019

Intenté quedarme dormido con su imagen en la cabeza. Había creado un espacio bastante importante dentro en el que solo existía ella para poder evadirme de todo y disminuir mi sed sanguinaria, como si solo existiera ella y nada más. Era mi mundo.

Pero no pude reconciliar el sueño, la discusión de días atrás me tenía en un bucle de ansiedad y desesperación del que no sabía cómo salir.

Antes de ir al lago del jardín trasero cogí la caja de cigarros y el mechero. Allí comencé a dar caladas fijándome en mi reflejo en el agua cristalina del lago.

Había cambiado. Los años habían endurecido mis rasgos convirtiéndome en alguien letal, pero de alguna forma los recuerdos seguían escondidos en mi cabeza, saliendo en mis peores momentos con voces distorsionadas y convirtiéndome en un niño pequeño que solo trataba de huir de las pesadillas.

Pronto a mi reflejo se le añadió el de alguien más. El de Polina. Ninguno de los dos dijo nada durante un largo rato. Solo nos quedamos observando las luciérnagas que a duras penas alumbraban algunas plantas, ofreciéndonos un apoyo que se basaba en el silencio y respeto del espacio personal, sabiendo que las palabras resultarían inútiles para consolarnos o callar las voces de nuestras cabezas.

Puede que no la viera de igual forma que ella a mí, pero todos estos años a su lado había aprendido a quererla como a una hermana.

—¿Cómo lo haces? —soltó ella de pronto arrugando su ceño y la miré de reojo instándola a hablar. —No bebes, no te drogas. ¿Cómo soportas vivir en este infierno?

—Nací para esto. —hablé con simpleza tirando el cigarro al suelo.

Después me fijé en su brazo magullado por las inyecciones de heroína que se hacía a escondidas y hablé.

—Pero tu no deberías hacerlo, eso solo te destroza más por dentro. Deberías emplear esa energía en luchar.

—Lo haré. Lucharé por ti, siempre por ti.

—No necesito que hagas nada por mi, si vas a hacer algo hazlo por ti. —respondí con indiferencia.

No me quedé a escuchar lo que me tuviera que decir y volví a mi habitación con pasos rápidos, queriendo dormir para por fin verla una vez más aunque no fuera real.

•••

Por la mañana me levanté con un dolor de cabeza que me ayudaba a controlar la opresión de mi pecho que no me dejaba respirar con normalidad. Podrían pasar siglos y jamás me acostumbraría.

Me duché con el agua ardiendo. Quería olvidar, así que todo dolor físico era bienvenido. Después me vestí cubriendo mis manos con unos guantes de cuero y salí al despacho.

Allí encontré a Luis, que al verme se levantó ofreciéndome una mano para sacudirla a modo de saludo, cosa que rechacé sentándome frente a él y apartando de una patada al hombre atado al escritorio que se había abalanzando sobre mi pierna, quitándomelo de encima. Ahora lucía más limpio.

—Cállate. —hablé cuando este empezó a lamentarse en un gimoteo, como un perro lastimado.

—Lo de la última vez estuvo bastante bien. Me gustaría pedirte cuatro más.

—¿Para cuándo? —pregunté tras dar un bostezo acomodándome en la silla.

—Para dentro de dos días. Estos gringos hijos de puta me tienen en la mira, supongo que ya lo sabes. —asentí sin una pizca de interés.

—Lo sé y me importa una jodida mierda. —respondí ocultando una sonrisa.

Me estaba burlando en su cara y lo único que hizo fue tensar la mandíbula y mirar para otro lado.

Sabía que mi presencia podría resultar intimidante a veces, pero no necesitaba a gente así de blanda como socios y él era cada vez más un grano en mi jodido culo.

—Si no te importa, tengo mejores cosas que hacer. —dije estando a punto de levantarme dando por finalizada nuestra conversación hasta que volvió a hablar.

—Esta vez me gustaría que fueran de alguien más joven. De unos dieciséis años tal vez.

