017
—Vale, me rindo. No tengo ni jodida idea de quién es este tío. —habla Grace a mi lado en un tono de derrota. —¿Y si pedimos ayuda a alguien externo a nosotras? —murmura tras una pausa con los ojos brillando con otra de sus tan magníficas ideas.
—¿Cómo a quién?
—No sé, a Dedos Mágicos por ejemplo, ahora mismo es nuestra mejor opción. —la miro con una mueca confusa, totalmente escéptica ante lo que acaba de decir.
—No. No, ni de broma.
—¿Por qué no? Está que se muere por ti, no va a dudar un segundo en ayudarnos. —habla como si fuera lo más obvio.
Está que se muere por follarme y luego volver a hacerme a un lado. Quiero corregirla, pero me dedico a negar con la cabeza y clavar mis dientes en mi labio inferior.
—Ni siquiera le conozco tanto como para pedirle este tipo de favores.
Ella suelta un bufido hastiada antes de sentarse a mi lado y mirarme con esos ojos verdes grisáceos.
—Lo sé, pero no conseguiremos nada por nosotras solas, es mejor que hablemos con él. Al menos para averiguar si el tal Sergio trabaja para él o uno de sus amigos. Con esa pista sabremos cómo actuar.
Arrugo los labios desviando la mirada. Sé que tiene razón, simplemente me parece incómodo hablar con él, y con lo metido que es no dudará en querer averiguar cada mínima cosa que me hubiera pasado con aquel hombre.
No me apetece dar explicaciones a nadie sobre lo sucedido y menos que aquel hombre muera por mi culpa.
—Está bien, lo llamaré y veré qué puedo hacer. —digo con resignación pulsando los botones de la pantalla.
La sonrisa de Grace se hace más grande cuando me pongo el móvil en la oreja, esperando a que lo coja.
Tampoco es muy tarde, así que no debe estar durmiendo. Una de las pocas que he aprendido sobre él es que dormir no es algo que le fascine mucho.
Denis soltó una gran risotada llamando la atención de Sergey que le dió una mirada fulminante antes de reanudar sus paseos por la sala.
—Te juro que los voy a matar. —habló entre dientes apretando sus puños.
—No harás nada. Si les tocas un solo pelo, te volaré los sesos. —murmuré indiferente a la vez que hacía zoom en la pantalla para ver en qué zona de la ciudad estaba ella ahora.
Los puntos de los rastreadores indicaban que seguía en casa de Grace.
—¡Y una jodida mierda! Esa gente me fríe el cerebro, me roba. ¿Y tú pretendes que me quede como si nada? —en un par de pestañeos volví a centrar mi atención en él, dejando el móvil sobre la mesa con la pantalla bloqueada.
Denis trató de disimular una carcajada con una tos fracasando en el intento y buscándose otra mala mirada de Sergey.
—A mi no me mires princeso, yo no soy el culpable. —habló divertido levantando ambas manos en son de paz.
—¿Qué has dicho? —murmuró amenazante dando un paso hacia él.
—Haz el favor de tranquilizarte, Sergey, no conseguirás nada pensando en caliente. —hablé con una voz cansada.
—Quiero venganza.
—Sabes que no puedo concederte eso.
—Entonces búscate a otro idiota que le cuide el culo a tu princesita. —escupió dándose la vuelta con intenciones de caminar hasta la puerta.
—Está bien. Haz lo que quieras con la rubia, pero a los demás no los toques. Lo digo en serio.
—Bien. —respondió seco continuando sus pasos hasta la puerta.
—No seas muy duro con ella. —advertí desdeñoso queriendo volver a revisar si seguía en el mismo lugar o había vuelto a su casa.
Esta noche planeaba seguir con nuestra rutina, pero por culpa de alguien más no se iba a poder. Tenías que haberle dicho a Sergey que la eliminé del mapa. Dijo una voz en mis adentros.
