004

—Ya no quiero más. ¿Quieres mis patatas? —negué con la cabeza ante la pregunta de la rubia que estaba sentada a mi lado mientras pinchaba varios trozos de ensalada con el tenedor.

Me sentía vacío pero extrañamente no tenía hambre. Tampoco tenía sed. Era como si me faltara algo por dentro, pero desconocía el qué.

—Trae. —dije cogiendo los dos platos y llevándolos a la cocina.

Con un suspiro los dejé en el fregadero y me senté en uno de los taburetes.

—¿Y ahora a qué viene esa cara? ¿Otra vez tu amiguita? —habló Anna entrando a la cocina.

—La besé, y ella salió corriendo, como si yo fuera un monstruo. —expliqué en una voz baja.

La habitación se llenó con la carcajada suave que soltó Anna.

—Es normal. Le robaste lo que muy seguramente fue su primer beso. Yo hubiera reaccionado igual.

—¿Por qué?¿Qué tiene de malo? Además, también fue mi primer beso. Ella está siendo injusta.

—Estará confundida. Dale tiempo, ya verás como volvéis a ser amigos.

—¿Tú crees? —pregunté con un brillo en los ojos. Lena era lo único bueno que tenía y no quería perder su amistad por un impulso.

—Claro. No te desanimes. —respondió revolviendo mi cabello. Odiaba que me tocaran el pelo.

A modo de respuesta me forcé a darle una sonrisa cálida, que se me borró al ver la silueta de mi padre apoyada en la puerta.

—Necesito hablar contigo.

—¿De qué?

—No preguntes mierdas y sólo ves al despacho. No tengo tu tiempo. —soltó empezando a caminar hasta allí conmigo siguiéndole los pasos.

—¿Qué pasa? —pregunté con desinterés acomodando mi espalda en el sillón.

—Empaca tus cosas. El miércoles por la mañana vuelves a Moscú.

—¿Por qué? Estoy bien aquí. —dije disimulando las náuseas incómodas que habían vuelto a mi estómago y la desesperación por hacerlo cambiar de idea.

—No me cuestiones Alekei, haz lo que te digo y punto.

—¿Y qué se supone que haré allí? Aún me quedan tres años en el estúpido colegio al que me metiste.

—Lo sé. Los terminarás allí, te necesito fuerte, sobre todo fuerte de aquí. —dijo señalando su sien. —Pronto empezarás a ayudarme en el negocio, y ese colegio sólo te está distrayendo de tus verdades prioridades.

Sabía de sobra lo que planeaba hacer conmigo en Moscú. Mi padre tenía varias academias militares en todo Rusia, si se podían llamar de esa forma, donde entrenaba a sus soldados. Él pensaba convertirme en uno de ellos, en una máquina de matar.

Lo que más me asustaba era lo que planeaba hacer conmigo en ese lugar. Por lo que había escuchado de los hombres que sobrevivieron y empezaron a trabajar para nosotros solo los mejores sobrevivían, y si lo hacían jamás volvían a ser los mismos.

—¿Por cuánto tiempo? —pregunté con un nudo en la garganta.

Apenas habíamos empezado a conocernos y la idea de que Lena se olvidara de mi me aterraba más que cualquier cosa. Sobre todo porque tenía claro que yo no lo haría jamás.

—Hasta que cumplas la mayoría de edad. Tal vez un poco más.

—Eso es mucho tiempo. —susurré con ese nudo haciéndose cada vez más grande.

—¿Y? —preguntó levantando una ceja.

A modo de respuesta sacudí la cabeza, queriendo aparentar que no pasaba nada cuando por dentro tenía un remolino de cosas que desconocía.

—Quiero algo por mi cumpleaños número dieciocho. —musité sintiendo mi garganta más seca.

—Si lo haces todo bien, te lo daré. ¿Qué es?

Saqué la foto que había hecho e imprimido hoy después del colegio. Era ella hablando con el estúpido niño de antes, pero la había roto dejándola solo a ella.

Mi padre soltó una fuerte carcajada que me hizo arrugar el ceño con ligereza.

—Tienes buen gusto, muchacho. —dijo después con una sonrisa.

Ese comentario hizo que mis tripas se movieran con incomodidad. No me gustó y no me gustó que se hubiera fijado en su físico.

—Está bien. La tendrás. —quise sonreír, pero no lo hice.

Todo lo que fuera reflejar un mínimo por ciento de lo que pasaba en mi cabeza me hacía sentir débil frente a él.

