Capítulo 33

Dormía tranquilamente soñando con mi antigua vida, con mi hermana y posteriormente con Cassandra cuando Dante me despertó a lo bruto al gritarme al oído, me levanté dando un chillido y por inercia llevé una mano al pecho mientras él reía divertido. Quería insultarle con palabras de mi época pero perdería la gracia ya que no sabría qué significaban, por lo que me contuve y lo ignoré para irme a desayunar.

Desayunamos con tranquilidad pero yo maquinaba alguna broma para vengarme de él, la venganza es un plato que se sirve frío, querido Dante. Estuve pensando en el tipo de anillo que le podría hacer a Cassandra, sería la primera vez que haría uno y que se lo regalaría a alguien, sobre todo a una princesa.

–Bien, es mejor que sigamos. –comentó recogiendo su parte.

–Mañana es la boda de Hans y Aurora, no quisiera perdérmela.

Ambos recogimos todos los utensilios que habíamos usado para el desayuno, recogimos las mantas y miramos que la hoguera estuviera bien apagada para no provocar un incendio. Nos montamos en los caballos, y seguimos por un sendero donde habían árboles bastante altos por ambos lados del camino.

Ojalá tuviera mi cámara de fotos o mi móvil para hacer fotos a este lugar, en el futuro ya no se veían casi parajes como estos. Todo por culpa de inconscientes que tiraban colillas o vidrios al suelo, donde luego estos hacían de lupa y se prendía fuego si el suelo estaba muy seco.

–Miras este bosque como si fuera el primero que ves. –la voz de Dante me sacó de mis pensamientos.

–En el futuro cuesta ver sitios tan bellos como este, muchos bosques han sido quemados por el ser humano. A propósito o por un descuido. –le expliqué llevando mi caballo a la par que el suyo.

–El futuro debe ser un lugar muy cruel. –dijo haciendo una mueca. –Debemos vivir el momento. El pasado, pasado está. Y el futuro ya llegará, no tiene caso preocuparse ahora por algo que puede o no suceder.

–Tienes razón. –sonreí.

Algo me dice que la Tierra se echará a perder por culpa del ser humano, y no por un meteorito. Cuando el meteorito llegue a la Tierra, esta ya estará destruida. Seguimos cabalgando durante unas horas más, y cuando el sol estaba en el punto más alto, llegamos a la mina. Donde unos guardias me recibieron, Dante habló con ellos y les dio una bolsa de dinero para que me acompañaran al interior.

–Espero que te vaya bien, Lizbeth. –sonreí al escuchar mi nombre salir de él. –Dale la enhorabuena al príncipe Hans y a Aurora.

–Se las daré, no te preocupes. Espero verte pronto, Dante. –le miré algo apenada por nuestra separación.

–Algo me dice que no será la última vez que nos veamos, adiós y suerte.

Vi como se alejaba al galope, sonreí y fui acompañada por los guardias tras bajar de mi caballo y atarlo. Bajamos por una cuesta bastante empinada y encendimos una antorcha para vernos mejor, al haber luz todos los minerales que habían en las paredes comenzaron a resplandecer.

–Todo esto es hermoso.

–Coge el zafiro y márchate. –me dijo uno de los guardias algo molesto.

Dante ya me avisó de que no les gustaban los curiosos y eran a pocos a los que dejaban entrar a la mina. Busqué un zafiro que estuviera en las mejores condiciones, lo arranqué con ayuda de un pico y lo guardé en un bolsillo.

–Ya he terminado. –el guardia asintió complacido.

Mientras subía por la cuesta uno de los mineros cayó al suelo inmóvil, intenté ayudarlo pero los guardias me negaron la ayuda. Uno de ellos lo cogió al brazo, y al salir de la cueva dejaron el cuerpo en un foso que había a unos metros con otros cuerpos.

–¿No sería mejor decírselo a su familia? –pregunté y ellos me miraron molestos.

–Es un mendigo, le daríamos dos monedas de cobre si conseguía sacar grandes cantidades de minerales. Para su mala suerte, solo ha sacado un saco. –dijo un guardia. –Ahora tendremos que buscar a otro mendigo para exprimirlo hasta su muerte, no muchos logran sobrevivir en estas situaciones.

–¡Entonces les estáis mintiendo! –exclamé furiosa.

–Que más da, ellos lo hacen encantados. A no ser que tú quieras unirte a ellos.

–Atrévete. –nos mantuvimos la mirada durante unos minutos, hasta que el guardia se alejó.

–Márchate, ya no tienes nada que hacer aquí.

Me monté en mi caballo y me alejé de allí, hablar con aquellos guardias me habían dejado mal cuerpo. Recordé que la edad media era así, cruel y dura, una época donde pocos se atreverían a vivir. No paré en ningún momento salvo para ir a hacer mis necesidades tras un árbol. Quería llegar esta noche al castillo para mañana estar lista para la boda. La noche me pilló en uno de los caminos cercanos al castillo, a lo lejos veía las luces del pueblo y sonreí.

