8."Vestida de rojo"

Nerea
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El poder de "Las Gorgonas" era tan grande, que cualquiera que intentase mirarlas quedaba petrificado. Ahora sé lo que sintieron sus víctimas porque me había quedado de piedra con lo que había pasado.

Si existiese un certamen para premiar a la idiota más grande del mundo, yo ganaría por exceso de talento. Soy dramática lo sé, pero la vida de por sí ya es un constante drama.

Me sorprendía como podía ser tan inteligente para unas cosas y tan tonta para otras.

Cuando lo vi en el jardín llegué a pensar que me estaba siguiendo o que podía ser el novio de Atenea. Creo que fue un mecanismo de defensa que activó mi cerebro. No procesé en ese instante, la posibilidad de que podía ser Alexandre.

Atenea me condujo a su habitación. Estaba mojada y con frío, era un desastre por dentro y por fuera.

—Nerea, toma asiento.

Atenea señaló un sofá gris aterciopelado que se encontraba al dorso de una ventana.

Su dormitorio no estaba exento a la belleza de esta casa. Pensé que me encontraría con un lugar gótico lleno de fotografías al estilo Heavy Metal y cosas así.

Atenea poseía una personalidad explosiva, con sus mechas lilas y rosas parecía una rockera, pero no, la decoración era sumamente delicada y minimalista. Muy estético visualmente.

—Pero lo voy a mojar, Atenea.

Me había descalzado. Pequeñas gotitas de agua descendían hasta el suelo, y aunque el clima de esta isla es como si estuvieses en las calderas del infierno, caerse de repente a una fuente de agua helada había hecho que empezara a estornudar.

—No importa, puedes sentarte. Buscaré una toalla.

No sabía como la genética se podía equivocar tanto. Atenea era todo lo opuesto a Alexandre. Su hermano me fastidiaba y ella me ayudaba. Se acercó con una toalla kilométrica y me envolví en ella, sin dudarlo.

—Muchas gracias.

Yo parecía una mazorca de maíz envuelta en su hoja natural.

—Nerea, dime la verdad, ¿qué pasó? —Cierto aire de desconfianza se manifestaba en sus ojos—. Ese cuento del gato no me lo creo.

«Cuéntaselo»

—Eso fue lo que pasó. —Era una mentirosa, ¿pero cómo explicaba algo que ni yo misma entiendía?—. Percibí la sombra de un gato, perdí el equilibrio y caí al agua.

Me miró dubitativa por unos segundos, mientras ataba su cabello en una cola de caballo baja.

—Nerea, sé que apenas nos conocemos, pero puedes confiar en mí. ¿Mi hermano Alex te hizo algo?

Primero me besó sin motivo alguno, tenía un video donde aparecía en mi peor faceta, me molestaba, me provocaba, pero claro, ¿cómo le decía que su hermano era el causante de mis problemas?

—¿Por qué dices eso? —interrogué con la esperanza de que me dijera que era un loco bajo medicación y ahora estaba en crisis.

—Alex es buena persona, pero es impulsivo. Se deja llevar por sus instintos. Si le apetece hacer algo, lo hace y no mide consecuencias. —Atenea describía a su hermano como un auténtico antisocial, razón tenía—. Cuando lo vi entrar a la casa con Derek y contigo en ese estado, pensé que él había tenido algo que ver.

Tenía todo que ver, pero por ahora era mejor dejar las cosas así hasta averiguar que pretendía Alexandre. No quería hablar con nadie hasta saber que iba hacer al respecto.

—Tranquila, tu hermano no tiene nada que ver en esto. —Dios, no me castigues por decir tantas mentiras—. Él solo me ayudó cuando caí al agua.

Ella soltó el aire retenido en sus pulmones, pero estaba segura que no me creyó del todo.

—Está bien, pero si algún día necesitas hablar, aquí estoy. —Asentí en señal de agradecimiento—. Es hora de que cambies tu ropa, te prestaré algo. Esta cena tiene que continuar o conocerás la faceta iracunda de mi madre.

No pude evitar sonreír. Me trasladó a su vestidor que inmediatamente se iluminó por una luz brillante que hizo eco por todo el lugar, seguro era con sensor de movimiento. Mis pies descalzos se hallaban encima de una alfombra elegante, color blanco.

Cuando desveló su ropa, mi reacción fue de ¡Oh, por Dios!

