007


—Estaba que soltaba chispas de la rabia. —Romina suelta una carcajada junto a la mía y pronto me atraganto con el frappe de caramelo empezando a toser.

—¿Estás bien? —se inclina y me da un par de palmadas en la espalda, a lo que yo asiento con la cabeza.

—Oye, ¿Y has vuelto a saber algo de tu novio? —pregunto después con mis labios alrededor de la pajita de plástico. Ella niega con la cabeza.

—Ni un mísero mensaje, pero esta vez no lo dejaré pasar, le pondré un alto.

—Bueno, yo creo que te mereces a alguien mejor. —digo sin más, tras darle otro sorbo a mi bebida.

—Lo sé, pero le quiero.

Cuando la misma chica rubia que vi junto a él el otro día en la playa aparece en mi campo de visión mis ojos empiezan a buscarlo por todo el lugar, sin encontrar ni rastro suyo.

Trato de distraerme hablando con Romina sobre cualquier cosa, pero mi cabeza todavía sigue rondando en si él vino con ella, o tal vez no.

Vuelvo a fijar mi vista en aquella chica al pasar ella por nuestro lado. Ahora sostiene dos bebidas en sus manos mientras camina hacia fuera, donde hay una camioneta negra con los cristales blindados. No está muy lejos de donde estamos sentadas así que cuando abre la puerta para entrar alcanzo a verlo.

Lleva puestas unas gafas de sol, pero aún así sé con certeza que nuestras miradas se encuentran unos muy pocos instantes antes de que el coche arranque y se pierda de mi vista.

Sin darme cuenta de mis labios se escapa un largo suspiro mientras en mi estómago se asienta ese amargo malestar, sujetando el recipiente de café con más fuerza de la necesaria. ¿Por qué se van juntos?¿Y quién es ella?

—¿Qué?¿Tú también tienes mal de amores? —cuestiona con una diversión palpable en sus ojos.

—No. No.

Ni de broma pienso admitir mi extraña atracción por ese ser, ya es bastante vergonzoso con que lo sepa Grace.

—Es solo que hace mucho calor. Tenemos una piscina en casa, ¿Te vienes? —ofrezco después en un claro intento por cambiar el tema.

—¿A tu casa? —pregunta incrédula, a lo que yo asiento despacio.

—Ya has estado antes, qué más da.

—Bueno, está bien.

Cuando llegamos a mi casa tengo que advertir al mayordomo de que he traído visita.

Dudo que vayan a ponerme algún impedimento, la conocen de sobra por ser amiga de Jas, pero es una de las normas-no-normas. Luego vamos a mi habitación en busca de bañadores.

—¡Joder! —exclama Romina al entrar, se queda mirando todo su alrededor hasta que su vista se clava en la cama. —¿Me puedo tumbar?

—Claro, pero quítate los zapatos antes.

En menos de un parpadeo se lanza a mi cama para después abrazar uno de los cojines. No sé porqué, pero ese gesto me da ternura.

—Es la cama más cómoda que he probado en la vida. —murmura con los ojos cerrados.

Suelto una pequeña carcajada mientras me dirijo al armario encontrando dos bañadores negros bastante similares.

—Todavía me acuerdo de cuando Jason nos presentó, éramos tan pequeñas.
—habla ojeando uno de mis libros de derecho.

Suelto una risita buscando ahora un par de toallas.

—Eso pasó literalmente hace unos meses.

Casi un año, para especificar. El tiempo pasa tan rápido que a veces da miedo.

—Pues eso mismo. —responde en un tono de obviedad con ese atisbo divertido aún perceptible. —¿Sabes? La verdad es que no tengo nada de ganas de volver al trabajo, pero con lo de Matt me vendría bien distraerme con algo. O alguien.

—¿Alguien?

Ella asiente con la cabeza con una sonrisa sugerente. Yo niego varias veces con la cabeza, eso de sacar un clavo con otro nunca sale bien, la única y última vez que lo intenté acabé con la autoestima por los suelos.

—Sé que es pronto aún y todo ese rollo, pero no me quiero quedar toda mi juventud llorando por un idiota. Quiero conocer gente, no sé.

—Eres muy guapa, seguro que acabas conociendo a mucha gente. —respondo haciendo hincapié en gente con una sonrisa burlona. Ella suelta una carcajada.

—Bueno, ¿bajamos? —ella asiente con la cabeza.

