15. "Día de presentaciones"

Alex
~•~•~[•••]~•~•~

Sentía que cada átomo y célula de mi cuerpo fueron modificados genéticamente. Concentrarme en mi rutina se había convertido en una tarea difícil.

¿Por qué? Ni yo mismo sabía lo que me ocurría.

Pegarle al saco de boxeo que estaba instalado de manera colgante en mi habitación, ya no surtía el efecto antiestrés de siempre. La sangre de mis venas fluía explosivamente, sentía como quemaba hasta la capa más profunda de mi piel.

Vivir solo había sido la mejor decisión que tomé en años. La paz de una soledad intermitente acarreaba efectos hipnóticos. Mi cuerpo auxiliaba a gritos una ducha con agua congelada. Cada músculo de mi fisionomía llevaban tensos desde que llegué a la isla.

Admito que mi desayuno de esta mañana no iba a ser el más completo de todos. Abrí mi nevera gris, y mis ojos colisionaron con una fuente de fresas rojas que provocaban el efecto deseado, solo con mirarlas.

«Soy alérgica a las fresas»

Ese recuerdo inoportuno fulguró en mi subconsciente de forma inesperada. Agité mi cabeza de lado a lado como un mecanismo de defensa intentado suprimir el pensamiento.

Hurté un puñado de los deliciosos frutos y emergí de mi apartamento. Iba a ser el peor arquitecto del mundo si faltaba un día más a la universidad.

Descendí apresuradamente los seis pisos de mi edificio, utilizando las escaleras. Los ascensores y yo no éramos un decente ejemplo amistad.

—Buenos días, Frank. —Saludé al portero de mi edificio que devoraba un gigantesco sándwich mañanero.

—Buenos días, Alex. —Tomó una postura vertical al verme y sacudió las fastidiosas migas de pan que quedaron atoradas en la corbata de su uniforme—. Una chica ha estado esperándote.

—¿Una chica?

No esperaba a nadie tan temprano.

—No mencionó su nombre. Sólo dijo que te esperaría afuera del edificio.

—Gracias, Frank.

Con toda la disposición necesaria, salí del edificio buscando a la misteriosa madrugadora. Caminé pocos metros hasta hallarla recostada en la puerta de mi BMW negro.

—Isabella, ¿qué haces aquí?

—¿No puedo visitar a mi mejor amigo?

—Tratándose de ti y el pequeño detalle que son las siete de la mañana, un poco extraño sí es.

Isabella y yo éramos amigos desde niños. Fue la primera persona que conocí cuando mi madre y yo nos mudamos a la isla. A pesar de tener años de amistad, ambos teníamos una forma peculiar de tratarnos.

—Se me ocurrió que podemos ir juntos a la Universidad —sugirió abordando mi auto con disposición.

Intuía que su imprevista visita no era mera formalidad. De algo quería hablar, y lamentablemente yo sabía por donde venía.

Me adentré en el coche y orienté las ruedas a moverse. El clima estaba tenso y rígido, ella fue la primera en romper el silencio que habitaba en el aire.

—Cuéntame, Alex. ¿Nerea no sospechó nada?

—Sabía que habías venido por eso, Isabella —aludí enérgicamente, ya estaba cansado de esta situación—. Escucha bien, que sea la última vez que me involucran en sus juegos.

Propinó una risa maquiavélica tomando un lápiz labial rojo de su bolso. Isabella era una escultura tallada por el mismísimo Miguel Ángel, pero cumplía los requisitos esenciales de una escultura, hermosa por fuera, pero vacía por dentro.

—No te alteres, Alex —enfatizó con descaro mientras maquillaba sus labios en el espejo del auto—. Solo quiero saber si se tragó el cuento de que se descompuso el auto de Derek. Ella aún no puede saber el verdadero motivo por el cual tú fuiste a recogerla aquel día de la tormenta.

—¿Saber que Derek no pudo ir a buscarla porque estaba teniendo sexo contigo? Estás tan jodida, Isabella.

Retiró su vista de la mía, colocó su codo en la puerta y su mirada tomó dirección al exterior.

Saber que Derek traicionó a Nerea era un sentimiento extraño para mí. Derek era mi amigo y ella solo me había ocasionado problemas, aun así me sentía raro.

—No hables en singular, Alex —advirtió dejando ver sus dientes que los protegían una sarcástica sonrisa—. Tú estás tan jodido como yo.

