025


Un extraño ruido hace que abra los ojos y me incorpore en la cama con brusquedad. Mi respiración es errática mientras trato de divisar los objetos de la habitación en busca de eso que llama mi atención, pero al no haber luna es más complicado ver con la oscuridad de la noche.

Cuando escucho otro sonido parecido a un gruñido todos mis sentidos se alarman con inmediatez y me aparto de las sábanas para encender la lámpara de la mesa al lado de la cama.

—¿Quién anda ahí? —titubeo cogiendo las tijeras que siempre guardo debajo de la almohada.

Echo un rápido vistazo a todo el dormitorio hasta que mis ojos caen en una figura ennegrecida junto al desván. Cuando levanta su mirada dejándome ver esos ojos azules que no tardo en reconocer suelto un jadeo.

—¿Alek? —suelto en un grito ahogado antes de lanzarme a donde está.

Al estar más cerca suyo de inmediato me fijo en que se está tapando una zona del costado derecho con su mano.

—¿Estás bien?¿Qué te ha pasado? —musito al ver la cantidad de sangre procedente de esa zona.

Él a duras penas consigue asentir con la cabeza. Lo ayudo a sentarse en el sofá con miedo de hacerle daño en la herida.

—Quédate aquí. Iré a por un botiquín.
—hablo en un titubeo intentando no mirar mucho la sangre que traspasaba su camiseta.

Pero antes de que pueda dar ningún paso me coge de la muñeca empujando mi cuerpo hacia él hasta quedar en su regazo.

—Estoy bien, solo se me han soltado algunos puntos. —murmura con una voz ronca y su rostro escondido en la curva de mi cuello.

Por unos instantes me distraigo con su aliento en mi piel haciéndome estremecer ligeramente.

—¿Puntos?¿Qué te pasó? —murmuro con una voz ahogada.

Mis ojos se mueven con desasosiego sobre su camiseta manchada por la sangre.

—Perdón, tuve que irme de la ciudad. No pude avisarte.

Al levantarle un poco la camiseta mis ojos se abren con espanto al ver algunos hilos desprendidos de su costado y la herida abierta con la sangre saliendo de ella.

—Lo siento mucho por eso. Prometo que te lo compensaré. —sus palabras ahora mismo no tienen ningún sentido para mí.

Se está desangrando en mi cuarto y lo único que le importa es pedirme disculpas.

Al estar a punto de decir algo me obliga a fijar mi mirada en la suya poniendo sus dos dedos a cada lado de mi mandíbula.

—Estoy bien Lena, deja de preocuparte. —habla en un tono suave acercando sus labios a mi rostro.

Cierro los ojos cuando empieza a repartir cortos besos por mi mejilla, después por mi barbilla hasta que llega a mis labios.

Antes de que pueda hacer nada más me levanto de su regazo con rapidez.

—No. No estás bien, te estás desangrando.

Él solo aprieta sus labios y trata de acercarse a mí en un rápido y brusco movimiento.

—Deja de moverte, te vas a hacer daño.

—Déjame ir contigo entonces. —habla queriendo levantarse del desván. Niego con la cabeza varias veces.

—No, quédate aquí. Hazme caso, por favor.

Se sienta a regañadientes y yo voy rápidamente al baño, buscando el botiquín de primeros auxilios.

Después lo dejo a un lado del desván y con su atenta mirada en mí saco unas vendas, una aguja junto a un hijo de sutura y un poco de alcohol que dejo a un lado.

No tengo ni idea de cómo debería de actuar ahora, así que solamente me deje llevar por mis instintos.

—Necesito que te quites la camiseta.

—¿Me ayudarás? —pregunta con una sonrisa sugerente y sus manos a ambos lados de mis caderas.

Asiento con la cabeza sintiendo ese calor subir hasta mis mejillas al notar el bulto de sus pantalones. Céntrate, Lena.

Con movimientos algo torpes y cuidadosos le quitó la camiseta hasta sacarla por su cabeza, de forma inesperada el me vuelve a colocar en su regazo y empieza a repartir besos por la curvatura de mi cuello.

