023
—Eres mi esposa, Lena. ¿Qué intenciones quieres que tenga contigo?
—¿Qué? —la pregunta salió de sus labios como si la hubiesen electrocutado y yo la miré frunciendo aún más el ceño.
Llegando a la conclusión de que no había abierto el sobre que le había dado días atrás en uno de los libros para que nadie más metiera sus narices de por medio.
Debí haber supuesto que no lo hizo al ella no haberme mencionado nada al respecto antes.
—¿C-cómo?¿Cuándo? —susurró después volviendo a la realidad.
—Hace mucho tiempo, cuando salíamos juntos. —ella ladeó la cabeza. Parecía que estaba buscando algo en su cabeza.
—Era menor de edad. —asentí despacio restándole la importancia que ella le estaba dando. No era para tanto.
En ese entonces ni su edad ni el consentimiento de sus padres me suponieron un problema para conseguir eso que la sostendría a mi lado hasta el final de mis días. Ya hubiera sido falsificando firmas o sobornando al resto. Lo importante es que lo había conseguido.
Fue la única forma que encontré para que estuviera a mi lado por culpa de la terquedad de Ray en querer aceptar el trato que le ofreció Kristoff para unir nuestras familias, pensando que había sido cosa de mi padre para sacar más beneficios y que yo no sabía una mierda.
A mi padre le dió igual su negativa, prefiriendo su amistad con él y pasando por encima de la promesa que me había hecho años atrás, aunque eso era de esperarse. Su palabra nunca tuvo mucho valor.
—¿Mis padres estuvieron de acuerdo?
—No. —ella agrandó sus ojos antes de fruncir su ceño en una cara confusa.
—¿No?¿No lo saben? —su pregunta se asemejaba más a una confirmación que no desmentí al negar con la cabeza, sintiendo mi estómago convertirse en nudos.
—¿Fue legal? Quiero decir. No tengo tus apellidos, ¿O si?
No aún. Quise decirle, pero la confusión de sus ojos me detuvo.
Ella probablemente tuviera problemas para recordar y encontrar unas respuestas que yo no podía darle aún, y eso me jodía. Me jodía mucho.
—No, pero puedes tenerlos, es cuestión de que pasemos por el registro. —ella negó rápidamente y agachó la cabeza con una sonrisa asomando en sus labios.
—Quiero pruebas. —determinó después con esas esmeraldas verdes brillando más de lo usual.
—Las tendrás. —aseguré cogiéndola en mis brazos y llevándola a mi dormitorio con su risita calentándome el alma.
Allí la dejé en mi cama y busqué los papeles que siempre conservaba en las mesitas de noche. Todas mis casas tenían una copia por si algún día llegara a necesitarla, y ese día había llegado.
Me senté a su lado y la observé con el corazón casi en la boca por miedo a que saliera corriendo mientras ella leía el papel con asombro. Sobraba decir que el acta de matrimonio era real, incluso estaba firmada y sellada por el gobierno de Toronto.
Ella tragó saliva y levantó la mirada.
—¿Qué pasa si quiero el divorcio? —dijo finalmente mirándome otra vez con el ceño fruncido.
Como si yo fuera un enigma difícil de resolver. Y yo la miré aguantando las ganas que tenía de sacudirle el cerebro por pensar en algo así.
—Estaría jodido, porque no te lo daría ni después de muerto. —respondí con rudeza, queriendo dejarle bien claro que no existía poder humano o sobrehumano en el universo que pudiera romper nuestro juramento.
Ambos nos acostamos en la cama con la tenue luz de la lámpara resaltando el brillo curioso de sus ojos a la vez que acariciaba su pelo en un intento de que pudiera reconciliar el sueño.
Supe por su silencio que tal vez estaba preocupada, aunque la noticia no era algo que fuera a cambiar nuestras vidas drásticamente.
—No sabía que eras religioso. —soltó de la nada haciéndome reír.
—Puedo llegar a serlo, sobre todo cuando se trata de ti. Pero tú eres la única diosa a la que rezo y rezaré siempre. —respondí con una sonrisa corta. Ella levantó la cabeza y me miró con las mejillas rojas.
—Cuéntame cómo fue. Nuestra boda.
La apreté más en mis brazos y dejé mi mentón sobre su cabeza, empezando a relatar lo primero que se me vino a la cabeza.
Todo había ocurrido una noche en el bosque que quedaba en la parte trasera de nuestra casa de ese entonces.
