Capítulo 5

—Princesa... —Mark jugueteaba con los dedos de una mano de Keyla mientras yacían en la cama, cómodos con el hecho de estar desnudos y apenas tapados por las sábanas—. Muchas de tus cosas ya están en mi apartamento.

—¿Sí? No me había percatado.

—Pensaba que quizás podrías traer el resto.

Un silencio tirante se instaló entre ellos. Mark notó, al segundo de que las palabras abandonaran sus labios, que no habían sido bien recibidas. Keyla se había tensado en el acto y se sentó en el lecho con los ojos violáceos fijos en él, a la vez que se cubría su torso con las sábanas.

—No comprendo.

—Quisiera que vivieras conmigo. —Key retiró sus dedos de la mano de él y se deslizó hasta quedar sentada al borde del colchón—. No es que fuera muy diferente del presente, ya duermes aquí seis días de siete de la semana.

Key se alzó y se alejó unos pasos, sin importarle que estuviera desnuda. Bajo la intensa mirada de Mark, comenzó a recoger sus ropas desperdigadas por el suelo.

—Sam y Alex viven juntos hace meses y fue tu idea el que se mudaran a una casa —argumentó él, sin embargo, ella no emitía ni un sonido, simplemente continuaba con su tarea de recolectar cada prenda. Mark la observó hasta que no aguantó más— ¡Maldición, dime algo!

—Yo... Creo que necesitamos espacio.

Él tragó en seco. No podía creerlo. No se habían separado ni medio segundo desde que habían comenzado a estar juntos y, ¿ahora necesitaban espacio?

—¿Espacio? ¿Qué mierda quiere decir eso?

—Estamos juntos cada día y casi todas las noches.

—¿Hay algo de malo en ello? Además, trabajas con Alex, aunque estemos en la misma agencia, apenas nos cruzamos.

Mark se crispaba. Se había abierto a ella, quedado en carne viva al ofrecerle que se mudara con él. Más aún, después de que se quemara con su exesposa, deseaba correr un riesgo con Keyla y ella le venía con el cuento del espacio. Él quería que dieran legitimidad a un hecho que ya se daba en la práctica, puesto que ella casi vivía en su apartamento. ¡Hasta tenían una perra juntos!

—Vamos demasiado rápido —replicó ella, ya se había puesto la ropa interior y el pantalón de botamangas anchas color borravino.

Mark aventó las sábanas a un costado y se elevó de la cama. Levantó con rabia su calzoncillo que se hallaba en el suelo y se lo puso con movimientos rápidos. Se sentía incómodo al mantener aquella conversación tan expuesto mientras ella aparecía cada vez más cubierta. Aferró la camisa celeste entre sus dedos hasta que los nudillos estuvieron blancos y la sensación de pérdida le cortó la respiración.

Presintió lo que venía. Quiso acallar los gritos infundados de su cabeza, pero le fue imposible. Ella lo estaba por dejar. No podría afrontarlo. Keyla lo era todo para él, nunca creyó que guardaría sentimientos tan profundos por una persona, además de Alex, Sarah y Gennie. Sintió como el agujero negro que mantenía escondido en su ser se abría nuevamente y se lo tragaba al completo.

—Vete —susurró al borde del enfurecimiento y con las manos temblando ligeramente.

—¿Qué? —Ella lo observó desconcertada y hasta dolida, si fuera posible.

—¡Que te vayas! —gritó.

Ella, paralizada, con aquellos ojos que lo enloquecían clavados en él.

—Mark, por favor, espera.

—¿Que espere? ¿Qué? ¿Hasta que te aburras y desaparezcas? —escupió mientras bilis le subía por la garganta y luchaba por mantener el pánico a raya. Respiraba con dificultad, pero mientras se concentrara en que el aire salía y entraba, estaría bien.

—¿De qué hablas? ¡Solo te pido ir más despacio! Me presionas. —Hizo una pausa, suponía que esperaba alguna clase de respuesta por parte de él—. Va a ser mejor que me vaya antes de que digas algo concluyente e hiriente.

—Sí, es lo mejor. Vete de una buena vez.

Ella se humedeció los labios como si fuera a agregar algo más, pero no lo hizo. Sus hermosos ojos se empañaron y Mark sintió que unas garras le estrujaban el corazón. Él quería decir las palabras adecuadas que restablecieran el momento especial que habían compartido minutos antes, pero de sus labios no salía nada. Y cuando se quiso percatar, ella ya se había marchado.

En la mañana siguiente, ya más fresco y habiendo podido meditar sobre su reacción exagerada, Mark tenía en claro que hablaría con Keyla y le daría el tiempo y el espacio que necesitara.

—Al fin llegas. —Fue el saludo que le brindó Alex apenas pisaba su propio despacho.

Miró su reloj, eran las nueve y diez, solo Alex podía calificar recibirlo de aquella manera con solo diez minutos de retraso. Claro que Alex era el señor puntualidad.

—Sí, me quedé dormido —mintió. A decir verdad, había retrasado su llegada unos minutos para que Keyla llegara antes que él.

—Te estábamos esperando.

La contestación de Alex lo detuvo en seco y lo encaró con el ceño fruncido.

—¿Tú y quién más? No tenía ninguna reunión programada a primera hora, estoy seguro. —Alzó la agenda de su escritorio y pasó las páginas hasta llegar a ese día.

—Keyla trajo a Angela. Habíamos quedado que hoy la entrevistaríamos para el puesto de recepcionista, ¿recuerdas?

Cierto, lo había olvidado completamente. Si ella se hubiera quedado la noche anterior en su apartamento, no lo hubiera hecho. Si no hubieran discutido, si él no le hubiera pedido que vivieran juntos... ¡Maldición! Se estaba enfureciendo de nuevo.

