6

—¿Falta mucho?

—Lo mismo que hace cinco minutos.

—Ah.

El viaje se estaba haciendo interminable. Rosa estaba nerviosa, la noche anterior, después de su encuentro con la pista de baile y "Despacito", había quedado muy alterada y no pudo descansar. No ayudó la ansiedad por su familia. Bueno, eso y la siesta de un siglo.

Ya llevábamos casi una hora de ruta, solo porque mi bebé había decidido pararse en mitad del camino y porque mi acompañante no sabía nada de leer mapas. Por suerte, cruzamos un cartel que nos avisaba que estábamos entrando al pueblo, no hubiera podido tolerar otro momento a lo Burro de Shrek de "ya merito llegamos" por parte de Rosa sin dejarla sentada en la cuneta y dar media vuelta de regreso a casa. A mi cama para ser más específico.

Una vez en el pueblo, todavía faltaba encontrar a esta mujer. Dado que se trataba de un lugar chico y que necesitaba una buena dosis de cafeína, me pareció buena idea parar en uno de los bares a desayunar y, de paso, ver si podíamos conseguir algo de información.

Mientras esperábamos a que nos trajeran el café con leche y las medialunas, me dirigí a hablar con el hombre detrás de la barra. Le conté de dónde venía y que tenía que localizar a alguien. Aproveché todo lo que me había contado Lucrecia, al menos todo lo que tenía alguna utilidad y no era puro chisme, para tratar de tener algunas referencias. Me dijeron que la madre de la dueña de la libreta —es decir, la hija de la bruja— tenía una santería cerca de la iglesia y que podríamos encontrarla ahí a partir de las diez de la mañana.

Después de tomar el café, todavía nos quedaba un rato antes de que fuera la hora, así que aproveché a llevar a Rosa a la plaza principal, justo en frente de la capilla, para dar una vuelta y aprovechar el sol de la mañana. Me contó acerca de su vida en mil novecientos diecisiete y me preguntó más sobre cómo era todo ahora.

Pasado el impacto inicial de descubrirse en otro siglo, ya no parecía tan reacia a su situación, sino, más bien, curiosa. No dejó pasar la oportunidad de molestarme cuando me dijo que al principio creyó que todos éramos unos lunáticos de pelo raro, pero que ahora entendía que era solo un problema mío, e ignoró por completo mis excusas de que era culpa de mi hermana. "Tú te dejaste", me respondió.

—Qué graciosa. Sos una novata en esto del bullying, pero te sale bastante bien.

—Perdóname, Feli —se rió—, es que me gustó la forma en que Brenda te molesta. Quise probarlo a ver si era divertido.

—Ja, ja. Chistosa. Che, ¿qué vas a hacer cuando despertemos a tu familia?

—No sé, no lo he pensado. —Nos quedamos en silencio un rato hasta que ella lo rompió con un suspiro—. Imagino que ellos querrán volver a Buenos Aires, aunque no estoy segura de qué encontraremos ahí. Tendré que ver cómo es la vida hoy. Aunque esto que me cuentas de todas las opciones que hay para estudiar y tener una profesión no parece nada mal.

—Pero digo, si vos pudieras elegir, ¿qué quisieras hacer?

Sí, díganme patético; hacía menos de un día, esta chica me estaba golpeando, pero ahora tenía muchas ganas —y cuando digo muchas, son muchas— de que me dijera que iba a quedarse. Si hubiese sido por mí, incluso la dejaba seguir dándome almohadazos hasta que se canse.

Se quedó mirándome unos segundos y me sonrió mientras se mordía el labio inferior. Y entonces se me acercó, algo despacio e insegura. Y me besó. No digo que fue un beso de esos de fuegos artificiales porque sería poco realista esperarlo, ¿no? Digo, vino de una mojigata del mil novecientos. Pero considerando que el día anterior me había golpeado por tocar mis labios con los suyos, que en ese momento fuese ella quien lo hiciera era algo.

Y entonces tenía que cagarla. O mejor dicho, tenían que cagarme. Mientras me estaba separando de Rosa, sentí caer algo tibio cerca del nacimiento de mi reluciente pelo azul. Pajarito y la que te recontra...

Me pasé un pañuelo, y aunque no conseguí limpiarlo todo, salió bastante, pero eso no impidió que ella estuviese todavía riéndose de mí cuando llegamos a la santería.

La mujer detrás del mostrador era una señora algo más grande que mi mamá. Nos recibió con una sonrisa. Me presenté y le conté acerca de la libreta de su hija. Resultó que vivían justo al lado, así que nos pidió que esperásemos un momento mientras se iba a buscar a la chica. Se llamaba Daiana y estaba muy avergonzada porque encontré la libreta. Parecía que, además de esta historia extraña, había algunas cosas más personales un poco más adelante. No sé qué tan íntimas serían, pero cuando le dije que no había visto nada más, su cara recobró el color y suspiró de forma apenas audible. Y confieso que me morí de curiosidad. Lástima que ya se la había devuelto.

Ambas mujeres apenas podían creerlo cuando les conté quién era Rosa y estaban apenadas de saber que el hechizo había resultado tan mal. Al final, la abuela de Daiana, que con los años había aprendido más, creyó recordar que había hecho algo al revés en el hechizo, alguna palabra cruzada o algo así, y dejó indicaciones de cómo reparar todo si alguna vez tenían la confirmación de que efectivamente la había cagado. Aunque nunca voy a saber por qué no volvió ella misma a solucionarlo. Ellas dicen que podría haber sido peor si volvía para arreglar algo que en realidad no había fallado, pero a mí esa explicación no me cierra.

Acordamos que en las primeras horas de la tarde, cuando cerraran el local, iríamos en mi auto hasta la casona para que pudieran despertarlos a todos, Jacques incluido. Fue casi tan difícil convencerlos a ellos del año en el que estábamos como a Rosa. Lo que no me esperaba para nada era que la que ocasionó todo eso, la dueña del vestido y de la primera maldición, hubiera quedado también atrapada en la segunda.

Durante toda esa década había estado muy avergonzada de lo que había hecho y justo ese fin de semana había ido a ver a su hermana para tratar de hacer las paces. Y ahí quedó, dormida en la cocina. Al menos eso le daría tiempo de purgar sus culpas con su hermana y su sobrina; ninguna de las dos estaba demasiado contenta con ella. Pero seguro que lo solucionarían.

En eso los dejé a todos, en el reencuentro, los reproches y los planes, cuando me fui a llevar a Daiana y a su mamá de vuelta a su casa.

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