33."Hades y Perséfone"

Nerea
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En ocasiones, de las combinaciones más subjetivas surgía la irrealidad ante los ojos.

Stormi ocupaba el asiento trasero del auto, mientras Alex hablaba con ella como si de un humano se tratarse. Yo lo observaba embelesada. No sé si me atraía su peculiar forma de conducir o la conversación tan amistosa que tenía con la cachorrita.

¿Quién lo iba a decir?

—Tormenta, sé que me he portado un poco grosero contigo. —Stormi ladró—. ¡Vale! Bastante grosero contigo, pero no lo tomes a mal. No tengo nada en contra de los animales. Es más, cuando era niño tenía un pez. Dragón, se llamaba. Lamentablemente, el gato de Atenea se lo comió. Después de eso tuve...

Sí, era momento de parar esta conversación.

—¡Alex! —chillé captando su atención—. Mi más sentido pésame por tu dragón pez, ¿vale? Pero es momento de cambiar de tema. Me da miedo saber que le pasó a tu otra mascota.

—Qué sensible es mi florecita. —Acercó su mano y pellizco mi mejilla—. ¿Lo que quieres oír es a donde te llevaré?

Aún no me acostumbraba a esta faceta de Alexandre. Desde fuera, tributaba a un hombre rudo sin sentimientos, pero era más tierno de lo que pensé.

Alex era romántico, y eso me fascinaba.

—Estoy ansiosa por saber, ¿a qué sitio me llevarás?

Río perspicazmente. Probablemente, me llevaría a su apartamento o a un sitio privado. Después de unos minutos, el coche se detuvo ante nuestro destino.

Descendí del auto, con error en mi sistema.

—¿Un museo? —expresé asombrada.

La fachada era monumental, con columnas afanosas y robustas que custodiaba la arquitectura. Adornado con unas necesarias escaleras que conducían desde la acera, hasta el cimiento de la plataforma.

—Por tú cara, deduzco que pensabas que te iba a llevar a mi casa o a un hotel.

Mis mejillas me delataron.

¡Qué vergüenza!

Imaginé todos los sitios posibles, menos un museo. O sea, hablamos de Alexandre Hilton. El típico macho que nunca ha tomado un libro en su vida porque prefiere estar gritando como mono cuando hay partido de futbol.

—Me muero por hacerte mía, otra vez —susurró en mi oído—. Es solo que no quiero que pienses que te quiero para eso nada más. Deseo hacer contigo lo que las típicas parejas de hoy en día no hacen. Visitar el museo, por ejemplo.

«No tengo argumentos contra eso, lo siento. Estaré unas horas de vacaciones»

¡Oh, por dios!

Estaba perdida. Mi conciencia decidía abandonarme justo cuando mi estabilidad emocional estaba colapsada. Todo, debido a este maravilloso ser en cuerpo de ángel.

—Alexandre Hilton, guiña el ojo si eres tú —expresé como una maniática. Él sonrió seguidamente—. En serio, ¿eres el chico que me estuvo fastidiando desde que entré al estacionamiento?

Juntó sus labios sobre mi frente.

—Soy el chico que de ahora en adelante, no permitirá que nadie te fastidie.

¡Un abanico, por favor!

Me derretía con tanta ternura.

Ascendimos hasta la cúspide del museo. Esta cita era para tallarla en jeroglíficos sobre la pared. Un hombre tatuado con lentes oscuros, un perro atado con una cuerda de caramelos y una mujer con ropa deportiva, dispuestos a entrar a un museo que, probablemente, estaba aglomerado de personas cultas con corbatas color ocre.

¡Éramos como la jodida Familia Addams del lugar!

El vigilante que custodiaba la puerta de la edificación realizó un ademán negativo.

—Lo siento mucho, pero está prohibida la entrada de animales.

¡Por dios! Es solo un minúsculo perro. No es Godzilla que acabará aplastando el interior.

Alex se quitó sus lentes oscuros mirándolo fijamente, ¿qué pretendía hacer?

—¡Oh! Señor Alex, lo siento. No lo reconocí. Pase, por favor.

¿Señor Alex? ¿El Hilton tatuado era algún tipo de Capo di tutti capi del sistema de museos nacionales?

Alex tomó posesivamente mi mano y me condujo al interior.

—¿Me puedes explicar que acaba de pasar, señor Alex?

Colocó su mano encima de mi hombro, intimándome a caminar junto a él.

—Mi padre auspicia este sitio. El conocimiento y la cultura ocupan un lugar importante en su vida. Además de dirigir la universidad, posee vínculos con sitios como este.

Los padres de Alexandre, a pesar de ser dueños de casi toda Villa del Mar, poseían corazones nobles que se sensibilizan con el dolor ajeno. No eran los típicos millonarios frívolos y superficiales.

—Aún estoy sorprendida. Nunca imaginé que alguien como tú frecuentara este tipo de lugar, suponía que eras más de bares y fiestas alocadas.

