024
—¿Ves? Lo sabía. Y tú con la cabeza llena de estúpidas dudas pensando que no te quería de verdad. —habla Grace en un tono burlesco.
No le he dicho nada de nuestro matrimonio. Es algo que de momento se quedaría solo entre nosotros dos.
—Esa cara me dice que pasó algo más.
Niego con la cabeza rápidamente para después mirar a través del ventanal.
—No mientas, te conozco como si te hubiera parido. —responde en un tono demandante. —¿¡Tuvisteis sexo!?¡Dios, por fin!
—No, no tuvimos sexo. —ella pone una cara disgustada. —Creo que no quiere aún. —añado con una mueca, escuchando su bufido de fondo.
Anoche fue el momento perfecto para hacerlo, incluso le mandé indirectas muy directas, pero nada. Él las esquivó todas. Parece que le encanta la idea de penetrarme con todo menos con su pene.
—Solo nos queda el plan b.
—¿Y cuál es ese plan? —inquiero con una sonrisa acomodándome en el desván.
—Sedúcelo, hasta que tenga las bolas a punto de reventar. —suelto una risotada con las lágrimas a punto de salirse.
—Es un buen plan.
—Lo es. —secundo con una sonrisa.
Pensando en que tal vez deba empezar a buscar algún método anticonceptivo, solo por si las moscas.
—Entonces tenemos que comprar lencería muy sexy. —habla remarcando la palabra muy.
Cuando estoy a punto de responder me fijo en un coche desconocido entrar por el jardín, al encontrarme a mi hermano salir del auto con una sonrisa de oreja a oreja entreabrí los labios con más desconcierto que antes. ¿De dónde había sacado ese coche?
—¿Lena?
—Perdón. Luego te llamo. —corté la llamada y en un pestañeo ya estaba bajando las escaleras a la planta principal.
—No tan rápido. Ya he visto tu nueva adquisición. —hablo levantando las cejas, él solo me da una mirada ladeada.
—¿Te gusta? —asiento muy despacio.
—Es muy bonito. Debe de ser bastante caro también.
—Lo es. He estado haciendo unos negocios con papá. —responde con simpleza.
—¿Y por qué no me lo habías dicho? Yo también necesito ganar un poco de dinero. —murmuro con un mohín en los labios.
—¿Para qué?
—Eso no te importa. —digo con una sonrisa divertida y de brazos cruzados.
—Está bien, luego no vengas queriendo subirte a mi coche. —habla con fanfarronería.
—Tampoco quiero.
—Ya, claro. —olisquea el aire. —El olor de tu envidia llega hasta Europa. —dice con sorna antes de darse la vuelta y subir los escalones pasando por mi lado.
Al ver a Leto y a mi padre caminar a la salida me dirijo yo también hacía allí.
—Hola. —saludo con una sonrisa, pero eso no hace que mi padre ponga una mejor cara al verme.
—Ahora voy. —le indica a Leto que ahora se sube a una de las camionetas.
—De verdad que lo siento. —murmuro con un puchero. —¿Me perdonas?¿Si? —alargo la i pestañeando varias veces.
Él termina por resoplar y esbozar una sonrisa corta.
—Será la última vez que desaparezcas de esa forma. —asiento con rapidez colgándome en sus brazos y repartiendo sonoros besos en sus mejillas.
—La ultimísima. —respondo con una sonrisa de oreja a oreja separándome de él.
—¿Y adónde vais?¿No se supone que tienes que guardar reposo? —inquiero cuando está a punto de subirse al auto.
—Estaré bien, solo iremos a hacer unos recados. —responde con una amplia sonrisa. Sé lo que significa esa sonrisa.
Antes de que pudiera cerrar la puerta me adentro yo también en el auto.
—Voy contigo. —tan rápido como termino de hablar arruga el ceño.
—No irás a ninguna parte. Bájate del auto. —exige haciéndole una señal a quien sea que está en el asiento del piloto para que no ponga el coche en marcha.
—Por favor, además, la última vez que fui contigo no pasó nada.