Si parecía el closet de Sharpay Evans. No por lo predominante del rosado, sino por la cantidad de prendas de vestir que poseía en su interior.

—¿Te gusta? —indagó a partir de la cara de asombro que se me había quedado, afirmé sin palabra alguna—. Puedes elegir lo que quieras.

¿El problema?

Atenea era más delgada que yo. Encontrar algo que me quedase era como buscar una aguja en un pajar.

Pues sí, después de dos intentos fallidos comencé a resignarme a la idea de quedarme como una esponja de fregar a la cual no han exprimido.

—Un momento. —Aplaudió en señal de victoria—. Creo que tengo el indicado. Lo compré hace tiempo, pero me quedó grande.

Y lo que vi a continuación, era chocolate para mis ojos. Un vestido largo, color rojo, con tirantes delicados que hacían que la tela cayera en una especie de escote delantero, y con una abertura lateral que llegaba justo hasta el inicio de una pierna. Era demasiado, si parecía que ibas a cenar en el palacio de la reina Isabel.

—Es precioso ─lo toqué para comprobar si el tejido era real—, pero creo que es demasiado.

—No seas boba. —Me ofreció el lujoso vestido—. Puedes cambiarte en el baño.

Sabía que era una locura. Puse mi ropa mojada en la secadora que tardaría casi dos horas, ¿qué clase de secadora era esa?

Me coloqué el vestido que parecía que lo habían hecho a mi medida. Cuando Atenea me vio quedó helada. Pero más helada quedé yo cuando vi mi reflejo.

—Atenea, esto es demasiado. —No quería hacer más ridículos esta noche—. Si parece que voy a la Met Gala.

—¡Qué Met Gala, ni ocho cuartos! Estás preciosa, Nerea. Es más, puedes quedártelo.

—¡Cómo crees Atenea, no. Es tuyo!

Ella había hecho demasiado por mi esta noche.

—No, a partir de ahora es tuyo. Te queda precioso. Vas a enloquecer a Harrington cuando te vea.

Sonreí, olvidándome de los problemas.

—Muchas gracias, fuiste de gran ayuda esta noche. —Le ofrecí un abrazo de agradecimiento—. Ahora vamos, no quiero hacer tardar más esta cena por mi culpa.

En el fondo no quería bajar y encontrarme con Alexandre. Me apetecía estar en mi cuarto viendo las sagas de Harry Potter.

—Y el cabello, ¿no lo secarás? —vociferó Atenea con la intención de buscar un secador de pelo.

—No, créeme, esto no se secará tan fácil. —Señalé mi largo cabello húmedo—. Es más probable que la ropa termine antes.

Además de todo, me ofreció unos ligeros tacones rojos para complementar el conjunto. Por suerte, el maquillaje no se había corrido tanto.

Dispuesta a descender por la larga escalera marfil, sentí pequeñas gotas de sudor en las palmas de mis manos. Estaba nerviosa. Todos giraron al verme, como si fuese una emperatriz romana.

Y cuando digo todos, me refiero a los señores Sophie y Abraham, a Antonella y Axel, los cuales llegaron justo cuando me encontraba arriba, a Derek, mi novio y cuando pisé el ultimó escalón vi al tatuado, manipulador y egocéntrico de Alexandre Hilton.

—Princesa, estás preciosa. —Derek se aproximó seguramente impactado con mi imagen.

Instintivamente, le dediqué una mirada cargada de desprecio a Alexandre.

—Gracias, Atenea me ayudó.

—Vamos a cenar, ¿o no? —preguntó Alexandre con tono hosco mientras rodeaba su brazo derecho sobre el hombro de Antonella. La acercó a su cuerpo y caminaron a la gran mesa.

—Por supuesto —replicó la señora Sophie mientras dedicó una media sonrisa a los presentes en la sala—. Pasemos a la mesa, por favor.

Esta mesa se asemejaba al cuadro de La última cena, de Leonardo da Vinci. Con variedades de copas resplandecientes, cubiertos que parecían de la dinastía Romanov y servilletas bordadas por los mismísimos arcángeles.

Tenía la impresión que mercurio estaba en retrógrado sobre mi signo. El asiento que me tocó, ¿adivinen enfrente de quién quedaba?

¡Sí! Del chantajista Hilton.

Primer plato, ensaladilla rusa. De segundo, langosta a la termidor acompañada con vino tinto. Delicioso, ¿no?

Tercer plato, el problema.

