027
—Tenemos que vernos. Últimamente me tienes muy abandonada. —habla Grace del otro lado con un puchero en los labios.
Suelto una pequeña carcajada rodando en la cama hasta quedar boca arriba.
—Nos vimos ayer. —respondo sonriente.
—Pero estoy aburrida. ¿Por qué no te vienes un rato?
—Me lo pensaré. —digo con una sonrisa divertida que se hace más ancha al ver su ceño fruncirse con desconcierto al otro lado de la pantalla —Es broma, iré.
—Ven lo más pronto posible a sacarme de este aburrimiento infernal.
—Haré todo lo posible. —hablo acallando una carcajada antes de terminar la llamada.
Después me levanto y voy en busca de algo que ponerme, no tardo demasiado en vestirme y hacerme dos trenzas dejándome un par de pelos sueltos.
Al salir los rayos de sol me dan directamente en los ojos haciendo que me tenga que poner las gafas antes de lo previsto.
—Hola. —murmuro con una voz cantarina al ver a mi padre andar hasta la cerca principal. Va muy bien vestido.
—¿Adónde vas tan guapo? —pregunto con la cabeza ladeada.
—Iré a la casa del capitán.
—Entonces podemos ir juntos, yo también voy hacia allí. Voy a ver a Grace.
Sin esperar una respuesta de su parte empiezo a caminar hasta el coche aparcado en el pavimento a un lado del jardín
Poco después mi padre se sienta en el asiento del copiloto mientras yo estoy detrás con Leto y otro guardaespaldas a mi lado.
Durante todo el camino estoy en silencio escuchando las conversaciones hasta que caigo dormida del aburrimiento. Para cuando despierto veo que estamos en la verja esperando a que sea abierta y así entrar a la gran finca.
En cuanto me bajo del coche Grace se me avalancha encima apretándome con fuerza.
—Buenas tardes señor Easton. —habla una vez separadas con una especie de inclinación hacia mi padre.
Aprieto los labios escondiendo una sonrisa al ver la cara disgustada de mi padre.
—Deja de hablarme de usted Grace, me haces ver más viejo de lo que soy.
—Disculpe. Quiero decir, disculpa, no volverá a suceder. —murmura con rapidez.
Ambas pasamos a un segundo plano cuando el capitán, el padre de Grace, se hace presente saludando a mi padre con un abrazo coloquial.
—¿Te has traído el traje de baño?
Muevo la cabeza de un lado a otro, negando.
—Te dejaré uno. Hoy es día de piscina y piñas coladas. —habla bastante animada adentrándose en la casa.
Al subir las escaleras hasta su dormitorio me encuentro con algunas caras nuevas paseándose por todo el lugar, como si estuvieran esperando a alguien.
—¿Quiénes son todos estos?
—No tengo ni idea, pero por lo que sé, están planeando algo grande. —habla con una sonrisa ladina y yo asiento sin ponerle más interés, dejando mis cosas sobre su cama.
—¿Cuál te gusta? —pregunta un rato después mostrándome un par de trajes de baño. —Yo creo que este te quedaría mejor.
Estrecho mis ojos en el trozo de tela negra que se supone tiene que ser la parte inferior.
—Con eso se me va a ver todo el culo.
—Esa es la intención. —extiende el bikini negro a mi dirección. —Después me lo agradecerás. —murmura con una sonrisa ladina.
La miro con ojos suspicaces cogiendo el bikini entre mis manos.
—¿Qué planeas? —ella solo me da una ancha sonrisa.
—Nada de lo que puedas arrepentirte, créeme.
Tras planteármelo varias veces decido hacerle caso. Más que nada por la intriga que me da.
—Como sea.
—¡Y date prisa! —exclama una vez me adentro al baño para sustituir mi ropa por el traje de baño.
Al salir me da una mirada con una sonrisa enorgullecida que me hace soltar un bufido entornando los ojos hacia otro lugar.
