13."Patchy, el pirata"
Nerea
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El resto de la tarde y la noche transcurrió con tranquilidad. Nada fuera de lo normal. Brandon apareció con mi auto. Mi madre cocinó una deliciosa lasaña. Stormi se sentía más cómoda en su nuevo hogar. Salí a sacar la basura.
Vale, ese detalle era innecesario.
Al día siguiente, seguí minuciosamente mi rutina matutina. Tenía pre instalado en mi cerebro todo lo que tenía que hacer para aprovechar cada minuto mañanero.
Opté por hacerme una coleta alta, agregándole un lindo lazo que hallé en mi baúl de los recuerdos. Conjuntado con mi vestido rosa, parecía una auténtica cheerleader a punto de salir a bailar con los pompones.
¿Olvidé decir que me gustaba el rosa?
Llegué al salón de clases subiendo cuatrocientos escalones. ¿Qué clase de escalera era esa? Estaba más sofocada que un burro de carga.
—Hoy les tengo una gran noticia —informó el regordete cincuentón señor FedErich alzando sus gafas que habitaba en el tabique de su nariz—. Les traigo su primer trabajo evaluativo.
¡La sorpresa del año! ¡Pónganse sus faldas largas y saquen sus filarmónicas para festejar!
—¿Tan pronto? —La voz de Atenea sorprendió a todos los presente—. Algunos aún seguimos de vacaciones.
¡Qué valiente era para hablarle a un profesor así!
«Será porque es la hija del hombre que paga sus salarios»
¡Buen punto, atolondrado subconsciente!
—Por eso mismo, señorita Hilton. Para eso es este trabajo, para los que aún creen que siguen de vacaciones.
Mi primer trabajo en grupo y mi cabeza más ausente que ballenas en el desierto.
—Los grupos ya están conformados. —Antonella me observó con tristeza, esperábamos estar en el mismo equipo—. A continuación les informaré.
El profesor rebuscó entre sus millones de papeles hasta encontrar el indicado. Después de mencionar varios nombres escuché el mío.
—Equipo número cuatro, conformado por O'Connor, Hilton... —¡Bien, Atenea en mi equipo!—, Bennett... —Antonella me observó con alegría, menos mal que mi mala suerte no actuó en esta ocasión—, y Clifford.
¿Clifford? ¿Quién es Clifford?
—¿Olvidé mencionar al otro integrante del clan de antisociales? —interrogó Atenea poniendo su rostro en fase de confusión—. Sí, olvidé mencionarlo, es Clifford.
¿Otro más?
—Olvidaste mencionarlo, Atenea —respondí a sus palabras.
—Tranquila, pronto lo conocerás.
El timbre sonó como la alarma de la película La Purga, odio esas películas. Las tres nos dirigimos al pasillo principal.
—Ya se está organizando el Tango de bienvenida —informó Atenea como una guía turística—. ¡Tenemos que comprar todo lo necesario! Ya saben, vestidos, zapatos y accesorios.
El famoso baile de bienvenida hizo acto de presencia en nuestra conversación.
—Tenemos que estar perridiantes para ese día —espetó Antonella captando nuestra atención—. ¿Qué? Perridiantes, perras y radiantes.
Soltamos risas inesperadas por el término empleado. Perridiantes, otra palabra para mi diccionario.
•••
Dicen que cuando quieres encontrar a una persona es cuando más se te pierde de vista. El maníaco de Alexandre no aparecía por ningún lado.
¡Tenía que pedirle el colgante!
Una mañana desperdiciada en mi frenética búsqueda. Llegué a casa exhausta mentalmente. Decidí sacar a Stormi a pasear. Era increíble lo rápido que se adaptó a mi presencia.
En el cielo vespertino predominaba los colores naranjas y rojos, clara señal de la puesta del sol. Tenía a Stormi atada a una cuerda para evitar que se escapase. Mi outfit deportivo me inundó de comodidad.
Las calles de Villa del Mar eran sacadas de una revista de geografía, muy llamativas visualmente.
Me detuve a atar el cordón de mis tenis y sin querer Stormi se alejó de mí entrando a una casa tenebrosa, poseía grandes portones protegiendo la propiedad, probablemente estaba abandonada.
Se parecía a las casas embrujadas de películas de terror.
—¡Stormi! Ven aquí, preciosa.
Después del tercer llamado, Stormi seguía sin hacerme caso. El portón poseía un mega candando como si protegiese la reserva nacional de oro de la isla. Después de fracasar mis tres planes estratégicos, no quedaba otra opción.
¡Tenía que brincar!
Subí como una araña voladora. Casi estaba justo en la cima cuando empezó mi nube negra de mala suerte a peinarme la cabeza.
¡Se atascó mi top! ¿Qué mal te hice, mundo?
Frenéticamente intenté salir de aquel aprieto, pero era imposible.
—Ni siquiera preguntaré que haces ahí arriba como una mona encima de una mata de plátanos. —Una extraña voz me sorprendió a mi espalda.
—¿Alexandre? —repliqué con asombro—.¿Qué haces aquí?
