11."Trato hecho"
Nerea
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Llevaba los cinco minutos más largos de mi vida en este auto. Mi pierna derecha no había dejado de moverse. Hacía mi mayor esfuerzo para concentrarme en el exterior.
El cielo estaba raro, las nubes se proclamaban como dignas antesalas de una tormenta.
—¿Puedes dejar de mover la pierna? —Me interrogó ese rostro que no he mirado desde que salimos—. Pareces un martillo mecánico intentando abrir un hueco en el suelo del auto.
Vale, me resultó gracioso su comentario, pero jamás me reiría de sus chistes.
Roté mi cabeza en su dirección y él me observó al instante. Tenía una extraña forma de conducir, su pierna izquierda estaba más elevada que la derecha como si la apoyase sobre algún sitio de la puerta.
—Y tú pareces una astilla de madera clavada debajo de mi uña —repliqué con el mismo tono sarcástico que él había empleado—. No..., peor aún, pareces un pequeñito cristal incrustado en la córnea de mi ojo.
Sus facciones se relajaron e inmediatamente brotó de su rostro la sonrisa más espontánea que le había visto desde que lo conocí.
—¡Qué exagerada eres! Voy a pensar que me odias.
—¡Ah! Espera, ¿aún no te ha quedado claro?
—¿Lo de que eres exagerada? ¿O que me odias? —Puto imbécil—. Porque lo de la exageración lo tienes instalado en tu cuerpo, concretamente en tus manos raya autos. Y lo del odio, me complace informarte que eres plenamente correspondida, Nerea O'Connor.
Era la primera vez que me llamaba por mi nombre completo. Sentí algo raro en el estómago, probablemente era gastritis.
Maldigo la hora que saqué el carnet de conducir. ¡Entrar a ese jodido estacionamiento fue lo peor que me pudo suceder!
—Alexandre, eres la pulga que causa mi comezón.
Sus ojos se abrieron como capullo de flor en primavera, todo su cuerpo entró en tensión para recibir a la carcajada más grande que había escuchado.
—En serio, cuando pienso que lo he oído todo —su risa se iba agrandando—, abres esa boquita y me sorprendo más.
Mis tripas empezaron a rugir como orquesta de timbales en año nuevo, tenía hambre. Recordé las palabras de Brandon, el diálogo pacífico lo solucionaba todo.
Tenía que hallar la manera de hacerme con ese video. Después, olvidaré todo lo sucedido y borraré al Hilton tatuado de mi vida.
Gran plan, ¿no?
—Me alegro hacerte reír con mis comentarios, querido Alexandre —expresé con un tono más dulce que el algodón de azúcar y esbocé una sonrisa más colorida que el arcoíris.
Todo fingido, por supuesto.
Acto seguido, me miró confundido. Sus párpados se entrecerraron en señal de duda. Yo en cambio, lo observaba con una sonrisa gentil.
Parecía una psicópata, lo admitía.
—¿Me llamaste querido? —Se retorció en el tapizado asiento y giró su cabeza de lado a lado con un toque melodramático—. ¿Qué planeas? Te pareces a la copia barata de Chucky.
Cálmate, Nerea. Inspira por la nariz y exhala por la boca.
—No planeo nada, Alexandre.
Mi sonrisa no se disipaba. Esto parecía una escena de la película "Psicosis", con los chirridos de violines de fondo.
Tin..., Tin..., Tin.
Rebusqué en el interior de mi mochila rosa sacando una paquetico de galletas. Si no comía algo me iba a dar una hipoglucemia.
—Mejor así, Nerea. —Cuando se percató de mi paquetico de galletas su rostro se transformó como si hubiese visto un sacrilegio—. ¿Qué haces comiendo aquí adentro? ¿Tú que problema tienes con mis autos? Aleja esa fuente de boronillas.
Me intentó quitar las galletas, pero yo las protegía más que la ardilla Scrat a su nuez.
—¡Alexandre, suelta las galletas! ─Me defendí luchando contra su brazo derecho—. ¡Con mi comida no te metas!