—Vamos. —habla sin darme tiempo a reaccionar cuando me coge del brazo y me lleva hasta el jardín donde hay una gran piscina.
Ambas dejamos las toallas en una especie de tumbona doble bastante amplia.
Le echo un vistazo a todo el espacio hasta que mi vista cae en una mesa redonda junto a unas sillas que hay en la terraza del segundo piso, desde ahí se podría obtener una muy buena vista de la piscina y otras zonas del jardín.
Sin más me acuesto en la tumbona con una pierna encogida y los ojos cerrados, y así paso los minutos hasta que Grace regresa con un par de cocos abiertos.
—Chin chin. —murmura chocando el suyo con el mío.
Después le doy un largo sorbo a la bebida soltando un sonido de aprobación.
—Está delicioso.
—Lo sé. —responde con una sonrisa orgullosa.
Suelto una risita desviando mi vista hacia aquella mesa nuevamente, esta vez me encuentro con mi padre discutiendo con el capitán y otros hombres sentados en la mesa.
Cuando mis ojos chocan con los suyos casi me atraganto con la bebida, y con una sonrisa que trato de reprimir vuelvo a echarle una rápida mirada que él no duda en responder.
—Hola. Tierra llamando a Lena. —habla Grace moviendo su mano en mi cara.
—Perdón. —musito con las mejillas ligeramente ruborizadas.
Ella solo me da una mirada divertida.
—¿Ya se sabe algo de lo del robo?
—suelto de la nada queriendo llamar su atención.
—No. Pero tengo mis sospechas.
—¿Quién? —se mordisquea el labio pensativa.
—Uno que viene de otra ciudad, no lo conoces. —asiento dándole otro trago a la dulce bebida.
Intento evitar mirarle para no levantar sospechas con mi padre, pero termino por sucumbir varias veces viendo sus ojos azules recorriendo mi cuerpo sin ningún pudor.
—A este paso no quedará de ti ni las migas si sigue comiéndote con los ojos de esa forma. —habla Grace a mi lado socarrona.
Aprieto los labios echándole una mirada a mi padre, está bastante distraído hablando como para fijarse en las miradas de Alekei. Él ahora me da una sonrisa sin mostrar los dientes y yo enseguida busco mi teléfono abriendo mi chat con él.
Yo: Deja de mirarme de esa forma.
No tardo en recibir su respuesta.
Conde D: ¿De qué forma?
Yo: Solo deja de hacerlo. Mi padre se dará cuenta.
No recibo algún mensaje de su parte, pero me fijo en que está vez deja de mirarme con una expresión algo molesta.
Suelto un suspiro. Estoy impaciente por volver a vernos a solas, los minutos se me hacen eternos hasta que mi padre por fin se marcha dejándome el camino libre para volver a observarlo. Esta vez parece estar muy ocupado hablando con un hombre de tez morena que reconozco como uno del combo de Luis.
Mis ojos no paran de fijarse en sus labios moviéndose con lentitud y en los músculos de sus brazos contraerse con cada movimiento que hace.
En eso Grace me salpica desde la piscina haciendo que con un jadeo dirija mi mirada hacia ella.
—Cierra la boca, te van a entrar moscas.
—habla entre risas.
Con una mala mirada me levanto y me sumerjo en la piscina, tal vez así pueda centrar mi atención en algo que no fuera él y bajar el calor que empieza a apoderarse de mi vientre bajo.
A regañadientes hice el intento de apartar la mirada lejos de ella. No quería meterla en problemas pero tampoco podía evitar admirar su cuerpo. Era como si estuviera envuelta en oro y diamantes.
—¿No crees que es demasiado?¿Cómo quieres que estemos pendientes del submarino, el avión y el camión al mismo tiempo?
Mi atención fue hasta Ray tratando de descifrar de qué estaban hablando. Había estado demasiado ensimismado como para escuchar lo que decían.
—Fácil. Nos lo repartiremos. —dijo el capitán con bastante seguridad.
