Desperados


Apenas habíamos cruzado unos metros cuando un disparo cortó el aire a nuestro lado. Nos agachamos instintivamente, buscando cobertura entre los tallos altos del maizal. Carlos me lanzó una mirada urgente mientras sacaba su revólver.

—¡Cúbreme! —gritó Carlos, lanzándose detrás de una roca grande y desgastada. Sin pensarlo, me tiré tras otra piedra cercana, escuchando el estruendo de los disparos que llovían sobre nosotros. En aquel momento de adrenalina, no podía discernir si lo que me martilleaba en los oídos eran las balas o mi propio corazón, pero mientras trataba de asimilar la situación. Carlos, con su precisión habitual, disparaba a las sombras que avanzaban, manteniendo a raya a nuestros perseguidores. Volví en si y me dirigí a mi camarada.

—¡Vale, tú a la derecha y yo por la izquierda! —le dije, respirando entrecortadamente mientras planificábamos entre el fragor de los disparos. Sabía que debíamos flanquearlos para que retrocedieran y asi poder ganar terreno. Nos superaban en número y un enfrentamiento directo sería nuestra perdición

Carlos me miró, asintiendo con una sonrisa rápida, esa que siempre tenía cuando la cosa se ponía peligrosa.

—¿Listo? —me preguntó, con la mirada fija al frente.

—Más o menos —le respondí, tratando de sonreír pese a la tensión. —Pero vamos a hacerlo.

Carlos asintió. —A la cuenta de tres, ¿sí?

Respiré hondo, apretando el arma con fuerza y sintiendo el peso del momento. —Uno... dos... ¡tres!

Nos movimos al unísono, cada uno tomando su posición. Carlos salió por la derecha, sus movimientos precisos y ágiles, mientras yo avanzaba por la izquierda, mi cuerpo en tensión, intentando cubrirlo y devolviendo el fuego. El sonido de las balas me rodeaba, cada disparo un pulso de peligro que me obligaba a seguir adelante.

—¡Carlos, cuidado! —grité, viendo cómo una sombra emergía cerca de él.

El giró con una destreza instintiva y disparó, antes de que yo pudiera reaccionar, derribando al enemigo antes de que pudiera alcanzarlo. A pesar de encontrar algunas coberturas y acertar algunos blancos, nos seguian ganando terreno a la par que organizaban por nuestros flancos. En ese instante, supe que no podíamos quedarnos mucho tiempo más en ese lugar. La presión se intensificaba y la situción se tornaba más crítica.

—Vamos, Henry. Hay que salir de aqui —instó vaciando su cargador en dirección a los hombres de Salazar. Y empezamos a correr en la dirección opusta aprovechando que estaban todos cubiertos.

Entre los maizales la sensación de seguridad era ambigua. Por un lado ofrecían un halo que nos ocultaba en nuestra huida, pero el saber que no podías ver más de dos metros a tu alrrededor, hacia que, por otro lado, aquello fuera un arma de doble filo. No podíamos saber si alguien nos iba a salir por el otro lado.

Por suerte o por desgracia, conseguimos abrirnos paso en un camino, uno por el cual salímos de los maizales y podíamos ver a lo lejos la casa de Juan y como nuestros perseguidores se acercaban. Carlos me intó a volver a adentrarnos en los maizales justo cuando yo vi la jungla a nuestras espaldas, a menos de 500 metros. Puede que no fuese sensato correr a campo abierto y ponernos a tiro como si fuesemos un par de ciervos, pero era nuestra mejor baza ¿es que quedarnos dando vuelta entre maizales hasta que diesen con nosotros era una opción más valida?

Me tocaba improvisar y di gracias a dios cuando divisé un par de garrafas de gasolina tiradas junto a una carretilla oxidada al borde del camino. Tuve una idea al instante.

—¡Carlos! —grité, señalándolas con la mano mientras me cubría detrás de un árbol—. ¿Que tal vas de puntería?

—¿Como?

—¿Eres buen pistolero?