—¿Qué pasa, querida? —Me preguntó la señora Sophie al ver mi cara—. ¿No te gusta el mousse de fresa?

—Soy alérgica a las fresas —alegué en mi defensa.

Ni loca comería eso. No me apetecía morir esta noche.

Una peligrosa sonrisa se deslizó de la boca de Alexandre, llamando la atención de todos.

—Qué mal, ¿no? —musitó Alexandre mientras dibujó un rictus amargo en su cara—. Que unos pequeños trozos de fresa puedan hacerte daño.

Sabía que se estaba burlando de mí.

¡Cabrón!

Lo miré de soslayo mientras esa diminuta, pero potente llama de odio, cobraba vida en mi interior.

—Disculpa, Nerea —habló el señor Abraham, mientras tomaba la mano de su esposa—. No sabíamos que eras alérgica a las fresas.

—Tranquilos, no es nada. Tengo alergias peores —expresé mientras mi mirada tomaba dirección al rostro de Alexandre.

Claro que me refería a él. Mi peor alergia, mi astilla en el dedo, mi grano en la frente.

—Primero te caes a la fuente y ahora casi mueres intoxicada —pregonaba Alexandre a medida que sus ojos centellaron ironía y descaro—. Parece que hoy no es tu día.

Yo no desangré ningún gato, ni escupí el agua bendita en mi vida pasada, yo tuve que haberme meado en la cara de todos los santos y dioses existentes para merecer la presencia mezquina y repulsiva de Alexandre Hilton.

—Para eso estoy yo aquí —masculló Derek depositando un sencillo beso en mi hombro izquierdo—. Para hacer de sus días, los mejores.

¡Eso!

Concéntrate en tu novio, Nerea. Olvida de contraatacar a Alexandre.

«No lo hagas, no lo hagas, no le digas nada, no digas na...»

—¿Puedo ir al baño?

«Al fin me haces caso»

—Porsupuesto, querida. Tercera puerta a la derecha. —Me señaló la señora Sophie y salí volando como una paloma.

Solo esperaba no perderme. Esta casa parecía el laberinto de Dédalo.

¡Lo encontré!

Cerré la puerta con seguro y apoyé mis manos en la encimera. Pude percibir un olor agradable a vainilla. Alcé mi rostro hacia el espejo visualizando a una Nerea desconocida, no eran mis ojos, no era mi entrecejo, no era mi rostro.

—¿Vas a dejar que te domine? —Me interrogaba mientras mis dientes se tensaron, apreté mis puños hasta encajar mis uñas en la palma de mi mano—. No, él no va a poder conmigo.

Tenía tres cosas claras: averiguar por qué me beso, saber que pretendía hacer con el video, y joderle la vida si el jodía la mía.

Lavé mi rostro y mis manos. Inspiré y exhalé como si estuviera en clases de yoga y salí de aquel baño. Mordisqueé mi labio inferior y acomodé mi cabello.

Dispuesta a encontrar la salida de aquel enorme pasillo, sentí como alguien agarró mi brazo izquierdo y me introdujo a un cuarto. Acto seguido, propiné un grito que automáticamente fue silenciado por una mano masculina pegando mi espalda a la puerta.

Era Alexandre.

Me tenía acorralada contra su cuerpo. Mi respiración se entrecortó y mis ojos querían salir de su órbita natural. Estábamos en una alacena tan pequeña que apenas se podía respirar.

—Voy a quitar mi mano —advirtió con sigilo mientras su cara salvaje y brillante se tensaba—. Si gritas se formará un escándalo y será peor, ¿puedo confiar en ti?

Asentí con mi cabeza.

Fue quitando su mano poco a poco e inmediatamente, sin un ápice de compasión, le propiné un rodillazo en la entrepierna. Al instante, se retorció como una vil cucaracha. Sus pómulos se tornaron rojos como tomates.

—Sabía que no podía confiar en ti. —Un ronquido gutural salió de su garganta—. ¿Por qué hiciste eso, acaso quieres dejarme sin descendencia?

—Si pudiera, lo haría. Puedes explicarme, que coño pasó esta noche. ¿Cómo resultaste ser el amigo de Derek?

Él relajó sus músculos y dejó fluir la tensión fuera de su cuerpo.

—¿Ni en esta situación dejas de decir palabras tan feas? —farfulló y la media sonrisa se hizo presente—. Con razón después de besarte se quedó un sabor a hiel en mi boca.