—Estoy dentro. Iré con 500.
—Yo iré con 2000. —hablé estrechando mis ojos en los de Ray con una sonrisa corta.
Él apartó la mirada moviendo sus ojos por todo el lugar con una incomodidad palpable.
No le gustaba nuestra presencia y creía que fingir un agrado hacia nosotros se le daba bien. Bueno, se le daba jodidamente mal y el sentimiento era recíproco.
—No me jodas, eso es la mitad de la mercancía. —se quejó otro en un tono que no me agradó una mierda.
Pertenecía al combo de Luis. Era el nuevo que se había quedado al mando mientras él salía de la cárcel.
Al menos eso es lo que él creía y no tenía una idea de lo muy equivocado que estaba.
—Traeré más. 4000 es muy poco para tres medios de transporte.
La terraza se llenó de murmullos hasta que Ray fue el primero en hablarme.
—Está bien. Pero tú te harás cargo de traer el resto. Tienes cinco días. —asentí varias veces a modo de respuesta.
El lugar poco a poco se fue vaciando y yo aproveché para mirarla otra vez, hasta que vi de reojo cómo alguien más barría su cuerpo con lujuria, centrando sus ojos en sus piernas y después en su estómago.
—Evítate problemas y mira hacia otro lado. —solté con una sonrisa fingida.
El hombre de tez morena me dió una mirada irritada.
—¿Y ahora tú quién eres para decirme a dónde tengo que mirar? Pues, ¿Quién te crees o qué? —eché la cabeza a un lado jugando con el piercing de mi lengua antes de hablar con una voz tranquila.
—Continúa haciéndolo y será lo último que veas.
—¿Me estás amenazando? —preguntó levantándose de la silla de forma amenazante, listo para una pelea de la que yo no pensaba formar parte.
—Prefiero que lo tomes como un consejo. —respondí abandonando el lugar.
Lo dejaría para más tarde, ahora tenía algo mucho más interesante en lo que centrar mi atención.
Estando dentro marqué su número, y como era de esperarse no tardó en responder.
—Hol...
—¿Dónde estás? —pregunté interrumpiendo su saludo.
—En los almacenes. En el cuatro.
—Bien. Quédate ahí.
—¿Vendrás? —preguntó Polina con una voz aguda haciendo que arrugara el ceño con molestia.
—No. Mandaré a Denis a por unos paquetes. Quédate ahí.
En cuanto finalicé la llamada mi atención fue tras esa cabellera pelirroja que reconocería en cualquier lado, pero Sergey me adelantó antes de poder ir tras ella.
En cuanto lo veo desaparecer por aquel agujero no tardo en entrar a la casa en su busca.
—Y ya sabes, la última habitación que está en la segunda planta. —habla Grace desde la piscina con su dedo pulgar levantado.
—Solo lo voy a saludar. —replico con un mohín en los labios.
—Si ya, claro, envíale saludos de mi parte también. —murmuró guiñándome un ojo. —¡Y no te olvides de los globos!
Con un bufido voy hasta una especie de salón de juegos, importándome poco que solo estuviera en bikini.
Al escuchar su voz en el otro salón me acerco a las bisagras de la puerta observando desde aquel lugar como habla con Sergey. Después me muerdo el labio inferior pensando en alguna forma de llamar su atención.
Lo único que se me ocurre es pasar por delante de ellos. Sin darme el lujo de pensarlo dos veces empiezo a mover mis pies sintiéndome alguna especie de exhibicionista. En seguida mis mejillas se sonrojaron al pasar por su lado fingiendo desinterés.
Antes de poder dar un solo paso más mi cuerpo es atrapado por sus brazos.
—Mmm, hola. —murmuro con una pequeña sonrisa.
Él copia mi gesto inclinando su cabeza hasta rozar mis labios con los suyos, en seguida me alejo unos centímetros evitando que llegue más lejos, y con su mirada confusa le cojo de la muñeca arrastrándolo hacia uno de los baños que hay por allí.