Sonrisa que se borró al escuchar un ruido por los arbustos y que se acercaba aún más a donde estaba. Volví a cabalgar y el ruido siguió, seguí yendo al galope hasta después de unos minutos detuve el caballo. Me bajé de él, cogí mi espada con la funda y con la rienda cogida de mi mano izquierda comencé a andar con mucho miedo. Todo estuvo tranquilo y me relajé, no fue cuando escuché unos pasos detrás de mí.

–¡Ah! –grité y le di un golpe con la espada en la funda a mi agresor. –¡No sabes con quién te metes! Te voy a dar la paliza de tu vida, maldito bastardo.

Comencé a darle golpes a diestro y siniestro, él gritaba de dolor y unas manos me cogieron de la cintura alejándome de él. Me revolvía furiosa y escuché que me decía que me calmara, entonces le mordí la mano cuando me tapó la boca y le di una patada en sus partes íntimas haciendo que me soltara al instante.

–¡Liz! –gritó el segundo agresor.

–¿Eros? –pregunté confundida, unas nubes se fueron de la luna, y esta alumbró la zona, dejando ver a los supuestos malhechores. –¿Parzival?

–Te dije que no hacía falta que viniéramos. –dijo Parzival quejándose en el suelo. –Ella puede defenderse sola.

–Creo que me has dejado sin descendencia, Liz. –susurró Eros con las manos en sus partes y soltando algunas lágrimas.

–Lo siento mucho, chicos. Pero me habéis asustado, par de idiotas. –les regañé, guardándome la espada. –Deberíais haberme llamado mientras veníais, y no acercaros sin decir nada.

–Tienes razón.

Ambos se subieron al caballo, Eros hizo un gesto de dolor al sentarse y guie al caballo por el sendero. Al cabo de más o menos una hora, llegamos al castillo donde el resto de mis amigos me recibieron con ansias, sobre todo Cassandra.

–¿Pero qué os ha pasado? –preguntó Amelia con una sonrisa divertida.

–Digamos que Liz sabe defenderse muy bien. –respondió Eros todavía adolorido.

–Yo solo quiero irme a dormir, me duele todo el cuerpo. –añadió Parzival.

Ambos bajaron con dificultad del caballo, se despidieron de los demás y caminaron lentamente al interior. Los demás me miraron expectantes para que les contara que había sucedido, Dana me explicó que ambos querían ir a mi encuentro para darme una sorpresa.

Y tanto que había sido una sorpresa, pero para ellos.

–Digamos que me han asustado, y he usado la fuerza. A Eros le he dado una patada en sus partes y le he mordido la mano, y a Parzival le he molido a palos con la espada. –dije con una pequeña sonrisa.

–Pobres, iré a ver si necesitan algo. –comentó Aurora preocupada.

–Te acompaño, espero que no me hayas dejado sin hijos, Liz. –rió Dana divertida acompañando a Aurora.

–Eres alguien de temer, Liz. –me dijo Hans con una sonrisa divertida.

Todos decidimos ir a dormir, no sé que hora sería pero mi cuerpo y mente pedían cama. Al llegar a mis aposentos, me desvestí y me puse una bata que me habían regalado, cortesía de Jonathan. Me acosté en la cama, y me relajé hasta conciliar el sueño.

A la mañana siguiente unos molestos golpes en mi puerta interrumpieron mi fantástico sueño, seguía cansada del día anterior y con mucha pereza me levanté para abrir la puerta. Cómo un rayo, Dana y Cassandra entraron en la habitación, y al verme soltaron un grito de horror.

–¿Qué os pasa a las dos? –pregunté somnolienta.

–¿¡Cómo que qué nos pasa!? Pasa que va a ser la boda de Hans y Aurora, y tú sigues en bata. –replicó Dana bastante molesta.

–Pero aún queda tiempo. –protesté acostándome boca abajo en la cama.

–No queda tanto, entre que desayunas y luego te vistes perdemos mucho tiempo. Y la boda será a medio día. –dijo Cassandra viéndome seria.

–Está bien, voy a desayunar.

–Luego lo harás, ahora te toca vestirte. No te preocupes, Amelia nos ha mandado a sus mejores doncellas para arreglarnos.

–¿Qué? –dije sorprendida.

De la nada cuatro mujeres entraron a mi habitación, me sentaron en una silla y comenzaron a arreglarme el pelo y a pintarme la cara. ¡Con lo que yo odio que me maquillen! Durante varias veces retiraba la cara, pero una de ellas me doblaba la cara, y pensaba que me había roto el cuello al oír cómo crujía.

¿Qué clase de chicas son estas?

Durante unas horas, o yo lo supuse así, me peinaron y maquillaron. Luego me ayudaron a ponerme un vestido de seda con zonas de terciopelo, me puse unos zapatos que me dieron y ya estaba lista. Bajé a la sala principal con Dana y Cassandra, y vi que los demás ya estaban listos y muy bien arreglados.