—El mínimo de edad es de dieciocho años, no menos. —advertí con mis ojos mirando directamente a los suyos. Él soltó un suspiro, y forzó una sonrisa.

—Está bien, perfecto. Te mandaré a uno de mis muchachos para que lo recojan.

Estando otra vez solo cogí el teléfono y marqué el número de Denis que no tardó en hacer su aparición.

—Necesito que me consigas cuatro más para mañana. —le dije en un bajo murmuro.

Mi atención estaba puesta en una de las fotos nuestras que seguía conservando en mi teléfono de unos años atrás. Ella salía con un gorro morado y el pelo rojizo manchado con algunos copos de nieve.

Yo estaba detrás suya, mi nariz se mantenía enterrada en su pelo mientras sostenía la cámara para hacer la foto. Parte de mi sonrisa, casi más grande que la suya, se escondía entre su cuello y su cabello, siendo los ojos y el pelo lo único que se podía ver de mí en la foto.

Era una noche casi igual de fría que el resto de las noches de invierno en Toronto. Lena y yo nos habíamos escapado por unas horas a una pista de hielo un poco alejada de la ciudad y que, al ser tan tarde, se mantenía cerrada para el público, pero eso no era impedimento para nosotros.

—¿De verdad crees que pueda aprender a patinar con estas cosas en los pies? —preguntó observando sus pies con ojos recelosos.

—Ya verás como si. Es menos difícil de lo que piensas. —respondí sosteniendo sus caderas bajo el abrigo para que le fuera más fácil adentrarse al hielo con los patines puestos.

Después entrelacé mis dedos con los suyos y la guíe por toda la pista. Yo iba de espaldas y mirando de vez en cuando sobre mis hombros, aunque la mayor parte del tiempo tenía mis ojos puestos en ella y el brillo que resaltaban el verdor asombroso de los suyos.

Cuando pudo acostumbrarse a las cuchillas fuí un poco más rápido. Presa de la adrenalina del momento ella soltó un chillido y comenzó a reír, sujetando mis dedos con más ímpetu.

La sonrisa de sus labios me habían hecho olvidar cómo se respiraba durante unos segundos en los que me desestabilicé y caí al hielo con ella encima.

—Joder. Lo siento. ¿Estás bien? —hablé palpando su torso por encima del abrigo, poniéndome sobre su cuerpo sin llegar a aplastarla.

Su carcajada consiguió tranquilizar un poco mi inquietud, pero mis ojos no dejaron de revisarla hasta encontrar un pequeño raspón que sobresalía de sus medias térmicas grises.

—Eso fue divertido. —respondió sin dejar de sonreír.

Luego bajó su vista al lugar donde tenía puesta la mía.

—No te preocupes. De todas formas eran viejas.

No la escuché. El deseo que desató ver un par de gotas rojas deslizarse por su pierna me nubló el resto de sentidos, y sin pensarlo demasiado, llevé la punta de mi lengua al comienzo de su herida.

Para cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo ya era tarde. Levanté la cabeza con un pudor cubriendo mis mejillas y preparándome para lo que sea que fuera a decirme mientras en mi lengua seguía degustando el exisito sabor de su sangre por primera vez.

En ese momento agradecí el grosor de mis pantalones de invierno por ocultar mi dureza y la humedad que salía de ella. Deseché la idea de volver a limpiar su herida con mi lengua por miedo a tener un orgasmo ahí mismo.

—¿No te parece... Repugnante hacer eso? —musitó con las mejillas igual de rojas que las mías.

—No. Nada en ti es repugnante y además me gusta probar tu sangre. Es lo más delicioso que he probado en mi vida. —admití rozando su mejilla izquierda con mi dedo.

—Hablas como un vampiro. —dijo con una sonrisa divertida.

—¿Si? Pues entonces te morderé y chuparé tú sangre. —respondí de la misma forma acercando mi boca a su cuello para comenzar a hacerle cosquillas.

