18."Adrenalina"

Nerea
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Cuando el cuerpo humano estaba en peligro, millones de impulsos nerviosos liberaban la adrenalina necesaria para enfrentar situaciones de riesgo.

Ese momento, donde los pulmones arrebatan el oxígeno posible en cada inspiración. Las pupilas se dilataban para captar el máximo de luz. La presión arterial y la frecuencia de latidos aumentaban como si participases en una maratón.

—¡Nerea, resiste!

Los fuertes músculos del antebrazo de Alexandre se aferraron a mis muñecas.

—¡Alexandre, no puedo más!

Miré hacia abajo y el pánico provocó que las lágrimas salieran, sin previo aviso.

—Nerea, no mires hacia abajo. Mantén el control.

Jamás había sentido tanto dolor en mis brazos. Mi tobillo izquierdo palpitaba con sufrimiento, pero las ganas de salir de esta situación me impedía concentrarme en el dolor.

—Vamos, loquita, que hoy no es tu día para morir.

Alexandre realizó una fuerza descomunal para subir todo mi peso corporal hasta zona segura. Hinqué mis uñas en la superficie áspera, arrancando de raíz pequeñas hierbas que pretendían germinar.

Nuestras voces tomaron sonidos jadeantes, intentado animar el esfuerzo físico que hacíamos. Todo mi cuerpo conspiró para salvarme. Saqué fuerzas de donde no había y de un tirón logré llegar arriba, pero no a cualquier superficie, me desplomé entera sobre el cuerpo de Alexandre.

Él, con su espalda en la tierra. Yo, boca abajo sobre todo su torso. Acoplándonos como si fuésemos fichas de un puzzle. Nuestras respiraciones quebradas y agitadas era la melodía perfecta para liberar el exceso de adrenalina.

Con mis puños agarré su camisa, ya no tan blanca, y la envolví como un anillo de seguridad. Hundí mi rostro en su cuello. Por primera vez, me sentía segura entre sus brazos.

En este instante, no tenía debajo de mi cuerpo al idiota que me besó sin mi permiso. Al imbécil que se burlaba de mí cuando tenía oportunidad. Al estúpido que desordenaba todo a mi alrededor.

Solo era Alexandre, el chico que me salvó de caer de un barranco con la altura prudente, para en el mejor de los casos, romper varios huesos de la fisionomía humana.

—Alex, me salvaste la vida. —Él enfocó su vista en el cielo y se rompió en una pequeña risa—. ¿De qué te ríes?

—Es la primera vez que me llamas Alex, pensé que ese momento no llegaría.

Había usado tantos insultos degradantes en su contra, que hasta a mí me sorprendía llamarlo de una manera tan cercana.

—Eres un idiota —movió su cara a la derecha, topándose con mi rostro—, pero gracias.

Temía la comodidad de mi cuerpo sobre el suyo, forjados como un escudo.

—¿En serio creíste que permitiría que tu fastidiosa presencia saliera tan rápido de mi vida?

«...tu maldita forma de ser es una condena para mí...»

Esas palabras habían sido una descarga eléctrica en mi cerebro. Mi conciencia encontró un mecanismo de defensa para impedirme razonar.

Lloré, solo lloré. ¡Sí, como una niña pequeña! Era inútil negarlo. Algo cambió entre nosotros, y la idea me aterraba.

—¿Te duele algo? —Su espalda se irguió hasta quedar sentado, sostuvo mi cintura y me colocó como si cargara a un bebé en brazos—. ¿Qué te pasa, Nerea? ¿Por qué lloras así?

—E-El tobillo.

Realmente, mi dolor en el tobillo era cierto, pero mis lágrimas eran el resultado de un desorden de emociones provocado por su presencia.

—Probablemente lo torciste con la caída. —Me dejó suavemente en el suelo y se posicionó enfrente de mí. Tomó mi tobillo entre sus manos y lo observó tratando de detectar el problema—. Parece ser un esguince.

—Me duele mucho. No lo puedo mover, Alex.

—No dejes de llamarme así —aludió, ladeó su cabeza y con un movimiento cuidadoso me levantó sosteniéndome por mis costillas—, nunca.

¿Cómo pueden unos ojos tan negros brillar tanto?

La luna y mi exceso de adrenalina eran las absolutas responsables de ese reflejo. Mis antebrazos no querían renunciar a sus hombros.