—Odio las escaleras.

—Pues te hacen tener un buen culo, ¿sabías? —respondo con un poco de sorna.

—Claro que lo sé, tienes un muy buen culo. —me guiña el ojo sacándome una carcajada estruendosa.

Antes de ir a la piscina tenemos que pasar por la cocina para poder llegar al jardín trasero. Pero ella se detiene en mitad del salón, pareciendo estar bastante distraída con algo.

Después veo cómo se acerca al despacho de mi padre y yo sigo sus pasos.

—¿Qué haces? —pregunto a sus espaldas.

Ella solo coge una distancia prudente de la puerta de la sala arrastrándome con ella.

—No sabía que tú padre se llevara bien con los Novikov. —suelta con algo de nerviosismo.

Por un momento me quedo sin saber qué decir. Se supone que no debe de saber eso. Nadie debe.

—Y supongo que es ¿bueno?

A ojos de todo el mundo ellos son una familia más que adinerada por sus negocios en varias industrias. Perfumes, aparatos electrónicos, zapatos, ropa. No hay casi nada a lo que no se hubieran dedicado y triunfado en ello.

Aún así siempre consiguen estar al margen y no llamar mucho la atención, manteniendo sus apariencias casi ocultas bajo las sombras. Muy poca gente conoce las verdaderas facciones de los dueños de esas empresas, y extrañamente Romina es una de ellas. Aunque dudo mucho que sepa a lo que se dedican realmente.

—Y tanto que lo es. Tú podrías hablar con él ¿no? Y así al menos podríamos conseguir alguna pista sobre Matt. Y también podría pasar de página más rápido si es verdad que no le pasó nada y simplemente me dejó. —esto último lo dice para ella, pero aún así consigo escucharlo.

—No, no creo que vaya a ser buena idea. Ellos son muy...reacios. —murmuro recordando cómo me habló en los baños.

Si le pido ayuda a él o a otro de los suyos sobre el tema lo más probable es que me dieran una patada en el culo.

Además que podría levantar sospechas, y si de verdad me vió aquel día no se quedará de brazos cruzados. Vendrá a por respuestas.

—Por favor Lena. Sino, podemos hablar con tu padre, no hace falta que hables con ellos personalmente.

Sé que mi padre querrá indagar más en el tema. No quiero ni imaginar su cara cuando se lo cuente, y definitivamente eso será mucho peor que enfrentarme con ellos por querer ayudarla y mi curiosidad.

—No creo que a él le vayan a negar su ayuda. Por favor, necesito respuestas.

No me gustan nada ninguna de sus dos ideas, pero la culpa hace que termine aceptando.

—No te prometo nada, pero lo intentaré. —sus ojos se iluminan con un ápice de esperanza.

—¡Gracias, mil gracias! —exclama dándome un sonoro beso en la mejilla.

Yo solo coloco una sonrisa sin llegar a ocultar la tensión de mi cuerpo en ella.

—Entonces te espero en la piscina, tu solo entra y habla con él.

¿¡Él!?¡Mierda, mierda y más mierda!

Cuando me pidió que hablara con ellos jamás me imaginé que lo dijera porque uno estuviera aquí ahora precisamente. Probablemente es él ¿Y qué hace en mi casa? Otra vez, para variar.

Estos días los dos hemos vuelto a nuestra rutina de antes. Él venía a mi casa a hablar de no se qué cosas con mi padre y yo siempre lo observaba sin que nadie se diera cuenta, esperando a que algún día me dirigiera una sonrisa o volviera a hablarme como aquella vez en el banco de los vestuarios en el colegio.

Nunca pasó, y con las semanas la llaga que había ocasionado su repentina apatía solo empeoró hasta que pude limpiarla y comenzó a cicatrizar.

Pensé que nunca se volvería a abrir, que era un simple flechazo porque al final había sido él el primer chico con el que tuve mi primera interacción romántica. Hasta que lo vi otra vez en esa terraza de hotel y la frialdad de sus ojos al mirarme volvió a reabrirla.

Los pasos de Romina al desaparecer por la puerta que da a la cocina hace que pestañée volviendo a la cruda realidad, y antes de cerrar la puerta me enseña su pulgar levantado con una enorme sonrisa, a lo que yo le vuelvo a sonreír, esta vez con mis labios tensos.

En un estrepitoso intento de alentarme a entrar a la sala inhalo y exhalo aire unas cuantas veces. Al darme la vuelta me lo encuentro dirigiéndose a la puerta de salida.