—¿Qué va a pasar con Polina? ¿Vendrá conmigo? —pregunté haciendo un gran esfuerzo por borrar a Lena de mi cabeza.

Polina, así se llamaba la niña rubia. Quise decirle lo feo que era cuando ella me lo contó de la nada un día cualquiera en el jardín, pero preferí seguir viendo las nubes.

—No. Se quedará aquí, con tu hermano.

Solté un resoplido burlesco. La idea era ridícula. Sabía los peligros a los que se atenía si estaba sola, y mi hermano era un cero a la izquierda. Ni siquiera servía para cuidar de sí mismo.

—No te preocupes por ella. Yo mismo me encargaré de que nadie la toque.

—¿Así como lo haces conmigo?

—Tú ya eres lo suficientemente grande para defenderte. Así que lo que te pase, no es problema mío. —respondió con desinterés prestando mayor atención a la pantalla del ordenador que tenía delante. —Si no tienes más preguntas, puedes irte.

Esa vez no oculté todo el odio que sentía hacia él clavando mi mirada en la suya mientras me levantaba de la silla con un chirrido.

Mientras caminaba a mi dormitorio una idea se plantó en mi cabeza. Una muy buena. Antes de irme haría algo que tenía pendiente desde hace tiempo.

Al fin y al cabo era el único que podía ponerle fin a mi infierno personal. Nadie más se atrevería a interponerse, ya sea por temor a las consecuencias de querer interrumpir lo que sea que Kristoff estuviera planeando con mi tío o porque mi hermano, Polina y yo éramos como unos muebles más de la casa.

Cuando el reloj dio de madrugada caminé al despacho de mi padre.

Bajando las escaleras vi una pequeña luz en la puerta que daba con nuestro sótano. Estaba abierta y unos hombres encapuchados con túnicas rojas iban hasta allí en fila, uno llevaba una bolsa negra con algún animal muerto dentro. O tal vez alguien. Una sonrisa tiró de mis labios al saber lo que estarían a punto de hacer en unos minutos. Podría decir que sería lo único que echaría de menos de esta casa.

Esperé a que los hombres desaparecieran y continúe mi camino hasta el despacho. Antes de entrar me aseguré de que no hubiera nadie a mi alrededor, y me senté frente al ordenador. Necesitaba encontrar esa información y no sabía por dónde empezar, así que primero rebusqué entre la libreta de contactos que tenía encima de la mesa.

Al no encontrar nada seguí con el ordenador que, por alguna razón, siempre permanecía desbloqueado.

Una carpeta en especial me llamó la atención porque tenía letras formando una palabra sin sentido. Cuando entré en ella encontré una serie de vídeos. Mi estómago se sacudió con violencia al reconocer mi cara en varias de las miniaturas junto a otras que parecían ir sobre otros niños, algunos incluso parecían más jóvenes que yo, y con la mano ligeramente temblando cliqué en un vídeo aleatorio con mi cara.

Sentí una acidez subir por mi garganta al ver mi cuerpo en ese maldito escritorio siendo golpeado y penetrado por ese ser que aborrecía incluso más que a mi padre. Eso había pasado días, semanas atrás.

Quise saber desde cuándo habían comenzado las grabaciones, pero me inquietaba más donde iban a ir esos vídeos. Sabía que mi padre se dedicaba a negocios muy sucios que tenían que ver con todo tipo de cosas desagradables, no quería ni imaginarme lo que pasaría si esos vídeos llegarán a publicarse algún día.

Pensar en eso solo hizo crecer mi odio. Algo que usaría como gasolina para el fuego que seguía creciendo en mi interior.

Después de lo que pareció una eternidad encontré una dirección. Supuse que era su apartamento. Borré los vídeos en los que salía mi cara, importándome poco lo furioso que se pondría mi padre al descubrirlo. Para ese entonces estaría muy lejos de su alcance.

En cuestión de minutos estaba frente al apartamento, con el corazón bombeándome a mil por hora. Toqué el timbre de la puerta muy insistente hasta que abrió la puerta con una mirada irritada que cambió en cuestión de segundos.

—¿Has venido a por más? —dijo haciéndose a un lado esbozando sus labios en una sonrisa ladina. —Pasa. Estás en tu casa.

Tras cerrar la puerta comenzó a desnudarse empezando por la camisa.

—Prefiero que vayamos arriba. A tu habitación. —murmuré ignorando el bulto de sus pantalones.

Me daba asco siquiera mirarle a la cara, pero tuve que hacer un esfuerzo por parecer convincente y sonreír como todas esas personas amigos de mis padres que me sonreían a veces cuando venían a verlo.