El móvil empezó a vibrar, y al ver su nombre en la pantalla decidí no coger la llamada, sabiendo de qué quería hablar. Odiaba discutir con ella y primero tendría que pensar en algo que decirle.
—Deberías cogerlo, no queremos que la princesita se enfade de nuevo. —habló Denis en un tono burlesco, haciendo referencia a la marca de una mano que Sergey traía en una de sus mejillas.
—Cierra la boca, ¿Quieres? —respondí sintiendo un ligero dolor de cabeza.
—¿¡Qué le pasa a ese imbécil!? —gritó Lizzie apareciendo de la nada.
—Lárgate de mi casa. No eres bienvenida aquí. —hablé en un tono seco, sin siquiera mirarle a la cara.
—No he venido a verte la cara. Quiero saber dónde está tu padre. —demandó de forma desafiante.
—Ni lo sé ni me importa. Ahora lárgate antes de que empiece a limpiar el suelo contigo.
—No me iré de aquí hasta que me digas dónde está. —respondió sentándose en una de las sillas que habían delante de mí con la barbilla en alto.
Sintiendo mi paciencia irse por la deriva me acerqué a ella para después cogerla de un brazo y levantarla de la silla con fuerza, queriendo arrastrarla hasta la puerta.
—¡Suéltame, animal! —exclamó removiéndose bajo el agarre de mis dedos.
Denis se levantó con rapidez y me abrió la puerta, haciendo una especie de reverencia burlesca.
Al atravesar la puerta solté su brazo y afiancé mis dedos en su castaña cabellera, obligándola a bajar cada uno de los peldaños de las escaleras hasta llegar a la sala principal. Sus chillidos probablemente se escucharían por toda la casa, pero nadie se atrevería a interponerse.
Allí abrí el gran portón y la empujé al otro lado, importánde muy poco que su cuerpo hubiese caído al duro pavimento como si de un saco de patatas se tratase, y cerré la puerta en sus narices.
Luego solté un resoplido al sentir las vibraciones en el bolsillo de mis pantalones. No tenía otra escapatoria que enfrentarme a ella, justo ahora cuando las cosas empezaban a ir bien.
Por la mañana mis tripas no paran de retorcerse, esperando a que llegue el momento de vernos donde quedamos.
No es hasta que lo tengo frente a mi que logro calmarme un poco. Traigo un vestido corto que deja a relucir mis cortas piernas y que realza lo poco que tengo de pecho. Idea de Grace. Él centra su vista en ese lugar y después va barriendo mi cuerpo poco a poco hasta llegar a mi cara.
—Hola. —murmura con una sonrisa ladina.
Estoy tan concentrada en sus ojos que no me doy cuenta de cuando coge una de mis manos y se la lleva a los labios de forma muy cuidadosa. Sus ojos brillan de una forma intensa.
—Hola. —mi voz suena algo rasposa, me siento totalmente embelesada por su cercanía.
—Vamos. —sugiere en una voz suave a lo que yo asiento sin saber si quiera adonde me lleva.
En ningún momento suelta mi mano o me aparta la mirada de encima.
Cuando detenemos nuestros pasos me fijo en que no hay nadie más que nosotros dos a nuestro alrededor, además de estar en una parte del parque en la que no he estado nunca. Ésta tiene más naturaleza que el resto, por lo tanto se ve incluso más limpia.
Lo próximo que hacemos es sentarnos en un banco de madera, estamos tan cerca el uno del otro que nuestras rodillas llegan a rozarse varias veces.
El silencio es más espeso que el aire que me cuesta respirar, él empieza a acariciar los dedos de mi mano fijándose en ellos con demasiada atención, como si fueran algo extraordinario.
—¿Cómo has estado? —pregunta en una voz baja y áspera con una mirada insistente.
—Bien. Supongo.
—¿Supones? —me quedo callada sin saber cómo seguir. —Dime qué te pasa amor.
