Capítulo Final: Desordenas mi vida

3 meses después...

Nerea.

Detestaba los finales.

Detestaba las despedidas.

Cerrar ciclos nunca había sido lo mío. Vivía en la necesidad constante del apego. Era lacerante, sí; era insano, mucho más. Lo peor de todo era que mi corazón lo sabía. En ocasiones, soltar podía ser liberador, aunque doliese y lastimara. No comprendía esa terquedad del corazón en tratar de quedarse, a pesar de que el cerebro aullara a gritos que lo mejor era alejarse.

Desde que ocurrió el accidente de Derek, la banca azul del parque había sido mi refugio cada mañana durante tres meses.

—Aquí tienes tu café —expresó Brandon mientras manoteaba los dos vasos—. ¡Dios, casi me quemo!

Reí, mientras él tomaba asiento junto a mí.

—La vendedora debe estar aburrida de ver tu cara, llevas pidiendo los mismo cafés durante meses.

—Lo dudo —objetó—, que vea mi cara cada mañana debe ser una fortuna para ella.

—¡Pero que egocéntrico eres!

—Gracias —colocó su mano en el pecho—, es un halago para mí.

Brandon era la representación viva del narcisismo controlado.

—Eres un concepto confundo para la sociedad —expresé irónicamente.

—¿Tú hablando de conceptos confusos? ¡Por favor, Nerea! Eres la confusión andante. El día está soleado, tú prefieres la lluvia. Te dan deseos de bañarte en la playa, el mar está revuelto. Toda una vida teniendo el pelo largo, ahora lo usas corto. ¿Ves? Te llevas el premio mayor, hermanita.

Bufé internamente. Se podría hacer una serie de comedia basada en mi vida. Las confusiones siempre me habían acompañado, era una nube negra que insistía en permanecer sobre mi cabeza.

—¿Sabes algo de él? —giré el tema de la conversación hacia lo inevitable.

—Continúa en su viaje, sin dar señales sobre su regreso. —Alex se había marchado desde aquella mañana—. Nunca voy a entender por qué tomaste esa decisión.

—Fue necesario.

—¿Necesario para quién? Abandonaste a Alexandre sin explicaciones lógicas. ¿Desde cuándo mantenías una relación con aquel tipo?

Aquel tipo, Cristian.

El desgraciado al que tuve que someterme. Él tenía el video que eximiría a Alex de toda culpa. La condición era que terminara mi relación con él de una forma dolorosa. Su hermana era Vanessa, la ex novia de Alexandre. Una mujer inmersa en las adicciones, cuya estabilidad mental era tan débil que terminó con su vida a corta edad. Cristian había odiado a Alexandre, en su mente él era el responsable de la muerte de su hermana. Fue todo lo contrario, Alex la amó mucho, pero debido a sus comportamientos insanos, decidió terminar con ella.

Vanessa no resistió el horrible ardor del rechazo, se drogaba y alcoholizaba, todo hasta el momento que se subió a aquel coche a alta velocidad, muriendo en un accidente de tránsito.

—Engañé a Alex durante mucho tiempo con Cris—

—Falsa.

—¿Perdona?

—Que eres una falsa, Nerea. ¡Ah y también mentirosa! ¿Crees que me puedes engañar, en serio? A ver dime, ¿por fin Jessica se quedó con Euclides?

Fruncí mi ceño, y suspiré a lo tonto.

—Idiota, siempre lo supiste, ¿cierto? -Aparté mi café bruscamente—. ¿Desde cuándo?

—Desde que vi como lo miraste el primer día. Después viniste con el jueguito tonto ese del libro y Euclides, blah, blah, blah. Sabía que era tu historia con Alexandre.

Aunque me costara admitirlo, Brandon siempre había sido el más inteligente de la familia. Solo resguardaba esa inteligencia en un intento torpe de parecer detraído, cuando por el contrario, poseía la chispa de un volcán.

—Continúas siendo mi versión masculina.

—Aunque con diez kilos más de belleza.

—Y diez menos de egocentrismo —recalqué.

—¿Cuándo acabara esta deprimente escena de buscar cafés todas las mañanas y sentarte en esta banca a ver un punto fijo como una jubilada?

Tenía razón, la vida debía continuar. Lejos de Alexandre, mientras él pensaba lo peor de mí.

—Hoy es el último día —sentencié, Brandon tomó un sorbo de café el cual escupió apenas terminé mi frase—. Regreso a Estados Unidos.

—¡¿Qué?! A ver, a ver, vamos a calmarnos. ¿Qué espíritu te poseyó ahora? ¿Y mamá? ¿Y el restaurante? ¿Y pap...