En ese entonces pienso en si debería ir a hablar con él personalmente, o si sería mejor hablarlo con mi padre. Pensar en ser yo la que se acerque para entablar una conversación me hace temblar de los nervios. Pero arriesgarme a pasar un verano tortuoso siendo castigada por mis padres no es mejor opción.

Sin darme cuenta mis piernas se empiezan a mover más rápido de lo normal hasta que consigo inmovilizarle el paso.

Los dos quedamos cara a cara. Intento disimular mis nervios colocando las manos en los bolsillos traseros de mi falda vaquera, y ya de paso limpiar un poco el sudor. Resulta en vano, y su mirada poco amigable me está dando unos tirones poco agradables en el estómago.

—¿Me dejas pasar? Estás en todo el medio. —murmura en un tono entre brusco y desdeñoso ladeando la cabeza.

Mis labios se arrugan en un mohín al escuchar su forma grosera de hablar. Sigo sin entender qué he hecho o dicho para caerle tan mal.

—Quiero hablar contigo. —respondo tomando una posición que muestre confianza

—Tengo prisa. —habla cortante para después reanudar sus pasos.

A duras penas consigo retenerlo cogiéndolo del brazo en un impulso. Él aparta su brazo con bastante rapidez, como si le hubiesen dado un choque eléctrico. Sus ojos ahora me miran muy fijamente y con su ceño acentuando su desagrado hacia mi.

Mordiendo la punta de mi lengua hago a un lado su rechazo y me concentro en Romina. Lo que importa ahora es que sea capaz de ayudarla, lo que piense él de mí no debería de importar. No importa.

—Es importante.

—Mi tiempo también lo es.

—Por favor. —murmuro en un tono bajo, eso parece ser suficiente para convencerlo a que me escuche.

—Bien. Habla. —frunzo el ceño ante su tono demandante.

Realmente tendré que tener mucha paciencia para no soltarle alguna grosería en cualquier momento.

—Es sobre Matt, tal vez lo conoces, solía ir mucho por Little Rock. No sé dónde está y... —no termino de hablar cuando él me interrumpe fijando su vista en mi.

El azul de sus ojos ahora parece querer taladrarme la frente cuando habla en un tono irritado.

—¿Me estás jodiendo?¿Esa es la cosa tan importante de la que tenías que hablarme?

—Si. Él es muy especial para mí. —digo sin titubear.

Él deja sus labios en una fina línea, y cuando da dos pasos hacia delante retrocedo de forma casi inconsciente. Por el cómo se levantan las esquinas de sus labios eso parece divertirlo.

—No tengo ni idea de quién me estás hablando, Lena. —murmura con cautela recalcando mi nombre.

Sus expresiones ahora son muy serias, borrando cualquier atisbo de diversión.

El hecho de que aún se acuerde de mi nombre me toma por sorpresa, pero eso no consigue disipar mis nervios.

Las palpitaciones de mi corazón no me dejan respirar adecuadamente, ni concentrarme. Pero tanto él como yo sabemos muy bien que está mintiendo, eso es un hecho.

—Bueno, si lo ves algún día sería bueno que me lo hagas saber.—murmuro de forma algo torpe.

Su cara de tener una mierda atascada en el trasero no me está ayudando a mantener la calma.

Vuelvo a morder la parte interna de mi mejilla rogándole a todos los santos, vírgenes, dioses e incluso al diablo para que mis mejillas no se ruboricen ahora.

—¿Y por qué mierdas haría yo eso?

—Se llama ayudar. Deberías probarlo alguna vez. —la sala se llena con su ronca y tosca carcajada.

Eso me hace apretar los dientes molesta, ¿Qué era eso tan gracioso que había dicho?

—De todas las cosas que tengo que hacer, ayudarte a ti a encontrar el imbécil ese no está ni estará en mis planes. —la amenaza que deja su voz eriza los pelos de mi brazo.

¿Cuál es su problema? Me digo para mí misma buscando alguna razón para justificar su odio hacia Matt.

—¿Por qué no? —pregunto con toda mi amabilidad yéndose por los poros.

—Si es tan especial para ti, ¿Por qué no lo buscas tú misma? —sus ojos ahora me dan una mirada intensa que no sé descifrar. —Si yo hubiese perdido a alguien especial, lo buscaría hasta en el mismísimo infierno. No pediría a otros que hicieran mi trabajo.

