1."Odio esta isla"

Mi cuerpo no reaccionaba.

Lo único que sentí fue sus labios sobre los míos. Se abrió paso a través de mi boca, desesperado y agresivo, como si quisiera fusionar dos metales. Logré reaccionar segundos después, y le estampé mi mano contra su mejilla.

¡Auch, mis dedos escocieron después de eso!

No pude creer lo que había sucedido. El muy egocéntrico me besó sin previo aviso.

—¡¿Qué diablos haces?! —grité como si el demonio se hubiese apoderado mi cuerpo.

Nos observamos unos segundos. Segundos, que bastaron para predecir que toda la tranquilidad que había vivido desde que llegué a Villa del Mar, solo era la calma que precedía la tormenta.

Una peligrosa tormenta.

~•~•~•[•••]•~•~•~

Meses antes.

El cálido roce de los rayos del sol impactó sobre mi rostro. Pequeñas gaviotas surcaban el cielo, clara señal de la cercanía de la costa marina.

Ahí estaba yo, después de un largo y exhaustivo viaje en avión, en el asiento delantero del coche que alquiló mi madre, asimilando la idea de que dejaba atrás a mis amigos, a mi casa, a mi universidad, y en general..., a mi vida.

—Nerea, ¿te encuentras bien?  —cuestionó mientras conducía.

Llevaba todo el viaje con mi cabeza recostada a la ventanilla, mirando a través del cristal.

Lara O'Connor, mi madre, era una prestigiosa chef de cocina con una red de restaurantes bastante exitosa. Abrió un nuevo establecimiento en una pequeña isla llamada Villa del Mar. ¡En serio! No sabía que existía en el mapa. Al parecer, era un lugar frecuentado por el turismo, debido a sus exóticos paisajes y la exquisita cultura culinaria que poseía.

Ella no dudó en expandirse hasta este sitio. Era una oferta bastante tentadora. Con un gran flujo turístico, sus exitosas recetas podrían ser degustadas por personas de diferentes culturas.

—Odio esta isla —expresé mirándola por primera vez en todo el viaje.

—Me duele que te sientas así, pero no puedes odiar algo sin antes conocerlo. Es una excelente oportunidad para hacer nuevas amistades y respirar otros aires.

—Yo no estoy interesada en hacer nuevas amistades, ni respirar otros aires. Quiero a mis amigos, a mi casa, a mi escuela. ¡A mi vida, mamá! Esa que dejamos a miles de kilómetros de esta maldita isla.

—Nerea, tampoco es el fin del mundo —alegó mi hermano, el cual, llevaba todo el viaje con el móvil en la cara, probablemente revisando cuantos likes tenía su último post—. No le hables así a mamá, ella solo quiere lo mejor para nosotros.

Mi mellizo era de ese tipo de chicos que unos buenos músculos y una cara bonita le hacía tener miles de seguidores. Las chicas babeaban por él. Y sí, debía admitir que el jodido era guapo. Un poco tonto, eso sí, y fastidioso también, pero guapo.

—Brandon, tu hermana tiene razón. No es fácil mudarnos, pero es temporal. Solo hasta que el local pueda manejarse perfectamente sin mí. Después, dejaré a alguien de mi confianza para que supervise todo y regresaremos a nuestra vida de siempre.

Nuestra madre había sido todo para Brandon y para mí. De mi padre no sabía nada. Según mamá, él nunca supo que ella había quedado embarazada en aquellas vacaciones. Eran muy jóvenes. Aquel amor de verano había traído consigo el nacimiento de un par de mellizos.

Había sido nuestro soporte. Este era el momento de apoyarla, y era consciente que mi actitud egoísta no ayudaba en nada.

—Mamá, lo siento. No quise hablarte de esa manera —musité con tono arrepentido—. Sé que tu carrera profesional es muy importante.

Necesitaba de nuestro apoyo. A fin de cuenta, ella había hecho incontables sacrificios por nuestro bienestar.