La parte interna era como una catedral antigua. Con el techo extremadamente alto, columnas que imitaban a edificaciones del siglo XIX y decoración egregia. Solo unas pocas personas disfrutaban del panorama, agradecí por eso.

—Los humanos dejan ver su verdadera esencia cuando están con la persona correcta —declaró y se detuvo para observarme—. Y tú eres mi persona correcta.

Mi corazón se frenó, nuevamente. Dejando a su paso nerviosismo y manos húmedas.

¿Era real sentir algo así en un siglo como este?

—Alex.

—Quiero escucharlo, Nerea.

—Te amo.

Después de todo lo vivido junto a él, era momento de decirlo, era momento de sentirlo. Sonrió plácidamente soltando un suspiro retenido.

—¿Te me estás declarando, O'Connor?

Sus ojos se achinaron uniendo sus pestañas negras.

—Ya lo hice, Hilton.

Explotamos en una risa romántica que fue silenciada por un profundo beso. El contacto con Alex se sentía atrayente, como una zona de seguridad. El cosquilleo en el pecho regresó, y la punzada en el estómago también. Como si bajases en una montaña rusa, cuya altura se elevaba hasta las nubes.

Stormi ladró, devolviéndonos a la realidad.

—Tormenta también quiere ver el sitio.

—¡Se llama Stormi!

Me tomó nuevamente del hombro, haciendo caso omiso a mis palabras.

•••

Pasados varios minutos recorriendo el lugar, la belleza de lo arcaico no dejaba de sorprenderme. Toda la cultura de esta isla habitaba bajo vitrinas de exposición. Nos adentramos a una sección cuyo letrero me sorprendió.

Galería de arte.

Cuadros reconocidos, esculturas fascinantes. Esto era la dosis perfecta para cualquier erudito sobre el tema. Una escultura extraña llamó mi atención. Parecía una lucha, entre un hombre y una mujer.

El hombre la sostenía hasta levantarla del suelo, mientras la mujer se resistía.

—El rapto de Perséfone —anunció Alex.

—¿Perséfone?

—Perséfone era la hija de Deméter, diosa de la agricultura —pronunció mientras caminaba—, y de Zeus, dios del Olimpo.

—¿Y quién la raptó?

—Hades, el hermano de Zeus y señor del inframundo, se obsesionó con ella.

—¿Pero Hades era su tío?

Alexandre lucía una postura interesante, detallaba cada fragmento de la escultura, mientras explicaba la leyenda.

—Sí —sentenció—. En el Olimpo, las relaciones incestuosas eran permitidas. Hades se obsesionó tanto con Perséfone que la secuestró, llevándola a los dominios del inframundo.

Me coloqué juntó a él y lo observé fijamente, me gustaba la idea de que Alex se interesase por esos temas.

—Cuéntame más.

Sonrió ante mi pedido.

—Deméter entristeció ante el rapto de su hija. La tierra se volvió árida e infértil. Zeus, preocupado con esta situación, decidió mediar con su hermano, para que liberase a Perséfone.

—Hades accedió —prosiguió—, pero con una condición. Perséfone no debía comer ningún alimento, hasta que abandonase el inframundo.

Hizo un minuto de silencio.

—¿Y que más pasó?

—Perséfone comió seis granadillas, violando así las leyes del inframundo. —Suspiró—. ¿Sabes lo más interesante? No se sabe si Perséfone fue inocente, o quizás, comió a propósito para quedarse junto a Hades.

—¿Aun sabiendo que Hades era peligroso?

Nuestras respiraciones se estrellaron, debido a lo cerca que nos hallábamos.

—Aun sabiendo que Hades era el rey de los muertos —expresó—. Aun sabiendo que era oscuro y despiadado. Que quedarse junto a él, suponía compartir su infierno.

—A lo mejor, Perséfone amaba el infierno de Hades —alegué—. O tal vez, descubrió que el rey del inframundo no era tan malo como todos decían.

Nuestras pupilas se dilataron. Solo existíamos él y yo. Alex recorrió mis labios con sus ojos.

Mi corazón se sentía a gusto a su lado.

Dos días pasaron desde aquella cita. Alex me había demostrado su lado más sensible. Esa faceta que permanecía oculta, tras una fachada de tipo duro.

Decidí caminar. Raramente, el día permanecía gris, igual que aquella tarde.

Lo próximo que sentí fue un olor fuerte, como una mezcla de alcohol de laboratorio. Unas manos me acorralaron, aprisionando un pañuelo contra mi rostro.

Mis ojos se cerraron, todo se volvió oscuro.

Cuando abrí mis párpados nuevamente, toda mi vista daba vueltas. Mis músculos perdieron la fuerza. Estaba en un auto en movimiento. Observé al conductor, etéreamente.

—Es hora de dar un paseo, princesa.

—¿D-Derek?

Quizás, los días grises también nublaron a Perséfone. O tal vez, Hades sí era tan malo como todos decían.

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