Cuando me aseguro de cerrar bien la puerta con cerrojo me doy la vuelta, y sonriendo me pongo de puntillas acercándome más a su rostro y juntando nuestros labios en un beso largo y apasionado.
Ahogo un gemido al sentir sus manos apretar mi trasero impulsándome hacia arriba hasta colocarme en el lavamanos con delicadeza succionando varias partes de mi mandíbula y cuello.
Mientras acaricia mis muslos llevo mis manos al borde de sus pantalones vaqueros. Entre jadeos intento deshacerme de algunos botones y bajarle la cremallera, pero antes de conseguir mi cometido se separa de la curvatura de mi cuello y coge mis manos con rapidez dándome una mirada profunda.
Su respiración, al igual que la mía, se mantiene irregular.
—Sabes que eres lo que más deseo, pero quiero que nuestra primera vez sea diferente. Especial. —murmura acariciando mi mejilla.
Muerdo la punta de mi lengua aguardando mi desilusión. Es frustrante tener que esperar tanto tiempo.
—Además, quiero que estés preparada.
—Lo estoy. —aseguro enseguida con palabras firmes importándome poco si parezco una desesperada. Eso tampoco parece ser suficiente para él.
Él deja un casto beso en mis labios antes de bajarme al suelo. De forma casi automática rodeó su torso con mis brazos en un fuerte abrazo que él no tarda en corresponder apoyando su cabeza sobre la mía y acariciando mi espalda desnuda.
Al levantar la cabeza me encuentro con su mirada profunda desnudando cada parte de mi ser y yo hago lo mismo con él.
—Te quiero. —las palabras se escapan de mis labios casi sin quererlo en un hilo de voz.
Aún así él logra escucharme, lo sé por el brillo intenso que ahora tienen sus ojos.
—Yo te quiero muchísimo más. —habla cerca de mis labios antes de juntarlos nuevamente en un beso más despacio, como si quisiera memorizar cada parte de mi cavidad.
Cuando nos separamos él se pierde desapareciendo a través de la puerta. Yo regreso a la piscina con un mohín en los labios, encontrándome con Grace en una de las tumbonas con las gafas puestas.
—Hey.
—¿Qué tal?¿Te dolió?¿Es grande? —dice al verme con una sonrisa de oreja a oreja poniendo las gafas en su cabeza.
Me siento a su lado soltando un sonoro suspiro y hablo.
—No pasó nada. —ella suelta una risotada poniéndose las gafas en la cabeza.
—Tienes más abstinencia que una monja. —responde entre risas.
—Lo bueno se hace esperar. —suelto con autosuficiencia haciendo que su carcajada sea más fuerte.
Luego le tiro un cojín de la tumbona a la cara que ella consigue esquivar.
—¿Sabes? Creo que debería cambiarle el apodo a microondas, ese le quedaría mejor. —murmura con diversión.
Ignorando sus palabras camino hasta la piscina en el intento de disminuir el calor dado por nuestro anterior encuentro. Al final no funcionó.
Estando de nuevo en mi casa voy al baño y empiezo a preparar la bañera llenándola de agua caliente y añadiendo algunas sales cerrando el grifo.
Una vibración en mi teléfono llama mi atención, y sintiendo ese cosquilleo en el estómago al leer de quién se trata abro nuestro chat con rapidez.
Conde D: Mañana te mandaré a recoger sobre las seis.
Con una sonrisa estúpida le respondo un vale antes de dejarme caer de espaldas en la cama.
Luego mis ojos caen en una rosa roja en la ventana, pero antes de poder acercarme a ella mi madre me llama para que baje.
—No creo que sea buena idea, es la mano derecha de Luis. El nuevo jefe. ¿Pretendes empezar una especie de guerra ahora? —habló Sergey haciendo hincapié en jefe.