Mi estómago da un vuelco salvaje al escuchar ese nuevo apodo que de alguna forma extraña se me hace familiar, como si lo hubiera escuchado miles de veces antes.
—Nada, es solo que me siento un poco confundida con todo. —sus orbes azules se incrustan en mi rostro con una mirada extraña.
Luego vuelve a llevar mis dedos a sus labios besando uno por uno.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea. Siempre estaré aquí para ti.
Muerdo mi mejilla interna reprimiendo una sonrisa estúpida, de esas que ponía cada vez que me decía cualquier cosa que yo consideraba dulce.
—Gracias, pero no quiero hablar de eso ahora. Quiero preguntarte algo. —sus sentidos se ponen alerta, poniéndome más atención que antes si es posible.
—¿Conoces a un tal Sergey?
Él parece pensarse la respuesta un rato largo, podría decir que estaba nervioso incluso.
—Si. ¿Por qué?
Una parte de mi sabía que seguramente él tendría que ver con que el Sergey estuviera detrás de mí todo el rato, pero quería que él mismo me lo admitiera. Sobre todo quería que me dijera para qué demonios tenía a ese hombre tan pendiente de mi, qué buscaba con eso.
—¿De dónde lo conoces? —pregunto con aspereza. Él aparta su mirada de la mía por un segundo antes de responder.
—Trabaja para mí.
—¿Haciendo qué?¿Espiándome? —mi tono de voz es más alto de lo que espero.
—Yo no lo llamaría así.
—¿Ah no?¿Y cómo llamas tú al hecho de tener a alguien persiguiéndote a todos lados y a todas horas? —pregunto con ironía.
—Lena. —él trata de sostenerme del brazo cuando me levanto alejándome de él varios centímetros.
—¡Me has estado espiando desde quién demonios sabe cuando!
—Joder. No. No es lo que tú crees.
Retrocedo al ver sus intenciones de acercarse. Ahora mismo estoy tan molesta con él que ni siquiera lo quiero ver.
—¿Qué es entonces?
—Solo trato de protegerte. —chasqueo la lengua al mismo tiempo que esbozó una sonrisa irónica.
—¿Y por eso también te vas guardando fotos mías por ahí? Que manera tan curiosa de protegerme la tuya. ¿No crees?
—Siéntate y hablemos. Déjame explicarte las cosas.
—¿Explicarme qué? Creo que las cosas están bastante claras entre nosotros.
Niego con la cabeza varias veces con un mohín en los labios.
—No quiero que ni tú ni tu supuesto escolta os volváis a acercar a mí. Nunca más. —declaro con palabras firmes.
—Lo estás malinterpretando todo.
—Y una mierda. No confío en ti. —por su mirada veo un destello de desdicha que rápidamente oculta bajo una máscara neutral.
—¿De verdad crees que sería capaz de hacerte daño? —mi silencio le basta para entender que si.
A este punto ¿Qué más puedo creer de él? Ni siquiera lo veo capaz de separar sus relaciones sociales de sus negocios.
Si tuviera que matar a un amigo o incluso a su pareja, estoy más que segura de que lo haría sin dudarlo. Al fin y al cabo así es como funcionan las cosas aquí, no puedes fiarte ni de tu propia sombra.
—Si fuera así ahora mismo no estarías respirando. —responde de una forma tosca.
—No te creo.
Su mirada ahora se vuelve peligrosa mientras me acorrala contra uno de los tantos árboles de allí.
—Dime cuándo mierdas te he dado razones para que dudes de mi. —desvío la mirada resultándome imposible mantener mi vista fija en la suya. —Me tratas como si yo fuera tu mayor enemigo cuando solo quiero lo mejor para ti. —su voz ahora suena más suave, como una plegaria. —Maldita sea. Soy incapaz de dañarte de ninguna forma, mi vida depende de la tuya. ¿Cómo mierdas pretendes que te haga daño?