Pestañeo varias veces analizando sus palabras, ¿Me está tomando el pelo? Los dos sabemos que él sabe dónde está, y que él es quien muy probablemente lo tenga retenido en contra de su voluntad.

—Si ese tal Matt fuera tan especial para ti, no me estarías pidiendo ayuda para luego cruzarte de brazos y simplemente actuarías.

Antes de siquiera abrir la boca él me esquiva con facilidad y sale por la puerta cerrándola de un gran estruendo, haciendo temblar el jarrón de flores posado junto a la puerta principal y dejándome con la palabra en la boca.

¿Qué demonios ha sido aquello? Pienso a la vez que voy a la cocina. El que me diera a entender que en realidad me interesa poco el paradero de Matt me suena a una vil excusa para simplemente no decirme dónde está. Una vil y muy mala excusa.

Es la primera vez que tengo una conversación con él en años, si puede llamarse de esa forma, y todo acabó con él tratándome como si fuera la popó de sus zapatos, criticando mi forma de actuar como si él fuera un santo. Un poco más y me escupe en la cara.

—¿Qué tal ha ido? —pregunta con una voz casi aguda.

—No tiene ninguna intención de ayudarnos. —el semblante de Romina cambia a uno distinto. —Lo siento mucho. —me acerco a ella y la abrazo, sintiendo algunas lágrimas humedecer mi camiseta.

—Está bien, no es culpa tuya. —musita con una voz gangosa.

Puede que no sea culpa mía pero sé que podría amenizar un poco su sufrimiento si le contara la verdad.

—Buenas tardes. —habló alguien a mis espaldas.

Al girarme en la silla del escritorio me encontré a un hombre de piel trigueña. Luis, nuestro nuevo socio en México.

Por su sonrisa forzada se notaba de lejos que estaba intimidado por la cantidad de hombres armados a mi alrededor. Esa sonrisa se desvaneció cuando vió al hombre que guardaba como a otra de mis mascotas tumbado a mis pies y con una cadena en el cuello que lo ataba a una de las patas de mi escritorio.

Me costó su tiempo convertirlo en lo que era a día de hoy y disfruté más de lo que hubiera debido cada vez que lo doblegaba un poco más. Hasta que empezó a verme como su dueño, la persona que lo mantiene con vida y, por tanto, la persona que estaba a cargo de su salud y bienestar. Lo que le quedaba de ello.

Aquello no me resultaría tan incómodo si no fuera porque era más afectuoso que todos los perros que tenía juntos. El hijo de puta era más pegajoso que una lapa.

Aún tenía algunas heridas en su piel. Muchísimas. Varias de ellas ya curadas y otras recientes, pero la suciedad no se le había quitado. Jodida mierda. Tenía que mandarlo a lavar otra vez.

Luis palideció al reconocerlo y eso solo me hizo sonreír. Fue el jefe del cartel de Los Zetas en México. Ya ni siquiera me acordaba de su nombre, pero esperaba que con eso le fuera suficiente para saber con quién estaba tratando y para que no intentara hacer de las suyas.

—Siéntate, no muerde. Mucho. —hablé clavando mis ojos en él sin dejar de sonreír.

El hombre que estaba tirado en el suelo empezó a gruñir cuando se sentó y tuve que tirar de la cadena haciendo que su cabeza fuera hacia atrás y dejara de gruñir.

—Tal vez tenga hambre. —habló Denis, la única persona que consideraba como alguien de mi círculo cercano aparte de Polina, con una sonrisa más grande que la mía.

Después se acercó con un hígado y un trozo de intestino grueso crudo sobre un plato de porcelana que dejó en el suelo.

En seguida el hombre se lanzó al plato haciéndolo añicos, pero eso no fue un obstáculo para que devorara los trozos de carne ignorando de quién eran los restos o los cristales que se clavaban en su boca provocando unos hilos de sangre que caían por su labio. Tal vez incluso se hubiera tragado algunos. 

—¿Y bien? —siseé comenzando a impacientarme.

Todos sabían lo jodidos que estábamos de la cabeza, así que aquello no debería de ser ninguna sorpresa para el idiota que tenía enfrente. Éramos capaces de lo peor y más. Mucho más.

—Aquí tienes lo que te prometí y un regalito. Para que veas que si te soy de fiar. —colocó un bolso de viaje encima de la mesa con una sonrisa tensa que se le borró al ver mi cara.