El lugar estaba decorado con velas aromáticas y diversas flores. Los pocos asientos que habían estaban recubiertos en oro puro y detrás del sacerdote el sello de Baphomet ardía calentando el lugar por las llamas.
Su vestido negro combinaba con las muertas rosas negras. Los tallos dorados brillaban bajo la luna creciente (debía ser así para completar el ritual), y las joyas que yo mismo había conseguido para ese momento la hacían ver tan perfecta que no pude evitar humedecer mis párpados con lágrimas que me negué a soltar.
Ella pasó por el pequeño camino de pétalos secos sujetando el ramo mientras tenía su brazo entrelazado con el de Denis. Estaba nerviosa, todo el mundo lo habría sabido por el temblor de sus manos.
Cuando estuvo frente al altar llevé mis labios al dorso de su mano, compartiendo una mirada cómplice antes de girarnos hacia el hombre que nos miraba impaciente.
—Empecemos. —habló dando una palmada al aire.
Después movió una campanilla. El lugar se llenó con el eco de la campanilla mientras dibujaba un pentagrama en el aire con el athame antes de llevar sus manos al aire y recitar lo siguiente con su vista clavada en la sagrada Biblia;
"En el Nombre de Satán, Señor de la Tierra, Dios verdadero, excelso e inefable, que creaste al hombre para que reflejara tu imagen y semejanza, invitamos a las fuerzas del infierno para que viertan su poder infernal sobre nosotros. Vengan a saludarnos y a entregarnos sus oscuras bendiciones sobre esta pareja que desea volverse uno ante los ojos de Lucifer."
Tras terminar de decir aquello bebió de la sangre entremezclada con la nuestra que estaba en el cáliz, y con la atención de Lena que miraba todo con una corta sonrisa invocó las 4 coronas del infierno;
"¹Satán/Lucifer del Este
²Beelzebub del Norte
³Astaroth del Oeste
⁴Azazel del Sur"
—Nos hemos reunido en el nombre de nuestro Padre y Señor Satán para unir a Lena Easton y Alekei Novikov en matrimonio.
Volvió a coger su athame y dibujó un círculo en el suelo dejándonos en medio del mismo.
Lena pegó un salto en el sitio al sentir una brisa repentina pasar por nuestros pies y yo apreté su mano entre la mía, dándole una sonrisa.
—Todopoderoso Satán, entrega tu bendición sobre tus discípulos Lena y Alekei. Ambos han venido aquí por su propia voluntad. Ellos vienen a pedir tu bendición ya que desde hoy en adelante ellos serán marido y mujer. Pedimos que bendigas esta unión con lujuria y los placeres de la vida, que su mutuo afecto y deseo por el otro continúe siempre fuerte y sea duradero.
Hizo una pausa para mirar a Lena que no paraba de dar pequeños saltos en el sitio, pareciendo que pronto explotaría de las ansias.
—Lena Easton, ¿Deseas por tu propia voluntad tomar a Alekei por las leyes de Satán, tomarlo como esposo, amarlo, honrarlo y respetarlo, ser uno con el ante los ojos de Satán y los poderes del infie...?
—Si, si acepto. —respondió antes de que el hombre terminara de hablar. Eso me hizo sonreír.
Su mirada ahora fue a mi.
—Alekei Novikov, ¿Deseas por tu propia voluntad tomar a Lena por las leyes de Satán, tomarla como esposa, amarla, honrarla y respetarla, ser uno ante los ojos de Satán y los poderes del infierno?
—Si. —respondí con el estómago haciendo mil volteretas.
En ese momento Denis se acercó con una bandeja de plata donde habían dos anillos que había costado años hacer.
Ella recibió uno rodeado de diamantes y una calavera de rubí en medio que también tenía un diamante en medio. Mi anillo era parecido al de ella, solo que en vez de tener una calavera tenía la cruz de Leviatán.
—En el Nombre de Satán y ante todos los demonios del infierno, yo los declaro marido y mujer. Que esta unión sea poderosa, fuerte y abundante en placer.¡Viva Satán! —clamó el sacerdote a lo último.
—¡Viva Satán! —gritaron algunos a nuestras espaldas.
Mi padre había salido de viaje otra vez así que nunca supo una mierda, y mi hermano estaba encerrado en su habitación como de costumbre. Los únicos a los que les permití asistir fueron a unos cuantos escoltas del momento además de Polina, Denis y Anna. Ella murió un par de años después.
Luego el sacerdote empezó a recitar unas oraciones en latín. Con cada palabra el ceño de Lena se arrugaba cada vez más sin entender qué significaban. Por más que hubiera intentado enseñarle lo que sabía ella todavía no había llegado a aprender del todo el idioma.