—Como quieras. —respondió subiendo las escaleras. —¿Te enciendo velitas?

Apreté los dientes ante su tono irónico.

—No hará falta. —respondí haciendo un intento por ensanchar mi sonrisa.

—¿A qué esperas? Quítate la ropa. —demandó desde la cama con ojos ansiosos.

Me quité la camiseta con lentitud y dedos nerviosos. Estaba muy nervioso. Ahora tenía mucho más que arriesgar que años atrás, cuando aún no había conocido a Lena.

Cuando menos se lo esperó saqué mi arma y disparé a su costado, después a sus dos hombros y por último a sus dos piernas con tanta rapidez que no le dió tiempo a reaccionar.

—¡Maldito crío del demonio! —gritó tapando la herida de su estómago mientras intentaba lanzarse hacia mí y quitarme el arma.

Esquivé sus manos y me posicioné encima suya. Sabía que por las heridas no sería capaz de defenderse apenas, así que conseguí golpearlo con mi arma en la parte trasera de la cabeza con mucha facilidad dejándolo inconsciente durante pocos minutos.

Luego le bajó los pantalones junto a su ropa interior antes de clavar la navaja en su miembro ahora flácido y sonreí cuando lo vi despertar con unos ojos aterrorizados. La habitación no tardó en llenarse con sus gritos de dolor y escucharlo me causó una excitación que no había sentido nunca antes. Quise más, muchísimo más. No me saciaría hasta obtener cada gota de su sangre.

Matar de esta forma era mucho más divertido que solo disparar.

Quise manchar mi desnudo torso con su sangre a modo de victoria, y así lo hice luego, porque cada vez que apuñalaba sus partes la sangre me salpicaba hasta la cara.

No paré hasta transformar su pene en una masa ensangrentada y de músculos desgarrados. Él todavía seguía vivo, lo supe por sus lentas respiraciones y los gimoteos adoloridos que soltaba. Sonreí ampliamente centrando su vista en su estómago dejando a la vista mi perfecta dentadura.

Con mucha lentitud clavé la navaja en el comienzo de su torso sintiendo como esta atravesaba su piel, creando una abertura donde los intestinos y otros eran más que visibles.

No me importó si seguía vivo o no para tocar sus órganos sintiendo una textura viscosa y caliente en mis manos. Exhalé profundamente disfrutando el olor a sangre mientras sacaba una parte de su estómago hacia fuera empujando otros órganos para que me fuera más fácil.

—Apuesto a que lo estás disfrutando mucho. —hablé con burla mientras terminaba de sacar todas sus tripas.

Luego acerqué una mano a su cuello para medirle el pulso y sonreí más al darme cuenta de que no respiraba.

—Veamos que tienes por aquí. —dije volviendo a meter la mano en sus entrañas.

Esta vez fui más a fondo, hasta tocar una superficie rígida. Tuve que sacar los órganos que me estorbaban para poder cortar las venas y así coger lo que quería. Su corazón.

Al tenerlo en mis manos lo sostuve con mucho cuidado y lo llevé al baño, donde lo lavé y lo limpié. Después lo admiré con una sonrisa pensando en dónde podría guardarlo para llevármelo y ponerlo en mi habitación. Lo usaría como decoración, o aún mejor, como un trofeo. Me hubiera gustado dárselo a Lena, pero dudaba que tuviéramos los mismos gustos y no quería espantarla de nuevo.

•••

Al día siguiente mi estómago no dejó de doler hasta que la encontré durante el receso detrás de uno de los arbustos del jardín que daba con la cafetería del colegio.

Los demás niños estaban distraídos jugando entre ellos o comiendo. Ella estaba agachada, viendo algo en el césped.

Cuando me acerqué más a ella mis manos empezaron a sudar ligeramente y por un momento mi respiración pareció atascarse.

—Hola. —murmuré en un hilo de voz.

Esperé que volviera a salir corriendo por lo del beso, pero en vez de eso se levantó con una cara sonriente.

—Hola. —respondió sacando a relucir el agujero de su dentadura.

Tal vez no se acuerde de lo que pasó. Pensé para mis adentros con una corta sonrisa de alivio. Aunque solo había pasado un día, sería poco probable que lo olvide con tan poco tiempo. Yo no lo haría ni en cinco vidas.

En sus manos tenía un palo. Mis ojos cayeron a un sapo que había tirado en el suelo con algunos rastros de algo rojizo. El final del palo también estaba manchado de lo mismo.

