5
—¡Me estás jodiendo! Es una mentira para vengarte de mí por lo que le hice a tu pelo, confesá.
—Te lo merecerías, pero no. Todo es cierto.
Los ojos de Brenda se abrieron al mismo tiempo que su boca; un instante después estaba saltando y gritando como loca alrededor de Rosa, mirándola como si fuese una mezcla entre un animal del zoológico y un brownie con dulce de leche y merengue. Si había dos cosas que le encantaban a mi hermana eran las historias que parecían sacadas de novelas y tener a su disposición alguien a quien usar de muñeca para peinar y vestir. Rosa era para ella ambas cosas.
Antes de que cualquiera de los dos pudiese decir algo, ella se adueño de la chica y dictaminó que iba a sacarla a pasear —sí, lo dijo así, como si fuese un perro— para mostrarle cómo eran las cosas en el siglo veintiuno. No le importó en lo más mínimo que le dijera que apenas se había despertado y que necesitaba acostumbrarse a la nueva situación.
Una hora y media más tarde, habíamos llegado a un bar donde podríamos cenar y tomar algo. Fue la única concesión que conseguí de Brenda, que no la llevara a un boliche. Era lo último que le faltaba a la pobre Rosa.
Si tenía en cuenta que había comido una buena porción de pollo no hacía tanto tiempo, fue sorprendente la cantidad de pizza y empanadas que comió; al parecer, dormir abría el apetito. Intenté controlar la cantidad de cerveza que mi hermana quería darle, pero, según parecía, el sueño de un siglo corrido también te dejaba sediento. Sin embargo, debía admitir que la chica estaba bastante superada por todo lo que pasaba; las luces, la música y el ambiente no eran algo a lo que estuviera habituada, así que sería necesario analizar cuánto de eso era hambre y cuánto angustia oral.
De pronto, la música cambió y un sonido de guitarras inundó el ambiente. De forma automática, la cara de Brenda se iluminó y soltó un gritito. «Ahí vamos otra vez», pensé.
Se paró y vino a buscar a Rosa, quien la miraba desconcertada.
—Vamos, tenemos que bailar esto. ¡Me encanta esta canción! Tenés que ver cómo es la noche del dos mil.
Arrastró a la reticente Rosa a la pista del bar, donde se mezclaron entre la gente. Maldita Brenda. Aunque me quedé en la mesa, no despegué el ojo de ellas en ningún momento. Estaba seguro de que esto no podía terminar bien.
Mi hermana le bailaba a la pobre porteña y quería mostrarle cómo mover la cadera y la cintura, pero no se detenía a mirar la cara de espanto de la chica. Y entonces empezó el perreo y los ojos de Rosa parecía que iban a salirse de órbita. Y mientras la voz de Luisito sonaba por los parlantes cantando «Despacito, quiero respirar tu cuello despacito», un huevón no tuvo mejor idea que acercarse a Rosita desde atrás y empezar a bailotearle cada vez más cerca.
El gesto de ella se alteró y juro que desde donde estaba podía ver una vena latiéndole en la frente. Y mientras, Brenda bailaba con un amigo del huevón. Bueno, hasta acá. Me metí en medio de la gente que se movía para todos lados, rogando llegar antes de que...
Tarde. Rosa se dio vuelta y empezó a golpear al fulano como si le fuera la vida en ello: empezó con la mano abierta, pero me pareció que después cerraba el puño y que el flaco hasta recibió alguna patada. A su alrededor todo el mundo se detuvo y los miró sin entender nada. Estáticos, incluso los amigos del pobre tipo, que se había hecho una bola en el suelo y no atinaba a parar a la princesita de Buenos Aires.
Llegué hasta ellos y agarré a Rosa de la cintura para alejarla de la pista. De más está decir que ligué unos cuantos golpes en el proceso, hasta que ella registró mi voz cuando le decía que la iba a sacar de ahí, que se quedara tranquila. Le hice un gesto a mi hermana de que nos íbamos, mientras ella solo miraba con la boca abierta y asentía en respuesta.
Recién cuando estuvimos de nuevo en el auto y había logrado calmarse un poco, le hablé otra vez:
—¿Estás bien?
—¡Me tocó, Felipe! ¡Ese hombre me tocó!
—Sí, Rosi, ya sé. —Entonces empezó a llorar. Esta vez fui yo quien pasó los brazos a su alrededor para reconfortarla y ella se agarró a mi camisa mientras acariciaba su pelo y le hablaba despacio—. No quiso hacerte nada, es que así se baila ese tipo de música, estaba tratando de bailar con vos, nada más. —Y de levantarte, pero eso no se lo dije, claro.
—Están todos locos, Feli —murmuró mientras se sorbía los mocos.
No pude evitar reírme ante ese comentario. Alcancé un paquete de pañuelos descartables y se lo di. Mientras se secaba los ojos y se sonaba la nariz, le retiré el pelo de la cara.
—¿Sabés que puede ser que tengas razón? Nunca me había parado a pensarlo. ¿Querés que volvamos?
Ella asintió, así que la llevé de vuelta a mi casa para que descansara y se recuperara. Nuestro siguiente día empezaría muy temprano.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top