco por lo tan acostumbrada que estoy a la adoración con la que siempre me ven sus ojos, pero tan rápido como vino desaparece.
Asiento con la cabeza y él aparta su mirada a algún lado tensando su mandíbula.
—¿Cuándo podré verte de nuevo?
—Más pronto de lo que piensas. —digo con una sonrisa dejando a la vista mi dentadura.
Él ladea la cabeza, olvidando por un momento lo que estaba en su cabeza y observándome con las esquinas de sus labios levantándose ligeramente hacia arriba.
—Te voy a echar mucho de menos. —musita levantándome en sus brazos.
—Yo también. —sin esperar una respuesta de su parte acerco mis labios a los suyos.
Hasta que escucha la voz de mi padre y me deja en el suelo a regañadientes.
—Manos fuera, Novikov. —refuta con brusquedad y una mirada fulminante que es recíproca por parte de esos orbes azules.
—Adiós. —musito siendo arrastrada hacia fuera por la mano de mi padre entrelazada con la mía.
Antes de alejarme del todo echo un vistazo hacia atrás. Nuestras miradas vuelven a encontrarse, mis labios esbozan una sonrisa estúpida al ver cómo los suyos se mueven formulando las palabras te amo.
Algunas horas después finalmente llegamos a la casa, donde mi madre se acerca dando rápidos pasos en el césped húmedo con esos tacones altos que siempre trae en sus pies hasta estrecharme entre sus brazos con mucha fuerza.
—¿Cómo estás?¿Te duele mucho? Déjame ver.
—Estoy bien, solo fue un rasguño. —respondo con una mueca tratando de respirar.
—No vuelves a salir de casa, al menos durante un tiempo. Nos tienes a punto de un infarto.
—Estáis exagerando. —reclamo siguiendo los pasos de mi madre hasta la casa.
—¿Te preparo algo de comer? —niego con la cabeza.
—Iré a descansar un rato. —respondo subiendo las escaleras hasta la tercera planta.
No pienso acercarme a un gimnasio nunca más.
—¿Bombas?¿Como si fuéramos unos terroristas? —habló Denis con una mueca incrédula.
—Ya tengo todas sus rutas, lo demás no nos hace falta. Quiero ver todos sus territorios arder. —respondí apretando los dientes.
—A mi me parece bien. —dijo Sergey con una sonrisa en la cara.
—Vamos. —hablé levantándose del sillón.
Denis arrugó su ceño antes de hablar con una cara atónita.
—¿Ahora?
—Si. Ahora. ¿Le parece bien al señor Volkov? —pregunté moviendo las cejas en una expresión irónica.
—Bueno, pero que sea rápido. Tengo una cita en la peluquería. —dijo a nuestras espaldas mientras íbamos a la camioneta aparcada fuera.
—No pienso conducir. —rechistó nuevamente cuando Sergey se interpuso en su camino de abrir la puerta del copiloto, comenzando así una discusión.
Estando totalmente ajeno a lo que sea que estuvieran diciendo cerré la puerta de un portazo sin medir mi fuerza. Pensar en mi conversación con Ray me cabreaba cada vez más.
Ella, por muy encima de ser su hija, era mía. Mi mujer. No tenía ningún derecho de separarnos, y por supuesto que me limpiaría el culo con sus palabras.
—Arranca de una vez Denis. —bramé tajante mirándolo a través de los cristales.
Él soltó una maldición por lo bajo al ver la sonrisa triunfante de Sergey.
En treinta minutos llegamos a unos edificios que se hacían pasar por una fábrica de zapatos.
Dentro había gente mezclando los ingredientes para hacer la cocaína con la que tantas veces había traficado, pero nadie se dió cuenta de que no estaban solos.
El muy idiota era tacaño hasta para contratar gente que asegurara el perímetro cuando el no estuviera, pero eso me hacía el trabajo de deshacerme de toda su gente más fácil.
—Listo. Todo despejado. —habló un joven acercándose con algunas manchas de sangre en su ropa.
Asentí dando la orden de que activaran los explosivos que habían colocado minutos atrás. En cuestión de segundos los edificios explosionaron causando un sonido ensordecedor y dejando un rastro de pólvora, sangre y extremidades que salieron por los aires como si fueran serpentinas.
Con una sonrisa observé como el fuego se iba expandiendo cada vez más, reduciendo todo a su paso en simples cenizas dejando un olor a pólvora y carne quemada. Pero eso no fue suficiente, quería poner el mundo entero a arder.
—Eres el siguiente. —susurré al aire sin dejar de sonreír.
La sonrisa se me fue al coger el móvil y ver su nombre en mitad de la pantalla antes de contestarla con una expresión hastiada.
—¿Cuándo te vas a cansar de joderme Kristoff? —mascullé alejándome de aquel desastre.
—Necesito hablar contigo.
—Habla.
—No así. Te estoy esperan...
Corté la línea antes de dejarlo terminar y avisé a los demás para regresarnos.
En cuanto puse un pie en la casa fui enseguida al despacho. A lo lejos lo reconocí fumándose un puro con una expresión consternada.
Él solo ponía esa cara cuando se trataba de dinero o de poder, así que su cara me preocupó.
—No sé dónde está Lizzie. No la encuentro por ningún lado. —moví las cejas al escucharlo hablar con una expresión derrotada.
—¿Eso es lo que te preocupa? —musité con una sonrisa ladina a forma de burla.
—No. Sabes que no. Pero joder, ella era muy buena. —admitió con una sonrisa amarga. —Creo que se ha ido con otro. Más joven o guapo tal vez, porque con más dinero es imposible. —murmuró antes de soltar una risa cortante.