—Alex, ¿qué vamos hacer ahora? Estamos solos en este bosque. Es de noche. No sabemos como llegar a la ciudad, y no puedo caminar.

—Tranquila, de peores situaciones he salido. Vamos a buscar un sitio seguro, y nos quedaremos hasta que amanezca.

—¿Qué? Ni loca, ¿y si nos atacan los leones?

Sus cejas se arquearon como un puente oblicuo. Parpadeó como un abanico, y su sonrisa de oreja a oreja se hizo presente.

—Un par de cositas. Los leones habitan en las sabanas africanas, aquí hay mapaches, monos, pájaros carpinteros y en el peor de los casos, panteras.

—¡¿Cómo, panteras?! ¿Así es como pretendes tranquilizarme?

—Calma, Nerea. No hay registros de panteras desde hace años, y pienso que no tendremos la tan mala suerte de encontrarnos una esta noche.

—Shh —susurré con nerviosismo—. ¡Silencio! No hables de la suerte en voz alta cuando estamos juntos. Estoy segura que el espíritu de un brujo medieval escupió el agua bendita con que me bautizaron.

—¿Me puede explicar de dónde sacas esas ocurrencias? —Con su dedo pulgar limpió el resto de las lágrimas que quedaron en mis mejillas. ¿Por qué será que su tacto generaba electricidad en mi epidermis?—. Prefiero oír un insulto de tu boca, antes que ver lágrimas en tus ojos.

¿Qué vas hacer, Nerea? ¿Qué coño vas hacer?

—A-Alex... Ehm, es mejor... —¡Rayos! No me salían las palabras—. Es mejor que busquemos ese sitio seguro para pasar la noche.

Cambiar de tema era sinónimo de cobardía. Sí, era una cobarde.

—Sí, es lo mejor. Ahora quiero que te subas a mi espalda, así no puedes caminar.

—No es necesario. —No podría aguantar otro contacto cercano contra su cuerpo—. Mira, estoy perfectamente. —Apoyé mis pies con la esperanza de no fallar—. ¡Auch!

¡Ese jodido tobillo me las pagaba!

Alexandre corrió a socorrerme. Mi cintura fue el soporte entre sus mano, para evitar que cayese.

—¡Sí, habló doña perfección! No seas malcriada y sube a mi espalda.

—No puedes obligarme. ¡Iré andando!

—¡Claro, adelante! Camina con ese paso de perezoso. Así das oportunidad para que te ataque una pantera. Si eso pasa, ni yo, ni ese brujo medieval tuyo, te vamos a poder salvar.

—¡Me dijiste que aquí no habían panteras!

—¿Quieres quedarte a descubrirlo? —Frunció su ceño en señal de reproche.

—¡Idiota!

—Sube, a mi espalda, ahora. —Alexandre focalizó lentamente esas cinco palabras para ganar más autoridad.

—¡Maldita seas, Alex!

Como un ángel delicado y sutil acomodó su cuerpo para facilitarme la acción. Coloqué mis manos en sus hombros utilizándolas como puente. Él se aferró a mis piernas, atrayéndolas a los laterales de sus costillas. Mi pecho, al instante, colisionó contra sus omóplatos. Lo abracé tenuemente a su cuello, ese olor caprichoso decidía desestabilizar mis sentidos.

—¿Estás lista?

—Sí.

Seguidamente, me apretó contra su cuerpo tomando con fiereza mis piernas, cerrándolas como un candando contra su torso.

—Mejor así —alegó justificando su inesperada acción.

•••

Caminamos a paso firme, corrección él caminó a paso firme, yo solo era como una mariposa aferrada a una flor. Brandon me sostenía de esta manera cuando teníamos ocho años, la niñez era la mejor etapa que existía.

Solo diez minutos habían pasado desde que Alexandre emprendió la ruta. Obviamente la vista del lugar se disfrutaba mejor cuando te llevaban a cuesta. El bosque era precioso, el aroma de las florecitas silvestres inundaron mis fosas nasales.

—¡Arre, caballito! —exclamé como solo lo hacía cuando era una niña.

—Eres muy fastidiosa —me observó lateralmente para toparse con mis ojos─, aunque concuerdo contigo.

—Pero que creído eres. Pensándolo bien, te pareces más a un burro de carga.

—Pues mira, loquita. Este burro de carga encontró un lugar seguro para pasar la noche.