La observé confundido.

—¿De qué hablas?

—Ambos estamos jodidos. Yo, porque estoy enamorada de Derek. Tú, porque te gusta la novia de tu mejor amigo.

Frené en seco haciendo que mi cinturón se ajustara más de lo debido.

—¿De qué coño hablas?

—¿Sabes que es lo peor, Alexandre? Cuando te des cuenta va a ser demasiado tarde. Estarás tan malditamente enamorado de ella que te va a enloquecer saber que no la puedes tener porque es prohibida para ti, y ahí, estarás tan o incluso más jodido que yo.

—¡Cállate, no sabes lo que dices!

Mi respiración se había vuelto irregular. Mis músculos se tensionaron nuevamente, y mis pulmones reclamaban a gritos un poco de oxígeno.

—Te conozco hace más de diez años —increpó, abriendo el cristal de su ventanilla. Algo que agradecí. Mi sistema respiratorio estaba confundido—. Saliste corriendo a buscarla cuando Derek te lo pidió. No te importó dejar a Hailey en tu cama. También estaba haciendo deporte cuando te vi que le compraste algodón de azúcar.

Al parecer, Isabella nos vio la tarde que sucedió lo del jardín de Wilson.

—¿Algodón de azúcar? —prosiguió con su discurso—. Tú no haces ese tipo de cosas, Alexandre. Además, la miras de una forma particular. Solo como mirabas a Vanessa.

—¡Deja a Vanessa tranquila! —articulé despacio las cuatro palabras de esa frase.

—No puedes negar que ambas se parecen mucho. Nerea es guapa, simpática, pero también tiene personalidad. El tipo de mujer que te gustan a ti.

No. No. No. Jamás me enamoraría de Nerea.

Admito que cuando la vi tuve pensamientos calientes con ella, pero no sabía quién era. Es la novia de Derek. La vida no podía ser tan retorcida conmigo.

No podía enamorarme de la novia de un amigo.

—¡Cállate de una jodida vez, Isabella! No menciones nunca más a Vanessa, y sácate esos pensamientos malditos de tu cabeza.

Vanessa era tema prohibido para mí.

Encendí nuevamente el motor del auto, con el consuelo de que esta conversación iba a terminar en breve. Solo faltaba unos metros para llegar a la universidad.

Estacioné el auto en un aparcamiento al aire libre, cerca del jardín de la escuela. Cerré las puertas e Isabella se dirigió a mí, colocándose nuevamente sus lentes.

—Yo no voy a decir nada de lo que pienso —apuntó—. ¿Pero quieres un consejo? No te hagas amigo de Nerea. ¿Qué crees que pensaría ella de ti cuando se entere que tú fuiste parte del engaño de Derek? Creerá que te burlaste, igual que nosotros.

—Eres mala, Isabella. Lo sabes, ¿no? —aludí con desprecio.

Alzó sus cejas rubias y flexionó su rostro en señal de falso dolor:

—No se te olvide que también eres malo, Alex.

Depositó un beso en mi mejilla derecha y se marchó del lugar con toda la elegancia que la caracterizaba. Inmediatamente, afloró ante mis ojos una Hailey apresurada.

—¡Mi amor! —exclamó prendiéndose de mi boca como un mechero. Sus manos se aferraron a mis hombros, para evitar caerse. Fue un beso corto de bienvenida—. Te estaba esperando, ¿entramos?

Asentí ante su pregunta.

Hailey y yo teníamos una relación que solo nosotros entendíamos. Nos llevábamos muy bien en la cama, no era controladora, era muy guapa, pero no estaba enamorado de ella.

Caminamos por todo el jardín hasta adentrarnos al pasillo principal. Ella se enganchó de mi torso y yo coloqué mi brazo sobre su hombro. No sin antes, ganarnos las intensas miradas de los demás. Algunas de admiración y otras de desapruebo.

Inconscientemente, nos dirigimos al salón donde se estaba organizando el baile de bienvenida de mañana.

—Hermanito —emitió mi hermana mientras se abalanzó sobre mí. Vislumbré a los presentes del salón y la vi a ella—. Nerea, ella es Hailey.

—La novia de Alexandre —notificó Hailey, ofreciendo su mano en señal de cortesía.

Me despojé de mis lentes oscuros y vi como esos ojos color miel, imitando a dos piedras de ámbar, me observaron con asombro. Dudó un segundo antes de responder al saludo, pero al final lo hizo.