Cuando tenía hambre me transformaba como la bestia Godzilla.
—¡Guarda esas galletas, Nerea!
Esta conversación se iba acalorando como chili picante.
—¿Qué problema tienes con que coma? —chillé enfurecida—. Es tu culpa que no haya desayunado.
—¿Ahora es mi culpa eso también? ─contraatacó—. Me pegas, me insultas, rayas mi auto, ¿qué falta? Ahora llenas esto de galletas porque según tú, yo soy el causante de tu ayuno.
Él intentó arrebatarme las galletas mientras yo las retenía contra mi pecho. Inevitablemente por leyes de la Física, se tensó el estuche y se rasgó al medio, provocando que todo mi snack volara por doquier.
«Nerea, no te alter...»
—¡¿Viste lo que provocaste?! —chillé como un bebé—. ¡Detén el auto!
No sé cómo rayos le hacía para que siempre termine alterada cuando estoy con él, es como un fastidioso hilito que conduce a una dinamita. Tenía la capacidad de alterar mi lenguaje y encenderme en pocos minutos.
¡Vale!
Eso último sonó un poco erótico.
¡Pero no!
Era todo lo contrario.
—¡Todo es culpa tuya por traer esas galletas del infierno! —Me gritó furioso. Su rostro estaba iracundo.
Esto no era una conversación, era un ring de boxeo. Los dos apenas podíamos respirar, era como si hubiese humo tóxico en el ambiente y nosotros sin máscara antigás.
Al diablo el diálogo pacífico, los dos éramos como gasolina cerca de un mechero. De repente, propinó un frenazo que me movió del asiento.
—¡Maldición! —exclamó frustrado y desbloqueó las puertas.
Su pecho se ampliaba y encogía debido a su rápida respiración. Desabroché mi cinturón y salí rápido de ahí.
Una brisa gélida y húmeda maquilló mi rostro. Mi corazón estaba a mil por horas, ¿qué coño me estaba pasando?
Alexandre descendió del auto negro dejando la puerta abierta. Su cabello se encontraba más alborotado de lo normal, no dejaba de tocarse el rostro.
—¡Alexandre, no podemos seguir así!
Era la jodida verdad. Yo no tenía salud mental desde que lo conocí, necesitaba concentrarme en mi vida y en Derek, para eso tenía que cambiar las cosas con Alexandre.
—Al fin dices algo sensato, Nerea. —Se acercó hasta quedar enfrente de mi rostro—. Parece que ambos estamos obligados a permanecer cerca el uno del otro. Tú eres la novia de Derek y yo soy su amigo.
Tenía razón. Por más que quisiese alejarme de él, era prácticamente imposible. ¡Diablos!
—Nerea, lo mejor es que le contemos todo a Derek —prosiguió con la conversación.
—¡Eso no, Alexandre! Por favor. Derek es mi novio. Me preguntará por qué no le conté todo. Va a desconfiar de mí y no quiero perderlo; yo lo quiero.
Era la verdad, yo amaba a Derek. No podía perderlo.
—¡¿Cómo crees que me siento yo, Nerea?! —Tomó mi brazo derecho y me pegó a su fornido pecho masculino—. Besé a la novia de mi mejor amigo. ¡Y lo peor es que...!
—¿Lo peor es qué, Alexandre? ¿Por qué me besaste?
Se quedó callado unos efímeros segundos.
—Olvídalo. —Dejó ceder el aire retenido en sus pulmones y se alejó de mí—. Tenemos que llegar a un acuerdo, Nerea.
—¿Qué clase de acuerdo?
Había que buscar una solución para arreglar nuestras diferencias.
—Lo que se tenía que haber hecho desde un principio —sermoneó con un tenue descaro—. Tú arreglas mi auto y yo me olvido del video.
Suturé una risa sarcástica. Todo este lío para eso. Pensé que me iba a pedir a cambio algo indecente, pero no. Por lo menos una señal de caballerosidad por su parte.
—¿Sólo eso? —opiné cruzándome de brazos—. ¡Perfecto! Vamos a salir de esto rápido, ¿dime cuánto quieres?
