Capítulo 5

Comencé a despertarme y lo primero que noté fue que la cabeza me dolía bastante, era cómo si alguien me hubiera pegado con un bate de béisbol. Cuando abrí los ojos pude ver la silueta borrosa de alguien delante de mi cara, no sabía quién era pero parecía familiar. Al final la reconocí y no pude evitar gritar asustada al ver se quién se trataba, y la princesa Cassandra se echó hacia atrás asustada por mi reacción.

–¿Por qué gritas de esa manera? –me preguntó molesta.

–¿Y tú qué hacías tan cerca de mi hermoso rostro?

–Estaba comprobando a ver si te despertabas, y no tienes un hermoso rostro –se cruzó de brazos mientras me miraba más tranquila. –Tus amigos han venido a verte, están preocupados. Has estado un día inconsciente.

–¡Ya me acuerdo! –me levanté rápido de la cama haciendo que me mareara un poco pero lo ignoré, y Cassandra me veía algo confusa por mi reacción. –Vi un dragón en la ventana.

–Creo que estás delirando, los dragones no existen.

–Sé lo que vi, debo decírselo a tú padre –dije horrorizada. Sin esperar su respuesta salí corriendo de la habitación para encontrarme a varios guardias por los pasillos, estos me miraban sorprendidos ya que seguía con el camisón.

Corrí por los pasillos hasta que llegué a la sala del trono, allí se encontraban sus majestades y ambos me miraron confusos por mi repentina reacción y por cómo iba vestida, aunque eso era lo de menos en estos momentos.

–Majestades. –ellos me miraron atentos. –He visto un dragón.

–¿De verdad? –preguntó el Rey interesado.

–El otro día, por eso me desmayé. Estaba en mi alcoba viendo el paisaje cuando vi un dragón enfrente mía –dije recordando el suceso, aunque ahora parecía gracioso.

–Los dragones hace siglos que se extinguieron. –comentó la Reina. Eso significa que sí existieron –Pero hace años que nadie ve un dragón, muchos creen que han desaparecido.

–Prometo que vi un dragón.

–Si eso es cierto, tal vez deberíamos aumentar nuestra defensa. No sólo deberemos protegernos del reino enemigo, sino también de los dragones si nos llegaran a atacar. Ya que eres la elegida será mejor que empieces a aprender a luchar.

–Espera, ¿yo? –el Rey asintió complacido. –Pero si no sé ni matar a un cucaracha, ¡Cómo queréis que aprenda a luchar!

–Es por eso que nuestro General te enseñará, es el mejor que tenemos en todo el reino. Él te enseñará bien.

Al terminar de hablar con ellos sobre cómo sería mi entrenamiento, regresé a mi habitación para vestirme con unos pantalones de cuero, unos botines, y una camisa grisácea con un chaleco hecho de piel. Salí de la habitación para ir a desayunar, mientras andaba hacia la cocina pensé en que tenía que aprender a luchar. El ejercicio físico nunca había sido mi fuerte, y no creo que mejorara aprendiendo a luchar cuerpo a cuerpo.

Cuando llegué a la cocina me encontré con Sofía desayunando y las cocineras comenzaron a prepararme un desayuno especial para empezar bien el día. Me senté al lado de la pequeña princesa mientras empezábamos una conversación bastante animada.

–¿Cómo te va con mi hermana? –preguntó de repente haciendo que me atragantara.

–¿Perdona? –dije anonadada.

–Se ve a lo lejos que os gustáis. –sonrió.

–Ella no me gusta, es más, nos odiamos. No sé que le he hecho pero no congeniamos.

–Mmm. –me miró con cara de que no se lo creía pero siguió comiendo y no me reprochó nada.

Está loca si cree que me gustará su hermana.

***

–Vamos, Lizbeth. Sólo tienes que levantar la espada del suelo, no es tan difícil. –dijo James, mi instructor. Él era el que me iba a enseñar a luchar. –Ponle ganas.

–Si ganas le pongo. –dije intentado levantar la espada del suelo, pero era imposible. Era como intentar levantar el martillo de Thor.

James me había dado una espada para probar a manejarla, pero nada más cogerla se me cayó al suelo haciendo que me chafara un pie. Conseguí sacar el pie de debajo de la pesada espada pero no podía levantar la espada, muchos soldados miraban y se reían, sobre todo el novato al que casi ahorqué.

–Tal vez sea muy pesada para ti. –comentó James, cogiéndola como si nada y dejándome cómo una debilucha.

–No me digas. –respondí con algo de sarcasmo, él me miró raro y le saqué la lengua. –¿No tienes alguna más liviana?

–Se lo tendré que preguntar a Parzival, él vendrá hoy con nuevas armas. Espero que entre ellas tenga la indicada para ti. –dijo pensativo y luego me miró divertido. –Por ahora descansa, parece que hayas corrido detrás de un jabalí.