—Ya sé quién es Sergey. Solo quiero mandarle un mensaje. —respondí abriendo el maletero.
Allí el hombre de antes me esperaba amordazado.
No pude evitar sonreír al ver su expresión muerta de miedo.
—¿Mensaje?¿Le vas a mandar tus condolencias? —continuó a mis espaldas en un tono irónico.
La única respuesta que recibió fue mi mirada queriendo hacer un agujero en su frente.
—Está bien. Como sea. —murmuró levantando las manos para después ayudarme a bajarlo del auto.
Lo inmovilizamos con la ayuda de Denis mientras me colocaba delante suyo con el azul de mis ojos oscureciéndose a cada segundo.
Luego le arrebaté el trozo de cinta que tenía pegado a sus labios de forma brusca. El lugar se llenó con sus gritos de auxilio haciendo que me relamiera los labios con una mueca saltando a relucir el piercing de mi lengua.
—No sabes con quién te estás metiendo. Lo vas a pagar muy caro.
Al escuchar sus palabras me eché a reír con burla acompañado de las risas de mis hombres.
Llevé mis dedos a sus ojos, empujándolos hacia dentro hasta que pude fisgonear dentro de sus cuencas y encontré los nervios necesarios. Sin más tiré de las dos esferas con una textura húmeda y pegajosa ignorando los alaridos de dolor.
Con una seña le indiqué a Denis que me entregara unas tijeras y una vez las tuve corté los nervios. Un líquido amarillento junto a su sangre se esparció por sus mejillas y los nervios habían quedado colgando un poco por el hueso malar.
Después clavé las tijeras en el vacío que había dejado destrozando todo a su paso y provocando un torrente de sangre que me salpicó varias veces.
Envolví una especie de pañuelo alrededor de sus cuencas vacías, llenas de sangre y carne destrozada para después indicar que lo podían soltar.
El hombre cayó al suelo de rodillas palpando el lugar donde deberían de estar sus ojos con una expresión adolorida y de total espanto.
—Bonitos ojos compadre. —habló Denis con burla tratando de imitar su acento mexicano. —Lástima que ya no los tengas. —soltó por última vez propinándole un par de palmadas en la espalda.
Antes de marcharme dejándolo en mitad de la nada me agaché hacia él con el colgante de escorpión en mis manos, y con una sonrisa nada agradable le obligué a sostenerlo entre sus manos.
—Dile a tu jefe que nos veremos muy pronto. —le dije con una amabilidad fingida antes de subirme al auto junto a los demás.
—Sigo pensando que a Kristoff no le va a hacer ninguna gracia cuando se entere. —murmuró Sergey en la parte delantera del auto.
—Me importa una mierda lo que vaya a pensar. Yo soy el que está a cargo, así que la única opinión que cuenta es la mía, ¿Entendido? —mascullé haciendo que los demás en el coche asintieran con la cabeza.
Nadie volvió a decir nada en todo el camino.
Entrando a la sala principal vi la cabeza rubia de Polina en el sofá, pero cuando quise ignorarla y darme la vuelta se giró.
—Espera. Yo... quiero hablar contigo de algo. —musitó con un nerviosismo que no pasó desapercibido.
La miré con aburrimiento apoyándome en la barandilla de las escaleras. No me apetecía una mierda hablar con ella.
—Siento mucho lo del otro día. No sabía lo que hacía, simplemente no estaba en mis sentidos. —habló con sus mejillas tiñéndose más de rojo.
—No tienes que disculparte conmigo, mejor discúlpate contigo por cometer tantas estupideces. Tal vez así aprendas a tener dignidad. —respondí de forma tajante ignorando el brillo que habían cogido sus ojos de un momento a otro.
Sabía de primera mano las locuras a las que te podían llevar el amor, pero ni en jodida broma pensaba ser yo el blanco de su estupidez. No tenía tiempo para eso.
Antes de poder subir otro escalón Sergey se acercó a mis espaldas tocando mi hombro para llamar mi atención.