Supe que habíamos llegado cuando sentí el coche detenerse. Brandon y yo solo habíamos visto la casa por fotos, y aquí era cuando aplicaba la frase: La realidad superó las expectativas; era realmente idílica.

A primera vista, te saludaba un jardín amplio de un césped pulido y una flora exquisita. La fachada era de color blanco. Tenía grandes ventanas de cristal que le aportaban al interior una iluminación natural digna de una buena selfie.

La arquitectura trascendía la elegancia, con ligeros toques contemporáneos.

Poseía dos pisos, en el nivel superior se encontraba los dormitorios y cuartos de baño. La cocina era lo que más enamoraba, ese era el lugar favorito de mamá. El patio trasero poseía una gran mesa de comer, merecedora de una reunión familiar los domingos en la tarde.

Era perfecta.

—¡Pedazo de casa! —exclamó mi hermano mientras se lanzó en uno de los sofás de la sala.

—Y a ti hija, ¿qué te parece? —Mi madre indagaba en mi rostro algún signo de aprobación.

No podía decir lo contrario, el entorno era magnífico. Transfería vibras de verano. Era espaciosa, pero acogedora a la vez, de esos sitios perfectos que buscaban las familias para irse de vacaciones.

—Es preciosa, mamá. —Eso era algo esencial. Sentirte cómoda en una casa, la cual no era a la que estabas acostumbrada, era muy tranquilizante—. Mientras estemos los tres juntos, ya es suficiente para mí.

—Te amo, hija. Tú y tu hermano son todo para mí.

A todas las situaciones que te imponía la vida, era un deber buscarle su lado positivo.

No podía negar que cierta parte de mi corazón aún estaba triste por dejar atrás lo que había sido mi vida durante veinte años, pero ya no quedaba otra opción más que resignarse a la idea de que esta era una nueva etapa en mi vida y en la de mi familia.

Después de una larga tarde desempacando maletas y ubicando las cosas en su sitio, he de admitir que es la peor parte de mudarse. Ya pasaban las seis, cuando sonó el timbre de la puerta, algo bastante raro ya que aún no conocíamos a nadie en este sitio.

Bajé las escaleras para ver de quién se trataba. Mi madre ya había abierto la puerta, dejando ver la silueta de una señora ligeramente cincuentona.

—Buenas tardes. Mi nombre es Rose Harrington, su vecina. Mucho gusto —enfatizó estrechando la mano de mi madre, en señal de buena cortesía—. Disculpen que me haya presentado de esta manera en su casa, pero estaba ansiosa de conocer a mis nuevos vecinos.

Rose reparaba todo el lugar con esmero. Se veía a leguas, que era de esas señoras cotillas que no se les escapaba ni un chisme.

—Buenas tardes. Soy Lara O'Connor, el gusto es mío. Por favor, pase. Le presento a mis hijos, Nerea y Brandon.

—¡Brandon, suelta el móvil, por favor! —exclamé en señal de reproche.

Brandon pegó un brinco debido al codazo en el estómago que le proporcioné.

—L-Lo siento mucho —tartamudeó con falta de aire—. Es un placer conocerla, Rose. Es usted una mujer muy encantadora.

La belleza de Brandon no pasaba desapercibida, ni siquiera para las mujeres de la casi tercera edad.

—El placer es mío, jovencito. Tú sí que eres un encanto.

¡Agh! Tanto exceso de dulzura me causaría diabetes.

—Mucho gusto, Rose. Soy Nerea, la melliza del encanto. —Mi tono sarcástico le provocó a mi madre una sonrisa.

—Encantada, Nerea. Quería invitarlos a comer. Imagino que debido a la mudanza deben de estar agotados para hacer la cena. Tómelo como un gesto de bienvenida, de parte mía y de mi esposo.

¿En esta isla era costumbre invitar a desconocidos a cenar en su mesa?