Mi corazón comienza a latir con tanta rapidez que me hace suspirar, haciendo que por un momento olvide mi rabia con él. Solo por un momento.
Cuando sujeta mis manos entre las suyas una corriente va hasta mi vientre haciendo que tenga que apretar las piernas.
—Aunque así fuera, no tenías que haber hecho nada a mis espaldas. Tendrías que habérmelo consultado primero. No soy una muñeca que puedas manejar a tu antojo. Y yo ya tengo a mi propio escolta. —murmuro alejando mis manos de las suyas, pasando por alto la intensidad de sus ojos o su corta sonrisa.
Tengo suficiente con sus palabras. Palabras que me perseguirán hasta mi final.
—Tal vez ahora no quieras admitirlo o estés ciega por lo que sea que esté nublando tu cabecita. Está bien. Pero pronto te darás cuenta de que eres más que una muñeca que pueda manipular. Eres mía, Lena, mi puta, mi muñeca, mi objeto, mi vida, mi todo. Tu y yo lo somos todo, te lo dije una vez. —mis mejillas se calientan a más no poder con sus palabras y el descaro que tiene de admitir que me ve como a su objeto.
—No lo soy. —suelto con más brusquedad de la intencionada haciendo que él estreche sus ojos en los míos.
Puede que mi cuerpo si, pero mis labios jamás lo admitirían. Ni siquiera drogada.
—No hagas que te lo demuestre. Puede que no salgas ilesa esta vez. —dice en un ronco murmuro pasando su lengua por su labio inferior.
Yo hago lo mismo fijándome en su piercing.
—Además, ahora tendrás a dos. No veo cuál sea el problema. —su voz irrumpe cualquier pensamiento indecente sobre sus abdominales haciendo que levante mis ojos a los suyos.
—No lo quiero. —susurro con las mejillas aún rojas ignorando el tema de antes.
—Lo quieras o no es algo que no pienso cambiar. —responde de forma tajante haciendo que mis labios se arruguen con enfado dejando cualquier sentimiento de pudor en el olvido.
El hecho de que trate de ocultar una sonrisa me hace enfadar más.
Antes de poder decir algo más junta nuestros labios con tanta ferocidad que me es imposible poder respirar. Abro los labios ligeramente en la busca de poder obtener algo de oxígeno, él aprovecha eso para introducir su lengua y moverla por todo el espacio de mi boca.
Suelto un gemido de placer cuando mueve su rodilla haciendo presión en mi parte íntima. No sabía que estaba tan mojada hasta ese momento y me maldije miles de veces por tener tan poca voluntad.
No es hasta que se separa cuando me doy cuenta de la situación, y sin pensarlo la palma de mi mano vuela a su mejilla con bastante fuerza. Él no es el único desconcertado por mis actos, pero intento ocultarlo bajo una máscara de frialdad y enfado.
—No te quiero ver cerca de mí. —musito en un titubeo antes de darme la vuelta e irme.
No puedo sacarme de la cabeza sus labios, ni su mirada afligida o sus palabras, pero estoy demasiado enfadada como para volver y disculparme con él.
Siempre odié que el resto tomara decisiones por mi. He estado toda mi vida aguantando las consecuencias de eso, juntándome solo con las personas a las que mis padres dan el visto bueno, yendo a lugares que ellos aprueban o estudiando lo que para ellos es válido.
No como si estudiar derecho fuera tan malo de todas formas, y en un mundo en el que romper las leyes es el día a día, saber un poco sobre ellas es bastante útil. Pero cada vez que quería salirme un poco de las normas tenía que arriesgarme a discutir con ellos o a tener un nuevo castigo si me descubrían.
Simplemente detesto la idea de que él también forme parte de ese círculo sin fin. Tanto que mi rabia tapa las inquietudes que carcomen mi cabeza.
Por el camino ninguna de las dos dice nada. Supongo que mi cara es más que suficiente para indicar que las cosas no acabaron bien.
