23."¿Me contarás un cuento?"
Nerea
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Las debilidades son hermosas.
A fin de cuentas, los miedos o fobias eran las pruebas irrefutables de nuestra mortalidad como seres humanos. No importaba si medías un metro ochenta u ostentabas músculos de infarto, hasta el más fuerte de los hombres poseía miedos.
Presenciar la debilidad de Alex —un hombre con una condición física hecha para matar—, fue el choque de realidad necesario para percatarme de cuan frágiles somos.
—¡Alex, necesito que me mires! —Robé su rostro entre mis manos—. No te asustes, yo estoy aquí.
Me había despojado de mi mochila para mayor comodidad. El cuerpo de Alex estaba modificando su estructura; sus ojos se tornaron húmedos, cada bíceps y pectorales se hallaban contraídos por espasmos respiratorios, su piel blanca brillaba bajo la intensidad de las minúsculas gotas de sudor y su entrecejo no paraba de fruncirse.
—Nerea —se entrecortó—, no puedo respirar.
Su anatomía estaba dando las primeras señales de un ataque de pánico. Su aliento agitado retumbaba en los pequeños metros cuadrados del ascensor. Instintivamente, corrí hacia los controles presionando con furia cada botón con la esperanza de que reaccionara. Todo en vano.
—¡Maldición! —espeté molesta golpeando destructivamente la metalizada puerta—. ¡Ayuda, estamos encerrados en el ascensor!
Sostuve mi aclamación por varios segundos, pero no había respuesta. Probablemente, nos habíamos quedado atascados entre dos plantas. Torcí mi cabeza para mirar a Alex, quien perdía las fuerzas para sostenerse adecuadamente.
—Alex, tranquilo. Estoy aquí. —Corrí a su dirección—. Respira conmigo, sigue mi ritmo.
Nuestros rostros jadeantes se posicionaban a milímetros de distancia. Yo, con la ardua tarea de inhalar y exhalar lentamente para intentar ayudarlo. Se sentía débil. Sus orbes lúgubres se topaban inmóviles ante mis ojos, tratando de seguir mi compás.
—Nerea, me falta el aire.
Los claustrofóbicos sufrían ante cualquier mínima acción que los hiciera sentir encerrados, pero entonces, ¿por qué se subió al ascensor? ¿Sólo para estar cerca de mí?
—Es completamente normal, Alex —toqué sus mejillas con mis pulgares—, pero necesito que te concentres e intentes respirar.
Era difícil reaccionar correctamente ante una situación así, tenía miedo que su ataque de ansiedad aumentara y se terminase desmayando.
Por lógica, una idea imprevista surgió en mi cerebro:
—Quítate la camiseta, Alex.
Sus cejas se hundieron ante mi argumento.
—Antes invítame a un café o algo.
Su cuerpo reservaba una pequeña dosis de cordura para gastar bromas entre jadeos sofocados.
—Alex, esta no es hora para bromas. —Sus pulmones seguían contrayéndose. Sus manos se adentraban entre su cabello, tirando de él frustradamente—. Yo te ayudo, alza los brazos.
Mis temblorosas extremidades superiores bajaron al dobladillo de su camiseta de franela blanca, la cual, contrastaba brillantemente con su cabello negro extremo. Él siguió mi orden como un soldado y elevó sus brazos para facilitar mi tarea.
Deslicé verticalmente la prenda de vestir e instintivamente mis nudillos contraídos rozaron con la piel húmeda de su torso, trayendo consigo pequeños voltios de energía eléctrica. Todo sucedía en cámara lenta, como una escena de teatro planificada.
Perdí sus pupilas cuando la camiseta transitó por encima de su cabeza, otorgándome por milésimas de segundos el abandono de su mirada enigmática. Varias fibras capilares se desordenaron hacia su frente. Terminó de sacar sus brazos, tirando la prenda de vestir al suelo.
Mi sistema me traicionó cuando me quedé atontada ante su imponente torso de boxeador. Parte de su tatuaje maquillaba su pectoral derecho, como una pintura de trazos finos.
Ese hombre, para mi mala suerte, era prohibidamente atractivo.
—¿Para qué ayuda?
—Tendrás la sensación de un poco de espacio en tus pulmones. —Tomé mi botella de agua transparente con corazones rosas—. Siéntate e intenta seguir respirando.
Dificultosamente, nos dejamos caer en el suelo. Me recosté en la pared paralela a la puerta y abrí ligeramente mis piernas acercando a Alex hacia mi cuerpo, con su espalda fundida en mi pecho. La humedad de sus poros impactó en mi ropa.
—Esto te hará bien —alegué, bañé mi mano con agua y humedecí su frente y mejillas—. Confía en mí.
—¿En psicología te enseñan como calmar a un claustrofóbico?
Nunca le comenté sobre lo que estudiaba, pero mecánicamente recordé que él sabía que yo estaba en el mismo curso que su hermana.
—No hace falta estudiar psicología para tener un poco de sentido común. ¿Cómo te sientes?
—Mi pecho está oprimido —rozó su torso desnudo con una mueca de dolor—, y mi corazón late muy rápido.
Una parte de mí estaba confundida por la conjetura de Charlotte. ¿Será cierto que Alex me usó para darle celos a ella?
Pero ser testigo de su sufrimiento físico, hacía reprimir mis deseos de encararlo hasta saber la verdad.
—Alex, cierra los ojos.
—¿Me contarás un cuento?
Su espalda permanecía recostada a mi pecho, medianamente sentado con sus pies estirados al frente.
—Eres un fastidioso, ¿sabías? —Su risa salió de forma irregular—. Quiero que cierres tus ojos e imagines que estamos al aire libre..., en el campo o cerca del mar.
Sin mostrar objeción, obedeció mi pedido.
Quería ayudarlo de alguna manera. Coloqué delicadamente la palma de mi mano derecha sobre su pecho y cerré también mis ojos.
—Estamos encerrados, ¿cómo quieres que imagine que estamos al aire libre? —Se removió de forma incómoda.
─Todo está en tu mente, Alex. Concentra tus sentidos y visualiza la imagen de una costa. Siéntela cerca de ti, ¿oyes eso?
—¿Qué cosa?
—El sonido de las olas rompiendo en la orilla. Piensa en esas gaviotas sobrevolando el inmenso océano. —Soldé mi cabeza a la pared de atrás—. Respira profundo y arrebata cada partícula de oxígeno a tu cuerpo.
Alex puntualizaba cada parte que le explicaba. Su inhalación y exhalación se controlaban lentamente.
Aprecié el olor de su cabello. Cada parte de él expresaba frescura y hombría.
—Ahora imagina que estamos en el campo —proseguí—, acostados sobre la hierba mirando un arcoíris con mariposas alrededor.
—Eres cursi hasta para intentar calmarme —realizó una pausa, abriendo sus párpados—, pero me gustas así.
«Pero me gustas así»
«Pero me gustas así»
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Ahh!!!!
Continúa leyendo ——>
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