#3. Todo está bien, Leo.

Leo agradecía haber participado en aquella reunión hace un par de meses, porque fue ese día en el que conoció a un rayito de sol. Y no, no lo decía porque fuese uno de los hijos de Apolo, pues la muchacha era hija de Hermes; se refería al ánimo que desprendía esta. Ella era capaz de iluminar una habitación a oscuras con solo ingresar en esta.

Eso sucedió aquel día, cuando los semidioses que perdieron sus padres mortales se reunieron. La idea fue de una hija de Afrodita, que al ver a una de sus hermanas devastada por la pérdida de su padre decidió reunir a quienes habían pasado lo mismo. Allí todos hablaron sobre la forma en que superaron la muerte de su padre o madre mortal.

Pues, en cierta forma, perder al padre mortal era equivalente a quedar huérfano; ya que los dioses no estaban recogiendo a sus hijos por ahí para luego criarlos.

Leo en ese entonces no quería estar allí, no quería hablar sobre su madre y tampoco tenía ganas de escuchar los lamentos de los demás. Había ido a la reunión con la idea de que terminaría en medio de un mar de lágrimas, pero para su sorpresa no fue así.

La primera persona en hablar sobre su madre fallecida fue Anahí Santa Cruz, de la cabaña once.

—Ella me trajo hasta Texas desde sudamérica cuando yo tenía dos años, aunque sus intenciones eran traerme a Nueva York, lo que no pudo lograr. Ella ni siquiera sabía que yo era semidiosa —Anahí habló con tanta ternura que era imposible ignorarla—, pero aún así me estaba acercando a un lugar seguro sin notarlo.

»Mi madre no terminó el colegio, solo siguió sus estudios hasta el sexto grado porque tenía que mantener a sus hermanos; pero aún así ella siempre me ayudó con la tarea. Yo ni siquiera me había dado cuenta de eso hasta que cumplí como once años, para mí ella era una genio. No de esos genios que pueden hacer cálculos en segundos, sino de los que saben tanto sobre la vida que con cada palabra te enseñan algo sobre ella.

Anahí tenía los ojos brillantes, pero nunca mostró tristeza, solo añoranza y cierto orgullo. Todos los que escuchaban, sentían un calor instalarse en sus pechos.

—Yo siempre fui revoltosa, ¿saben? No es algo que me enseñaron Connor y Travis —bromeó—. A los trece mi actitud revoltosa hizo que terminara en la comisaria del condado, porque fui tonta y dejé que malas amistades influyeran para que hiciera uso de mis... Dotes de robo —Solo entonces se mostró avergonzada, mirando sus palmas abiertas sobre las rodillas—. Llamaron a mamá, y después de tres horas ella no llegaba.

»Pensé que se había enfadado conmigo, o que había decidido dejarme allí toda la noche para que tenga miedo. Pero entonces escuché una llamada entre el oficial que me retenía y el hospital, y yo... Yo no pude creerlo. Escapé de allí y fui corriendo por el camino que me llevaba a casa, hasta que en cierto punto vi un par de autos destrozados, con una multitud a su alrededor.

»Mamá ya no estaba ahí, ella ya se encontraba en el hospital... Muerta. Pero entre los autos pude ver mi chaqueta amarilla, ella estaba camino a buscarme. Ella no estaba enojada, ella no iba a abandonarme... Ella planeaba sacarme de la comisaria y llevarme a casa abrigada.

En ese punto Leo estaba derramando gruesas y amargas lágrimas. Tuvo ganas de levantarse e ir a darle un gran abrazo, diciéndole que todo estaba bien. Pero ella parecía saberlo, porque volvió a sonreír.

—La extraño mucho, y aunque tuvo una muerte trágica sé que no le gustaría que me deprimiera. Siempre dijo que la vida me daría algo bueno en algún momento, y lo hizo después de nueve meses en un orfanato asqueroso... Ahora estoy aquí y me siento realmente genial por eso, pude aprender lo que es tener una enorme familia y compartir el baño.

Luego de su confesión, inspiró a otros a hablar de sus padres. Y sí, hubo lágrimas entre esos, pero al menos no eran amargas. Antes de enfocarse en la muerte, ellos se fijaron en las cosas buenas que les dejaron, y todo pareció doler menos.

Uno de los últimos en hablar fue Leo, pero no pudo terminar con éxito porque su gargante se cerró. Nadie lo obligó a seguir al verlo así, y solo le sonrieron mostrándole apoyo. Aún así el muchacho se sintió avergonzado, y permaneció con la cabeza gacha hasta que la reunión terminó.

Un brazo lo rodeó entonces, llenándolo de calidez de inmediato.

—Todo va a estar bien, Leo —le dijo Anahí, calmando su corazón con ese tono tan suave.

Ese día Valdez conoció a un sol que lo hacía sentirse animado cada vez que se aparecía en su camino. Y se descubrió a sí mismo deseando cada día más verla sonreír, en especial si él provocaba esa sonrisa. Pero no podía acercarse de pronto, debía tener una oportunidad.

Todo funcionó a su favor cuando, el otro día, el alocado cabello de Anahí se atoró en las ramas y él tuvo la oportunidad de tocar esos suaves rizos.

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