—Avancen como si fueran uno, busquen y encuentren la fuerza en Satán ahora que caminan en el sendero de la mano izquierda. Que Satán les otorgue muchas bendiciones a lo largo de este sendero que han escogido. ¡Ave Satanás! —dijo finalmente alzando las manos hacia el cielo y ambos repetimos las últimas palabras.
El rito llegó a su fin y fue cerrado por el sacerdote que hizo sonar la campana de nuevo. Tras eso debíamos dar paso al beso nupcial.
Cogí el athame que me había sostenido el hombre y corté mi brazo haciendo manchar mi piel, luego puse un poco de mi sangre en sus labios e hizo lo mismo con ella. Al juntar nuestros labios rodeé su cintura con mis manos aguantando la necesidad de besarla con más profundidad.
Esa noche, lo poco que quedaba de mí se lo entregué sin importarme recibir algo a cambio. Entregarse de esa forma al otro era peligroso, pero yo solo sonreí en sus labios sintiéndome la persona más completa del universo aunque por dentro no me quedara nada.
Al amanecer me remuevo en el sitio con los ojos aún cerrados sintiendo algo suave en mi mejilla izquierda, después en la derecha y por último en la frente. Suelto un quejido lastimero al sentir otra vez esos toques suaves por toda mi cara hasta que abro los ojos con molestia encontrándome con unos azulados. La noche anterior me quedé dormida tras escucharlo.
Sigo confusa como la mierda, incluso puedo decir que asustada. Siento que mi yo de ahora y el de antes son personas completamente diferentes, es difícil imaginarme haciendo todo eso a escondidas de mis padres por más rebelde que haya sido en ese entonces.¿Por eso me dijo que soy religiosa aquella vez?¿Y qué más cosas sabe de mi que yo misma desconozco?
Sacudiendo la cabeza alejo esas preguntas que lo único que hacen es crearme un dolor de cabeza.
Cualquiera en mi lugar habría salido corriendo después de escucharlo, pero yo ya sabía que las consecuencias de la decisión que tomé años atrás, tal vez sin ser del todo consciente de lo que hacía en ese momento, me perseguirían hasta el final de mis días y estaba más que dispuesta a disfrutar de esas consecuencias con una sonrisa en la cara.
—Buenos días. —murmura en un tono suave cerca de mi oreja. La sonrisa de sus labios me hace soltar un suspiro.
—Hola. —respondo volviendo a cerrar los ojos acurrucándome de nuevo en su pecho.
Desconozco la hora que es, pero no quiero despertar. Si lo hago tendré que volver a mi casa y odio la idea de separarme de él otra vez.
Justo cuando empiezo a coger el sueño el rostro enfurecido de mi padre se me viene a la cabeza, haciendo que me aleje de sus brazos y me incorpore de golpe en la cama.
—Tengo que hablar con mi padre.
Él asiente con rapidez para después entregarme mi teléfono móvil. Empiezo a marcar el número de mi padre con sus ojos azules fijos en cada movimiento que doy.
—¡Hasta que por fin das señales de vida! Nos tenías preocupados.
Me muerdo el labio inferior con remordimiento al escuchar sus palabras al otro lado de la línea.
—Lo sé, lo siento. Es que se me quedó el móvil sin batería a mitad de la noche, y cuando llegamos nos quedamos dormidas, no me di cuenta. —escucho un suspiro de su parte.
—La próxima vez estate más atenta al móvil.
—Lo haré.
—Y bien, ¿Cuándo piensas volver? Son más de la una, quedamos en que estarías aquí por la mañana.
—Lo sé, al final me quedaré a comer en su casa y después vuelvo.
—¿Quieres que envíe a Leto a por ti?
—No, no hace falta. Uno de los escoltas de Grace se ofreció a llevarme.
—Está bien.
Y sin más cuelga la llamada. Era de esperarse que estuviera molesto, muy molesto. Sólo espero que se le pase pronto, no le está sentando muy bien el reposo que le indicó el médico para su pierna. Mi padre siempre ha sido alguien muy nervioso.
—Gracias. —murmuro extendiéndole el teléfono para que lo coloque en mi bolso.
Sonrío cuando me vuelve a coger entre sus brazos.
—Te he preparado un baño. —habla llevándome a un aseo casi igual de grande que la sala principal.
En medio hay una bañera blanca con los bordes en color oro, al igual que el grifo. Creo que después del verde y el negro ese se puede considerar su color favorito.
—Con una ducha estaba bien. —digo en un tono bajo.