–Bien, es hora de irnos. Hans y Aurora ya han ido al reino hace unas horas. –informó Eros con un traje bastante elegante. Sin faltar su fiel espada a un lado por si las moscas.

–Pero, ¿y mi desayuno? –pregunté con cara de pena.

–Luego habrá un gran banquete, allí comerás. –dijo Amelia.

Dos carruajes nos esperaban fuera; Eros, Cassandra y Amelia fueron conmigo en uno de ellos, y los demás en el otro. El cochero cogió las riendas e hizo que los caballos comenzaran a andar. Durante todo el trayecto me di cuenta que íbamos por otro camino, este era más rápido que por donde solía ir. Al cabo de un buen rato llegamos al reino de Hans, donde secuestramos a Cassandra para que no se casara con él, que recuerdos. Espero que no me reconozcan.

El carruaje se paró en frente de la iglesia que había cerca del castillo, bajamos y entramos en silencio, sentándonos en las primeras filas. En el otro banco estaban los padres de Hans, quienes veían serios la boda.

–Tengo hambre. –susurré tocándome la barriga.

–Aguántate, piensa en la comida que comerás luego. –me susurró Cassandra al oído.

Tengo hambre, eso era en lo único que pensaba.

La ceremonia comenzó cómo cualquier otra, ambos dieron algunos votos y la verdad es que ambos estaban muy guapos. En sus ojos se veía la felicidad y espero que sean muy felices juntos, el sacerdote comenzó a dar el típico sermón de siempre pero diferente al que oía en mi época, solo que este era aún más aburrido.

El estómago no paraba de rugir, y temía que se oyera en algún momento. Eso sería muy vergonzoso e inapropiado de mí parte.

–¿Alguien está en contra de esta unión? –preguntó el sacerdote a todos los presentes.

Estaba pensando en comida cuando mi estómago rugió, esta vez resonó por toda la iglesia dado que hacía eco hasta el más mínimo susurro. Todos se miraron unos a otros, las mejillas me comenzaron a arder y me hice la desatendida mirando a otro lado.

–Liz. –me regañó Cassandra por lo bajo.

Mis amigos se estuvieron aguantando la risa, unos hacían como si se rascaran la nariz y otros se tapaban la boca con la mano. Noté la mirada de Hans y Aurora en mí, los miré y evité su mirada pero conseguí alcanzar a ver su sonrisa.

–Yo os nombro, marido y mujer, podéis besaros. –dijo el sacerdote.

Cuando lo hicieron todos comenzamos a aplaudir, a mí me salían lágrimas de los ojos pero era por el hambre que tenía, mezclado con la felicidad del momento. Cassandra me miró con una sonrisa y recé porque el banquete no se retrasara mucho.

Cuando salimos todos lanzaron pétalos de rosas y aplaudían. Al terminar todos fuimos al castillo donde en el gran salón nos esperaba un gran festín, mi estómago lo notó y comenzó a rugir de nuevo. Nos sentamos cerca de los recién casados y ellos dieron el visto bueno para comenzar a comer. Cogí lo primero que veía, lo ponía en mi plato y comencé a comer con desesperación, pero con buenos modales.

–Tenías hambre, ¿no? –dijo Hans divertido.

–Sabíamos que la del estómago debías ser tú, no hay nadie más que lo hubiera podido hacer. –sonrió Aurora.

–Lo siento. –me limpié la boca con la servilleta, y los miré. –Pero me han traído sin desayunar, y obviamente esto pasaría. Es culpa de ellas.

–¡Oye! –exclamaron Cassandra y Dana al unísono.

El banquete fue exquisito, comí hasta saciarme y creo que por la noche no comería tras haberme comido tanta cantidad de comida. Los recién casados se irían a un pequeño viaje al reino de los grifos, donde Imra les guiaría encantada.

–Usted debe ser Lizbeth Jones, ¿cierto? –preguntó el padre de Hans detrás mía acompañado por su mujer.

–Así es, majestad. –hice una pequeña reverencia.

–Nos alegra que haya venido a la boda de nuestro hijo. –sonrió la reina. –Esperamos que hayan buenas riquezas entre ambos reinos.

–Así será.

Estuve un rato hablando con los padres de Hans y llegamos a algunos acuerdos, también les puse al día de todo lo que había vivido con su hijo y con su esposa. Abracé a los recién casados y el baile comenzó.

–¿Desea bailar conmigo, princesa Cassandra? –le tendí la mano como todo un caballero.

–Claro que sí, futura reina Lizbeth. –sonrió con las mejillas algo rojas.

Ambas empezamos a bailar al ritmo que los músicos tocaban, agradecía a Morgana por haberme enseñado a bailar unos días antes. Mientras bailaba con Cassandra imaginé como sería el baile en nuestra boda, sonreí con una sonrisa tonta y deseé que se acercara el día de pedirle su mano, solo espero que acepte.

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