Capítulo 3: ¿Sera Gay?
—Pero ¿él abusó de ti, o te toco? —arrugó Sandra su cara.
—No, nada de eso. Era en la forma en la que me miraba. Era… muy centrado, incluso intenso… y joven. Muy joven, para ser… —guarda silencio.
—Para ser, ¿Qué? —pregunta curiosamente frunciendo el ceño.
—El controlador de todo —luego queda pensativa.
—No digo yo, con todo lo que has contado. Ha ha —se ríe—. Además, creo que en cada pregunta que le hacías te estaba coqueteando, usando doble términos. Ha ha.
—¿Qué? —resonó asombrada—. Con razón no entendía exactamente sus respuestas.
Recuesta su cabeza en el sofá nuevamente.
—Creo que deberías volver a verlo —dijo Sandra levantándose del sofá y tomando el platillo.
Helen levanta su cabeza diciendo:
—Claro que no —se levantó siguiendo hasta la cocina a Sandra—. No es mi tipo. Es muy arrogante y, además, se cree el puto amo de todo allí.
—Deberías considerarlo. Es un arquitecto joven profesional, millonario, apuesto, elegante; podría ayudarte…—decía lavando algunos platos. Helen le interrumpe:
—No voy a tener un tipo que se la pasará dándome una miraba intimidante todo el tiempo. No nací para que me intimiden —decía irritada.
—Ya, ya. Tranquila —se secaba las manos con un paño—. Al parecer, ese chico tiene experiencia muy interesante —la mira.
Helen le mira igual.
—Ay, ya no le des más vueltas al asunto —se dio vuelta para ir a su habitación—. Por lo menos salí de él, no tengo que volver más allí.
Helen se detiene en el quicio de la puerta de su habitación, se da vuelta. Docta una postura de incomodidad.
—Puedes creer, que no pude escribir casi nada de las preguntas que le hice —llevó una mano a su cara—. Qué horror —se quejó en llanto falso.
—Bueno, pues vuelve donde él —dijo guardando un sartén en una vitrina.
—Claro que no.
—Y cómo es posible que hayas hecho un viaje tan largo y no hagas logrado traer llena una hoja de simples preguntas —le miró—. Se nota lo mucho que te atrajo ese chico, ¿He? Ha ha.
Helen se le queda observando sin contestarle. Le hace unas muecas, frunce el ceño, suspira molesta y entra en su habitación refunfuñando. Sandra al ver que entró en su habitación, sonríe meneando su cabeza mientras arreglaba algunas cosas en la cocina.
8:27 de la mañana.
Helen estaba en la universidad. Mientras los estudiantes charlaban, y el maestro corregía las tareas de la investigación, Helen trabaja con su portátil, muy concentrada y tecleando frenéticamente, cuya investigación no lograda. Escribía y escribía; no se rendía por conseguir entregar su investigación con éxito.
—Joven Sander's —Helen levanta su cabeza y se le queda observando—. Tráigame su investigación —le dijo el maestro algo interesado en saber su investigación.
Helen notó su interés. Aún que, ella no había concluido el trabajo; está frenética. Se levanta tomando su portátil y baja las escaleras del salón, preocupada.
—Veamos su investigación. Me imagino que fue más sencillo que el de los demás, ¿verdad? —le sonreía.
—No tan sencillo —estaba nerviosa. Guarda silencio mientras el maestro leía su investigación.
—No me has traído lo que me esperaba que él le dijese, señorita Sander’s —le miró disgustado.
—Bueno, es que… paso algo imprevisto —se ruboriza.
—No fuiste, ¿verdad?
—Si, claro que he ido —contesto rápidamente.
—¿Y qué paso? —le lanza una fugaz mirada burlona.
—Es que… me perdí mientras hablaba y… no quería preguntarle que me repitiera de nuevo —dijo tímidamente.
El maestro le mira por encima de sus lentes, guarda algo de silencio y le dice quitándose los lentes:
—Se distrajo de su inmune atractividad, ¿verdad? —le miraba fijamente.
Helen se ruboriza aún más e inexplicablemente sus pulsaciones se aceleran. Inconscientemente se muerde el labio, el maestro no se da cuenta, pues miraba la portátil.
—Mmm… No —negó.
—No pasa nada —le mira y alza sus cejas anchas—. Es muy tenaz, controlador y arrogante… Da miedo, pero es muy carismático. Lo viste de esta manera, ¿cierto?