—¿Qué haces?¿No se supone que deberías de estar con tus amigos? —dije recordando el grupo de niños que había visto junto a ella la primera vez.

—No sé. A veces me aburren. —musitó moviendo los hombros. —Pero tu no me aburres. Incluso si eres raro.

—Bueno. No soy yo el que está intentando dividir en dos el cuerpo de un sapo con un palo. —respondí en un tono burlesco.

—Se llama disección. Lo aprendimos en clase. —refutó arrugando el ceño.

Me acerqué a ella, mirando de reojo el sapo que ahora tenía la piel del torso ligeramente levantada.

—Así no se hace, para eso necesitas un cuchillo.

—Entonces, ¿Me lo darás? —su pregunta me desconcertó por un momento, pero después un calor extraño se asentó en mi pecho.

Uno que transmitía que tal vez ella y yo teníamos más en común de lo que alguna vez pensé.

Con mi diente clavado en mi labio inferior me di la vuelta y arranqué una petunia morada antes de ofrecérsela a modo de una respuesta que no supe bien cómo comunicar con dedos un poco temblorosos.

Era algo que había visto hacer a los hombres cuando les gustaba alguien de forma romántica en películas. Aunque ellos le regalaban un ramo entero.

Ahora no podía, pero algún día me aseguraría de llenarla de muchas flores.

—Para ti. —murmuré al ver que no cogía la flor.

—Gracias. —musitó dando un paso torpe hacia adelante para coger la flor de la palma de mi mano.

Sus uñas rozaron mi piel, haciendo que los murciélagos volvieran a aparecer en mi estómago, y sus mejillas se tornaron incluso más rojas.

Antes de poder formular alguna respuesta el timbre que indicaba el final del descanso resonó por todo el lugar, y Lena desapareció por la puerta de la cafetería en un pestañeo, dejando el cuerpo del sapo en el césped junto al palo ensangrentado.

Cogí el sapo y lo metí en el bolsillo de mi sudadera negra, pensando en todas las cosas que podría hacer con él al regresar a la casa.

Por la noche quise verla una última vez antes de irme.

Mientras pedaleaba en la bicicleta volví a recordar lo suaves y dulces que eran sus labios. Los nombré mi plato favorito y estaba muy ansioso por volver a probarlos aunque sea por unos milisegundos más. Así que cuando trepé hasta su dormitorio lo primero que hice fue acercarme a su cuerpo dormido quedándome hipnotizado por su rostro.

Era increíble que fuera capaz de provocarme esas miles de sensaciones estando dormida. Solo era necesario que ella existiera para convertir el infierno que estaba viviendo en un cuento de hadas interminable. Como en ese libro de la sirena.

De forma casi inconsciente acerqué mi rostro al suyo hasta volver a juntar nuestras bocas. Incliné la cabeza acercando mi labio inferior con el suyo en apenas un roce. Aquello me hizo soltar un largo suspiro a la vez que sentía una corriente eléctrica recorrer mi espalda.

Los minutos que para mí pasaron con una velocidad increíble transcurrieron entre los besos que dejaba por todo su rostro y las caricias que daba a su mano con cuidado de no despertarla.

—Te voy a echar mucho de menos Lena. —hablé en un susurro una vez que estuve un poco alejado de ella.

Ella solo se dio la vuelta aumentando sus ronquidos y babeando el otro lado de la almohada. Incluso eso me pareció bonito.

—Pero no debes estar triste. Volveré, y cuando vuelva por fin podremos estar juntos. Además siempre serás mi amiga, y los amigos se cuidan las espaldas, incluso si están lejos.

Cada vez que daba un paso hacia la ventana me giraba a mirarla, era como si tuviera una especie de imán por dentro que me atraía hacia ella.

Esa noche dormí menos de lo normal. Cuando conseguía conciliar el sueño ella aparecía en un charco de sangre o con una bala en la cabeza y yo me despertaba con sudores fríos llamando su nombre en susurros desesperantes.

Aunque sabía que en su casa estaba rodeada de amor y protegida tenía la necesidad de ver que estuviera bien con mis propios ojos.

Todos esos años en los que estuve alejados de ella fueron pasando como si se tratara de una eternidad y esa rabia crecía en mi interior como una bomba que amenazaba con explotar en cualquier momento.

Con cada segundo que pasaba reafirmaba mi promesa de que ella sería mía en cuanto volviera a verla. Incluso si tenía que hacerlo por la fuerza o pasar por encima de quién sea. Y con el monstruo que estaba creando mi padre era más que seguro el hecho de que esa promesa estaría manchada de sangre.











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