24."Si el ascensor hablara"

Nerea
~•~•~[•••]~•~•~

«Pero me gustas así»

Su frase retumbó como un martillo percutor en mi cerebro. ¿Eran reales sus sentimientos?

Detestaba sentirme confundida; me odiaba por sentir cosas por él.

Su corazón recuperó sus latidos originales. Sus órbitas oscuras se abrieron de repente y terció su cabeza para observarme fijamente.

—Alex, sabes que...

—Ya sé lo que dirás. Que no podemos estar juntos. Que eres la novia de Derek, pero ¿qué quieres que haga? No puedo controlarme cuando estás cerca.

Parecía más calmado.

En un giro de improviso acomodó su posición para quedar al frente de mi rostro. Quise retirar mi mano de su torso desnudo, pero él lo impidió colando la suya sobre la mía, ejerciendo presión para evitar que la moviese.

—¿Dónde aprendiste hacer eso? —espetó rápidamente—. ¿Cómo lograste calmar mi respiración con solo palabras?

—No lo sé. Imaginé tu desesperación y quería que pensaras que estábamos en otro sitio..., cerca del mar o en el campo, sólo me salió.

Los músculos de su pecho se tensionaron. Su mandíbula contorsionó una risa simétrica dejando ver sus preciosa dentadura recta, esa que mordió sutilmente mis labios en el garaje de su casa.

—¿Sabes por qué me subí al ascensor a pesar de que nunca los utilizo? —presionó con fuerza mi mano sobre su pectoral—. Porque haces que me comporte de una manera irracional. Es solo verte y la sangre no me funciona correctamente.

Las articulaciones de mis rodillas se volvieron gelatina. Creo que si hubiese estado parada, algún pie me hubiese fallado. La voz ronca de Alexandre Hilton era como un tipo de opiáceo; malditamente excitante y jodidamente adictiva.

Sentía la sangre fluir desenfrenadamente por la yema de mis dedos, que apretaban obligadamente su pectoral. Quise detenerlo, por el bien de mi salud mental.

—A-Alex, para. Para, por favor.

—Ya es muy tarde, Nerea. —Me levantó rápidamente por los hombros pegando mi espalda al espejo del ascensor—. No se puede parar lo que comenzó desde que te vi bajar de tu auto con ese jodido jeans de los infiernos. Lo que sentí cuando rayaste mi coche, de forma desafiante, sin doblegarte.

Mi mente nuevamente se nubló. Comencé a sentir la otra Nerea correr por mi espina dorsal; esa Nerea que se dejaba llevar por lo que sentía; la que no era capaz de establecer una maldita palabra ante el roce de Alexandre.

—Cuando te lanzaste a la calle en plena tormenta para rescatar a un perro —prosiguió. Al instante, colocó sus manos entre mi cabeza, cerrando mis movimientos—. Ese día vi tu carácter, capaz de subir una reja inmensa de una casa ajena. Verte comiendo esos algodones como si fuese la mejor cosa del mundo.

Cada palabra se impregnaba en mi piel. Presionó su cuerpo contra el mío, acortando los pocos centímetros de separación. Su claustrofobia estaba controlada. Su mente estaba concentrada en mí.

—Todo empezó a joderse cuando bailamos ese tango. —Mantuvo el poder de la conversación—. Cuando te vi frágil e indefensa sosteniéndote de mi mano para evitar caer. Por tus ocurrencias al hablar, por la torpeza de tus palabras cuando estás nerviosa.

—No sigas, Alexandre. Aléjate, por favor. —Mi súplica fue falsa.

Yo no quería que se alejara.

Tomó mi nuca con fiereza, observándome con esa mirada indescifrable. El paraíso en la tierra.

—Y ahora te voy a besar —sentenció—, porque esos labios con sabor a Chupa Chups me pertenecen.

—No te atrevas.

Me retorcí como un calamar e intenté zafarme. Intensificó el agarre por mi cintura y cervical, aprisionándome contra su tatuaje artístico.