—Rose, es muy amable —alegó mi madre apenada—, pero no debe molestarse.

—¡No aceptaré un no por respuesta! Los espero a las ocho. Mi sobrino también estará presente, podrán conocerlo.

Mi madre, la cual era incapaz de hacerle una negativa a nadie, expresó:

—Gracias, Rose. Ahí estaremos.

Acto seguido se marchó, acomodando su cabello como toda una dama de la corte inglesa. Era notable que Rose era una mujer insistente. Negarnos a su invitación era misión fallida.

—Creo que no deberíamos ir —sentencié—. No los conocemos, y si son de esa gente rara que nos secuestra y nos mantienen en un sótano antes de matarnos.

Brandon estalló en una risa audiblemente molesta:

—Mi querida melliza está viendo muchas películas.

—¡Nerea O'Connor, no seas exagerada! —exclamó mi progenitora—. Ya sé que no los conocemos, pero se ve buena persona. Será una excelente oportunidad para socializar con nuestros vecinos.

Algo me decía, que esta cena no iba a ser tan relajada.

•••

Unas horas después, nos hallábamos frente a la puerta de Rose. Yo, con un vestido azul celeste que se ajustaba a mi busto y descendía hasta la mitad de mis piernas; complementado con sandalias de tacón discreto, y mi larga cabellera castaña de bucles naturales.

Después del tercer timbre, Rose abrió la puerta principal:

—¡Oh, adelante! Es un placer que hayan aceptado nuestra invitación. —Un señor con fibras capilares canosas fulguró ante nuestra visión—. ¡Anthony, ya están aquí nuestros vecinos!

El señor se acercó con un extraño delantal de flores amarillas.

—Soy Anthony, el esposo de Rose. Disculpen que no haya ido a darles la bienvenida, estaba adelantando la cena.

—No se preocupen. Mi nombre es Lara. Ellos son mis hijos, Nerea y Brandon.

¿Es normal que las madres hablen siempre por uno? Como cuando vas a una consulta médica y dejas que ella explique tu padecimiento.

—Encantado. Tomen asiento, por favor. —Nos indicó Anthony, con ese delantal de abuelita.

En el hogar de los Harrington emanaba un aire familiar que tranquilizaba. No sé si era el olor a lavanda o el inconfundible aroma de comida casera.

—Esperamos a nuestro sobrino que estará por llegar, es el hijo que Anthony y yo nunca pudimos tener.

En ese instante, la puerta principal se abrió, deslumbrando mis pupilas, ante la vista. ¡Madre del amor hermoso, dioses del olimpo y modelos de Calvin Klein!

Pero, ¿qué es esto que veían mis ojos?

Un morenazo metro ochenta, jodidamente sexy, y con los ojos más verdes que había visto. Cuando se percató de mi presencia me observó, congelándose por unos segundos.

—¡Oh, hijo! ¡Qué bueno que llegas, adelante! —Lo recibió Rose, estrechándolo con un fuerte abrazo—. Te presento a nuestros nuevos vecinos. Ellos son, Lara y sus hijos, Brandon y Nerea.

—Buenas noches. Soy Derek Harrington —expresó con un tono ronco extremadamente sensual.

Derek "Bombonazo" Harrington, querrás decir. Por favor, Nerea. Vuelve a tus cuatros sentidos, ¿o eran cinco?

¡Ay! Ya no sé ni lo que pienso.

Derek estrechó cordialmente la mano de mi madre y la de Brandon, e intercambiaron pequeñas palabras. Por último, se posicionó delante de mí. Llegaba apenas un poco más arriba de su hombro.

<La estatura que moja bragas, Nerea>

Suprimí esos pensamientos impuros, pero lo que hizo a continuación no ayudaba a disiparlos.

Depositó un beso en el dorso de mi mano. Creía que gestos como ese habían pasado de moda para los jóvenes de mi época. Sinceramente, me fascinó. Fue un claro signo de respeto y caballerosidad, además de que lucía como un condenado dios nórdico.