Podía notar cómo mis mejillas ardían, seguramente tendría la cara roja cómo un tomate, también estaba sudando bastante por el esfuerzo que hice intentando quitarme la espada de encima y luego levantarla, sin éxito. Anduve temblorosa hacia un pozo que había en el patio de armas para refrescarme, subí el cubo y me enjuagué la cara con el agua recogida de la lluvia. Aproveché para mojarme la nuca y parte del cuello para refrescarme, también bebí un poco de agua y regresé con James.

–Eres más débil de lo que creí. –dijo una voz que conocía muy bien. Me giré y ahí estaba, Cassandra. –Hasta un niño lo haría mejor que tú.

–Si tan lista te crees, inténtalo tú. –le reté.

–No pienso tocar una espada tan oxidada y en mal estado, a saber cuanta gente la habrá tocado. –dijo con asco. Mira que es tiquismiquis.

–Al igual que la comida que te preparan. –sonreí victoriosa.

–Eso es distinto.

–Como digas.

Un silencio algo incómodo nos invadió y ambas nos mirábamos sin decir nada hasta que Cassandra suspiró y se dio la vuelta para marcharse. Me iba a marchar por el camino contrario pero vi cómo se tropezó, y antes de que cayera al suelo corrí hacia ella, quedando Cassandra encima de mi. Suspiré algo adolorida por el golpe en la espada pero eso ahora no importaba, cuando la miré noté que nos habíamos caído en una postura algo comprometedora.

–¿Estás bien? –pregunté esperando que no se hubiera hecho daño.

–Si, pero no me toques con tus manos sucias. –se levantó de encima de mí en segundos con las mejillas algo sonrojadas.

–Como quieras, solo intentaba ser amable y servicial –me levanté bajo su atenta mirada.

–Puedes servicial acabando con el reino enemigo. –dijo seria. –Y poniendo fin a esta guerra.

Cassandra me miró por unos minutos antes de dar la vuelta y marcharse hacia el jardín interior. Esta mujer sí que tenía un carácter fuerte, a ver quién se atrevía a llevarle la contraria. Me quedé mirando por dónde se había ido hasta que escuché cómo alguien me llamaba, al girarme me encontré con Dana y Parzival, ambos corrían hacia mi con sonrisas en sus rostros.

–He escuchado que tienes problemas para usar la espada. –dijo Parzival, sacando una espada de su bandolera. –Esta es la última que he forjado, está hecha de materiales fuertes pero livianos. Perfecta para ti.

La cogí y era cierto, se veía resistente pero era fácil de manejar. Perfecta para mi, le agradecí y practiqué un poco con Dana, para mi sorpresa ella sabía manejar muy bien la espada. James le pagó a Parzival por todo el cargamento que había traído y mi amigo le agradeció con una gran sonrisas.

James estuvo enseñándome como manejar la espada y también las distintas posiciones que había. También me enseñó cuerpo a cuerpo sin ningún arma; a su vez corrí, salté e hice de todo para estar en buen estado físico. Aunque al principio costara bastante que estuviera cinco minutos corriendo ya que me faltaba el aire y caía al suelo jadeando, pero al final lo logré.

Dana se puso a practicar con la espada de James, que era bastante pesada y la clavó en el suelo, manteniéndose en esa posición. Practicaba con la espada con mi instructor pero en un mal movimiento, golpeé la espada que mi amiga había clavado en el suelo haciendo que cayera en mi pie, y haciendo que me quejara.

–¡Ahh! –pegué un blinco y me cogí el pie mientras saltaba. –Cómo duele.

–Lo siento, Liz. Ha sido sin querer –dijo Dana arrepentida.

–No pasa nada...

No seguí hablando ya que un grito me interrumpió y salimos corriendo para ver qué ocurría, parecía el de la princesa Cassandra. Corrimos hacia el patio trasero y nos sorprendimos al ver que un gran dragón de color marrón se llevaba a la princesa Cassandra entre sus garras.

–¡Lizbeth! –gritó asustada, antes de que el dragón desapareciera entre las nubes.

–Es cosa mía o ha gritado mi nombre –dije achinando los ojos y viendo por donde se habían ido.

–¡Eso qué importa! ¡Tenemos que avisar a los Reyes! –gritó James asustado. Salió corriendo mientras gritaba. –¡Han secuestrado a la princesa!

Rápidamente fuimos a la sala del trono dónde nos encontramos a James explicando todo lo sucedido a los Reyes. Estos estaban bastante afligidos por lo que había ocurrido, antes de que pudiera decir nada, Sofía se acercó a mí y me abrazó en busca de consuelo. Ella estaba llorando mientras los Reyes parecían convencidos de que había sido el reino enemigo quién había mandado al dragón para secuestrar a su hija, y ordenaron atacar el reino enemigo en cuestión de días.

–Mi hermana no está. –dijo Sofía llorando.

–No te preocupes, Sofia. La salvaremos. –sonreí a la vez que mis amigos asintieron. Al menos no estaba sola en esto.

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