—¿Crees que con dos kilos de mierda te vas a ganar mi confianza? No me gusta que me tomen por estúpido. —murmuré acomodándome en el sillón.

—No. No. No te ofendas, solo era un regalito para empezar con buen pie.

Me incliné en la mesa subiendo más la esquina de mis labios. El miedo de los demás era entretenido de saborear, pero ahora mismo preferiría otra cosa.

—Quiero que me traigas el triple para el viernes. También tengo algo pendiente en Colombia, así que necesito por lo menos dos kilos de heroína. —mis ojos brillaron divertidos al ver la cara desfigurada de Luis.

—Eso es demasiado, no tengo esa cantidad ahora mismo.

—Pero es que no te estoy preguntando si la tienes o no. Te estoy diciendo que la traigas. A menos que no quieras ver a tu familia con vida. —él apretó sus labios y desvío su atención a otro lado, sabiendo de sobra que no me temblaría la mano para hacerlos desaparecer. 

Tal vez se estuviera arrepintiendo de haber venido, pero ya era jodidamente tarde.

—Está bien. Lo traeré todo.

—De momento tu esposa y tus hijos se quedarán de rehén en mi casa. —hablé tras darle una calada al cigarro. —No te preocupes, si haces todo bien ellos estarán bien. Sino yo mismo te enviaré sus cuerpos despedazados para que los entierres en tu bonito jardín. —añadí relamiendo mi labio y sacando a relucir el piercing con un diamante en la punta de mi lengua para reprimir la carcajada que quise soltar al ver su cara palidecer.

Él se levantó de la silla y me ofreció una mano que rechacé indicándole a mis hombres que lo sacarán de allí con un movimiento de cabeza. Luego fuí a mi dormitorio y subí las escaleras hasta el baño.

Allí me quité la ropa y me metí debajo del agua, haciendo un gran esfuerzo por no volver a recordar su silueta en ese traje de baño. Si lo hacía volvería a tener una erección igual o más dura que aquella vez y no tenía tiempo para eso ahora mismo.

Al salir de la ducha me vestí y busqué los guantes que usaba siempre, y con el pelo todavía húmedo bajé las escaleras. Mis ojos cayeron sobre el cuerpo voluptuoso semidesnudo de Lizzie. Una chica rubia de ojos castaños que ahora reposaba en mi cama con una mirada sugerente.

—¿Qué coño crees que haces? —ella me respondió moviéndose por toda la cama hasta quedar sentada en el borde como si fuera un jodido gusano arrastrándose por la arena.

—Vamos. Los dos sabemos que me deseas, lo veo en tus ojos. —la sonrisa divertida de mis labios solo sirvió para cubrir el asco que me revolvía el estómago.

—Lo que ves en mis ojos son las ganas que tengo de arrancarte los órganos y dárselos a mi perra. Y aún así estaría asqueada por comerse a una basura como tú. —ella abrió los ojos y se levantó con una mirada furiosa.

—¿¡Me estás rechazando!?

—No te tocaría ni con un palo. —hablé con una mueca socarrona en los labios.

Ella recogió su ropa del suelo, y antes de caminar hasta la puerta volvió a mirarme.

—Te vas a arrepentir. —sus palabras me sacaron una carcajada que creció al ver su cara furiosa.

Me limpié una lágrima antes de echarle un último vistazo y hablar.

—Si te vuelvo a ver por aquí, serás tú la que se arrepienta. —dictaminé sin dejar ese tono burlesco.

Después llamé a uno de mis empleados, mandaría a quemar la cama entera con sábanas y cojines incluídos.

Quince minutos más tarde estaba bajando las escaleras al sótano. Al cruzar una de las puertas metálicas que me separaban de mi sala de entretenimiento personal tres hombres me esperaban alrededor de una mesa, uno de ellos era Denis que miraba con curiosidad los órganos ahora limpios posados encima.

Tenían muy buena calidad, con esos dos pulmones tal vez me ganaría unos cien mil euros. Después de mi señal los hombres empezaron con el procedimiento para envolverlos sin dejar ningún error de por medio, y sin esperar más tiempo pasé por encima del cuerpo sin vida de la mujer a la que le habían arrebatado sus dos órganos.

Esta tarde volvería a su casa y estaba ansioso como la mierda por verla aunque sea de lejos.







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