—Nerea —arrastró mi nombre.

Estreché su mano, de manera titubeante:

—Derek.

—¡Por favor, pasemos a la terraza! —alentó Rose como una digna maestra de ceremonias.

El sitio parecía sacado de un cuento de hadas. La decoración aportaba al lugar un aura mágica. Con una inmensa mesa de caoba rústica, que seguramente se empleaba para numerosas cenas familiares. El césped se hallaba cortado perfectamente. Cientos de lucecitas blancas adornaban la cerca, alrededor del patio trasero. Aunque no era época navideña, le atribuía al lugar una vista deslumbrante.

Complementado, además, con diversas plantas; entre ellas: lirios, margaritas y rosas de múltiples colores. Percibí un sabor exquisito que inundó mis fosas nasales, reconocí la fuente del aroma único y embriagador de los jazmines.

—Rose, tiene una terraza hermosa. —Yo me volvía loca por las plantas—. No conozco la casa completa, pero esta debe ser la parte más bonita de todo el lugar.

—Mi esposo Anthony es quién mantiene este lugar así de hermoso, tiene talento para la botánica.

En un momento de descuido, noté que Derek me desnudaba con sus orbes de esmeraldas. Cuando lo pillé mirándome, imaginé que giraría la cabeza, pero no fue así.

Al contrario, intensificó más su temple penetrante.

—¿Te molesta que me siente a tu lado, Nerea? —susurró a mi espalda.

—¿Por qué tendría que molestarme?

Sus labios se curvaron en una peligrosa sonrisa, mostrando su perfecta dentadura de porcelana recta.

—Me alegra eso, porque la parte que más voy a disfrutar de la cena es tenerte a centímetros de mí —musitó acercándose—. Lo voy a disfrutar tanto, incluso más, que a la comida, y eso que mi tío Anthony tiene manos de ángel para la cocina.

¿Era impresión mía o este chico me estaba coqueteando?

«Nerea de mi vida, ¿eres o te haces»

¡La voz de mi subconsciente!

—¿Es impresión mía o me estás coqueteando?

¡No puede ser! ¿Lo dije en voz alta?

«Bravo, Nerea. Aplausos para ti»

—No es impresión tuya, te estoy coqueteando. —Abrí mis ojos como platos.

—Eres directo como la flecha de un indio.

Nuestra conversación pasó desapercibida para el resto de los integrantes de la mesa.

—Y tú eres mi prototipo en toda la regla.

No pude evitar reírme junto a él.

—¿Sabes que esas frases ya están gastadas?

—La mejor manera de conquistar es hacerlo a la antigua. Lástima que no tenga un corcel a la mano, ni una rosa en la boca, porque vencería al dragón para rescatarte del castillo.

Tuve que silenciar mis dientes contra la palma de mi mano. Él solo sonreía, sabiendo que me agradaba su sentido del humor.

—Creo que naciste en el siglo equivocado, porque ya no existen las princesas que necesitan ser rescatadas.

—Pero existen las jovencitas que aún les gusta el cliché.

Nuestra guerra de frases me estaba excitando.

—No eres mi tipo, caballero del siglo diecinueve.

Esta vez se acercó más de la cuenta:

—Caerás, princesa del siglo veintiuno.

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Nota de autora:

Bienvenidxs sean queridos lectores. Si estás leyendo esta nota es porque probablemente leíste este primer capítulo, te quiero dar las gracias por eso.

Mi nombre es Daniela, y jamás creí tener la suficiente valentía para publicar esta historia.

Probablemente, encuentres algún error de redacción y faltas de ortografía, pido disculpas por eso.

Desordenas mi vida surge de mi imaginación, cualquier parecido con la realidad u otro libro es pura coincidencia. Sean libres de comentar lo que deseen, todo comentario será respetado.

Gracias a todos. Con mucho amor,

Daniela Ballart.

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