Trato de alejarme pero sus manos me sujetan de la cadera haciendo imposible el que me pueda mover.

—Estate quieto. —digo con la respiración acelerada cuando coloca una de sus manos en mi muslo empezando a repartir lentas caricias por el mismo.

—Te he echado muchísimo de menos. —susurra mordisqueando un trozo de piel de mi clavícula.

Me muerdo la lengua manteniendo la compostura y evitando soltar un gemido de placer cuando empieza a succionar esa parte.

—Y-yo también, pero tenemos que curarte eso. —él sigue ignorando mis palabras entreteniéndose con mi cuello.

Le doy un leve empujón que hace que aleje su rostro de mi cuello, después aprovecho su desconcierto para coger el alcohol y un trozo de algodón estando todavía sentada en su regazo.

—Esto va a dolerte un poco. —digo antes de acercar el algodón con el alcohol a la herida, primero deshaciéndome de las manchas secas de sangre.

Él no hace ningún movimiento ni nada parecido, solo se queda admirando cada movimiento que hago.

Cuando termino lo hago a un lado y él vuelve a posar sus ojos en los míos, con esa intensidad y brillo tan característico de él.

—Esto también. —hablo sosteniendo el hilo y la aguja entre mis manos temblorosas.

Empiezo a atravesar su piel con la aguja con cuidado de no hacerle más daño, pero él no parece inmutarse. Por su respiración apaciguada y el suspiro que suelta al cerrar los ojos diría que incluso lo disfruta.

En ningún momento aparto la mirada de aquella escena tan grotesca, pero me siento aliviada al ver que al menos ha dejado de sangrar, solo quedan algunas gotas manchando sus pantalones vaqueros.

—¿Te duele mucho? Tengo algunos calmantes fuertes. —murmuro con la intención de rebuscar en el botiquín.

Él me aprieta hacia él con sus dedos ensangrentados inhalando el aroma de mi pelo.

—No, contigo a mi lado sería capaz de soportar cualquier dolor. —musita con su dedo dando lentas caricias por mi mejilla dejando un rastro de su sangre.

Eso provoca unos cosquilleos en la boca de mi estómago, y pronto olvido esos cosquilleos, no queriendo saber porqué o cómo se han plantado ahí.

—Estaba muy preocupada. —susurro con un mohín en los labios.

Él endurece sus rasgos antes de hablar fundiendo mi cuerpo junto al suyo, apretándome más hacia él.

—Lo siento.

Después deja caer su cabeza encima de la mía con la mirada al frente mientras yo lo rodeo con mis brazos y apoyo mi mejilla en su pecho.

Cierro los ojos disfrutando del sonido de sus latidos desenfrenados. Estos parecen calmarse hasta que empieza a dar lentas caricias por mi cabello y es entonces cuando sus latidos se vuelven más fuertes e incluso más rápidos que los anteriores.

Escuchar aquello y perderme en el azul de sus ojos se convirtieron en mis nuevos pasatiempos favoritos.

De forma casi inconsciente paso una de mis manos por su espalda ancha con lentitud, haciendo que suelte un suspiro leve y después separe mi cuerpo del suyo unos escasos centímetros.

—Vamos a la ducha. —ofrece con una mirada intensa, yo solo lo miro con un mohín en los labios.

Son las tres de la mañana.

—Quiero limpiar un poco todo este desastre.

Eso me hace sonreír. No me he dado cuenta de que toda mi ropa al igual que parte de mi pelo y cara están manchadas con rastros de sangre.

—Está bien, vamos.

Suelto un jadeo cuando de forma inesperada se levanta conmigo en brazos y por inercia tengo que enredar mis piernas alrededor de su cintura.

—Bájame al suelo, te harás daño.

Él lejos de obedecerme ignora mis palabras caminando hasta el baño para después dejarme en la gran alfombra de la ducha. En ese momento nos miramos sin saber qué hacer.