—He dicho que no, ¿Y a ti qué se te ha metido ahora con eso?
—Solo te quiero ayudar. Tu pierna sigue sin recuperarse. —me muerdo el labio inferior. —Y bueno, también necesito dinero.
—¿No es suficiente con la paga semanal que te doy? —pregunta levantando las cejas.
—Si, pero es que necesito un poco más.
—¿Más?¿Y se puede saber para qué?
—Necesito comprar unas cosas, renovar el armario, maquillaje. Ya sabes, cosas de chicas. —él vuelve a soltar un suspiro cansado. —Y así hago algo productivo, como un trabajo de verano.
—Está bien, pero ni una palabra de esto a tu madre. Como nos descubra nos mata a los dos.
—¡Gracias, gracias! Ya verás como no te vas a arrepentir. —digo abalanzándome a sus brazos con efusividad.
—Uno aquí esforzándose por darles una buena educación y buen ejemplo, y me salen con esto. —escucho que masculla entre dientes mientras él coche se pone en marcha.
Al bajar los escalones un hombre se detuvo a pocos metros y agachó la cabeza, hablando con una voz casi titubeante.
—El señor Kristoff pregunta por usted.
Otra maldita vez.
Con un resoplido giré sobre mis talones yendo a la sala principal. Allí la voz reprochante de mi padre se hizo presente al nada más verme.
—Si yo no vengo a verte no sé una mierda sobre ti Alekei, ni una llamada, ni un mensaje, nad...
—¿Qué coño quieres? —hablé con desinterés pasando una mano por mi cabeza.
—Vamos a otro lado, donde estemos solos. —murmuró echando un vistazo a los guardias de nuestro alrededor como si me estuviera contando alguna especie de secreto.
—No tengo todo el jodido día. —le dije en cuanto cruzamos la puerta del despacho.
—¿Cómo va el plan? Necesitamos encontrar otra manera de acabar con él.
—¡Nunca estuve de acuerdo con eso! Te lo dije el otro día. Y esa mierda te hace ver más jodido de lo que ya estás. —dije señalando su diente de oro.
El alcohol debe de estarle creando estragos en el jodido cerebro si en algún momento de nuestra última reunión en su casa entendió que estoy de acuerdo con sus planes de acabar con Ray.
Sé que es lo que se espera que haga y que mi oscilación en tomar una decisión de una vez por todas comenzará a afectar mi reputación entre los nuestros, pero simplemente no puedo. No cuando ella está en medio.
—Deja de jugar conmigo. Tenemos un trato. —advirtió con una mirada severa a la vez que encendía el cigarro que tenía tras mi oreja.
—Tampoco recuerdo haber aceptado tu trato, Kristoff. —murmuré expulsando el humo en su cara con una sonrisa ladina.
—Bien. Nunca supe qué le viste a la mocosa esa, pero solo porque eres tú te propondré algo. —humedeció su labio inferior y sonrío como si estuviera a punto de revelar la solución a la hambruna del mundo. —Si me ayudas a destrozar a Ray y su imperio la dejaré con vida y será toda tuya. Yo mismo me encargaré de que eso suceda.
Una carcajada brotó de mis labios haciendo que casi me atragante con el humo.
—¿Pretendes que me una a tus mierdas para recibir a cambio algo que ya me pertenece? —pregunté después sin un rastro de la diversión que había en mis ojos.
—Te estoy ofreciendo protegerla. Sabes que estando bajo mi protección nada ni nadie sería capaz de tocarla. Ni siquiera tú. —su cara se desfiguró con molestia al ver mi sonrisa burlesca. —Puede que seas mi sucesor, pero sabes que tengo a más gente bajo mi poder que tú, y así será hasta que deje de respirar. —sus palabras ahora rozaban la amenaza. Aquello solo me hizo sonreír más.
—¿Eso es un reto? —pregunté ladeando mi cabeza.
Sabía el baño de sangre que se aproximaría el día en que decidiera acabar con su vida.