Ingresaron en el despacho de Alex, donde lo aguardaba una mujer pequeña sentada en uno de los sillones frente al escritorio, de la altura de Sam más o menos, pero más menuda y con un aspecto tan frágil que Mark supo que ni entrevistarla precisaban. La tomarían por el solo hecho de que parecía igual de jodidos que todos ellos. Al fin y al cabo, se había percatado que últimamente adoptaban a personas a quienes el destino les había jugado una mala pasada. Esa joven tenía las palabras pasado de mierda escrito en la frente.

Luego posó la vista en la mujer restante, de cabellos color caramelo y ojos violáceos, acomodada en el otro asiento. Tenía una mano enlazada con la de Ángela y le sonreía con una sinceridad que a él lo irritó. Ni una sola vez lo miró, como si no estuviera en la maldita habitación.

—Angela, te presento a Marcus, mi socio —lo introdujo Alex antes de tomar asiento tras su escritorio.

Mark estrechó la mano de la muchacha que se había elevado y que no debía tener más de unos veintitantos. Se sorprendió del fuerte apretón que ella le brindó y respondió a la breve sonrisa de ella con otra.

Angela Mendoza podía tener un aspecto frágil, pero sus ojos oscuros daban la impresión de una fuerza que asombraba. Era bonita, con su cabello castaño oscuro, tez de color canela suave, ojos grandes y boca ancha y rellena. Quedaban a la vista sus orígenes latinos, y, por su acento en cuanto lo saludó, no había nacido en los Estados Unidos.

Ella extendió una carpeta de la que extrajo una hoja y volvió a tomar asiento.

—Como le decía al señor Peters...

Mark dio un respingo y negó con la cabeza.

—Ay, cariño. —Chasqueó con la lengua y se llevó una mano al pecho—. Si me dices señor Sanders me va a dar un ataque —bromeó, y Alex rio por lo bajo—. Nada de señores, ¿no la pusiste al tanto, Alex?

Mark se apoyó sobre el escritorio de Alex.

—No tuve tiempo.

Angela miró a Keyla con notable incomodidad. Su amiga le dio unos golpecitos en el brazo con un par de dedos y le brindó un breve asentimiento con la barbilla.

—Bueno, Marcus, entonces. Como le decía a... Alexander —se aclaró la garganta—, no tengo experiencia en el área, pero...

—Lo harás genial, Angela, no te preocupes —la desestimó con el ademán de una mano mientras ojeaba el brevísimo currículo de la aspirante—. Mejor, Mark y Alex, si estás de acuerdo. —Alex volvió a reír, por lo que Mark alzó la cara hacia él—. ¿Qué, viejo?

—Nada. —Alex, con las manos entrelazadas y los codos en los apoyabrazos, sacudió la cabeza de un lado al otro—. Cuánto me alegro de que seas el que se encarga de las contrataciones.

Mark no pudo sino sonreír a su amigo. Alex siempre había tenido problemas para expresarse oralmente, algo que ni remotamente le sucedía a Mark. También, Mark poseía mejores habilidades sociales, por lo que este tipo de actividades siempre caían en su agenda.

—No voy a mentirte, Angela, ¿o es Angie? —demandó Mark sin alzar la vista de la hoja que ella le había entregado.

—¿Qué? —preguntó ella con desconcierto.

—¿Cómo te dicen, cariño?

Angela, con evidente nerviosismo, miró de nuevo a Keyla, como si buscara alguna clave sobre cómo debía responder.

—Eh... Ange —dijo con la incertidumbre marcando sus facciones bellas y exóticas. Saltaba a la vista que estaba desesperada por lograr el puesto. Había dedicado gran esmero a su vestimenta, a pesar de que no eran prendas caras, sí eran serias y clásicas. Consistían en una blusa blanca y un pantalón básico negro.

—Bien, Ange, no tienes un currículo que digamos... eh, apropiado.

Ange no era de las personas que pudieran resguardar sus emociones detrás de un rostro impasible, y su lenguaje corporal era demasiado obvio también. Al instante en que Mark había pronunciado aquellas palabras, el cuerpo femenino se tensó, luego sus hombros se derrumbaron y evidenciaron una resignación ante la inminente pérdida.

—Ange, tienes el empleo —concluyó Alex—. Mark solo establecía un hecho.

—Claro, cariño. —Mark le pasó un brazo por los hombros y la separó de su protectora—. Vienes recomendada por Key y con eso ya está.

—Ya te acostumbrarás a sus locuras, Ange —anunció Key con una sonrisa radiante en el rostro.

Charlaron algunas especificaciones del puesto: tareas, responsabilidades, obligaciones y horarios. Luego, Alex acompañó a Ange hacia la sala en donde trabajaban el resto de los miembros de S&P, por lo que Mark y Keyla se quedaron solos en el despacho.

—Gracias —dijo Key, rehuyéndole la mirada, lo que lo puso aún más adusto. Él respondió con un ademán de la barbilla que suponía que ella ni había notado.

Se estableció un momento incómodo entre ellos, en el que ninguno sabía bien qué decirse. Hasta cuando eran enemigos siempre habían tenido alguna frase que arrojarse a la cara, pero en ese momento habían enmudecido.

Mark no aguataba más tenerla tan cerca, las ansias de aferrarla en sus brazos y gritarle que no había un «demasiado rápido» entre ellos cuando albergaban sentimientos tan profundos por el otro. Pero entonces se le cruzó por la cabeza que quizás ella no sintiera con la misma intensidad que él. El pánico trataba de alcanzarlo en una carrera sin igual, estableciéndose a un segundo de distancia de su meta, que no era otra que él. ¡Maldición! No lograba respirar. Necesitaba aire.

Sin pronunciar palabra, pasó más allá de ella y abandonó la habitación.


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