Helen se queda atónita, y le arden las mejillas.
—No, parada nada —sonrió negándole.
—Lo dudo —dijo levantado la portátil y entregándosela.
—¿Por qué lo dice? —pregunta curiosa.
—Ninguna mujer se resiste —se levanta y la mira.
—Y yo, ¿qué tengo que ver con eso?
—Simplemente pudo haber sido elegida, entre muchas otras chicas —le dice seriamente.
Helen frunce el ceño y le pregunta:
—Haber, no entiendo. ¿A qué se refiere?
El maestro toma un marcador permanente y dibuja algo en la pizarra. Helen lo observa. Cuando hubo terminado, le preguntó:
—¿Qué ves?
—Una figura descompuesta —respondió inmediatamente. Sabía que lo era.
—Y, ¿ahora? —preguntó agregándole algunos detalles más al dibujo.
—Un conjunto geométrico de edificios.
—Bien —la elogia dándole unas palmadas en la espalda—. Cada uno tiene un punto de mirar las situaciones y comportamientos. Considere lo que le hubo propuesto.
Helen arruga la cara, no entendiéndolo en absoluto.
—Se refiere, ¿al programa de diseño que me dijo? —preguntó dudosa.
—Pueda ser.
Helen le mira mientras borraba el dibujo de la pizarra.
—Usted quería que fuera allí, ¿cierto? —dijo algo consentida.
—No, no. Tú me preguntaste, sobre algún arquitecto para hacer tu investigación —arquea su cabeza mirándola fijamente—. Yo te di un nombre. Solo porque es un magnífico y gran arquitecto de todos. Creí que harías una mejor investigación que el de lo demás.
Ambos guardan silencio. Helen miraba hacia una esquina del escritorio del profesor, pensativa. Él le mira y le dice:
—Tome asiento, señorita Sander’s —dijo señalándole hacía el lugar de ella—. Daré su trabajo de investigación como aprobado.
Helen le mira y le da una significante sonrisa de alegría. El maestro le mira mientras andaba hacia su lugar. Luego se da vuelta, para tomar el marcador permanente y, escribir en el pizarrón.
Luego de un gran día, Helen en casa, sentada en el sofá con sus pies encima hablando con su madre que vivía en Missouri. Esa noche estaba todo en calma. Bueno, siempre lo era. Después de comer, Sandra estaba sentada en la mesa del comedor trabajando con su portátil sobre algunos artículos del periodismo.
Su madre es gerente para una empresa Fike Corporation, inc. Su padre murió hace seis años tras haber caído de un edificio en construcción de doce plantas. Era un maestro de construcción.
—Y, ¿Cuándo terminará tu carrera de Arquitectura?
Le preguntó su madre por la línea telefónica. Se escuchaban sus susurros. Helen duda unos segundos, y su madre centra toda su atención en escuchar su respuesta.
—Mm. Como en dos años, más o menos.
—Vaya, recuerdo como hoy cuando iniciaste. Je je —reía—. Y mírate ahora, ya casi logras tus sueños.
—Así es —decía mientras jugueteaba con su pelo—. Es estresante todo esto. Hacer planos, maquetas, pérdida de sueño y mucho más —suspira alzando sus cejas.
—Helen, ¿Ya conseguiste a algún chico? —dijo entusiasmada.
—Uf, ¿cómo se te ocurre eso ma? Estoy enfocada en mis estudios ahora.
—Helen, cariño, tienes que salir más. No todo es estudios. Tienes que divertirte. Ya tienes 22 años. Deberías tener un novio —decía preocupada.
—Mamá, estoy bien así por ahora, eso vendrá luego —lanzó un gruñido.
Al otro lado de la línea telefónica se escuchaba su madre hablar con alguien, dijo luego:
—Ya llegó Martín. Te dejo; hablamos luego cariño. Adiós, las amo.
—Ah sí. Me lo saludas. Adiós. También te amo —le colgó luego.
Martin era el esposo de su madre número dos, después de la muerte del padre de su esposo. La conversación entre ambas es algo breve.
Luego de haber colgado la llamada de su madre, tocaron a la puerta. Helen se levanta y abre. En la entrada estaba el novio de Sandra, Larry, con una botella de champán en las manos.
—Hola, Helen.
—Hola Larry. ¡Qué alegría verte! —lo abrazó—. Pasa.
—Y, ¿Sandra?
—Hay está —le señaló.
