Capítulo 6
–¿En serio tengo que ir? –pregunté asqueada por la situación, miré a los reyes esperanzada de que negaran pero ambos asintieron, mientras que Sofía me suplicaba con la mirada. –Hay personas más capaces.
–Lo sabemos. Pero eres la elegida para salvarnos, empieza por salvar a mi hija. –comentó el Rey.
–Me está tocando las narices eso de ser la elegida, es muy cansino. –me quejé aunque no sirviera de mucho. –De acuerdo. Iré a salvar a la gruñona de vuestra hija, ¿Quién me acompañará?
–Irás con Parzival y Dana, ambos son capaces.
–¿Ellos? Parzival tiene un pase porque es herrero y algo debe de saber sobre luchar, pero ¿Dana? Ella no mata ni a una mosca.
–Ten fe en ellos. –sonrió la Reina.
–De acuerdo, regresaré con la princesa Cassandra. –me despedí haciendo una pequeña reverencia, y salí de la sala del trono.
La situación era la siguiente, al parecer tendría que ir yo a rescatar a la princesa dado que era la elegida para salvarles. Siempre pensé que tendría que ir algún príncipe o algún caballero a salvarla, no una chica que venía del futuro y que no sabía cómo usar una espada. También me comentaron que los soldados debían estar presentes en el castillo ya que parecían haber avistado al ejército del reino enemigo por la frontera entre ambos reinos.
Caminé hacia el portón principal mientras pensaba en algún plan para salvar a la princesa gruñona pero no se me ocurría nada, en las películas lo hacían ver todo muy fácil cuando en realidad no era así. Llegué al portón encontrándome con Parzival y Dana, ambos con sus armas preferidas y sus caballos con alforjas con provisiones.
Suspiré imaginándome el reencuentro. Estaba segura que Cassandra me gritaría de que era yo la que la había salvado en vez de un brillante príncipe en su caballo blanco. Que Dios se apiade del alma que se case con esa mujer.
Monté en el caballo que había preparado para mí y comenzamos a cabalgar lejos del castillo. Atravesamos el pueblo y todos los habitantes me desearon suerte, eso hizo que me diera un poco de ánimos y pensara que era posible rescatar a la princesa.
–¿Falta mucho? –preguntó Dana a los diez minutos de partir.
–¿En serio? Acabamos de salir, ¿Qué esperas? ¿Qué esté nada más salir del castillo? –pregunté con cierta ironía.
–Pues ojalá.
–Calma pequeñas damas. –dijo Parzival sonriente. –Ya que vamos a ir juntos es mejor ir en buena armonía.
–Si tú lo dices. –miré hacia atrás y observé cómo el castillo se iba haciendo cada vez más pequeño, hasta que lo perdí de vista.
Continuamos caminando por un estrecho sendero haciendo que se nos dificultara el paso debido a los extensos arbustos y raíces que sobresalían del suelo pero por suerte conseguimos atravesar el camino sin ningún problema.
Llegamos a un pueblo dónde preguntamos sobre el dragón, los aldeanos bastante asustados nos dijeron que sí y nos dijeron la dirección por la que se había marchado, e incluso nos ofrecieron algo de alimento para nuestro viaje.
Íbamos observando el paisaje cuando escuchamos un ruido que provenía de los matorrales. Rápidamente nos bajamos de los caballos y nos preparamos con nuestras armas en las manos; Parzival y yo con las espadas, y Dana con su arco.
–¿Será algún animal? –pregunté con cierto temor.
–O algún soldado enemigo, ya hemos entrado en el reino enemigo. –susurró mi amigo, sujetando el mango de su espada con fuerza.
–Será mejor ponernos en defensa.
Decidí ser valiente por un momento y me acerqué al arbusto dónde escuchamos el ruido, moví el arbusto con la punta de mi espada y un conejo salió de el, olfateó mi pie y salió corriendo hasta perderse entre la maleza. Suspiré aliviada de ver que no era algo peligroso y guardé mi espada en su funda.
–Uff, menos mal. Solo era... –no terminé cuando alguien me cogió del cuello y me puso un cuchillo en el.
–Será mejor que me digáis lo que quiero saber. –dijo una voz masculina que se me hacía conocida.
–Primero suelta a nuestra amiga. –respondió Dana, apuntándole con el arco.
–¡Ja! Eres ingenua si crees que lo haré.
Ya sé de donde conocía esa voz. Giré el cuello un poco para ver a Eros, me sorprendí al verle pero él pareció no reconocerme, estaba bastante concentrado en amenazar a mis amigos. Así que opté por lo único que se me ocurrió, le mordí la mano haciendo que soltara el cuchillo y luego le puse mi espada en su cuello, él al verme se sorprendió.
–¿Liz?
–La misma, espero que no se te ocurra hacer daño a mis amigos. –lo miré seria. –Porque te juro que te corto el cuello.