Con mucho cuidado me deja en el agua caliente con un ligero aroma a lavanda, de inmediato mis músculos se relajan.
—Voy a estar abajo. —habla de una forma cálida para después plantarme un beso en la cabeza y marcharse.
Cuando creo que es suficiente salgo de la bañera envolviéndome en una toalla que encuentro por allí cerca, después meto mis pies en una especie de sandalias de estar por casa y vuelvo al dormitorio con cuidado de no mojar todo con las gotas que caen de mi pelo.
Me fijo en que encima de la cama ahora hay un vestido veraniego negro, con unos bordados al final y en los tiros del vestido. Aunque no era de mi estilo era muy bonito. En el suelo habían unas sandalias negras de plataforma baja, hacían una muy buena combinación con el vestido.
Antes de ir a la sala principal trato de secarme el pelo con la toalla de antes, cuando estoy por las escaleras lo escucho hablar con otra persona bastante enfadado.
Al terminar de bajar el tramo me detengo al encontrarme a ese chico rubio escuchándolo mientras engulle un plato de comida. Siempre se me olvida su nombre. Cuando se da cuenta de mi presencia sonríe ampliamente mostrando todos sus dientes y comida masticada.
—Buenos días. —hablo una vez que estuve lo suficiente cerca de ellos reprimiendo una mueca asqueada.
Él se levanta cogiéndome entre sus brazos y estampando nuestros labios importándole poco que su amigo estuviera presente y lo viera todo.
—Ven, comamos algo. Denis ya se iba. —murmura echándole un vistazo a su amigo mientras me deja en el suelo.
—Si, claro. —responde este con rapidez y palabras atropelladas.
Reprimo una sonrisa al ver cómo casi se cae del taburete.
—Ya nos veremos por ahí. —asegura antes de cruzar la puerta y marcharse.
Luego Alek me lleva un comedor muy amplio. Encima de la mesa que queda en mitad de la sala hay distintos tipos de comida. Desde frutas hasta pasteles y vasos con distintos contenidos. Todo se ve bastante apetecible.
Al ir a sentarme su mano me detiene y me obliga a sentarme sobre su regazo.
—Aquí estás mucho mejor. —susurra en mi oído, con sus brazos rodeando mi cintura.
Sonrío cuando acerca un trozo de fresa a mis boca, abro los labios para después masticar el trozo de fruta, mientras él aprovecha para comerse un trozo de piña.
Así pasan los minutos hasta que siento mi estómago lleno y nos levantamos.
—Te llevaré a casa. —asiento con la cabeza varias veces antes de subir a su dormitorio en busca de mis cosas.
De día se ve mucho mejor que de noche.
En cuestión de pocos minutos salimos del departamento, una vez fuera nos encontramos el mismo auto de la noche anterior, no tarda en abrirme la puerta y sentarse en el asiento del piloto.
Posa su mano en mi muslo, haciendo pequeños círculos con su dedo pulgar. Tiene los mismos anillos de siempre, uno de ellos es el que me había descrito, el de la boda. Agacho la cabeza y sonrío, no queriendo que se de cuenta de que le estoy observando.
Durante todo el camino estamos en silencio, hasta que por fin llegamos a la puerta de mi casa.
—Gracias por haberme traído. Y por haberme dejado dormir en tu casa anoche. —musito con una pequeña sonrisa después de haberme quitado el cinturón.
—No tienes porqué darlas, lyubov'. Eres mi esposa. Mía.
Mis mejillas se encendieron una vez más. Suelto un suspiro bajo reflejando mi descontento. Quiero quedarme más tiempo, pasar más tiempo a su lado.
De forma inesperada se quita el cinturón y sostiene mi rostro en sus manos juntando sus labios con los míos en un apasionado beso.
Cuando mi lengua roza su piercing ahoga un gemido gutural. En cuanto lleva sus manos a mis muslos con la intención de levantarme y colocarme en su regazo me separo abruptamente.
—Me tengo que ir. —logro decir a duras penas, tratando de recuperar el oxígeno perdido.
Luego abro la puerta y me bajo del auto con piernas un poco temblorosas.
—Nos veremos después. —habla antes de que cierre la puerta. Sus palabras suenan más a un aviso que a una promesa y eso me hace sonreír.
Con pasos rápidos me adentro a la casa con la intención de que se vaya lo antes posible y así nadie vea su coche estacionado fuera.