—¿Papá? ¿De qué padre hablas, Brandon? Del él solo conocíamos su nombre, y así vivimos todo este tiempo, el hecho de que haya aparecido no cambia las cosas.

—Las cambia, Nerea. La cambia mucho, y también las cambia el hecho de que nuestro padre también lo sea de Isabella.

Por muy dramático que fuese, Isabella era nuestra hermana. Cesar había tenido más hijos, su vida había continuado ajena al hecho de que también había engendrado un par de mellizos.

—Isabella y yo ni siquiera somos amigas, imagínate tratarnos como hermanas. ¡Por dios, Brandon, reacciona! Lo mejor será que me marche.

Debía alejarme de esta isla.

•••

Esa tarde no comí. Mi estilo de vida se había convertido en un sedentarismo tras otro. Mal comer, mal dormir, y repetir el mismo ciclo. Salí al jardín a tomar aire fresco. En ese instante, el portón se abrió emitiendo el ruido característicos del metal crujiendo.

—Veo que aún mantienes el hábito de salir cuando hay luna llena.

Alcé mi vista y sonreí. Derek había estado visitándome frecuentemente. Su salud fue mejorando, cada sesión de rehabilitación lo ayudó a desecharse de ese molesto bastón que utilizaba como apoyo.

—Y yo veo que al fin abandonaste aquel maldito bastón.

—Algunas relaciones son necesarias terminarlas cuanto antes. Además, ese bastón no me permitía realizar mis pasillos de baile.

Ambos reímos tras un intento absurdo por parte de Derek de imitar un típico paso de mambo. Tras el accidente nuestra relación había cambiado. Sus disculpas por su parte fueron constantes, su comportamiento me hizo daño y sé que el mío también lo hirió. Derek y yo nos quisimos, pero intentamos algo en el momento equivocado. La deuda de mi madre fue saldada y los beneficios de la inversión de las empresas Harrington estaban dando sus frutos.

—Me alegra que estés mejorando cada día. Quiero pensar que todo entre nosotros no fue malo. Si te hubiese pasado algo me moriría de la tristez...

—No es necesario decir nada, Nerea —Se acercó hasta levantar mi mentón—. Los dos nos hicimos mucho daño, no era nuestro momento. La vida es una sucesión de lecciones que uno debe vivir para aprender, y aunque algunos cambios parezcan negativos al principio, solo abren los camino para que algo nuevo emerja.

Ese era Derek Harrington, una mezcla exquisita de confusión. Cada argumento de su parte solo me confirmaba que, en su momento, tomé la mejor decisión al iniciar una relación con él.

—Él está en Japón —expresó captando mi atención.

—¿Cómo?

—Alex —recalcó—, está en Japón. Aún no sabe si regresará, continúa creyendo lo de tu relación con Cristian. Todo es muy raro, Nerea, tú no eres así.

—¿Mantienes contacto con Alex?

—Él es mi proveedor de sangre —señaló sus venas—, debo mantener una relación cordial con mi fuente de abastecimiento.

Sonreí ante la ironía. Cuando Derek agravó, Alex fue el único donante compatible para las transfusiones de sangre. Gracias a eso, le había salvado la vida. Su amistad no volvió a ser la misma, pero me tranquilizaba la idea de que por lo menos no existía rivalidad entre ellos.

—Es mejor que se mantenga alejado, Derek.

—Ambos sabemos que eso no es lo mejor, Nerea. Mañana partiré hacia Lisboa, permaneceré una temporada allá. Este será mi nuevo número -me entregó un papel con dos anotaciones-, y este es el de Alex. Llámalo, aún están a tiempo de aclarar todos los malos entendidos.

Asentí.

—¿Puedo darte un abrazo? —cuestionó. No respondí, solo me acerqué y le otorgué el abrazo más cálido y fraterno que existió entre nosotros.

—Supongo que es un adiós, caballero del siglo diecinueve.

—Es necesario cerrar ciclos, princesa del siglo veintiuno.

Fue doloroso, sí, pero ambos sabíamos que nos merecíamos un final necesario.

•••

Alex.

La majestuosidad de Tokio no satisfacía mis pupilas. Solo ella calmaba cada fibra microscópica de mi campo visual. Por eso, aquí en este asiento de avión, solo contaba las horas para aterrizar en Villa del Mar. Una parte de mí estaba confundida, habían transcurrido tres meses y no hubo un jodida noche que su rostro no nublara mi mente.

Decidí marcharme porque fue necesario. Todo ocurrió en cadena, el accidente de Derek, mi libertad pendía de un hilo y lo más doloroso de todo, Nerea y Cristian. Según ella, mantenían una relación oculta. No lo creí, era imposible, pero ella se empeñó en restregármelo. Lo besó justo en mis narices, varias veces. ¿Era necesario?