—Sabes que lo haré, y te besaré duro, hasta que tu boca sea parte de la mía.

El tiempo se detuvo.

Sus labios se pegaron a los míos de manera intensa, caliente y electrizante; provocando que un jadeo brotara de su garganta, como si hubiese estado esperando impacientemente por esto.

Le correspondí con la misma intensidad, sin dejar lugar a razonamientos de culpabilidad. Lo disfruté cada segundo. Sus manos pellizcaron con fuerza la piel de mi espalda, haciendo que me arqueara inconscientemente hacia él.

No era doloroso, era excitante.

Abrí ligeramente mis ojos y noté su ceño extremadamente fruncido, como si procesara cada instante nuestros roces.

Su cabello descendía en un sensual desorden oscuro; tiré de él con fuerza, pero sin ser exagerada. Su frente se apoyó sobre la mía utilizándola como apoyo para besar correctamente cada parte de mis labios.

Mis costillas percibieron un enérgico cosquilleo, eran las manos de Alex por debajo de mi blusa intentado eliminar esa prenda que interfería en nuestras pieles. Súbitamente, elevé mis brazos y él la retiró, sin meditarlo.

Mi blusa se deslizó como el pétalo de una rosa, durmiendo en el suelo junto a su camiseta blanca. Aisló nuestro contacto con un chasquido para observar con lujuria mi bralette de encaje negro. Sus labios rojos e hinchados permanecían entreabiertos, aportándole a su rostro una sensualidad exquisita.

—Eres perfecta, Nerea.

Mi conciencia me abandonó cuando su torso desnudo colisionó contra la piel de mi abdomen, rozando innegablemente el exterior de mi bralette. El choque de nuestra epidermis revolucionó susurros cargados de euforia.

Su mano sostuvo con determinación mi pierna derecha enroscándola en su cadera. Los besos y caricias inquietantes se volvieron dolorosamente desesperados.

—Hilton, te odio tanto —musité sin cordura entre sus brazos.

—Eres una fastidiosa, O'Connor.

Innegablemente, llamarnos por nuestros apellidos era nuestra cédula de identidad. Parte de los argumentos cargaban razón; yo lo odiaba por lo que me hacía sentir.

Forzó su cadera junto a la mía, indicándome cruelmente la excitación que yacía en su entrepierna.

—Eres la culpable de todo esto —enfatizó presionando su cadera contra mi entrepierna, con la fiel intensión de dejar clara su erección—. Mi cuerpo te pertenece.

Mi fisionomía vibró traicioneramente.

El exceso de endorfinas, oxitocina y adrenalina invadió los metros cuadrados como un gas letal. Sus besos se intensificaron en la zona de la sensible piel de mi cuello, dejando un rastro húmedo a su paso.

Ladeé mi cabeza para facilitar su trabajo, era increíble como hacía varios minutos el cuerpo de Alex estaba mitigando su respiración. La fortaleza de su recuperación me asombró.

—Alex, tenemos que parar. En cualquier momento esto arranca.

Ese maldito ascensor.

—Solo unos minutos más, por favor. Necesito grabarme como tu cuerpo tiembla cuando estamos juntos.

Mi fisonomía ya no era parte de mi conciencia. Incontrolablemente, permanecían desconectadas, como si mis músculos tuviesen vida propia.

Mi piel ardía placenteramente. Clavé mis uñas de gel en su espalda arrastrándolas como una aguja, siendo el detonante perfecto para que un gemido masculino fulgurara de sus cuerdas vocales.

Mordió mi labio inferior como un chicle de alta calidad. Antes de reaccionar a su acción, un pitido incesante nos sorprendió como un huracán.

El ascensor comenzó a moverse lentamente hasta el último piso.

—¡Maldición! —vociferamos al unísono—. La ropa, Alex... de prisa.

Como una carrera deportiva nos despegamos con problema para recolectar nuestras prendas de vestir en el suelo. El movimiento ascendente nos otorgó los segundos perfectos para acomodar nuestros aspectos.