A ojos de los demás sería visto como una traición imperdonable de mi parte. Y es que lo sería. Pero a veces me gustaba fantasear con aquello, más de lo que me gustaría admitir.
—Si yo fuera tú, me lo pensaría.
—Si yo fuera tú, no volvería a intentar nada sin consultármelo antes. —dije en una amenaza seca antes de que se diera la vuelta y se marchara con las manos en los bolsillos.
—¿Cuántos kilos hay? —pregunto viendo la cantidad de cocaína empaquetada en el helicóptero.
Apenas hay espacio para nosotros dos y la persona que nos llevará hasta el lugar.
—Cincuenta mil paquetes. —responde orgulloso viendo la mercadería.
—Oh. —musito con asombro.
—Vamos. —habla mi padre una vez más subiéndose a un lado del helicóptero, con unos cascos protectores y uno de los grandes paquetes en su regazo.
Al sentarme el helicóptero no tarda en ponerse en marcha y llevarnos hasta un punto bastante alejado de la ciudad, justo a un punto en mitad del mar, donde no hay nadie ni nada más que una lancha que está debajo de nosotros.
Cuando el helicóptero se detiene admiro con asombro las vistas del inmenso mar, desde aquí el agua azul se ve más cristalina y eso me recuerda a sus ojos. Es increíble que nos hubiésemos visto hace unas pocas horas y ya lo empezara a echar de menos como si hubiesen pasado meses desde que nos vimos.
—A la de tres los soltamos. —dice mi padre a mi lado y yo asiento con la cabeza todavía en sus ojos.
Al escuchar el número salir de sus labios empujo el paquete de mis piernas hasta que cae al agua con la adrenalina acelerando mis latidos.
—¡Eso es! —exclama mi padre eufórico al ver el último paquete que los hombres han puesto en la lancha.
Después me da un sonoro beso en la mejilla y sonrío soltando el aire que estuve conteniendo viendo que todo está a salvo. Ahora solo falta que la entregaran a su destino y listo.
Cuando volvemos a casa es casi de noche.
—Aquí tienes, tu parte de la contribución. —habla entregándome un sobre en cuanto bajamos del coche.
—Gracias, ha sido un placer. —respondo haciendo una reverencia.
—No te acostumbres. —advierte todavía de buen humor.
Sacudo la cabeza con una sonrisa de oreja a oreja y entrona la casa queriendo volver a mi habitación. Pero al nada más salir al salón principal me encuentro con él sentado en uno de los sofás, dándome la espalda.
Me muerdo el labio inferior nerviosa, pensando en que hacer, ¿Debería actuar como si no nos conociéramos?
Al final decido pasar por delante, como si no lo hubiera visto, y justo cuando estoy a punto de pisar el primer escalón me coge de la muñeca girándome con un rápido movimiento.
—Hola. —susurra con su vista clavada en mis labios.
—No. —musito poniendo una mano entre nosotros cuando se inclina con la intención de besarme.
—No, ¿Qué? —pregunta queriendo inclinarse más hacia mi.
—No puedes hacer eso aquí.
—¿Por qué no? —suelta de forma áspera.
—Porque no. —respondo con firmeza, buscándome una mirada molesta de su parte.
Espero una respuesta que nunca llega, porque en un pestañeo logra inmovilizar mi rostro y juntar sus labios con los míos en un beso desenfrenado del que yo también soy participe.
Hasta que escucho unos pasos a lo lejos que hace que me aleje con rapidez y terror. Creo que hasta incluso palidezco. Pero para mí suerte no es más que el mayordomo que de costumbre ronda por toda la casa.
—Adiós. —murmuro sin dejarle tiempo siquiera a responder cuando termino de subir el tramo de escaleras corriendo como si me persiguiera el mismo Satanás.
•••
Dejo el libro a un lado pensando en si ya se ha ido o todavía sigue aquí. Lo más probable es que ya se haya ido, pero aún así decido bajar a la cocina en busca de un poco de agua y así también saciar mis dudas.