Torcidamente lo observé, estaba vestido con un chort gris, unos tenis negros y ¡Oh por dios!
¿Está sin camiseta? Era claro que estaba haciendo deporte.
—¿Yo? Como un feligrés común y corriente haciendo deporte —respondió tomando agua de su botella—. ¿Y tú que haces ahí arriba? ¿Sabes que eso es invasión a propiedad privada?
Esta era la situación más incómoda que había estado, Alexandre con ese descaro y yo dando un espectáculo con mi trasero hacia la calle.
—¡Si vas a joder, vete de aquí!
—De acuerdo. —Movió sus hombros hacia arriba en señal de indiferencia.
—¡No! ¡Alexandre, espera! —Le grité suplicante metiéndome mi dignidad por el arco del triunfo, él paró en seco con una risa de descaro—. ¡Estoy atascada, necesito que me ayudes!
—Nerea, Nerea —aplaudía en señal de victoria—, ¿por qué tendría que ayudarte?
—¿Por compasión? —Sonreí nerviosamente.
—¿Compasión? —replicó expectante—. Una palabra con un profundo significado, pero me acuerdo de mi auto y se me olvida la compasión.
¡Caronte, resérvale un puesto en tu barca a Alexandre porque cuando baje de aquí lo mato!
—¿Nunca pierdes la oportunidad para ser un imbécil?
—Nunca. —¡Descarado!—. No pienso ayudarte, solo me has traído problemas.
—¿Y me dejarás aquí toda la noche? A merced de cualquier delincuente que me asalte o de un depravado que me ataque.
Él suspiró profundo como analizando esa posibilidad.
—Según tú, yo soy un pervertido. ¿Te dejarías ayudar por alguien así?
—¿No has oído ese dicho que dice: es mejor malo conocido que malo por conocer?
—Bueno —reectificó.
—¿Eh?
—Que el dicho es: malo conocido que bueno por conocer.
—¡Sé el dicho! Es que en tu caso es malo para ambos.
Cerró sus ojos dispuesto a irse. ¡Maldición, le había cabreado!
—¡No, no, no! ¡Espera! Discúlpame. Lo que quise decir es que tú eres un pervertido inofensivo.
—No lo estás arreglando.
—De acuerdo, discúlpame. —Lloré falsamente—. ¡Stormi está adentro de esa casa! Intenté brincar, pero mi top se atascó.
Me observó confundido.
—¿Stormi? ¿Quién es esa ahora?
—¡La perrita, Alexandre!
—¿Le pusiste tormenta al saco de pulgas?
¿Nunca han tenido ganas de golpear a alguien con el palo de una escoba o con un sartén extra grande?
—Me vas ayudar, ¿o no? —respondí finalmente soltando el aire de mis pulmones.
Como una brujería, Alexandre empezó a escalar la reja de una forma tan experta que impresionaba sólo con ver, ahora venía la complicado.
Se posicionó detrás de mí cubriendo todo mi cuerpo. Estaba tan sudado que empapó mi columna vertebral al instante. ¡Por dios, que posición tan incómoda!
Acercó su mano a mi top intentando desactivarlo. Su olor podía derretir a la más casta de las mujeres. Su dureza corporal se hizo presente en mi trasero.
¡Oh!
¿Eso era su...?
—¡Listo! —anunció apresuradamente—. Voy a saltar primero.
Como un auténtico deportista llegó al otro lado del jardín esperando a recibirme con las manos abiertas.
—Salta, Nerea. Yo te atrapo.
—¡No, con lo mucho que me odias sé que me dejarás caer! —alegué en mi defensa.
—Nerea, mírame. —Captó mi atención por la seriedad en su rostro—. Jamás te soltaría.
Una punzada extraña surgió en mi pecho. Olvídenlo, probablemente era un pre infarto.
Salté sin pensarlo y caí en sus brazos como una dulce princesa. Él me bajó suavemente como si no quisiera romperme.
—Gracias —aludí con sinceridad.
—De nada. Vamos a buscar a la tormenta de pulgas.
—¡Se llama Stormi!
Caminamos por el extraño jardín, el ambiente estaba raro. El césped parecía recién cortado, pero la casa estaba destruida.
—¡Stormi! —La abracé al instante—. ¿Estás bien, preciosa?
—¿Cuando se acabe la pulgosa escena podemos irnos?
¿Se puede ser tan irritante?
—¿Quién anda ahí? —Una escalofriante voz retumbó en el lugar.
Alexandre me arrastró detrás de una pared del costado de la casa. Miré de reojo y vi a un viejo extraño con una escopeta en la mano.
Espera. ¿Tenía una escopeta?
—Alexandre, ¡¿es una escopeta?!
Me tapó la boca con la mano y me pegó a la pared.
—¡Cállate, Nerea! Si nos descubre estamos jodidos.
¿Qué pasaba ahora, gran poder de los rebeldes?
—Alexandre, ¿quién es?
—Es Patchy, el pirata —respondió con asombro.
¿Quién?
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