—La vi hablando con un agente de la policía. —respondí encendiendo un cigarro. —Y por supuesto no estaban tomando té.
—¿A qué mierdas te refieres? Habla claro. —musitó con las cejas hundidas.
Mi respuesta fue coger una bolsa que guardaba debajo de la mesa del escritorio. Aún goteaba sangre.
Ante la mirada de mi padre la dejé encima de la mesa manchando algunos papeles del líquido rojo.
—Debí haberte preguntado si querías seguir usando el cuerpo. Lo siento. —le dije con un falso arrepentimiento al ver el cabreo de sus ojos soltando el humo del cigarro por la boca.
Él se levantó formando un chirrido, evitando mirar la bolsa con el cuerpo de su antigua amante dentro.
—Y rézale al diablo para que por culpa de tu calentura no se nos vengan más problemas encima. —solté levantando el tono antes de que terminara de irse.
Después fui a la sala donde estaba el cuerpo semiinconsciente del policía que había hablado con ella colgando del techo con unas cuerdas que habían conseguido levantarle la piel de las muñecas por la fricción.
Sin perder más tiempo saqué la navaja de oro con flores en el mango que siempre guardaba en el cinturón de mis pantalones y se la clavé en la garganta. La sangre salió a borbotones manchando mi cara y parte de mi ropa.
Cuando retiré la navaja la limpié con lo que quedaba de su camiseta, y ese gesto hizo que recordara el porqué se había convertido en mi favorita.
Había regresado a la casa casi al atardecer, y cuando no la encontré en nuestra habitación fui a la cocina. Al escuchar mi voz ella dió un pequeño salto dejando caer algo en el fregadero.
Luego se dió la vuelta con una sonrisa forzada, cubriendo lo que sea que estuviera haciendo en el fregadero con su cuerpo.
—Hola. —habló en un bajo murmuro evitando mirarme a los ojos. Su pecho subía y bajaba con rapidez.
Mis ojos fueron directamente a las manchas rojas de sus pantalones y camiseta que había intentado eliminar sin éxito, y ella pareció darse cuenta de eso porque se puso más nerviosa, empezando a jugar con sus dedos húmedos.
Antes de que pudiera hablar me acerqué viendo la sangre que seguía en la navaja que no sé cómo había conseguido y parte del fregadero.
—Lo siento. Fue un accidente. —habló a mis espaldas con una voz entrecortada.
—¿Qué ha pasado? —pregunté acariciando su mejilla al ver el brillo de sus ojos. Estaba a punto de llorar.
—Yo...no...
—Está bien lyubov'. Puedes contármelo.
Ella rodeó mi torso con sus brazos.
—Fue un accidente. Lo prometo. —dijo con algunas de sus lágrimas empapando mi camiseta a la vez que yo acariciaba su espalda sintiendo su tristeza traspasar mi piel.
En ese momento Denis irrumpió en la cocina para decirme que habían encontrado a uno de mis hombres sin vida en el sótano.
Lena lo miró con miedo, intuyendo lo que había dicho a pesar de que había hablado en ruso.
—No. —musitó cogiendo mi brazo cuando estuve a punto de seguir los pasos de Denis. —No vayas.
—No tienes nada de lo que tener miedo. Sea lo que sea que hayas hecho no va a hacer que cambie mis sentimientos. —le dije antes de posar mis labios sobre su cabeza.
—Iré con vosotros. —murmuró al final, cogiendo mi mano entre las suyas y apretándola cuando estuvimos bajando las escaleras.
Allí el cuerpo de un hombre estaba tirado en el suelo con más de una puñalada en el cuerpo. Una incluso iba desde su cuello a su pelvis.
—¿Lo has hecho tú? —pregunté sin poder evitar el asombro en mis ojos.
—Fue un accidente. Él empezó. Me amenazó, yo solo quería bajar al sótano. Para... Ver. —respondió a mi lado con sus dedos comenzando a temblar.
Tal vez el hombre solo estuviera siguiendo mis órdenes de no dejar bajar a nadie. Claro que eso no incluía amenazas. Mucho menos a ella.
—¿Accidente? El hombre tiene más de seis puñaladas y las entrañas a la vista. —habló Denis detrás nuestra.
Después de la mirada que le había dado se dió la vuelta caminando a la salida.
—Ya me jodería acabar así por una niñita de dieciséis años. —murmuró para sí mismo moviendo la cabeza de un lado a otro antes de atravesar la puerta.
—No soy ninguna niñita, rubio peliteñido. —refutó Lena con un mohín en los labios.
—Hablamos cuando llegues al metro cincuenta. —respondió Denis en una burla.
Lena apretó los dientes, olvidando lo que sea que fuera a decir para desviar sus ojos preocupados a mi rostro.
Yo volví a centrarme en ella cuando cerró la puerta y nos dejó solos, reflejando el orgullo que sentía.
—¿Me vas a echar, verdad? —preguntó con el mismo brillo de antes en sus ojos.
La cogí en mis brazos hasta que nuestros rostros estuvieron cara a cara.
—Claro que no, Lena. Lo has hecho muy bien, pero a la próxima podemos hacerlo juntos. Es menos complicado para ti y así puedo enseñarte un par de cosas. —respondí con una sonrisa corta.
Luego besé sus mejillas y me detuve en sus labios.
—Estoy orgulloso de ti, mi pequeño demonio. —susurré rozando la punta de nuestras narices apretándola en mis brazos.
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