La calle donde estábamos era poco transitada. Al final, iba a llegar tarde a la universidad, pero resolver este problema era mi prioridad.
—Para el carro, mi loca, que esto no es cuestión de dinero.
¿Me llamó su loca?
—¿Cómo me dijiste? ¿A qué te refieres ahora, Alexandre?
Su mano ya había sido retirada de mi cuello, su aura emanaba un encanto raro. Era como si algo te dijese que te acerques; pero te percatas que tiene el símbolo de sustancia tóxica en la frente y te alejas.
—Quiero que tú arregles mi auto —espetó confundiéndome aún más—. Te vas a encargar de buscar un buen mecánico, lo llevas al taller, corres con todos los gastos y cuando me lo devuelvas asegúrate que quede tan brillante que me pueda afeitar en él.
¿Por qué diablos este hombre lo tiene que enredar todo? ¿Por qué no puede ser una persona normal y aceptar una indemnización?
—¿Qué? ¿Qué ganas con eso? ¿Por qué no aceptas el dinero y ya?
—Porque aceptar el dinero sería demasiado sencillo. Tómalo como una lección de responsabilidad. Piénsalo bien, ganamos los dos. Yo me olvido del video y tú reparas mi auto.
—De acuerdo. —Le ofrecí mi mano como narco cerrando un negocio—. Trato hecho, Hilton.
Él movió toda esa masa biológica denominada cuerpo. Se acercó como una pantera que capturó a su presa y me ofreció esa peligrosa, tatuada y callosa mano.
—Trato hecho, O'Connor.
Ambos permanecimos con las manos unidas por unos peligrosos segundos. Me alejé más rápido que el correcaminos.
Parecía que esa fastidiosa y copiosa nube negra de mala suerte que estaba sobre mi cabeza, estaba disipando su estructura. Pude respirar mejor.
Arreglaré su auto y problema resuelto. Caminé inconscientemente hacia atrás como si me hubiesen quitado cuarenta años de encima.
—¡¡Nerea, cuidado con el char... —gritó tratando de advertirme de algo. Acto seguido, voló un coche a mi espalda embadurnándome de cochina y apestosa agua negra—... co!!
Santa virgen de las gallinas. ¿Qué pollo te habré robado para merecer esto?
—¡ARGH! —Mi grito fue más alto que el de los jugadores de fútbol cuando golean a la portería.
Me quedé estática, sin mover un solo músculo. Un silencio sepulcral fue eliminado por las fastidiosas risas de Alexandre.
—En serio. En serio, espera. —Era lo único que decía mientras secaba las lágrimas de sus ojos. No podía hablar por su ataque de felicidad—. Nerea, estás más maldita que el tesoro de Hernán Cortés.
Me cago en mi horóscopo, en las constelaciones y en las putas predicciones de mi signo zodiacal.
—¡Todo es culpa tuya, Alexandre! —Me observó escandalizado auto señalándose—. ¡Eres como un jodido espejo roto!
—¿Sabes lo que más me gusta de estar cerca de ti? —aludió con premura y descaro—. Que tengo la impresión que cada tres minutos va a pasar algo.
Sus risas hicieron de nuevo acto de presencia. Decidí ignorarlo, era lo mejor. Todo mi jeans y la camiseta estaban hechos un asco. Pero hoy voy a la universidad, sí o sí.
—Vámonos, Alexandre.
Entré en el auto con mi cabeza más alta que una vedette.
—Como ordene, ninfa de las aguas oscuras.
Lo miré de soslayo y controlé mi furia interna. Alexandre subió al auto y lo puso en marcha.
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Aún faltaba como diez minutos de carretera para llegar a la escuela. El cielo estaba cada vez más raro.
¡Por favor, que no llueva!
Decidí alejar mis pensamientos y encendí la radio. "Perfect" de Ed Sheeran inundó el lugar como un tsunami.
Alexandre me observó al instante. Esa canción era la magnitud de la belleza. Al parecer, a él le gustaba tanto como a mí porque alzó el volumen a todo dar. El coche se detuvo. El tráfico era más espantoso que una noche de Halloween.