Me alejé, sí, quizás ella tenía razón desde el principio y por más que intentáramos nuestros caminos estaban torcidos de alguna extraña manera. El vuelo terminó y emergí de aquel avión, nadie sabía sobre mi regreso. Realicé los chequeos correspondientes y alquilé un auto. Habían transcurridos treinta minutos detrás del volante cuando los primeros arboles característicos vislumbraron, ya estaba cerca de mi vecindario. De repente, un choche pasó a alta velocidad arrancando el espejo izquierdo.

¡¿Pero qué carajos?!

Ambos nos detuvimos con un sonido chirriante de gomas, ¿quién putos infiernos conducía así? Descendí coléricamente:

—¡¿Pero qué cojones te pasa, tío?! ¿Eres imbécil? —vociferé, esperando a que aquel idiota diera la cara.

Al instante una figura conocida se reveló como una ilusión.

—¡Lo siento mucho, no sabes cuant —Nerea, era ella, pausó su voz al instante.

Ahí estaba, a escasos metros de mí. Continuaba igual de hermosa, como una flor. Su cabello había crecido milímetros imperceptibles, pero cada detalle de ella no pasaba desapercibido para mí. No sabía que sentía. Necesitaba abrazarla y fundirla en mi pecho, pero al mismo tiempo permanecíamos tan cerca y tan lejos.

—Conducir nunca ha sido lo tuyo —enfaticé.

—Los buenos modales tampoco es tu punto fuerte.

—Ah, ¿lo dices por lo de ¨imbécil¨? Perdón por no haber traído un ramo de rosas. Arrancaron el espejo del auto, ¿qué esperabas? ¿Felicitaciones?

Joder, necesitaba besarla. Ella parecía agotada, como si quisiera alejarse rápidamente.

—Lo siento mucho. Voy camino al aeropuerto, no quiero perder el avión.

—¿Avión?

—Regreso a Estados Unidos. —Suspiró y algo dentro de mí se rompió.

—¿Te marchas?

Asintió con la intención de abordar su auto. No, no podía permitirlo. Corrí hacia ella y la tomé del brazo. En el acto, colisionó contra mi pecho. Su aroma era inigualable, casi un pecado para un buen cristiano.

—No te puedes ir —grité.

—¡¿Por qué? —vociferó furiosamente—. ¿Por qué regresas ahora? ¿Por qué te empeñas en aparecer cuando más te necesito lejos?

—Fuiste tú la que lo quisiste de esa manera -susurré en su oído, ella intentaba zafarse, pero no lo permití—. ¿Te lo tengo que recordar?

—Idiota.

—¿Cómo?

—Eres un idiota, Alexandre Hilton. Cristian tenía el video de la cámara del hotel, su maldita rivalidad contigo pudo más y me utilizó a mí para eso.

—¿Qué estás diciendo? ¿Ese idiota te obligó?

—Aquí el único idiota eres tú. —Se apartó con determinación—. ¿Cómo pudiste pensar que te engañaba con Cristian?

—¡Lo besaste varias veces delante de mí, me miraste a los putos ojos sin negarlo!

—¿Y aun así no se te pasó por la mente que algo raro estaba pasando? ¡No! Te fuiste al otro lado del mundo tres jodidos meses.

Todo tenía sentido. Cristian poseía un odio irracional hacia mí, debido a su hermana. Obligó a Nerea a fingir que estaba con él, todo para darme una lección. Él sabía que la quería, había hallado mi punto débil y supo cómo someterlo.

—¡Acabaré con él!

—¡Basta! ¡Es suficiente, Alexandre! Estoy cansada de todo esto, ¿sabes qué? Sí, ve y acaba con él, pero después de que yo me vaya.

Hizo el ademán por irse, pero era imposible, no la dejaría escapar.

—¿A dónde crees que vas? —La tomé de la muñeca—. Tú subirás a ese avión, pero lo haremos juntos.

Sus pupilas se dilataron a medida que fruncía su ceño.

—¿Estás loco? Para que pregunto, sí que lo estás.

—Vayámonos juntos, Nerea. Seamos felices, lejos de esta isla.

Ella rió por un instante:

—No te atreverías, Hilton.

—¿Me estás retando, O'Connor?

—Esa es tu especialidad —infirió—, desordenarlo todo.

La tomé de la cintura y la sostuve contra mi cuerpo. La besé apasionadamente, húmedo, caliente y electrizante.

—Si es de esa manera —rompí el contacto—, fue un placer haber desordenado tu vida.

Y así, sin tanto formalizo y con el previo nivel de locura necesaria, abordamos su auto.

Ella era mi jodida adicción y yo... no estaba dispuesto a rehabilitarme.

FIN.

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