—Mucho gusto. Me llamo Nerea. —Devolvió el apretón de manos.

Cuando rompió el contacto, ladeó su cuerpo minúsculamente como si estuviese inquieta.

¿Qué le ocurría?

—Hailey —Atenea volvió a ocupar su papel interventivo—, Nerea es la novia de Derek.

Aquella última frase sonó en decibeles incómodos para mis oídos. Hailey volvió a engancharse a mí, tomando una cómoda posición.

—¿En serio eres la novia de Derek? —matizó la rubia que me sujetaba—. Alex, un día podríamos hacer planes los cuatros juntos, como una cita doble o algo así.

¿Salir los cuatros? Ni de coña.

Algo raro pasaba en el universo cuando Nerea y yo estábamos cerca. Como una línea dramática que recorría un tensado hilo conductor de un guionista desquiciado que dirigía la obra con exceso de sarcasmo.

Hailey volvió a besarme con intensidad mientras le correspondí con la misma energía.

—Será mejor que me vaya —demandó una apresurada Nerea.

Estaba rara. Colocó su cabello de rapunzel hacia atrás. Cuando hacía eso era porque estaba incómoda.

Pero, ¿por qué?

—¡Nerea, espera! —Antonella y Atenea la siguieron, abandonando el sitio concurrido.

—Una chica un tanto rara —informó Lans tomando su habitual agenda de flamencos rosas—, pero me cae bien.

Rara, así era ella. Inédita, explosiva y soberbia, capaz de rayar un auto deportivo. Generosa y elocuente, capaz de rescatar un animal indefenso bajo una tormenta. Ocurrente y divertida, capaz de meterse en un jardín ajeno para rescatar a un ser querido. Infantil y tierna, capaz de devorar tres algodones de azúcar, como una niña pequeña.

—¿Alex?..., ¿Alex?..., ¡¿Alex?! —inquirió Hailey sacándome de mis pensamientos.

Le agradecí por eso, ¿en qué coño estaba pensando?

—¿Eh?

—Ya tenemos que ir a clases. ¿Qué te parece si esta noche me paso por tu apartamento con un conjunto de lencería que acabo de comprarme?

Hailey me susurraba al oído lentamente, para que pudiera percibir cada sílaba, cada consonante, cada tilde.

Suavemente, me propinó un ligero mordisco en el lóbulo de mi oreja. Estábamos recostados en la pulcra pared pintada del Hilton University, siendo la atención de todos.

—Es rojo, tu color favorito.

«...el rojo te queda fatal, Nerea...»

¡Cállate! ¡Cállate! Maldito subconsciente.

¿Por qué diantres hoy todo tiene que girar en torno a ella?

Primero, las putas fresas. Luego, la conversación con Isabella. Ahora, el maldito vestido rojo en mi jodida mente.

Tenía que concentrarme en Hailey.

—Te estaré esperando con ansias. —Le susurré—. Sólo si vienes sin ropa interior.

Tenía que sacar el puto color rojo de mi vida. Ella sonrió con malicia, adquiriendo un color rosado en sus mejillas.

—Trato hecho.

«...trato hecho, Hilton... »

¡¡Maldición!!

Y ahora el "trato hecho, Hilton" invadía mi mente. Tenía que ir con un neurólogo, un psicólogo y en el peor de los casos, un espiritista.

¿Qué me pasaba en el cerebro?

Las clases transcurrieron toda la mañana de forma lenta. Mi mente era un auténtico volcán en erupción.

Derek y yo estábamos en el mismo curso, por suerte no vino hoy. No tenía cabeza para lidiar con sus problemas. Al principio, pensé que estaba jodido por Nerea, pero si la traiciona, tan enamorado no está.

Da igual, no era mi problema.

Sólo quería que Nerea pagase por su daño al auto, y listo. Nada de venganzas que me involucre más con ella.

Cada habitante de esta isla era privilegiado por contar con su puesta de sol. El ocaso era el abrigo perfecto para salir a correr, cerca de la costa, poder apreciar las gaviotas volando junto a ti. Ese aroma de belleza tropical que se inundaba como un spray nasal descongestionante.

Seguía corriendo, corriendo y corriendo.

Necesitaba olvidar las fresas, el rojo, la chica trepada en la reja del jardín de Wilson. Esa misma chica, que el sudor de mi pecho había mojado su espalda. Esa dureza que surgió desde mis sitios más recónditos con sólo rozarla.