El miró desde su posición, con el sudor resbalando por su frente. Esbozó una sonrisa cargada de nerviosismo y desafío al entender el plan mientras cargaba su revolver.

—Bueno, Henry... eso habrá que probarlo ¿no?

No dije nada más. Agarré una de las garrafas y, con todas mis fuerzas, la lancé al aire, apuntándola hacia la dirección de los hombres que nos perseguían.

—¡Ahí va!

Carlos apuntó rápido, cerrando un ojo mientras su dedo apretaba el gatillo. La bala salió disparada, pero falló por un buen trecho, y la garrafa cayó al suelo con un ruido sordo, rebotando un poco antes de quedar inmóvil.

Lo miré con una ceja levantada y una mueca que mezclaba incredulidad y urgencia. El levantó las manos con una sonrisa culpable.

—¡¿En serio?! —le reclamé, mientras el sonido de los pasos de nuestros perseguidores se acercaba— No disparamos a zombies en un videojuego Carlos, hay que darle para que explote.

—Estoy algo oxidado, no es que vaya cada domingo a poner latas es en campo.

—Si disparases igual que conduces...

—¡Inténtalo tú, si puedes hacerlo mejor! —me retó, señalándome con la pistola mientras se encogía de hombros. Mientras tanto los hombres se acercaban cada vez más, armados hasta los dientes.

—¡Oh, mierda!

Sin tiempo que perder, agarré otra garrafa y la lancé al aire con todas mis fuerzas. Desenfundé mi revolver rápidamente y me tomé una fracción de segundo para apuntar antes de apretar el gatillo.

¡BOOM!

La garrafa explotó en el aire en una llamarada brillante, transformando el cielo azul con un resplandor rojo ardiente. Los hombres de Salazar se detuvieron en seco, sorprendidos por la explosión. Trozos de plástico ardiente llovieron sobre el suelo, y una pequeña lengua de fuego comenzó a extenderse tímidamente en la maleza cercana.

Nuestras miradas se juntaron al vuelo y yo, sorprendido, no puede evitar que se me asomase una sonrisa salvaje de sorpresa.

—Bueno, al menos lo hemos intentado, ¿no? —dije, enfundando el arma mientras trataba de recuperar el aliento.

—Sí, que no se diga, Eastwood —se encogió de hombros, con una expresión entre divertida y resignada. Entonces lanzo cuatro disparos de alerta en dirección a nuestros perseguidores y salimos zumbando en dirección a la selva, mientras los hombres, entre gritos, nos siguieron—. Apuesto que en tu mente era glorioso —dijo mientras corria a mi lado.

—Ya te digo, como en el Hobbit.

Sin detenernos, comenzamos a descender por la ladera, adentrándonos en la densa vegetación que se extendía ante nosotros, mientras los gritos de los hombres de Salazar se escuchaban a lo lejos.

La jungla se desplegaba a nuestro alrededor, oscura y cerrada, un laberinto natural que ofrecía la única esperanza de escapar. Las ramas se enredaban en nuestras ropas y el suelo resbaladizo dificultaba cada paso que dábamos. Las balas seguían silbando cerca, golpeando los árboles y levantando nubes de hojas. Cada crujido de una rama me hacía girar la cabeza, temiendo lo peor.

El terreno se inclinaba cada vez más, señal de que nos dirigíamos hacia un barranco o algún tipo de descenso abrupto. Los árboles formaban un dosel tan denso que apenas dejaba pasar la luz del sol, creando sombras móviles que nos rodeaban. Podía sentir la respiración acelerada y el dolor en mis piernas mientras luchaba por mantener el ritmo.

—¡Por aquí! —grité, señalando un sendero que se perdía entre los árboles.

Carlos no respondió; no era necesario. Sólo podíamos seguir adentránd+onos en la selva, con la esperanza de alejarnos de ellos. La distancia entre la vida y la muerte se medía en metros.

SIGO ESCRIBIENDO ESTE CAPITULO (NO ESTA  ACABADO JAJAJA) :')

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