—Eres un asqueroso. Antes de besarte yo a ti, prefiero sacarme los dientes y coserme la boca —aludí sosteniéndole la mirada.

—¡Auch, qué ortodoxa eres! Cualquiera que te oiga, pensaría que en tu vida pasada perteneciste a la santa inquisición.

—Deja de hacer chistecitos. Dime de una jodida vez si sabías quien era yo.

—¡Claro que no! Ese beso ocurrió porque estabas desafortunadamente en la hora indicada y en el momento indicado.

—¿A qué te refieres?

—Lo único que tienes que saber, es que te di ese beso sin desearlo —alegó mientras fruncía su ceño—. Fue el peor momento de mi vida.

—Por fin estamos de acuerdo con algo. ¿Qué vas hacer con ese video?

—No creas que porque eres la novia de Derek no vas a pagar por lo que hiciste. Yo te besé, pero tú me pegaste. Estábamos a manos ¡Ah, pero no! Tenías que sacar esa locura que llevas dentro y dañarme el coche.

Ese arranque de locura me iba a salir caro.

—No juegues conmigo, ¿qué quieres?

—Aún no lo sé. —Prosiguió con su discurso—. Como esto tomó un giro dramático de telenovela turca, tengo que pensármelo.

—¿Nerea?

¡No, la voz de Derek, me estaba buscando!

Tensé mi cuerpo como un resorte, entré en pánico. ¿Qué explicación le daría? Empecé a hiperventilar como un globo. ¿Qué hago?

Alexandre notó mi estado y se pegó a mi cuerpo, colocó su mano derecha en mi cintura y la izquierda en mi boca.

—Tranquila —susurró en mi oído—. No te muevas ni un milímetro.

¿Cómo rayos había llegado a esta situación?

Yo estaba más inmóvil que una estatua. La respiración de Alexandre y la mía se fundió en una sola. Mi pecho estaba incontrolable. Alexandre me miraba con las pupilas dilatadas. Yo cerré los ojos con la esperanza de que Derek se fuera.

Pasaron segundos y sus pasos se alejaron. Miré a Alexandre y le arranqué su brazo de mi boca.

—Voy a salir primero. —Me informó mientras tocaba su cabello. Abrió la puerta, no sin antes decir algo—. La próxima vez que te vistas de esa manera, no te acerques a mí. El rojo te queda fatal.

—¡Estúpido!

Acto seguido se marchó con una sonrisa de oreja a oreja.

•••

Agradecí a los señores Hilton por la cena. Le expliqué a Derek que me había perdido en los pasillos de la casa. Me acompañó como todo un caballero dejando a su doncella en la puerta del castillo. Subí a mi habitación y me arropé como un oso en hibernación.

Después de dos amaneceres desde aquella cena, aún tenía la cabeza a mil, había pasado dos largos días y mi mente estaba más ausente que el sol en época de lluvia.

—¿Te encuentras bien? —La voz de Antonella me devolvió a la realidad—. Llevas toda la mañana distraída.

—Estoy bien, no te preocupes —dije tratando de volver a la realidad—. Tengo cosas pendientes y eso me mantiene distraída.

«Mentirosa, si ella supiera en el marrón que estas metida»

—El baile anual de bienvenida será este sábado —informó Atenea con una emoción desbordante.

—¿Baile anual de bienvenida?

—Es una celebración anual para dar la bienvenida a un nuevo curso —explicó Antonella mientras bebía su jugo de naranja—. Lo curioso es que también es una especie de competencia, gana la mejor pareja que baile. La temática de este año es ¡El tango!

Bailar tango ¡Jupi, qué emoción!

La verdad es que no tenía cabeza para eso. En mi cabeza solo está Alexandre, Alexandre, Alexandre

¿Qué pretendía con ese video?

Las tres nos encontrábamos sentadas en el césped de la universidad. Por suerte, los árboles amortiguaban el impacto de los rayos del sol.

—Nerea, aquí estás. —La voz de Brandon se acercaba—. Te estaba buscando.

—¿Para qué me buscabas?

—Necesito que esta tarde me prestes tu auto.

Hasta que no trasladasen su coche tendría que compartir el mío.

¡Eso es!

Ya sabía quien me iba ayudar a salir de este rollo que estaba metida con Alexandre.

¡Claro, Brandon!

¿No dicen por ahí que la familia está para ayudarse?

Pues es tu turno, hermanito.

—Está bien, pero antes necesito hablar contigo.

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