29."Un secuestro necesario"

Alex
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Sentí dolor cuando vi su rostro observándome. Algo se quebró dentro de mí cuando las lágrimas invadieron sus rojas mejillas. Parecía devastada, como si su cerebro hubiese sido desconectado.

No esperé que ella presenciara ese beso.

La tarde antes de la fiesta, Derek me confesó que había arreglado sus diferencias con ella. Él no quería perderla, pero, ¿quién se atrevería a semejante locura?

Esa rapunzel peligrosa de ojos ámbar era inevitablemente adictiva. A su lado, las pequeñas cosas se tornaban divertidas, era alegría en su máxima expresión. Nunca entendí como Derek pudo traicionarla, era un imbécil.

Aun así, estar entre tu mejor amigo y esa chica inusual era una posición difícil.

¿Por qué infiernos con ella? Nerea se había convertido en mi talón de Aquiles.

Me llené de alcohol hasta los pulmones, quería sacarla de mi jodida mente aunque fuese a la fuerza. Besé a la primera chica que se me cruzó por delante, pero era en vano. Nunca probé unos besos como los de Nerea, el sabor a Chupa Chups de sus labios enloqueció mis sentidos.

Esa noche estaba maldita, Isabella reveló todo.

Las pupilas de Nerea se clavaron como dagas en mi cuerpo, supo la verdad. No me defendí, no contradije... ella merecía algo mejor. Aunque mi único deseo fue ir a buscarla, besarla, tocarla, acariciarla y hacerle saber que nunca le haría daño.

Una noche sin dormir no fue la solución. A la mañana siguiente, me detuve a una distancia prudente de su casa, con la esperanza de verla aunque sea de lejos, pero lo que presencié fue cianuro para mis venas.

La vi bajarse del auto de Cristian. ¿Qué hacía ese idiota con ella? ¿Se conocían?

Apreté el timón del auto hasta que mis nudillos cortaron la circulación. Nerea tenía la misma ropa de anoche y su rostro parecía agotado. ¿Qué había pasado?

«Pasé la noche al lado de Cristian»

Todo rastro de cordura abandonó mi mente cuando escuché esas palabras.

—¡Deja de mirarme y desátame de una maldita vez! —gritó observando mis ojos a través del espejo retrovisor—. Lo que estás haciendo es un delito, ¿lo sabes?

La había atado con los cinturones del asiento trasero. Su mirada podría encender una fogata sin necesidad de un mechero.

—No serías capaz de declarar en mi contra en un juicio.

—¿Por qué estás tan seguro? A lo mejor me apetece ser mala por una vez en mi vida.

Reí sin evitarlo.

—Nerea, ¿a quién quieres engañar? Tú jamás podrías ser mala, eres demasiado espontánea para eso.

—Sí, porque ya para malo estás tú —susurró entre dientes, aunque pude escucharlo. Estaba enfadada, seguro pensaba que había jugado con ella y que me importaba una mierda sus sentimientos—. ¿A dónde me llevas?

—Lejos.

—¿Cómo que lejos? —Intentó zafarse pero una mueca de dolor hizo detenerla—. Tú piensas que esto es un juego, ¿eh? ¿Crees que soy una muñeca que puedes manejar de un lado a otro?

—Lo único que creo es que gracias a ti, mi estabilidad emocional se marchó sin boleto de regreso.

—Eres... un... puto... loco. —Arrastró con ira las palabras.

—Tú... eres... la responsable.

—Mira —suspiró—, se preocuparán por mí, comenzarán a buscarme, encontrarán pistas, te atraparán y pasarás un tiempo en la cárcel por secuestro, ¿te parece un plan divertido?

Su nariz estaba ardiente, resaltando unas minúsculas pecas. Quería frenar el coche y besarla hasta cansarme, pero sé que sería imposible, mi cuerpo pediría más de sus besos.

—Ahora que lo dices, un poco de diversión sí tiene. Tú sabes que yo soy de romper la monotonía.

Expulsó una respiración cargada de frustración, y giró su vista a través del cristal de la ventanilla. Ambos poseíamos un carácter difícil. Ella sabía que sus palabras eran en vano, no la dejaría irse.

—Al menos, dime a dónde me llevas.

—A donde nadie pueda apartarte de mí. 

Nos observamos por varios segundos, el espejo iba a romperse de tanta intensidad visual.

—No hace falta ir tan lejos para evitar eso. Tú solo lo logras perfectamente.

Estaba herida, lo podía ver en sus ojos marchitos. Ella tenía la peor impresión de mí, pero me encargaría de remediarlo todo.

Su cara se contorsionó de dolor, ¿le molestaría los cinturones?

—¿Qué pasa? ¿Estás incómoda?

—Estoy en manos de un loco, inmovilizada con cinturones y dirigiéndonos a no sé dónde, ¿tú que crees? ¡Estoy comodísima!

Se olía la ironía a kilómetros de distancia, pero no podía soltarla. Sé que sería capaz de abalanzarse como una leona y perdería el control del auto.

—Tranquila, dentro de unas horas llegaremos a nuestro destino.

—¡¿Horas?! ¿Qué infiernos estás diciendo? ¡Te ordeno que me lleves de regreso, Alexandre Hilton!

—Ya deberías saber que yo no recibo órdenes de nadie.