Me señaló un verdadero oasis en el desierto. Una roca naturalmente construida, con los límites necesarios para considerarla un buen refugio. Cubierta con un frondoso árbol que, probablemente de día, mitigaba el impacto de los rayos del sol.

Impresionante. Una maravilla de la naturaleza.

Me ayudó a descender lentamente, hasta que mi espalda se apoyó en la enorme roca. Alexandre recorrió el lugar para detectar cualquier peligro posible. Miré arriba y observé las ramas del árbol.

¡Solo esperaba que ninguna ardilla me lanzara bellotas!

Seguidamente, se posicionó a mi izquierda recostando su torso, y levantó medianamente su pierna derecha para apoyar su antebrazo.

—La vista es preciosa. —Miré el cielo—. Pensé que iba a morir esta noche.

—El mundo no va a permitir que abandones tan rápido esta dimensión. Seguramente, ese brujo medieval tuyo se divierte bastante con la situaciones que vives.

—Eso es una burla, ¿verdad?

Desde que me deshice de esas fastidiosas horquillas, todo mi pelo estaba en su faceta original.

—Burla es la que te hace el brujo.

—¡Oh, vamos! ¿Puedes dejar de mencionar la palabra, brujo? Me da mala espina.

—Eres muy sensible, ¿sabías? —pregonó mirándome fijamente—. Entonces veamos, ¿cuál es tu palabra favorita?

—Flor.

—Te gustan las flores, ¿cierto?

¿Gustarme? Estaba obsesionada con las plantas.

—Mucho. Tanto así, que cuando tenga una hija la llamaré Flor.

—Pobre niña —susurró entre dientes, aunque lo suficientemente alto para escucharlo.

—¿Qué dijiste?

—Nada. —Aclaró falsamente su garganta—. ¡Que qué afortunada la niña!

Sabía que mentía. Lo había escuchado todo.

—¿Y si es niño?

—Si es niño... César, como mi papá.

—¿Quieres mucho a tu papá?

—No sé —increpé, un titubeo nervioso surgió entre mis dientes—. No lo conozco.

Solo sabía su nombre, no había rostro, ni recuerdos de infancia. Solo un nombre.

—¿Qué pasó? —Se acercó lentamente para escuchar la historia.

—Mi madre era muy joven cuando lo conoció. Tuvieron un fugaz amor de verano, pero él nunca supo que ella había quedado embarazada.

—¿No lo han intentado localizar?

—Se intentó, pero es como si la tierra se lo hubiese tragado.

Hablar de mi padre dolía momentáneamente. Aunque no lo conocía, su nombre perdurará en mi descendencia.

—Yo también extraño a mi padre —confesó, sus párpados descendieron tristemente. Mi rostro confuso lo invitó a proseguir con su historia—. Abraham no es mi padre biológico, el mío murió.

¡Wow! Seguramente, sufrió mucho.

—Lo siento.

Coloqué mi mano encima de la suya, en señal de compasión.

—No importa. Duele menos que al principio. Abraham me ha tratado como a un hijo.

Conocer la historia de alguien te ayudaba a conectar íntimamente. A pesar de los problemas con Alexandre, esta noche conocí una parte sensible de él.

—Por lo menos tenemos algo en común —admití y un bostezo de improviso hizo que me olvidara del mundo.

—Duerme tranquila, Nerea.

Esas fueron las últimas palabras que escuché. Me adentré en una especie de universo paralelo. No me percaté de lo rápido que caí en los brazos de Morfeo.

Dormir era una especie de viaje espiritual.

Tu conciencia decidía liberar los pensamientos más extraños retenidos durante tu vida. Eso explicaba por qué pasé toda la noche soñando que me perseguía un elefante con peluca rubia y un tutú rosa.

Mis oídos percibieron un extraño silbido de pájaro. ¡Qué raro, mi despertador no sonaba así! Abrí lentamente los ojos y la realidad impactó, aún seguíamos en el bosque.

Pero, ¿cómo era posible que haya dormido tan bien?

¡Oh, no!

Mi cabeza estaba apoyada en el torso de Alexandre. Mis brazos lo sostenían como a un peluche de navidad. Mi pierna derecha, ligeramente apoyada sobre las suyas. Observé su rostro y estaba apacible, durmiendo tranquilamente, mientras me sujetaba de la cintura.

¿En qué momento acabamos durmiendo de esta manera?

Peor aún, ¿por qué dormí tan cómoda entre sus brazos?