Sandra sale a su encuentro, y le abraza.
—Oh, mi bombo —dijo balanceándose en él y, besándolo.
—Te estaba esperando —le daba varios besos en sus labios—. No sabes las ganas que llevo por dentro hoy.
—Ya estoy aquí, muñeca —decía caminado hacia la habitación de Sandra.
Helen al escucharlo lanzaba algunos gruñidos irritada, arqueando su cabeza y ojos por igual. Luego suspira.
—Ahora volvemos, Helen —dijo Sandra mirándola sentada en el sofá mirando una novela en la TV.
—Si, sí. Diviértanse —dijo mirándolos y sonriéndole.
—¿Quieres un poco de champán? —preguntó Larry mostrándole.
—No, no. Gracias —contestó negándole con sus manos y, sonriendo.
—Ya vamos —le decía Sandra.
Helen los miraban con su barbilla apoyada del borde el espaldar del sofá, sonreía. Cuando cerraron la puerta, se había quedado seria, bajando su mirada.
Larry lleva cuadro año de amores con Sandra desde que se conocieron en la universidad. Al igual que Sandra, es profesional en periodismo. Él, algunas veces es algo mono y divertido, pero es un gran tipo. Larry es alto, ancho de hombros y musculoso, de piel india, pelo negro y ardientes ojos oscuros.
Algunas veces, Larry solía chinchar a Helen diciéndole que le faltaba la chispa de buscar novio, pero ella le decía que aún no había conocido a nadie que… bueno, alguien que le atraiga, alguien que le hiciera temblar las piernas y que le hiciera sentir mariposas en el estómago.
Helen, se dedica a leer novelas literarias sobre héroes románticos, estaba ilusionada con ellos, y por eso sus expectativas son excesivamente elevadas. Pero en la vida real nadie, nadie la ha hecho sentir diferente.
Helen se da vuelta, se queda pensativa por unos segundos y se levantaba mirando la portátil de Sandra. Toma asiento, e inmediatamente teclea “Google” y escribe “Elliot Hamilton,” teclea la tecla “Enter.”
Inmediatamente, sale una intensa e interesante biografía de él. Helen se ruboriza ensanchando sus ojos. Se inclina adelante para observar todo con detalle. Empieza a mirar las fotos, Elliot Hamilton está bien trajeado casi en todas sus fotos, juntamente a otras personas. Edificio, restaurante, puentes, museos, centros comerciales, cines, etc, estaba Elliot Hamilton representando sus diseños arquitectónicos. Helen rodaba el botón del ratón avanzando a las siguientes imágenes, eran bastantes proyectos.
Mientras se asombraba de todo, se dio cuenta que las mayorías de fotos de Elliot siempre estaba rodeado de hombres y, en algunas, aparecía con mujeres, pero él nunca cerca de ellas.
Helen frunce el ceño y se lleva un dedo índice a la boca. Se lo muerde.
—¿Será gay? —sonrió de lo que dijo—. Hola, soy el Arq. Elliot Hamilton. Multimillonario. Y, soy gay, señorita Sander’s. Ji ji. —decía con una vocecita de ardilla, muy cómicamente. Luego se río.
Sábado; y es una pesadilla estar nuevamente en la universidad. No había descanso para Helen. Cierra la puerta de su casillero, le da vuelta a su candado ruleta y comprueba que los números queden disparejos. Camina por el largo pasillo pasando entre los demás alumnos. Mientras iba hacia su aula, se encuentra con algunos de sus compañeros también estudiantes de arquitectura.
—Hey, chicos. Hola —le sonrió.
—Hola Helen —le saludan de abrazos y besos en la mejilla.
—Ya estamos tarde para las clases, apuren los pasos —decía uno de sus compañeros halando por el brazo a una chica.
—Vamos Helen, rápido —dijo tomándole del brazo.
Sus amigos eran algo locos y tenían buen sentido del humor. Caminan por el pasillo de prisa, casi corriendo. De repente, Helen alza la vista y… observa a su maestro original del aula hablar con una persona trajeada y elegante. Cuando llegan en donde están parados, sus compañeros caminan más despacio, Helen daba algunos pasos indecisos observando fijamente el rostro de aquella majestuosa persona trajeada. Él le mira, y Helen queda atrapada en su mirada de ojos gris. Elliot Hamilton, la observa fijamente.
El corazón de Helen se acelera.
—Señorita Helen. Que sorpresa volverla a ver —su mirada es firme e intensa.