Nerea continuó lanzando maldiciones en el aire, pero decidí ignorar sus palabras. Luego de dos horas de viaje, la fiera se había calmado, pero seguro que reservaba energías para el próximo ataque.

Habíamos llegado al primer lugar que se me pasó por la cabeza, necesitaba estar a solas con ella.

La Villa del Mar rural.

Esa que se quedaba en el olvido gracias a la vida acelerada de la ciudad. Mi familia poseía una casa de campo que la empleábamos para las escapadas vacacionales.

Frené los neumáticos ante la fachada de manera fina. Estábamos alejados de cualquier contacto social. Descendí del auto y desaté a Nerea, quien observaba todo a su alrededor.

La tomé del brazo para ayudarla a bajar.

—¡Suéltame! —Manoteó hasta alejarme.

Esperé su reacción.

Nerea continuaba expectante, achinaba sus ojos por el ardiente sol. La casa estaba rodeada por una abundante vegetación, árboles frondosos con frutos tropicales, mangos, bananas y palmeras con cocos.

El aire se cargó de un oxígeno diferente. El cantar de los pájaros le hizo dibujar una mediana sonrisa, la cual borró inmediatamente cuando notó que la observaba.

Amaba todo de ella.

—¿D-Dónde estamos?

—Esta es la casa de campo de mi familia. Tiene todo lo necesario para quedarnos.

—¡No! ¡No me quedaré aquí y menos contigo! —Hizo el ademán de irse, pero la sostuve acorralando su paso.

Su cuerpo impactó contra el mío. La sensación de fundirla con mi piel tomó fuerza. El reflejo del sol aclaró su iris, haciendo que el color miel se volviera fluorescente.

—Entiende —espeté—, estamos a kilómetros de distancia de la ciudad. Probablemente, seamos las únicas personas en metros cuadrados. En mi poder tengo las llaves del único auto que puede sacarte de aquí. No sirve de nada que intentes huir.

—¡No puedes hacer esto!

—Ya lo hice.

—¡Te odio, maldito! —Intentó zafarse, pero lo impedí sosteniéndola con la fuerza necesaria—. ¿Por qué haces esto?

Su respiración impactó contra mis labios. Frunció sus cejas con ese gesto de niña enojada. Nerea no era alta, tampoco bajita, poseía la estatura perfecta para mi robusto cuerpo.

Y eso, me fascinaba.

—Lo mejor es que te tranquilices, y entiendas de una vez que nos quedaremos aquí.

—Ni lo sueñes. ¡Me escaparé, huiré de ti!

Le sostuve la nuca y pegué su frente contra la mía. Ella intentaba alejar su cuerpo, pero era misión fallida.

—Es muy tarde para eso. Donde quiera que vayas te encontraré. No importa lo que hagas, no podrás huir de mí. Nuestra sentencia ya está firmada, ni el cielo ni el infierno te alejarán de mí. No lo permitiré, espero que eso te quede bien claro, Nerea O'Connor.

Mis palabras le provocaron fallos en su sistema.

Todo lo que dije era real. No sé cómo pasó, ni en qué momento se introdujo debajo de mi piel, quemando y arrasando toda la sangre de mi cuerpo.

Era una droga explosiva de ojos miel.

—¡C-Cállate! —Su boca estaba a centímetros de la mía—. Disfrutas confundiéndome, ¿es eso?

—Jamás disfrutaría tu sufrimiento, pero sé de algo que sí disfrutaría. —No se movió ni un milímetro—. Necesito besarte.

—No te atrev...

Sin control, reclamé sus labios con urgencia. La besé, me apoderé nuevamente de aquella boca que parecía que haya sido hecha para la mía. ¿Se podía desear tanto a alguien?

Su sabor era fascinante. Amaba cada partícula de su cuerpo, temblando bajo mi agarre. Siguió mi ritmo como solo ella lo sabía hacer. Bajo el sol y rodeados de naturaleza, nuestro beso magnificó las sensaciones.

La goma de su cabello se desató, dejando a mi poder su preciosa melena castaña. Podría morir por ese aroma de coco con vainilla.

Intensifiqué la profundidad de nuestros labios, arrancándonos gemidos cortos. Atraje su cintura hasta mis abdominales, provocando el sofoco de nuestros alientos. Acaricié la piel de sus hombros, sin poder evitar apretar con mis dedos su suave textura. Era imposible mantener el control con ella.

De un momento a otro, me apartó golpeando mis pectorales.

—¡No vuelvas hacer eso! —Cubrió sus labios con el dorso de su mano—. ¡Te lo prohíbo! Eres un... ¡Odioso! ¡Llévame a casa, ahora!

Reí saboreando mis labios. Acomodó su cabello notando que la goma había desaparecido.

—Creí que eras más creativa con los insultos.

—¡Me voy! —Se volteó adelantado sus pasos apresuradamente—. Prefiero caminar kilómetros, antes de permanecer junto a ti.

Cuando sus pies habían recorrido unos metros de distancia, un comentario de mi boca la hizo frenar en seco:

—¡Cuidado con el loco de la motosierra! A menudo se le ve por estas carreteras, dicen que su debilidad son las veinteañeras de cabello largo.

Giró dejándome ver ese hermoso rostro de ceño fruncido. Su expresión de horror tierno me provocó una sonrisa. Su pecho delató el cambio nervioso de su aliento.

Se quedó en su posición analizando lo que iba hacer.

—¡Te espero adentro! —dictaminé, adentrándome a la casa.

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