Al estar en la sala principal encuentro la puerta del despacho abierta, supongo que mi padre estaba ahí dentro. Ha estado más raro de lo normal, distante. Se la pasaba encerrado en su oficina, a veces me entran ganas de preguntarle qué se traía entre manos pero es algo que sé con certeza que no me diría.
Pasé de largo y subí a mi dormitorio para llamar a Grace, con todo lo que pasó se me había olvidado decirle nada y no creo que mi padre esté de humor conmigo para hablar de nada.
—¿Estás viva? —inquiero con sorna cuando me coge la llamada, ella solo suelta un gruñido.
Al otro lado está todo oscuro así que soy incapaz de ver sus facciones.
—Tengo una resaca de mil demonios. Ni siquiera me acuerdo de cómo llegué a mi casa. —suelto una risita.
—Si te terminas de despertar puedo refrescarte la memoria, y tal vez contarte lo de anoche. —murmuro con una sonrisa divertida.
—¡Si! Te llamo en diez minutos. —dice con rapidez para después terminar la llamada.
Detestaba ir a los hospitales, el olor a fármacos y enfermedad me ponía mal.
Irónico que en un pasado hubiera pasado más tiempo en ellos que en la jodida academia o en mi casa.
Detuve mis pasos frente a una puerta que abrí en un movimiento brusco. Un par de miradas cayeron sobre mi, pero yo solo me fijé en una en especial con ojos furiosos.
—¿Te das cuenta de la estupidez que has hecho? —siseé con una mirada gélida, haciendo que Polina rompiera en llanto.
—Yo me largo. Suerte. —soltó Denis con los pasos de Sergey detrás.
—¿Eso es lo único que piensas decirme? Ni siquiera te importa que estuviera a punto de perder la vida por ti. —una sonrisa divertida adornó mis labios mientras centraba mi atención en los vendajes de su brazo.
Esta mañana Denis había venido a contarme que Polina se quiso suicidar por haber descubierto que Lena y yo seguíamos juntos. No es como si no lo hubiéramos estado antes de todas formas, pero eso ella no lo entendía.
—No me eches la culpa de tus idioteces, Polina. —respondí desdeñoso sin dejar ese brillo divertido en mis ojos.
Luego solté un bufido viendo cómo había empezado a llorar de nuevo. No entiendo qué se supone que buscaba con todo esto. Era ridículo.
—La próxima vez hazte un corte más profundo. Tal vez así consigas matarte como tanto quieres y me ahorres tiempo. —dije antes de abandonar la habitación, encontrándome a Denis fuera.
—Eres muy cruel con ella. —murmuró él con el ceño fruncido.
—Me importa una jodida mierda.
—A este paso tendremos un entierro más pronto de lo previsto. —murmuró mirando el hospital a través de los cristales.
—¿Está todo listo para hoy? —pregunté queriendo cambiar de tema.
—Todo listo. Los 250 kilos como me dijiste.
—Bien. Necesitaré otros 200 para el martes por la mañana. —Denis me miró levantando una ceja.
—Eso es dentro de dos días. No sé si podamos cocinar tantos kilos en tan poco tiempo.
—Busca a más gente entonces, pero necesito esos kilos. Esta entrega es muy importante y no podemos tener ni un solo error.
—¿Piensas hacerte socio del capitán?
—No. Solo quiero ponerlo a prueba. Jugar un poco con él. —respondí con una sonrisa ladina.
Sabía muy bien que no me convenía tenerlo como socio si era tan amigo de Ray. Aunque eso de tan amigo estaba por verse si era capaz de hacer negocios conmigo a sus espaldas.
A la vista saltaba que era de esas personas ambiciosas que no tardaría en aprovecharse para intentar sobrepasarme en poder y mercancía. Y eso no iba a pasar. Nadie pasaba por encima de mi, ni siquiera en el infierno.
—Por cierto, tenemos otro asunto pendiente. ¿Qué hay de mi contribución? —preguntó mirándome con ojos expectantes. —No me parece justo que le hayas dado ese coche al niño zanahorio por hacer nada. Yo soy el que de verdad te ha dado consejos útiles. Por no hablar de que he tenido que tragarme tus patéticos lamentos. Todos los jodidos días y a cada puta hora.
—Para eso eres mi mano derecha. —respondí moviendo los hombros con indiferencia.
Entre la opción de entregarle uno de los coches que usaba como adorno y romperle los dientes, la primera me daría menos problemas con Lena.
—La próxima vez que tengáis otra mierda de esas dimitiré. —aseguró con una mala cara.
—No puedes. —le recordé sonriente.
—Entonces me suicidaré. Cualquier cosa es mejor que volver a aguantar eso.
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