—A sus órdenes, mi lord. —la voz de Denis me sacó a regañadientes de mi pequeña burbuja llena de viejas memorias.

Después ladeó la cabeza, mirándome con ojos curiosos.

—¿Te traigo algo para desayunar?¿Una tostada de antidepresivos con un café tal vez? Por cierto, te estoy viendo una cana aquí. —dijo acercando su mano a un mechón de mi pelo.

Antes de que llegara a tocarlo le aparté de un manotazo y le di una mala mirada que solo le sirvió para sonreír más.

—La quiero conmigo. —susurré de forma inconsciente.

Todo lo que hacía era automático. No estaba realmente presente en lo que hacía o dejaba de hacer, y por primera vez en años sentí que estaba en un túnel sin salida.

Uno en el que la idea de ella terminando de borrarme por completo de su cabeza dejaba un eco doloroso.

—Lo sé, me llevas diciendo eso toda la semana. —respondió tras dar un resoplido molesto. —Joder. No, ¿Te recuerdo cómo acabó eso la última vez? Sabes que es mala idea. —añadió después descubriendo mis pensamientos.

De alguna forma, a veces conseguía meterse en mi cabeza y saber lo que pensaba. Era jodidamente perturbador.

—¿Qué sugieres que haga entonces?

—Habla con ella.

—No quiere, ¿Es que no te has enterado? —respondí levantando la voz cada vez más, haciendo una pequeña pausa antes de suspirar y continuar con una voz más calmada. —Empiezo a creer que tienes las orejas de adorno.

—Intentalo. Lo único que perderías sería la cabeza cuando Ray se entere de que estás rondando a su hija. —respondió moviendo los hombros con indiferencia.

Lo miré por un momento, sopesando la idea de volver a acercarme. Sé que muy probablemente daría los mismos resultados que la otra vez, pero por lo menos serviría para escuchar su voz de cerca y no a través de la pantalla de mi teléfono.

—Por cierto. Me he enterado de que tuvo un accidente de coche. —arrugué el ceño al escuchar aquello. —Tranquilo, el suegro aún sigue vivo. Por mala suerte para tu padre. —añadió con una sonrisa.

Me levanté de la silla y marqué su número, dando vueltas por la sala bajo la atenta mirada de Denis a la vez que esperaba a que cogiera la jodida llamada. Había sido él. Había decidido actuar por su cuenta sin consultármelo primero.

En otro momento me hubiera dado igual. Tal vez incluso le hubiera ayudado a terminar el trabajo. Pero siendo la situación la que era no podía permitirme acabar con Ray. No sabiendo la tristeza que vería después en sus ojos. Le evitaría ese sufrimiento así tuviera que ser yo el que ocupase el ataúd de su jodido padre.

Por no hablar de su poca confianza en mi. Lo último que necesitaba ahora mismo es que pensara que habíamos tenido algo que ver.

Solté una maldición y lancé el teléfono quemador al sofá con tanta fuerza que rebotó y cayó al suelo. El muy hijo de puta no iba a responder.

—Otro más a la basura... —murmuró Denis moviendo la cabeza de un lado a otro con una cara de desaprobación.

Giré sobre mis talones y caminé a la puerta. Necesitaba estar solo y reunir la paciencia suficiente para no romperle el cuello en cuanto lo viera. Y sobre todo necesitaba encontrar la manera de acercarme a ella sin que saliera huyendo otra vez.

Con pasos pesados bajé las escaleras hasta llegar a una sala oscura iluminada por velas y decorada por símbolos que reconocería a kilómetros lejos. El olor a azufre se mezclaba con el de las velas dejando un calor agradable en la habitación.

Después me detuve frente a un altar observando su foto que posaba frente al libro abierto por una página cualquiera. Estuve allí hasta que me quedé sin oraciones.

•••

Unos toques en la puerta hizo que apagara todas las velas. Antes de abrir me limpié las manos de la sangre que había derramado en el pequeño lavabo del lugar.