El mohín de mis labios refleja mi descontento al no encontrarlo por ningún, hasta que al entrar a la cocina me lo encuentro apoyado en la encimera bebiendo un vaso de agua y mirando algo en su móvil con bastante interés. La sonrisa de mis labios es inevitable.
—Hola. —hablo todavía en la puerta, él solo me echa un rápido vistazo antes de volver a su móvil otra vez.
Arrugo los labios en una expresión descontenta, ¿Acaso me está ignorando? Camino hasta un armario que estaba en lo alto, así que tengo que estirarme varias veces hasta por fin coger un vaso.
Al darme la vuelta me encuentro con su mirada en mis piernas que ahora están muy bien enfundadas en unos pantalones de gimnasia que acentúan mi figura. Después sube hasta mi rostro, pareciendo algo tenso.
Decido ignorarlo y coger la jarra de agua de la nevera que está cerca suyo, al estar al fondo tengo que inclinarme un poco. Su mirada ahora se clava en mi trasero sin ningún tipo de pudor, y cuando me giro hacia él dejando el vaso sobre la mesa ni siquiera se molesta en disimular.
—Creí haberte dicho que nada de pantalones. —suelta en una voz ronca estrechando sus ojos en los míos con severidad.
—Estoy en mi casa. —respondo en un tono de obviedad.
Cuando empieza a acercarse con ese brillo peligroso en los ojos doy algunos pasos hacia atrás sin darme cuenta de que ahí se encontraba la encimera de en medio, quedando ahora acorralada entre sus brazos y la encimera.
Suelto un jadeo sobresaltada cuando de un movimiento me levanta y coloca encima de la dura plataforma de mármol, abriendo mis piernas y quedando él en medio.
Me echo hacia atrás al ver su rostro acercarse al mío, eso hace que me de una mirada molesta.
—¿Cuál es el problema? —murmura con unos ojos inquisidores.
—No quiero que nos vean, si mis padres se enteran de lo nuestro no les va a hacer gracia.
No tengo ni idea si en un pasado mis padres fueron conocedores de nuestra relación, pero en el presente sé que a mí padre no le hará ninguna gracia saber que salgo con uno de sus socios. Y menos si se trata del hijo de su mejor amigo y socio en especial.
Él me da una mirada larga para fijar sus ojos en mi rostro.
—¿Quieres mantener nuestra relación secreta? —asiento con la cabeza varias veces acercando mi rostro al suyo de forma inconsciente.
Antes de poder acercarme más él sujeta mi barbilla con sus dedos y se aleja unos pocos centímetros.
—No me gusta eso de esconder nuestra relación.
—Es lo mejor para los dos, al menos por el momento. —arrugo mis labios en un mohín y agrando mis ojos transformándolos en una súplica. —Por favor.
—Bien, pero solo por un tiempo. —dice sin estar todavía muy convencido.
Yo asiento con una sonrisa en mis labios antes de atraer su rostro al mío y empezar a besarlo saboreando sus labios durante unos muy cortos minutos mientras acaricio su cabellera con mis manos.
Cuando entreabre sus labios soltando un gemido aprovecho para acariciar su lengua con la mía bastante despacio.
—No soporto estar lejos de ti. —susurra juntando nuestras frentes una vez que nos separamos.
—Estuvimos toda la noche juntos. —digo con una pequeña sonrisa.
—Eso para mí no es nada. —responde serio y con una mirada penetrante que me hizo erizar la piel.
Pero nunca aparto la mirada, sino que la sostengo, como si estuviera hipnotizada por sus dos orbes azules, hasta que de repente escucho unos pasos a lo lejos que me hicieron alarmar.
Él también parece escucharlos y de mala gana me ayuda a bajar de la encimera para después marcharse dándome una última mirada de reojo.
Trato de seguir sus pasos hasta la sala principal de forma disimulada y suelto un suspiro desalentador al verlo desaparecer sin más por la puerta principal. En eso mi padre sale de su oficina y me llama alegando que requiere de mi ayuda para algo.
—Necesito pasar este archivo a esta carpeta de aquí. —murmura señalando un archivo cualquiera en la pantalla del ordenador.