Casi iba a detenerse en el último piso cuando milagrosamente todo estaba en su sitio. Miré a Alex aterrada y su camiseta estaba sobre él. Como una película de drama exagerado, la parte baja de mi blusa tocó el borde de mi jeans justo cuando la puerta se abrió.

Todo a su tiempo, con la planificación exacta de un reloj.

Las puertas se abrieron lateralmente dejándonos ver a un conserje sorprendido.

—¡Alex Hilton! —aclamó asustado—. ¿Se encuentra usted bien?

—Joel, ¿cómo va a estar todo bien? —Alexandre se alteró—. Nos quedamos encerrados.

Salimos del ascensor, sofocados. La exaltación de Alexandre era innecesariamente exagerada. Mi corazón estaba al borde del colapso. Los estudiantes que transitaban por el lugar voltearon a presenciar la escena.

—Lo siento. Su padre mandó a revisar el sistema de ascensores hace poco y todos estaban en orden, debió ser una falla técnica.

—Pudimos haber muerto, Joel —expresó Alex captando mi atención.

—Alex —lo tomé del brazo ligeramente susurrándole—, estás dando un espectáculo. Él no tiene la culpa, ¿por qué estás tan enojado?

Su mirada sobreexcitó la mía. Se giró hacia mi oído, manteniendo una distancia prudente. Yo volteaba sonriendo a las personas como si todo estuviera bien.

¡No, nada estaba bien!

—¿Cómo que por qué? ¿Ese jodido ascensor no pudo demorarse más en arrancar? Necesito verte a solas, Nerea.

Su mal humor era por lo que el ascensor había interrumpido. Mi crisis de moralidad iba tomando fuerza en mi interior, avergonzándome por lo sucedido; por haberlo disfrutado, por haberme excitado.

Traicioné nuevamente a Derek.

—Eso no volverá a pasar, ¿lo entiendes? —Lo encaré firmemente susurrando entre dientes—. No quiero tenerte cerca de nuevo.

Me adentraba a un laberinto peligroso lleno de emociones prohibidas; donde Alexandre Hilton era el conejo blanco guiando a Alicia al centro de la confusión.

—Grábatelo en tu cabeza, Nerea O'Connor. Me gustas, y haré lo que sea por tenerte.

No me dio tiempo a objetar. Se marchó del lugar dejándome con las palabras en la boca. ¿Qué iba hacer? ¿Qué quería decir con "lo que sea por tenerte"? ¿Se lo contaría a Derek?

Eran demasiadas las interrogantes trastornando mis pensamientos. Quise correr tras de él, pero era peligroso buscarle como una loca. Con la velocidad de sus pasos, probablemente, ya se había marchado.

Mi corazón se sentía como si una manada de pirañas lo mordisquearan ferozmente. Mis hormonas se hallaban colapsadas. Lavé mi rostro en el lavabo del baño del tercer piso, para recuperar mi estirpe.

Quería marcharme. Me olvidé de las dos clases que faltaban y bajé rápidamente por las escaleras, huyendo de Derek y de cualquier persona que me viese en aquel estado.

Ya casi me aproximaba a los portones principales, cuando infelizmente mi vista viajó a la derecha. Mis ojos se cauterizaron cuando distinguieron a Charlotte recostada coquetamente en el auto de Alexandre y él con sus lentes oscuros hablando con ella.

«...tengo que hacer que un guapo pelinegro tatuado regrese de vuelta a mis sábanas...»

La confesión de Charlotte asqueó mi mente.

Ojalá una lluvia de meteoritos impactara sobre su cabeza roja, ¿pero qué estoy pensando?

El ambiente clavó mis pies a la tierra. Era como un árbol cargado de manzanas rojas, soportando un terrible peso a mis espaldas.

No quería a ninguna chica cerca de él, no soportaba la realidad.

Estaba celosa de Alexandre Hilton.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top