Del otro lado me esperaba Denis con una mirada impaciente. Nadie más aparte de mi tenía permitida la entrada a aquel lugar. Si querían hacer sus mierdas tenían otros altares a los que ir.

—Llegaremos tarde.

—Voy. —fue todo lo que dije antes de salir a mi dormitorio a limpiarme.

Un poco más tarde estábamos entrando en un local que por fuera parecía vacío, pero por dentro estaba abarrotado de gente bailando, besuqueándose o tomando sustancias ilícitas.

Luego bajamos unas escaleras metálicas hasta llegar a una sala que en medio tenía una jaula lo suficientemente grande para que entren dos personas, alrededor había unas gradas con jóvenes clamando a quién sea que estuviera a punto de enfrentarse a él.

Sin embargo, en cuanto me dejé ver los roles ahora se habían invertido, y toda la atención estaba puesta en mi.

Entré a la jaula llevando solo los pantalones y me encontré con la mirada desafiante de mi contrincante.

Empecé a juguetear con el piercing de mi lengua ansioso por sentir el calor de la sangre otra vez en mis dedos.

No me interesaba pelear con nadie, la única razón por la que había ido era para disminuir en un pequeño porcentaje mi anhelo por volver a tener la vida de alguien colgando en mis manos.

Me parecía fascinante cuando la gente empezaba a luchar por vivir rogándome que se detuviera usando su último aliento, me daba una sensación de vigor y energía muy parecida a cuando la veía sonreír. Aunque esta última era incomparable a cualquier cosa.

De un solo golpe conseguí derrumbarlo y posicionarme encima suya. Cada vez que impactaba mi puño contra su cara sentía un crujir que para mi era como música y combinaba a la perfección con la sangre que salpicaba las hebras de mi cabello y parte de mi rostro.

Me deleitaba cada vez más con el pasar de los segundos hasta incluso ignorar las voces del árbitro que me pedía parar. Eso no me detuvo, sino que impulsé la fuerza con la que daba cada golpe, ni siquiera cuando fui separado del cuerpo por varios hombres dejé de golpearlo proninándole patadas en las costillas.

Y me hubiera vuelto a abalanzar al cuerpo casi inerte si no fuera por una mirada que reconocí al instante entre el público.

Me sentí aliviado cuando ajusté mi visión y vi que se trataba de su hermano que me miraba con palidez. Pero aquello no tranquilizó mis inquietudes. Quería saber si ella también estaba ahí, así que me deshice del agarre al que estaba sometido y salí de la jaula con pasos rápidos.

Primero me dirigí a la salida, y al no encontrarla fuí hasta los baños. Un sonido chirriante a mis espaldas hizo que girara la cabeza.

—Este es el baño de mujeres. —habló Bianca con evidencia saliendo de uno de los cubículos.

La ignoré lavándome las manos y quitando las manchas de sangre de mi cuerpo.

—No sabía que tenías un lío con la hija de los Easton. Interesante.

—Deja de meter tu fea nariz donde no te llaman. —respondí con una voz tranquila sin desmentirlo.

Si fueran otras circunstancias hubiese dejado claro que ninguno de los dos volveríamos a estar libres para nadie más en esta vida ni en las siguientes.

—Una pena, la quería para mí. —levanté la mirada hasta atravesar sus ojos reflejados en el espejo. Ella iba en serio.

—Atrévete a mirarla un puto segundo y te juro que me pasaré por las pelotas cualquier trato que tenga con Francesco, empezando por arrancarte los ojos. —mis palabras fueron claras, pero no suficientes para borrar la sonrisa de sus labios pintados de rojo.

Tiré los papeles sucios a la basura de mala gana y caminé hasta la salida con pasos firmes. Recordando las palabras de mi maldita huésped ahora tenía muchas más ganas de deshacerme de ella. De ser necesario yo mismo la enviaría de vuelta a Italia de una patada.

—Aquí tienes tu parte del dinero. —dijo el que se encargaba de las apuestas extendiéndome un sobre que rechacé.