Reprimo una sonrisa al ver su cara de confusión.
—Listo. —murmuro al terminar, él solo me mira con sorpresa, como si hubiese algo muy complicado de hacer.
—¿Ya está?¿Cómo lo has hecho tan rápido? —inquiere aún asombrado.
Suelto una risita.
—Solo tienes que arrastrarlo, así. —digo mientras le muestro cómo hacerlo.
—Eres realmente inteligente. —musita todavía asombrado.
—Papa, no es tan difícil. —replico con una sonrisa.
Después me siento frente a él con las manos casi sudorosas.
—Yo quería preguntarte algo.
—Claro. —aparta sus ojos de la pantalla del ordenador.
—¿Cuál sería tu reacción si tuviese novio? —murmuro con rapidez y con las manos algo sudorosas.
—¿Novio? —suelta con ambas cejas elevadas, al asentir me da una mirada seria. —Bueno, quedamos en que no ibas a tener nada hasta que terminarás la universidad y llegarás a los cuarenta. —responde con desdén haciendo algo en su ordenador.
—¿Qué? Papá eso no es verdad, yo no estuve de acuerdo con eso. —suelto con el ceño fruncido metiéndome en los recuerdos de mi cabeza.
—¿Estás llamando mentiroso a tu padre? —niego con la cabeza rápidamente. —No quiero que descuides tus estudios, ya tendrás tiempo después para tener tus amigos especiales. —dice lo último con una mueca desagradable, confirmando mis sospechas.
Sólo sobre su cadáver sería capaz de aceptar que tuviera algún tipo de relación romántica.
—Como digas. —murmuro sabiendo que nunca podría convencerlo de lo contrario.
Pero, ¿Cómo voy a aguantar tanto tiempo escondiendo mi relación con él?
—¿Y a qué viene la pregunta?
—Oh, nada, es que creo que le gusto a un compañero de clase y estaba pensando en que no sería mala idea aceptar una cita. —suelto con simpleza.
—Mándalo al demonio. —refuta con desdén haciendo que abra los ojos con ligereza.
—Papá, solo es una cita.
—No voy a permitir que nadie le haga daño a mi pequeña princesa. Y no me hace gracia eso de que tengas a vete a saber quién merodeándote, tendré que hablar con Leto. —alega arrugando las cejas.
—No seas dramático.
—Es mejor prevenir que curar. Primero se empieza con simples citas y después acabas embarazada. O incluso peor, casada. —responde escribiendo algo en su ordenador.
Con un bufido me levanto del sillón y voy a mi dormitorio. No me quiero ni imaginar la cara que ponga cuando se lo diga.
Allí marcó su número esperando con mis dientes clavados en mi labio inferior a que lo coja, pero nunca lo hace, así que supongo que estará ocupado haciendo cualquier cosa.
Al día siguiente es lo mismo. Solo recibo una contestación a uno de todos los mensajes que le dejé, pero después de ese dejó de responder a mis mensajes o a mis llamadas. Dejando un manojo de nervios en mi estómago al creer en que esa pequeña posibilidad de que volviera a desaparecer de la nada como hizo años atrás ya no era solo una posibilidad.
—Joder, este ya es el sexto en todo este tiempo. —se quejó Denis arrastrando el cuerpo hasta tirarlo a un hueco en el suelo.
Después un par de hombres empezaron a repartir tierra por encima del cadáver y recordé la vez que le advertí sobre acercarse a ella.
El muy imbécil no solo me desobedeció sino que se atrevió a ir más lejos. Pensó que por ser el hijo del alcalde no le pasaría nada, y claramente se equivocó. Nadie es inmortal o imprescindible. Mucho menos en este mundo.
—A este paso no sería una mala idea poner una funeraria. —murmuró luego mirando con atención el cuerpo del franchute sin cabeza.
—Claro, y mandamos la mercancía en los ataúdes. —habló Sergey detrás suyo con ironía. —¿Qué se supone que haga con esto? —me preguntó sosteniendo una cabeza pálida y con los ojos abiertos desde el pelo.