—Supongo que tenemos que quitarnos la ropa. —murmura con una voz ronca apartando la mirada con sus mejillas levemente sonrojadas.

Todavía me parece increíble que se sonroje con estas cosas.

Cuando empieza a quitarse la ropa y dejarla en el suelo yo hago lo mismo dándole la espalda, hasta que quedo solo en bragas y empiezo a dudar con el corazón bastante acelerado y manos sudorosas en si debo desprenderme de ellas. Algo estúpido teniendo en cuenta que ha visto partes de mi misma que ni siquiera yo soy capaz de ver, pero esto se siente como algo más íntimo.

Al ver sus calzoncillos tirados en el suelo cojo confianza y me deshago de ellas con rapidez. Lo próximo que hacemos es meternos a la ducha en un silencio incómodo. Es la primera vez que está desnudo frente a mi y sus nervios se transmiten a través de sus movimientos torpes y su afán por no mirarme a los ojos directamente en ningún momento.

Quiero decirle lo diabólicamente hermoso que es, pero mi cerebro está ocupado haciendo un esfuerzo por no bajar mi mirada hasta aquella parte. Mis manos hormiguean, deseando acariciar cada trozo de piel. Sobre todo aquellas que están manchadas de rojo.

La ducha no es tan grande como para aguardar dentro el gran tamaño de su cuerpo, a duras penas tenemos espacio para movernos, y eso hace que me tenga que acercar más a su pecho para abrir el agua caliente. Aprieto los labios al tener el olor a hierro más cerca, y en un mal paso consigo pisarle un pie con bastante fuerza.

—Perdón. —susurro llevando mis ojos a su neutra expresión.

Él extiende su brazo hacia alguna parte junto al grifo, su mano rozando por unos instantes mi mejilla causa que mis músculos se queden rígidos.

—Date la vuelta. —demanda con una voz ronca.

Tardo en hacer lo que pide. Tenerlo frente a mí de esa manera hace que me cueste concentrarme en cualquier cosa que no sea sus labios moverse con lentitud y las gotas de agua deslizándose por su torso.

Ahogo un sonido al sentir algo frío caer sobre mi cabeza, después empieza a masajear mi cuero cabelludo muy despacio con el líquido antes de llevar la manguera a esa zona deshaciéndose de la suciedad y del champú de mi cabello. El agua caliente y sus manos masajeando mi cráneo hace que mis músculos estén más relajados y que de mis labios se escapase un sonido placentero.

Cuando coloca sus manos en mi cintura siento una pequeña corriente recorrerme desde la parte baja del vientre hasta mi pecho. Al girarme hacia él de forma inesperada abro los ojos y de forma casi inconsciente apoyo mis manos en su abdomen para después envolver su cuello al mismo tiempo que él me eleva sujetando la parte baja de mi trasero.

—Te amo. —susurra muy cerca de mis labios pegando su cuerpo al mío.

En ese instante es como si cada brecha que tenía abierta se hubiera cerrado dejando que mis pulmones, al igual que mi corazón, funcionaran con más vitalidad. La sangre por mis venas corre tan rápido que me hacen temblar, pero sus brazos me sostienen con tanta fuerza que es apenas perceptible.

Me muerdo el labio inferior escondiendo esa sonrisa tonta que sólo él me hace sacar. Luego acerco su boca a la mía en un lento y cuidadoso beso que demuestra lo que mis labios  por el momento son incapaces de decir.

Cuando nos separamos me vuelve a dejar en el suelo no sin antes darme un casto beso en los labios, después lleva la manguera hacia la zona de su herida restregando varias veces para eliminar la sangre seca de aquel lugar. Una vez estamos los dos limpios salimos de la ducha. En menos de un minuto tengo mi cuerpo envuelto con una toalla que me trae él.

A veces pienso que conoce mi habitación mejor que yo.

—Gracias. —susurro afianzando la toalla asegurándome de que no se caiga.

Después comienzo a secarme dándole la espalda. Al girarme me encuentro totalmente sola, lo que aprovecho para ponerme las bragas con más tranquilidad deshaciéndome de la toalla por completo.