Una extraña voz hizo acto de presencia en las bocinas de la radio:
Buenos días, habitantes de Villa del Mar. Soy Perca Perkins interrumpiendo la programación habitual para informar que una peligrosa tormenta se acerca a la isla. Por favor, rogamos a toda la población aguardar en sus casas las próximas horas. Mantenerse a salvo es la prioridad.
—¿Dijo que se llama Perca Perkins? —aludí al familiar nombre que interrumpió la majestuosa canción—. ¿A sí no se llama el reportero en Bob Esponja?
Los ojos de Alexandre centellaron chispas de reproche y diversión.
—¿Informan que una peligrosa tormenta se acerca y a lo único que le prestas atención es al nombre del reportero?
—Es que es raro que se llame igual que ese pescado. Da igual, lo mejor es que me lleves a casa, Alexandre.
—Tienes razón —alegó mirando la pantalla de su móvil—. Lo mejor es ir a casa.
Una pequeña gota de lluvia impactó en los cristales del carro. Acto seguido, un diluvio apareció inundando toda la calle. La fila de los autos aún estaba estática.
Mis ojos divisaron algo raro que se movía entre los coches.
Espera, ¿era un perrito?
—Alexandre, ¿eso es un perrito? —Ubicó visualmente el lugar que le señalaba con mi dedo.
—Parece ser —contestó secamente y volvió a concentrarse en su móvil.
¡Qué insensible era! Sin pensarlo, abrí la puerta del auto al rescate del cachorrito.
—Nerea, ¡¿qué haces?! —Oí la voz de Alexandre en señal de reproche.
Ahora sí podía decir que estaba mojada de pies a cabeza. Corrí lo más rápido que pude adentrándome en las filas de los autos.
¡Qué frío, joder!
Capturé al indefenso perrito y lo abracé contra mi pecho. En menos de dos minutos, ya estaba de vuelta en el asiento del auto.
—¡¿Estás loca, Nerea?! Saliste en medio de una tormenta para rescatar a ese saco de pulgas.
—Tú eres más animal que este perro. —El cachorrito estaba temblando—. ¿Cómo se supone que lo iba a dejar ahí afuera en medio de una tormenta?
—No me interesa, Nerea. Sácalo de aquí.
—Antes tienes que matarme, Alexandre. —Tenía que hacer algo para calmar su frío—. Dame tu camiseta.
—¿Qué? Estás loca, ¿verdad?
Me acerqué a él y agarré su camiseta con mi puño.
—Dame la jodida camiseta o te la arranco.
Los músculos de su mandíbula se tensaron. Sus pupilas se expandieron como canicas. Mi rostro estaba a centímetros de él. Lo que tenía de atractivo, lo tenía de imbécil.
—Cuidado con lo que dices, Nerea. Esa frase es peligrosa para un hombre.
—Sólo en tu mente pervertida, Alexandre.
Quitó mi mano con fuerza y se alejó de mí.
Increíblemente, se quitó la camiseta y me la ofreció. Su pecho era robusto, musculoso y parte de su tatuaje llegaba hasta sus pectorales.
Físicamente era como un guerrero espartano, duro y tosco. Giré mi vista hacia el cachorrito y lo envolví en la camiseta.
El tráfico se disipó y Alexandre me dejó en la puerta de mi casa. No sin antes espetar:
—Pronto te digo cuando tienes que recoger mi coche. —Asentí loca por salir de aquel auto—. ¡Ah! Y te puedes quedar con mi camiseta.
—Gracias —respondí amablemente—, será la sábana de la perrita.
Su risa se desvaneció al instante e inmediatamente se fue.
Llevé a la perrita a mi habitación. Por lo menos obtuve algo bueno de esta extraña mañana. Aunque las cosas con Alexandre parecían que estaban mejor, aún no me podía confiar.
—Ya sé como te llamaré, preciosa. —Le hablé a la dócil perrita que estaba envuelta en la camiseta de Alexandre—. Serás Stormi.
En honor a la tormenta.
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