No estaba aquí por el dinero.

—Como quieras. —habló con una sonrisa guardando el sobre en sus bolsillos. —Y oye, ten más cuidado la próxima vez. A este paso me dejarás sin participantes.

—Diles que se entrenen mejor. —refuté llevándome un cigarro a los labios mientras esperaba a que Denis saliera.

Para cuando tiré lo sobrante del cigarrillo al suelo apareció por la puerta con una expresión alegre.

—Oye, ¿Te importa si me quedo un rato? Las cosas se han puesto interesantes por aquí. —habló señalando las manchas de maquillaje que tenía en el borde de su camiseta.

—Mañana te quiero ver en pie a la hora de siempre. Tenemos tres camiones enteros. —advertí con una mirada severa.

—Cuenta con eso. —respondió él levantando el dedo pulgar.

Tardó menos de un pestañeo en adentrarse al local y yo negué con la cabeza reprimiendo una sonrisa a la vez que me subía a la moto y encendía el motor.

No supe cuando cambié la dirección de mi casa por la suya. La ruta era algo que tenía tatuado en la piel, tampoco se me había hecho difícil adentrarme en la casa. Sólo tenían una estúpida alarma como método de seguridad y a esas horas todos dormían, incluyendo los escoltas.

Traté de ser lo más silencioso al subir las escaleras y abrir la puerta de su cuarto, al otro lado estaba ella durmiendo en un sueño profundo. Cerré la puerta y con pasos sigilosos me acerqué a la cama. Estaba tan inmerso en su rostro que no me fijé en el envoltorio de una barrita energética que había en el suelo pasando por encima. El sonido provocó que ella se removiera en la cama con los ojos aún cerrados.

Pensé que todavía dormía, sin embargo, en cuestión de segundos abrió los ojos.

Abrió la boca lista para gritar, probablemente asustada por el pasamontañas que cubría mi cara, pero antes de que lo hiciera cubrí su boca con mi mano y hablé en un bajo murmullo.

—Lo siento. No pretendía asustarte. Por favor, no grites.

No me quité la máscara que cubría toda mi cara menos la boca y los ojos. Estaba demasiado ido observándola como si estuviera viendo una especie de diosa como para acordarme de ese detalle. Aunque ella era más que una simple diosa. Muchísimo más.

Quise preguntarle sobre su padre. La culpa me estaba carcomiendo por dentro al saber quién había sido el culpable y no poder decírselo. Pero pronto quedó en el olvidó al escuchar su voz.

—¿Qué haces aquí? —preguntó en un hilo de voz incorporándose en la cama.

—Te necesito. —admití en la alfombra de su cama.

Estaba de rodillas ante ella revelando cuánto la necesitaba casi suplicando por su perdón. Y bien ella podía reírse en mi cara, no me importaría. A fin de cuentas mi corazón y mi alma habían dejado de pertenecerme desde hace tiempo y no los quería de vuelta.

Ella agachó la cabeza, descubriendo que parte de sus bragas eran visibles, y se tapó de inmediato con un leve rubor en las mejillas.

—¿Para qué? —preguntó después con una sonrisa ladina tirando de sus labios.

Era muy descarada, siempre había sido así y supe desde el momento en que la encontré fumando marihuana en las gradas de su colegio que su descaro formaría parte de mi total perdición.

—Para dormir, para comer, para respirar, para vivir. Te necesito para todo, Lena.

Normalmente era fácil para mí leer lo que ocultaba el verde de sus ojos, pero esa vez me fue difícil. Tenían un brillo extraño y sus labios temblaban con una sonrisa que no quiso dejar salir a la vez que movía sus dedos nerviosamente.

—¿Es verdad que tú y yo fuimos novios?
—su pregunta hizo que frunciera el ceño con desagrado.

—Si. Lo es. —escupí entre dientes.

—¿Cómo acabó?¿Por qué lo dejamos?

—¿Quién dijo que terminó? —cuestioné en un tono bajo, casi mordaz.