—¿Te gusta espiar a la gente cuando duerme? —expresó con sus ojos cerrados.

Me despegué instantáneamente, por el susto provocado.

—Y a ti, ¿te gusta aprovecharte de la situación y abrazar a chicas indefensas mientras duerme? ¡Eres un pervertido, Alexandre!

—Tú no tienes nada de indefensa. Fuiste tú quien te aprovechaste de mi cuerpo, utilizándolo como un colchón. ¡Yo soy la víctima aquí!

¡Tierra, trágame!

Te pido por una vez que me evites cualquier contacto con su cuerpo y, ¿nos pones a dormir juntos?

—No me lo recuerdes más. Me pudiste haber apartado.

—Y tú pudiste no haberme abrazado —contraatacó—. Dime algo, ¿dormiste bien? Te sentí hasta roncando.

—¡Yo no ronc... —El ladrido de un perro interrumpió mi espléndida frase—. ¿Eso es un perro?

Volteé y un precioso perro se dirigía a nosotros. ¿Qué hacía un perro aquí?

—Hola, bonito, ¿estás perdido? —acaricié dócilmente al canino.

Acto seguido, comenzó a ladrar agitadamente. Un señor uniformado surgió ante nuestras vistas. Poseía un walkie-talkie enganchado en su hombro.

—¿Eres Alexandre Hilton? —Su voz ronca se dirigió a Alexandre.

—Soy yo.

—Los encontramos. —El señor vociferó a través del walkie—. Él y la chica están bien.

Al parecer, Abraham Hilton mandó un comando élite a rescatarnos. Con la ayuda de Alexandre pude abordar la patrulla que nos esperaba con antelación.

Pues sí, perderse con el hijo del hombre más rico de esta isla tenía sus ventajas.

•••

La trayectoria de regreso me permitió observar detalladamente cada partícula de la vegetación. Percibí el coche detenerse y el jolgorio de nuestras familias que esperaban en la comisaría de la zona llamó nuestra atención.

—Cariño —mi madre se abalanzó sobre mí haciendo que soltara un quejido de dolor a causa de mi tobillo—, ¿estás bien? ¿Te hicieron daño?

No sé cómo le hicieron, pero todos se enteraron de lo sucedido.

—Nerea, ¿qué te pasó en el pie? —Me interrogó Brandon mientras me sujetaba para aliviar mi peso corporal.

—Estoy bien, solo me torcí el tobillo.

—Alex, hijo mío. —La señora Sophie tomó con sus manos el rostro de Alexandre—. Estaba muy preocupada.

Así sucesivamente, Atenea, Antonella, Axel, Lans y el señor Abraham mostraron su preocupación por lo ocurrido.

¿Quién no estaba para mí?

Derek.

Cuando regrese de ese viaje tendré una conversación con él.

Después de unas largas horas detallando minuciosamente la historia, nos permitieron regresar a casa.

Varios días transitaron rápidamente, y ya era momento de retirar la férula de mi tobillo. Las clases en la universidad eran una especie de mezcla de perfume excesivo, a veces me agradaba, otras me aborrecía.

Desde esa boscosa noche no había vuelto ver a Alexandre. Decidí que era momento de acabar con esta agonía.

«¿Agonía, Nerea?»

Sí, conciencia. Contigo podía ser sincera. Necesitaba verlo. No me preguntes el porqué.

«Pero...»

¡Silencio!

Hice uso de mis mañas y supe por Atenea que Alex estaba en su casa. Era fin de semana y hace dos días conseguí los datos de un mecánico excelente en Villa del Mar.

¡Era momento de pagar mi daño!

Solo unos pocos minutos fueron suficientes para tocar el timbre de la mansión Hilton.

Le quité el vestido plástico que abrazaba un Chupa Chups, y me dispuse a devorar ese precioso manjar. Observé la fuente donde me caí la última vez que estuve en esta casa, y los recuerdos me provocaron risas internas.

—¿Pensando en bañarte en la fuente como la otra vez? —La voz de Alexandre me devolvió a la realidad.

—Si algún idiota no me empuja, no pienso tomarla nuevamente como piscina.

Sus dientes brillaron bajo su sonrisa. Vestido con unos shorts color gris, y una camiseta de franela blanca. Su aspecto desenfadado le otorgaba un aire juvenil.

—¿Qué haces aquí, Nerea?

—Vine a verte.

—¿A mí? —interrogó.

—A ti.

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