Al final termino por contarle todo cuando estamos en mi casa y mi cabeza parece despejarse un poco del azul opaco de sus ojos.
—Bueno, tiene su punto. —la miro elevando ambas cejas dejando de mover las orejitas de mi oso de peluche.
—No te entiendo.
—Quiero decir, ha tenido muchas oportunidades para eliminarte, y con todo el poder que tiene podrían deshacerse de todos nosotros en un solo chasquido. Porque te recuerdo que aunque tú padre sea el tercero ellos tienen muchos más hombres y territorios fuera de América. Además, ahora somos socios, y nos necesitan para poder recuperar sus territorios de antes, no tendría sentido que quisieran matarte.
—No lo sé Grace, creo que hay algo que no encaja. —murmuro volviendo a jugar con las orejas de mi peluche negro. Es un regalo que Jas me hizo por mi pasado cumpleaños.
Sigo sin entender porqué se fueron a Moscú, arriesgando sus territorios de aquel entonces. Sé que tiene que haber algo más en todo esto y mis ganas de saber no me dejarán tranquila.
El problema es que no tengo la manera de averiguar qué pasó exactamente y nadie saciará mis dudas.
—¿Qué pasó después? —me muerdo el labio inferior tratando de no ruborizarme.
—Él me besó.
—¿Él?¿O los dos? —pregunta en un tono divertido.
—Él. —aclaro recalcando bastante la palabra. —Después lo abofetee y me fui, eso es todo.
—¿Qué hiciste qué?¡Ay Dios mío Lena!¿Sabes el carácter que se trae esa gente? —le doy una mirada de reojo antes de presionar a Jay Jay contra mi cuerpo como una manera de distraerme del calor de sus labios.
Si me centro todavía puedo sentir su sabor en la punta de mi lengua.
—Tu incluso robaste a uno de sus hombres. —digo en un suspiro.
—Pero no lo sabía en ese momento, así que no cuenta. —responde con una sonrisa divertida.
—Como sea, dime qué hacer. —sugiero con un puchero en los labios. —No va a parar hasta que hablemos y ni siquiera quiero escuchar su nombre. —digo recordando la cantidad de llamadas que he recibido a lo largo del día desde diferentes números telefónicos.
—Viendo lo persistente que puede ser tu única opción es la muerte. —la miro con una mueca incrédula. —No me mires así. Es la verdad. Aunque te fueras al otro lado del mundo te encontraría. Y lo sabes. —dice con una sonrisa entretenida.
—Es un grano en el culo. —mascullo entre dientes. Ella solo asiente.
Unos segundos más tarde parece recibir una llamada.
—Si... —le dice a quien sea que esté del otro lado. —Ya voy... Nos vemos. —es lo último que dice antes de colgar.
Luego me da una mirada de soslayo.
—Me tengo que ir. —murmura con un mohín en los labios.
—Está bien. Nos vemos. —respondo tras soltar un suspiro.
—Si pasa algo más, me lo cuentas, ¿Si?
Asiento con la cabeza para después acompañarla hasta la puerta de la entrada, donde nos fundimos las dos en un abrazo bastante duradero.
—Te quiero mucho, Lena, no lo olvides.
—Yo también. —respondo con una amplia sonrisa.
Cierro la puerta con ese típico sentimiento agridulce que se presenta al regresar a casa después de haber estado un largo día disfrutando con tu mejor amiga o tu pareja.
No tengo ánimos de cenar, así que aprovechando que estoy en el piso principal decido despedirme también de mi familia y voy a mi dormitorio.
Allí no tardo en cerciorarme de que la ventana esté cerrada para después meterme a la cama y apagar la luz. Con el peluche en mis manos cierro los ojos, lista para dormir. Sin embargo parece que mi cerebro está tan ocupado dándole vueltas a lo sucedido estos dos días que desiste a las necesidades de mi cuerpo.
Otra noche más desvelándome por el jodido Conde.
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