—Grace. Bueno, ella dijo que salíamos juntos pero que no estaba segura, que era una especie de rumor.

Sostuve sus manos entre las mías por un momento antes de apoyar mis labios en su dorso, sintiendo un cosquilleo que casi me hizo sonreír.

—Nosotros nunca nos dejamos. —hablé fijándome en sus dos piedras preciosas.

Esperé a que con eso los recuerdos pudieran llegar a su mente, pero por su mirada aún confusa supuse que no lo habían hecho.

Joder, mataría por saber lo que estaba pensando ahora mismo.

—Yo pensé que sí.

—Pues pensaste mal. —hablé sujetando su rostro con mis manos y obligándola a sostener la mirada. —Moriría por ti, he matado incontables veces por ti. ¿De verdad crees que sería capaz de dejarte? —mis palabras eran ásperas.

No me molesté en ocultar mi irritación ante sus dudas, decidiendo que ni ella ni nadie más llegaría a saber las veces en las que Denis había detenido mis intentos de borrarme del mundo cuando los momentos de desesperación por no encontrarla podían conmigo.

¿En qué momento la había hecho dudar tanto? Me pregunté sintiendo una punzada de culpa en el pecho.

—No. —respondió en un hilo de voz haciendo que suelte una exhalación de alivio. —¿Por qué no me buscaste antes entonces? No supe nada de ti en todos estos años.

—Créeme que lo hice, pero no me lo pusiste fácil. Eras muy escurridiza. Cada vez que creía encontrarte te ibas a otro lugar. —ella hundió las cejas mirándome desconcertada pero no dijo nada más. —Joder, no sé cómo lo has hecho, pero estoy totalmente a tus pies. —susurré rozando mi nariz con el dorso de su mano.

—Lo siento. —musitó alejando su mano de mi alcance haciendo que desviara mi atención a su rostro. —Tuve una especie de amnesia por un accidente que tuve y no recuerdo nada de aquel entonces. Estoy realmente confundida.

—Lo sé, y es una jodida mierda, pero siempre estaré a tu lado para lo que necesites. Quiero ayudarte. —hablé llevando mis dedos a su mejilla.

La sonrisa que dibujaron sus labios después me hizo sonreír a mi también. Todas sus sonrisas eran contagiosas.

—¿Cómo lo sabes? —murmuró acercando su rostro a mi mano.

—No hay nada de ti que no sepa. —ella levantó una ceja sutilmente como si no me creyera, pero era verdad.

Y lo poco que no sabía lo descubriría tarde o temprano.

—Puede que no sea la misma de antes. —musitó alejando su rostro del calor de mi mano.

—No me importa. —respondí estrechando mis ojos en los suyos con determinación.

Algo tan banal como los cambios eran exentos a las sombras que rodeaban y unían nuestras almas por toda la eternidad. La acabaría reconociendo incluso si cambiara de rostro, cuerpo o hábitos.

Ella sonrió por un instante, y cuando bostezó volví a sonreír lleno de ternura y sintiendo un calor casi abrasador cubrir mi pecho. Era lo más adorable y puro que tenía. Porque era mía. En cuerpo, alma y mente era mía.

—Te dejaré dormir.

—No. Espera. —su voz me detuvo antes de levantarse. —Quédate.

Cuando empecé a quitarme la camiseta y el pasamontañas ella apartó la mirada con las mejillas cogiendo un poco de color y aquello me hizo sonreír de nuevo. Era algo que no podía dejar de hacer cuando estaba junto a ella. Luego me acosté a su lado bajo las sábanas, tirando al oso al suelo sin que ella se diera cuenta.

Los latidos de mi corazón menguaron hasta casi desaparecer cuando ella puso la cabeza en mi pecho y yo rodeé su torso con un brazo.

Quedó dormida en cuestión de pocos minutos, en cambio yo no había podido dejar de observarla en toda la noche mientras daba lentas caricias por su pelo. La charla con mi padre tendría que esperar.









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