10."Por las malas, entonces"

Nerea
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¿Cómo los planetas se pueden alinear tanto para fastidiarme la vida?

Mi hermano desaparece con mi auto. Mi madre con un compromiso a primera hora, y el coche de Derek se descompone. ¿Y todo para qué?

Para que el universo se empeñe en colocar a Alexandre en mi camino y se preguntarán, ¿con qué motivo? Yo tenía la respuesta.

¡Para incomodarme la existencia!

Sentí el claxon del auto.

—¡Neri! —gritó mi madre desde la cocina—. ¡Ya Derek está aquí!

El claxon no paraba de sonar, ¿será salvaje? Iba a incomodar a los vecinos. Bajé los escalones de dos en dos encontrándome con mi madre.

—¡Qué prisa tiene Derek!

—No es Derek. Su auto se estropeó y mandó al energúmeno de su amigo para llevarme a la escuela. —El claxon no para de sonar—. Mamá, ¿seguro no puedes llevarme tú?

—Cariño, qué más quisiera, pero si me desvío a tu universidad llegaré tarde y es un compromiso de trabajo. Lo siento.

El puto claxon o través. PI PI PI. Solté un puchero de niña pequeña.

—Me voy antes de que despierte al vecindario entero.

Abrí la puerta principal con una furia interna que si me pinchaban no soltaba sangre. El día estaba nublado y la calle humedecida. Al parecer, llovió en la madrugada.

Mis ojos se toparon con Alexandre fuera del auto, con su espalda recostada en la puerta delantera. Vestido con unos jeans negro, una camiseta blanca y unos lentes oscuros.

Y, dirán, ¿lentes oscuros en días nublados?

Ya te digo por qué. Por la jodida resaca universal que debía tener. Respiré profundo y me acerqué a él.

—¿Qué haces frente a mi casa tocando el claxon como un antisocial?

Él solo me observó de arriba abajo y dejó mostrar su perfecta sonrisa de cínico.

—Buenos días para ti también, Nerea. Me encuentro bien, gracias por preguntar.

¿Será insolente?

—¿Buenos días? —repliqué mientras él solo me seguía observando cruzado de brazos—. Para mí ya no son buenos, ¿cómo es que precisamente tú eres quien viene a recogerme?

—Buena pregunta. Quiero que sepas que dejé a una escultural rubia —formó con sus manos la forma de un reloj de arena imitando al cuerpo de una mujer—, jadeando en mi cama porque Derek me llamó pidiéndome que llevara a su noviecita a la universidad.

—El detalle de la escultural rubia te lo reservas. —Imité el gesto que él hizo con sus manos—. Tu vida privada no me interesa.

—¿Te han dicho alguna vez que por la mañana te vas más desaliñada de lo normal?

Nerea, no contraataques.

«No contraataques, no contra...»

—Eres un ególatra, un estúpido, un idiota. —Solté a más no poder. En cambio, él solo se reía—. Ni pienses que me voy a ir en ese auto contigo, ¿sabes qué? Me voy andando.

Giré sobre mis talones y empecé a caminar. Yo no estaba obligada a aguantar a ese idiota. Prefería ir andando a la universidad.

—¡Nerea! —Había empezado a llamarme, aún lo podía escuchar riendo por lo bajo—. ¡Nerea, no seas infantil!

Sentía sus pasos acercándose detrás de mí.

—¡Nerea, vuelve!

Yo caminaba más rápido que ladrón huyendo de la policía.

—¡¡Nerea!! —Me había atrapado con su brazo y me giró tan fuerte que mi pecho chocó contra el suyo.

—¡Suéltame! —Me sostenía de la muñeca. No tan duro como para lastimarme, pero si lo suficiente para evitar que me escape—. ¡Ni pienses que voy a estar en ese mismo auto contigo!

—No seas infantil, Nerea. Vamos, sube al coche. Aún el sol no ilumina lo suficiente y la universidad está lejos.

—¿Ahora te preocupas por mí? Ni loca voy a subir a ese auto.

—Estoy perdiendo la paciencia, Nerea. Sube al auto. Si te dejo ir sola y te pasa algo, no voy a vivir con eso en mi conciencia. Vas a entrar por las buenas o por las malas.