Tenía algunas partes del rostro magulladas y amorotoneadas por los golpes, y al haber sido separada del cuerpo bruscamente tenía algunos tendones de músculo colgando de lo que debería de ser el cuello, soltando algunas gotas de sangre fresca.
—Podemos echarnos un partido de fútbol mientras terminan de enterrar el cuerpo. —ofreció Denis con una sonrisa y un brillo esperanzador en los ojos.
—Ponla en el maletero, ya me encargaré de eso después. —respondí mirando la cabeza con una cara de desagrado.
No serviría ni para mí colección, así que tal vez le diera los restos a mi perra o a los cocodrilos cuando volviera a la casa.
—¿Cuánto crees que valga esto en el mercado? —preguntó Denis con ojos curiosos enseñándome la mano del cadáver, donde había un anillo.
Estreché mis ojos en él y sacudí la cabeza prefiriendo ignorar su pregunta.
—¿En serio planeas vender eso? —dijo Sergey a sus espaldas con una mueca.
—¿Prefieres que lo enterremos? Eso sería un desperdicio. —murmuró lo último para si mismo y arrugó el ceño, pensando en algo. —Mejor se lo daré a mi abuela. Hace mucho que no voy a verla. —dijo finalmente antes de arrancar el anillo con dificultad, guardarlo en el bolsillo de sus pantalones y lanzar la mano al hueco que seguía llenándose de tierra.
•••
—Kristoff te está esperando en el despacho. —escuché nada más poner un pie en la casa.
Con un movimiento de cabeza fuí hacia allí, esquivando a Polina que abrió la boca para decir algo más. Últimamente no me interesaba hablar con ella o verla más de lo necesario.
Dejé mis labios en una delgada línea descubriendo a un par de nuestros socios en el salón.
—Nos han vuelto a joder la entrega.—dibo uno de ellos respondiendo a mis dudas.
Solté un suspiro exasperado encendiendo un cigarro que puse entre mis labios.
—Quiero que reforcéis todos los frentes y pongáis a más gente a encontrar el maldito topo. No voy a permitir otro fallo más. —hablé soltando el humo con una mirada severa.
Todos se habían marchado dejándome a solas con mi padre.
—¿No te parece sospechoso que a Ray le haya salido todo de rositas y a nosotros se nos haya jodido todo en el último minuto? —habló antes de que pudiera salir del lugar.
—¿Por qué debería parecerme sospechoso? —pregunté levantando ambas cejas.
—Su hija también fue co...
—En vez de estar pendiente de lo que haga o deje de hacer deberías ponerte a buscar al maldito traidor. Pierdes tu tiempo. —refuté al borde de perder la paciencia interrumpiéndolo.
El que supiera que ella había ido con él era una señal más de que la había estado vigilando después de nuestra última conversación, y como la mierda que eso no era nada bueno.
Sabía que no se atrevería a hacerle nada por miedo a una guerra que no quería comenzar y por el bien de mantenerse con vida, pero era cuestión de tiempo a que diera rienda suelta a su estupidez y cometiera algún fallo.
—Te diré una cosa, cuídate las espaldas de esa mocosa. Todas las mujeres son unas perras que solo sirven para abrir las piernas y reproducirse. Dudo que ella vaya a ser la excepción.
Di un paso hacía él sintiendo mis músculos tensarse, pero me detuve de ir más lejos cuando el arma que sostenía su escolta apuntó a mi cabeza.
—En cinco minutos te quiero al otro lado de la verja. —mascullé entre dientes antes de salir y cerrar la puerta de un portazo.
Estando en mi dormitorio palpé el bolsillo de mis pantalones queriendo coger el móvil y revisar las cámaras. Necesitaba saber dónde estaba. Saber si estaba bien.
Al no encontrarlo mi corazón dió un vuelco sopesando la idea de que tal vez se me hubiera quedado en el lugar donde enterramos al jodido francés.
Ir a por él era arriesgado, pero lo haría con tal de hablar con ella y poder verla aunque sea a través de una pantalla.
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