Él no tarda en regresar con una camiseta negra en sus manos y de un impulso oculto mis senos con las manos mientras observo como se va acercando con el ceño más arrugado de lo usual.

—Tengo grabado a fuego cada parte de ti, es totalmente inútil que trates de ocultarte. —murmura con una voz ronca apartando algunos de mis pelos húmedos de la cara.

Es inevitable que sus palabras provoquen el enrojecimiento de mis mejillas, todavía no estoy acostumbrada a este nivel de confianza con él.

Con una mueca en los labios bajo los brazos pensando en que tal vez no le gusten por ser demasiado pequeños para su gusto y solamente finja hacerlo.

Enseguida suelta la camiseta en algún lugar del baño y sujeta mi rostro repartiendo varios besos.

—Te adoro y adoro cada parte de ti. —musita muy cerca de mis labios para después unirlos en un corto beso que duró apenas unos segundos. —Eres lo más precioso que mis ojos han visto jamás, y eso no va a cambiar nunca, por nada del mundo. —sus palabras firmes y sus leves caricias en mis mejillas calientan algo en mi pecho.

Entreabro los labios impulsándome hacia arriba rozando nuestras narices, él solo posa sus labios sobre mi nariz durante unas milésimas de segundos antes de alejarse unos centímetros y meter la camiseta por mi cabeza, después por mis brazos.

Ahora mismo me siento una especie de muñeca.

—No hace falta que hagas eso.

Ignorando mis palabras me indica que me siente en la tapa del váter, cuando lo hago empieza a peinar mi cabello deshaciéndose de los nudos.

—¿Te duele? —niego con las esquinas de mis labios impulsándose hacia arriba en una pequeña sonrisa.

Sé que él no es una buena persona y que es capaz de hacer cosas atroces, pero a su lado soy capaz de sentir cosas que no sé ni de describir. Me hace olvidar mis inseguridades y pesadillas.
Simplemente lo quiero, lo quiero tanto que duele, y me aterra que vuelva a desaparecer de un día a otro como ya hizo algunos años atrás.

Él lleva sus labios a mi cabeza durante unos largos segundos y coloca el peine en el lavabo. Pienso en levantarme pero sus manos en mis hombros me lo impiden.

—Te has vuelto a alisar el pelo. —habla en un deje distraído al comenzar a mover sus dedos por mi cabello.

Suelto un suspiro al sentir una corriente placentera por mi cráneo.

—¿No te gusta así? —pregunto moviendo la cabeza para tener mejor vista a su rostro. Él sonríe y posa sus labios sobre la punta de mi nariz.

—Me encanta. Estarías preciosa incluso sin ninguna hebra de pelo en la cabeza, pero la plancha es dañina para tu cabello. —aprieto los labios escondiendo una sonrisa.

Es casi lo mismo que me habían dicho mis padres varias veces, pero al final del día siempre terminaba por no hacerles caso. Los nudos eran más fáciles de desenredar con el pelo liso. Aunque si he notado las puntas un poco abiertas.

De vez en cuando siento algún tirón leve hasta que por fin termina y me puedo levantar, no lo dudo dos veces antes de verme en el espejo.

Entreabro los labios con asombro al ver una trenza bastante bien hecha.

—No sabía que se te daba tan bien eso de peinar. —murmuro con una sonrisa cuando estamos los dos frente a frente.
Él sonríe sin mostrar sus dientes.

—Ahora que ya lo sabes, podría ser tu peluquero personal. —musita en un tono sugerente y sus ojos brillando más de lo normal.

—Me encantaría. —respondo sintiendo un leve hormigueo en los labios del cual trato de deshacerme pasando mi lengua por ellos.

Y como si nuestros cuerpos estuviesen escondiendo algún tipo de imán en cuestión de segundos nos pegamos fundiendo nuestras bocas como si la vida se nos fuera en ello, cuando atrapa mi labio inferior entre sus dientes y tira de él con fuerza suelto un suspiro llena de placer.