—Tenemos que hablar de algo. —solté un resoplido instándole con la mirada a hablar. —Aquí no.
Los pasillos retumbaron con el par de zapatos, y estando en el despacho la puerta hizo un escueto ruido al cerrarse.
—¿Ahora qué pasa? —murmuré con impaciencia al sentarme en el sillón.
—Creo que se nos jodió lo del francés.
Tensé los músculos de mi mandíbula deslizando mis brazos por la mesa hasta quedar a pocos centímetros de él.
—Explícate. —exigí con una amenaza apenas palpable en la voz.
—Digo que alguien nos descubrió o alguna mierda así no lo sé. El otro día recibí un mensaje anónimo junto a una invitación para un maldito entierro con mi nombre que decía "no hay crimen perfecto" y una corona fúnebre en forma de cruz. Justo en mis malditas narices.
—¿Me estás jodiendo, Sergey? —hablé con la cabeza ladeada después de un rato. Él negó con la cabeza.
—Sabes que yo mismo me encargué de que todo fuera perfecto. Yo... No sé lo que pasó.
Mordí la punta de mi lengua pensando la vez en la que nos tuvimos que devolver para coger el jodido móvil.
La zona estaba más limpia que cuando enterramos el cuerpo, no es posible que alguien nos hubiera visto.
—Pues averígualo, y si es como tú dices encontraremos la solución.
—¿Yo? Lo siento pero no, apreció mi vida, ¿Sabes? —replicó con una ironía ácida.
—No te va a pasar nada.
—¿Cómo lo sabes? Me están amenazando de muerte, Alekei.
—No exageres, es solo un juego absurdo, pretenden achantarnos, no dejes que lo hagan.
—Como sea. —replicó para después abandonar la sala haciendo que los pasos de sus botas hicieran eco en las paredes.
Luego coloqué un cigarro entre mis labios y giré el sillón hacia los ventanales. El parecido con los jardines de esta casa y la de Canadá en aquel entonces hizo que me sumergiera en otro de mis recuerdos.
Lena había salido al jardín mucho antes de terminar de cenar cuando Polina irrumpió en el comedor. Cuando fui tras ella estaba concentrada en unas orquídeas azules.
—Hola. —murmuró con una sonrisa que me hizo suspirar.
Luego aparté algunos pelos de su rostro, teniendo una mejor vista a sus rasgos.
—Entremos. Está comenzando a hacer frío. —ofrecí al sentir una brisa por mi cuello.
—Pero no tengo frío.
—Está bien. Quedémonos un rato más entonces. —respondí de inmediato, queriendo ceder a todos sus deseos.
Cogí su mano y ambos empezamos a caminar por los laberintos del jardín formados por altos arbustos y árboles, entre otros, decorados con más flores salvajes y exóticas.
—¿Cuál es tu favorita? —preguntó de la nada.
—Tú. —respondí con una corta sonrisa, disfrutando ver cómo sus mejillas se sonrojaban una vez más por el simple hecho de revelarle una verdad.
—Yo no soy una flor. Tienes que elegir una.
—En ese caso, me quedaría con las flores de Lis.
—¿Por qué? —preguntó atrapando otra flor entre sus dedos, quitándole los pétalos después.
—Porque simbolizan el árbol de la vida, perfección, luz, resurrección. —me quedé callado por un momento, buscando las palabras correctas para reflejar una muy pequeña parte de lo que perturbaba a mi corazón. —Todo eso es lo que significas tu para mí, Lena. Eres mi pilar para seguir respirando. Gracias a ti he vuelto a vivir como no lo había hecho jamás y nada de lo que haga será suficiente para agradecértelo, nunca. Eres demasiado para este mundo, para mi... Simplemente no te merezco.
—Siempre dices unas cosas muy bonitas. —murmuró unos segundos después con la cara roja.
—Es lo que siento. —hablé acariciando sus pómulos con mis dos manos.
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