Helen se queda boquiabierta, no encontrando en su cerebro palabras. Lo mira y sus ojos parecen más oscuros que la última vez que lo vio.
—Señor Hamilton —murmuro roncamente. No tuvo voz para pronunciar aquellas palabras.
Los labios de Elliot Hamilton esbozan una sonrisa y sus ojos parecen divertidos, como si estuviera disfrutando del encuentro. El profesor al mirarlo observarse dice rompiendo el mínimo silencio entre ambos:
—Bueno, veo que se conoce bien, ¿He? —le colocó su mano en el hombro de Helen. Ella le mira tímidamente intentando bajar de las nubes en la que se encontraba.
—Así es —dijo Elliot en voz cálida.
Helen levanta su mira, su corazón va a un ritmo frenético, y por alguna razón le arden las mejillas ante su firme mirada escrutadora. Elliot la miraba y la dejaba desconcertada. No solamente era guapo, sino que era una belleza masculina personificada y arrebatador.
—Bien, Helen. Entra al aula, ya empezaremos las clases.
Helen aparta su mirada de Elliot, ella se sentía como una niña delante de la presencia de él.
—Adiós —se despidió entrando al aula sin mirarlo.
—Hazla luego, señorita Sander’s —le sonrió aun mirándola entrar.
Cuando Helen entró, escuchó el murmullo de algunas chicas:
—Es muy guapo.
—Es sexy. Lo quiero para mí.
—Hay personas que dicen que es gay. Porque no le han visto con una mujer.
—¿Eso es cierto?
—No lo sé, es lo que dicen.
Helen caminaba escuchando lo que se decían. De pronto, se da vuelta y se le acerca diciendo:
—Él no es gay —dijo con algo de entusiasmo—. Solo es alguien reservado —embolsó una leve sonrisa.
Continuo su rombo hacia su asiento. Las chicas se quedaron mirándose una a la otra y se encogían de hombros.
En el momento que Helen toma asiento, se mira la mano, les temblaba un poco. Estaba nerviosa. Quizás estaba así por el ritmo en el que le latía el corazón. Trata de tranquilizarse inhalando profundamente. Luego de que hubo exhalado se tocó la pierna. Se sentía con algunas flojeras, parecían que eran de plastilina. Suspira mirando hacia el techo y relajándose completamente.
Después de que las clases hubieron concluidos, el maestro iba por el pasillo con algunos libros en mano y en la otra llevaba su bolso. Daba algunos pasos apurado.
—Profesor Capellán —le grito Helen corriendo a su encuentro.
Capellán se vuelta deteniéndose por completo. La mira. En cuanto llega, él le pregunta:
—¿Dígame, señorita Sander’s?
—Solo quería preguntarle —decía luego de haber suspirado—. ¿Desde cuándo se conocen?
—¿Te refieres a Elliot?
—Si.
Guarda un pequeño silencio mirándole y luego dijo:
—Hace seis años que Elliot era mi alumno. Y, era de los mejores —dijo orgullecido.
Helen se ruboriza y alza su entrecejo.
—¿Estudio aquí? —pregunta queriendo saber más.
—No. No solamente doy clases aquí en esta universidad. También doy clases en Portland —dijo intercambiando de un lado al otro su bolso—. Parece interesada, señorita Sander’s.
—No, no, para nada —negaba sonriéndole.
Luego se quedó seria y le pregunta:
—¿Qué hacía aquí? —frunció el ceño.
—Solo pasaba por aquí —dijo con una leve sonrisa y mirándola fijamente. Luego de algo de silencio, dijo—: Ya tengo que irme, tengo otras clases que dar señoritas Helen. Si me disculpas, nos vemos luego.
—Si, está bien. Gracias, profesor Capellán —le esboza una media sonrisa.
Capellán asiente sonriéndole igual y se marcha por el pasillo.
—¿A qué habrá venido? —murmulla Helen.
—Helen, ¿Nos vamos juntos?
Helen se da vuelta, observa quien le hablo y luego le sonríe.
—Claro, Julio.
Julio siempre ha sido un amigo de Helen de la misma asignatura y, alguien enamorado de ella. Pero, no era su tipo. Julio la abraza muy fuerte y empiezan a caminar juntos por el pasillo. Helen no se sentía tan incómoda a su lado, como se sentía con el rico, poderoso, asombrosamente atractivo y controlador obsesivo de Elliot Hamilton.
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