Enredo mis manos en su cabellera al mismo tiempo que me impulsa hacia arriba con sus manos acariciando mis nalgas y mis muslos, en busca de un mejor ángulo tiro de su pelo hacia atrás para después ladear la cabeza y succionar su lengua.

Él suelta un sonoro gemido que me termina de enloquecer, en cuanto nos lleva a la cama él se separa con rapidez y con esa mirada intensa se relame los labios con lentitud.

—Arrodíllate. —demanda en voz baja y con una voz muy ronca.

De inmediato mis ojos caen en el prominente bulto de su ropa interior, sin pensarlo un segundo más me acerco a la orilla de la cama arrodillándome.

Antes de que pueda darle otro vistazo a esa parte con una de sus manos levanta mi cabeza obligándome a mirar sus ojos, después lame mis labios con lentitud llegando a rozar su nariz con la mía. Cuando finalmente baja su ropa interior siento mi respiración atascarse en los pulmones al encontrarme con su miembro erecto, era la primera vez que veía uno pero aún así su gran tamaño era obvio.

Lo que más me llama la atención son los piercings que tiene en el glande y alrededor de su longitud. Tiene siete en total, ¿Por qué demonios se haría un piercing en ese lugar?

Él solo hecho de pensar en otra persona estando tan cerca de sus partes íntimas hace que la sangre corra por mis venas más rápido de lo usual.

—Abre la boca. —murmura acariciando mis labios con su dedo.

En el momento de abrirla introduce su miembro con una mano sujetando mi rostro, cuando termina de introducirlo suelta un jadeo de placer que trata de acallar apretando los dientes con fuerza.

Hago un esfuerzo por tragarme la arcada cuando empuja su miembro hasta que su glande está muy cerca de mi campanilla. Sin poder evitarlo más termino echando todo lo que he comido hoy manchando sus pantalones y sus partes íntimas con mi vómito.

Mis mejillas son las únicas capaces de mostrar lo avergonzada que estoy en ese momento. Pienso que se alejará asqueado, pero él vuelve a introducir su falo ahogándome con él y haciéndome saborear mis propios desechos como si nada hubiera pasado.

Es asqueroso, y aún así continúo, esta vez tengo cuidado con las arcadas que siguen muy presentes, provocando una acidez en mi estómago. El tener el olor de mi vómito tan cerca tampoco lo hace más agradable.

Él suelta un gruñido gutural que acalla en su garganta al mismo tiempo que sujeta mi rostro con ambas manos para después empezar a mover sus caderas con vehemencia penetrando mis labios una y otra vez sin tener ningún tipo de piedad.

Sus ojos no dejan de buscar los míos y, a pesar de mis ojos lagrimeantes y mi estómago haciendo contracciones al aguantarme las náuseas, le sostengo la mirada, hasta que sus penetraciones se vuelven rápidas y más constantes.

—Joder. —musita echando la cabeza hacia atrás soltando un gemido gutural tras otro.

En eso siento una especie de líquido caliente adentrarse en mi garganta, de inmediato empiezo a succionar con fuerza sintiendo como clava sus dedos en mi nuca con sus gemidos de fondo.

Cuando saca su miembro de mi boca me relamo los labios para asegurarme de no tener rastro de sus flujos y él desaparece por la puerta del baño.

Voy detrás de él para lavarme la boca y así quitarme el sabor asqueante, pero al nada más acercarme al lavabo me rodea con sus brazos atrayéndome a él.

—No lo hagas. —lo miro extrañada esperando a que diga algo mas. Su petición era extraña, muy extraña.

En el momento de sentir sus labios sobre los míos vuelvo a sonrojarme sintiendo ese pudor de antes, aunque a él parece que no le importa. Mientras sigue jadeando ansioso por más yo busco la manera de separarme sin parecer que lo estoy rechazando.

Cuando finalmente nos alejamos sus labios tienen una corta sonrisa, y una vez de vuelta en la habitación nos acostamos, no sin antes limpiar mi vómito.