La verdad es que todavía era muy temprano como para ir andando sola, y el día estaba nublado, pero no.

Estar en ese auto con él, para mí era más peligroso de lo que me pudiese pasar en el camino.

—¡Te dije que no voy a entrar!

—¿Ah, no? Por las malas, entonces.

¿A qué se refería por las ma...?

—¡AHRG, Alexandre! ¿Qué haces? Bájame, ahora mismo.

Me había tomado en su hombro como un costal de papas. Yo no paraba de patalear con mis piernas y mis manos. Me sostenía como si de una pluma se tratase.

—Te dije que ibas a entrar a ese auto.

Yo continuaba pegándole, pero era como golpear a mano descubierta un tronco de árbol, imposible.

—¡Alexandre Hilton, te ordeno en este instante que me bajes!

Ya me estaba empezando a doler la cabeza por la incómoda posición que me sostenía.

—Tengo que admitir que decir mi nombre completo te da cierto aire de autoridad, pero lamento informarte que yo no recibo órdenes de nadie.

—¡Eres un idiota!

—Ahora por insultarme no te voy a bajar hasta que me lo pidas amablemente.

La suerte era que la calle estaba solitaria. Si alguien viera esta escena me moría de la vergüenza.

—¿Ah, sí? —Reí como pude. Si viera aquella situación en una peli, sin duda me partiría de la risa—. Pues vamos a estar así todo el día porque no pienso utilizar palabras amables contigo, idiota.

Aunque mi cara no hacía contacto con la suya pude oír que sonreía.

—Querida Nerea, con mi condición física puedo aguantarte por más de diez minutos seguidos. Ahora la pregunta es, ¿aguantarás tanto tiempo con la cabeza hacia abajo?

¡Ugh!

Llevaba razón. Con esos músculos y ese deseo de fastidiarme, claro que no iba a bajarme sin antes hacer lo que él quería.

Esta posición no era para nada agradable.

—¡Alexandre, bájame!

—Yo en tu posición consideraría lo de pedir las cosas amablemente, ¿qué crees que pensará Rose si desliza la cortina y ve esta escena tan comprometedora con el amigo de tu novio? —replicó con ese sarcasmo digno de darle un guantazo.

¡Rose! ¿Cómo no lo pensé antes?

Estábamos armando todo este lío frente a la casa de la tía de mi novio.

—Ya..., vale ya. Voy hacer lo que tú dices.

—Soy todo oídos.

Sabía que él iba a disfrutar ver como me tragaba el orgullo que me quedaba.

—Alexandre, ¿crees que si no es mucha molestia podrías bajarme de tu hombro?

Lo oía reír y mover su cabeza de lado a lado.

—¿No se te olvida algo?

Señor, dame paciencia.

—Por favor.

Acto seguido, me bajó lentamente. Yo tenía las mejillas ardientes por la incómoda posición a la que había estado sometida. Me acomodé el pelo y la camiseta.

—Ves como no era tan difícil. —Lo miré incrédula frunciendo mi ceño—. Ahora entra a ese auto, calladita sin formar tanto alboroto.

—Alexandre, te estás pasando. A mí tampoco me gusta recibir órdenes de nadie.

—¿En serio? ¡Qué raro! No lo había notado.

—Deja la ironía. Voy a subir a ese auto solo para terminar de una vez por todas con esta payasada.

Subí a ese maldito coche ocupando el asiento del copiloto. Él lo abordó inmediatamente, tocando ese botoncito de su izquierda que bloqueaba todas las puertas.

Al instante, notó mi mirada asesina.

—Es solo para asegurar de que no te tires con el coche andando. —Se iba acerando lentamente. ¿Qué iba hacer?—. El cinturón.

Mientras abrochaba mi cinturón de seguridad, nuestros rostros quedaron a centímetros. Su respiración era pesada y mentolada.

Se había despojado de los lentes permitiéndome detallar sus ojos, eran como un jodido agujero negro que absorbía todo lo que veía.

—A-Aleja tu cara de la mía —susurré como pude.

—Con mucho gusto, Nerea —respondió con un susurro parecido al mío—. Tampoco me apetece estar cerca de ti.

Me observó por varios segundos. Se alejó y puso el coche en marcha.

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