¡Basta! ¡Basta!

Me detuve en seco, tratando de recuperar el aliento. Observé mi alrededor y una alerta llamativa hizo Pi... Pi... Pi en mi cerebro.

¿Qué calle era esta? ¡Un momento!

¿Ese árbol no estaba ahí?

Y esa palmera, ¿dónde estaba?

Como el flash de una fotografía, mis ojos antecedieron la vista más surrealista jamás captada. ¿Estaba enfrente de la casa de Nerea?

¡¿Pero cuánto corrí?!

Analicé minuciosamente cada detalle de la calle, con la esperanza de que haya sido un espejismo.

Todo era real.

Oficialmente, podía agendar cita con el psiquiatra. Dispuesto a irme, mis globos oculares fueron guiados hacia la ventana de un segundo piso, mostrando a una Nerea con un minúsculo top rosa y su cabello en una trenza lateral.

Observaba las estrellas, como si de un astrónomo se tratase. Cada centímetro de su piel era la invitación perfecta del pecado. Sus ojos eran como una cripta de poderes, podían albergar furia y fascinación, empatía y sensibilidad.

Si un productor de cine viese está escena, nos contrataría para firmar una película. Yo en el papel de Flynn Rider, y ella en el papel de Rapunzel.

Pero, ¿qué tonterías estoy pensando?

•••

El segundero y minutero alcanzaron velocidades extremas. Parecía que estaba drogado. Cuando alcé mi vista hacia el espejo, ya estaba vestido de traje para el baile.

—Hermano, qué guapo estás. —Me rodeó Atenea vestida para la ocasión—. Y Hailey, ¿no irá contigo?

—Está molesta conmigo.

Después de ese extraño episodio de ayer, me quedé vagando la noche entera por las calles de la Isla. Aún no me podía creer que mis piernas, inconscientemente, me habían arrastrado hasta la casa de Nerea. Olvidé por completo que Hailey iría a mi departamento.

—Alex, desde que llegaste de tu viaje estás extraño. Si algún día quieres hablar, aquí estoy para ti.

Abracé a mi hermana intensamente:

—Sabes que te amo, ¿verdad?

—Yo también, gigante.

•••

Anualmente, mis padres realizaban una fiesta de temática. Este año había sido el tango. El talento de Lans brillaba en cada lugar. Mi familia había llegado al sitio, captando la atención de todos.

Los cuatros éramos aplaudidos por los presente.

La decoración influía de manera extraordinaria. Cada luz tenue entre rojo, amarillo y naranja se mezclaban entre los invitados. Cada flash de cámara era signo vital de alegría y desenfreno.

Me dirigí a la mesa reservada por mis amigos.

—Alex —Axel me abordó con entusiasmo—, hay que felicitar a Lancelot este año. Se pasó con la fiesta.

—¡Me llamo Lans!

Lans provocó la risa de todos con su intervención. La música hacía temblar hasta los botones de la camisa.

—¡Oh, my, god! —enfatizó Antonella.

Sólo cuando hablaba en inglés era porque la impresión que tenía era nivel dios.

Giré mi torso y cada partícula de mi composición orgánica tomó temperaturas extremas. Cada tatuaje de mi piel quiso abandonarme por el estremecimiento causado. Nerea vislumbró a través de la puerta principal con un vestido rojo, figurando a la mismísima Afrodita.

Sus piernas eclipsaron mi entorno. Despertó cada fantasía escondida en mi ser. Cada gota de maquillaje era cómplice de un rostro sensual.

Juraba que la mismísima Cleopatra debía estar sintiendo envidia en este momento. Sus joyas de gemas rojas creaban el brillo perfecto en su cuello y muñeca. Su cabello en un recogido bajo me incitaba a soltarle cada horquilla que lo sostenía.

Sus labios rojos eran el centro de mi atención. Cada fragmento de lápiz labial quería quitárselo, sin compasión.

Lento y sensualmente.

Porque cada maldita hora cerca de ella era una tortura. Cada minúsculo roce de su piel era mi perdición. Porque no había podido sacar de mi jodido sistema el beso. Porque sin querer, cavé mi propia tumba. Porque era la maldita manzana roja de mi Edén.

«...porque tú, Alexandre, estás tan jodido como yo...»

Porque yo ya estaba condenado.

Porque yo ya me había jodido.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top