Me había ofrecido a limpiarlo yo y él se negó rotundamente. Quise que la tierra me tragara al verlo limpiar ese desastre por mi. Luego esperé a que volviera y rodeé su torso con mucho cuidado mientras coloco mi cabeza encima de su pecho centrando toda mi atención en sus latidos.

—Trata de descansar. —habla rozando mi espalda con lentas caricias al ver qué todavía sigo con los ojos abiertos.

Pero por más que intento quedarme dormida no lo consigo.

—¿Qué pasa? —inquiere analizando mi rostro con una voz suave.

—No puedo dormir. —me remuevo para tener una mejor visión de su rostro.

—No te va a pasar nada.

—No es eso.

—¿Entonces qué es?

—Nada. —respondo tratando de sonar desinteresada.

—Dime qué es lo que te preocupa.
—insiste pegando su frente a la mía mientras acaricia mi mejilla con suavidad.

—Olvídalo, sigo un poco preocupada por la situación. —él entrecierra sus ojos en los míos, sin creerse del todo mis palabras.

—No me mientas. —aprieto los labios, reprimiendo el impulso de soltar otra mentira.

Luego comienzo a hablar, usando sus ojos de apoyo para echar a un lado mi cobardía.

—Yo...yo pensé. —en ese momento toda la valentía que obtuve se fue por un caño, las palabras se me desvanecieron.

—¿Qué pensaste? —trata de alentarme reanudando sus caricias en mi espalda.

—Pensé que te irías otra vez. —musito tan bajo que por un momento creo que no me ha escuchado.

Su mirada disconforme me intimida, enseguida me arrepiento de haberle dicho eso. El silencio que nos rodea empieza a ser asfixiante.

Después de una eternidad se mueve incorporándose en la cama, expectante copio sus movimientos, él se relame los labios antes de llevar una de mis manos a su pecho.

—¿Lo sientes? —asiento con la cabeza notando en la palma de mi mano los rápidos y fuertes latidos que daba su corazón.

Muevo mis manos a sus bíceps cuando me coloca en su regazo para sin más tardar apartar unos pelos que se habían salido de la trenza.

—Tu eres la única capaz de cambiar mis latidos. —musita con unas facciones serias, liberando mi mano.

Entreabro los labios en busca de las palabras, pero él se me adelanta.

—Todo de mi te pertenece, cada célula, cada respiración, cada latido. —poco a poco se va acercando a mi rostro hasta estar a muy escasos centímetros de mis labios. —Tu eres el aire que respiro, ¿Es que no lo ves? No podría abandonarte. Nunca lo hice, Lena.—la exasperación es perceptible en cada palabra, y sé que hay algo más que quiere decirme, pero se lo calla.

Yo solo asiento cabizbaja sintiendo mis mejillas ruborizadas, él me mira con un destello de insatisfacción y me obliga a sostenerle la mirada.

—Te he entregado mis primeras caricias, mi primer abrazo, mi primer beso. Prácticamente todo. Y también estoy dispuesto a entregarte mi cuerpo. —murmura con las cejas fruncidas mientras yo pestañeo varias veces tratando de eliminar las lagrimas que no sabía que estaba aguantando.

Ahora sostiene mi rostro con sus dos dedos en un movimiento tan rudo que hace que se me escapen algunas lágrimas mientras sus ojos transmitían irritación, como si no estuviera satisfecho con algo.

—Nadie en este jodido universo se acercará jamás a sentir lo que yo siento por ti, y si alguien cree que lo hace le arrancaré el corazón.

Muerdo mi labio inferior con fuerza a la vez que más lágrimas humedecen mis mejillas.

—No te lo he dicho para que llores.

—Lo sé. —es lo único que me sale decir en una voz baja, pasando el dorso de mi mano por mis párpados con un leve rubor.

Los latidos de su corazón es lo que me acompaña al caer en un profundo sueño con sus brazos sosteniéndome como si me fuera a ir en cualquier momento.



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