–Lo siento, yo solo intentaba buscarte. Cuando supe que te habían secuestrado te busqué por todos los sitios posibles, hasta que un comerciante me contó que te había visto en el reino enemigo. –explicó algo nervioso y bajé la espada para guardarla en su funda, la cual estaba en mi cintura bien amarrada.
–¿Conoces a este enemigo, Lizbeth? –preguntó con rabia Parzival.
–Así es, es mejor que bajéis las armas. No os hará nada. –observé cómo mis amigos guardaron sus armas a regañadientes. –Chicos. Él es Eros, un amigo que tenía en el otro reino. Eros, ellos son Parzival y Dana, mis mejores amigos y compañeros de aventuras.
–Parece que me has cambiado muy pronto. –dijo dolido.
–Claro, tú ven al otro reino y ya verás que bien te lo pasas para ir a verme. Tan solo te arrestarán, mandarán al calabozo y ejecutarán. –dije con sarcasmo.
–Entendí, entendí. – rectificó. –Gracias por cuidar de ella.
–No es nada. –sonrió Dana feliz de tener un nuevo amigo, aunque casi lo mata.
–¿Qué hacéis en el reino enemigo? El ejército del Rey va para el vuestro con el fin de conquistaros por ser unos traidores. –dijo Eros algo confundido.
–¿Cómo que traidores? Nosotros hemos hecho todo lo que pactamos entre ambos reinos, no hemos incumplido nada. –respondió Parzival bastante tranquilo.
–Qué raro. –susurró Eros para sí mismo.
–Ha sido un placer volverte a ver Eros, pero debemos irnos. –señalé a nuestros caballos. –La princesa Cassandra ha sido secuestrada y debemos ir en su auxilio.
–Es cierto, adiós Eros. –se despidió Dana, y Parzival solo levantó la mano.
–¡Esperad! –gritó cuando nos acercábamos a nuestros caballos. –Os ayudaré, no quiero la guerra entre ambos reinos y tal vez si os ayudo haya una tregua.
–¿Seguro que quieres ir? Podemos tardar meses. –él asintió sonriente. –En ese caso vamos.
***
–¡Corred! –grité mientras bajaba corriendo colina abajo cómo una loca. –¡No quiero morir!
–¿¡Por qué demonios has tenido que despertar a la mantícora!? –le gritó Eros a Dana, esta se puso a reír. –¿¡Y te causa risa!?
–Me estoy riendo por el miedo que tengo.
–¡Lizbeth eres líder! ¡Haz algo! –me gritó Parzival.
–¡Nunca he querido ser la líder! ¿Por qué tengo que ser yo? –pregunté mientras saltaba un tronco que había en el camino, escuchaba el rugido de la bestia cerca de nosotros.
–¡Eres la elegida! –dijo Eros poniéndose a mi lado.
–¡Me importa una mierda ser la elegida! Yo solo quiero recuperar mi vida normal.
–¿Y esto no es normal? –preguntó Dana confundida.
–¡No! –chillé asustada.
–¡Esto es tú culpa, Dana! ¡No debiste acercarte a la mantícora que estaba durmiendo y abrazarla! –se quejó Parzival mientras veía a su amiga.
–¡Qué la líder haga algo! –chilló mi amiga.
La situación había sido la siguiente. Paramos en un claro que había entre medio de los árboles para que los caballos pudieran descansar sin notar que al lado nuestro había un nido de una mantícora, y a Dana sólo se le ocurrió acercarse a la criatura para acariciarla, ya que según ella le hacía ilusión. La cosa terminó con la mantícora despierta, los caballos huyeron con parte de nuestra comida y nosotros corriendo colina abajo, intentando salvar nuestras vidas.
Escuchamos un ruido cerca nuestro y de entre la maleza la mantícora salió, esta vez corrimos más rápido, ahora la teníamos detrás de nosotros. Todos empezamos a chillar, Eros comenzó a recoger piedras mientras corría y se las lanzaba, pero eso la enfadó aún más.
–¡Si muero te culparé a ti, Dana! –grité corriendo más rápido, aunque ya me dolían las piernas y me empezaba a cansar, lo mismo sucedía con mis amigos.
–¡Eso no es posible! ¡Por qué moriré contigo! –me gritó asustada.
–¡Ay Dios!
Llegamos a las faldas de una montaña donde no había salida, la mantícora nos tenía atrapados. La criatura comenzó a caminar hacia nosotros a paso lento pero amenazante al mismo tiempo que gruñía enseñando sus afilados dientes. Dana sacó el arco para dispararle pero al estar tan nerviosa falló el tiro.
–Vamos a morir. Y todavía no le he dicho a la princesa Cassandra lo mucho que la odio. –sollocé.
La mantícora se abalanzó sobre nosotros pero una segunda flecha le dio en la cabeza, quedándose atravesada en esta. El animal cayó al suelo inerte y nosotros miramos a nuestro salvador, en este caso salvadora.
La figura de una persona encapuchada salió de su escondite quedando en frente de mi.
–Parece que nos volvemos a ver, Lizbeth. –sonrió la chica que conocí en el bosque, practicando con su arco.
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*Mantícora en multimedia.
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