Capítulo 29
Al caer la noche todos se refugiaron en sus casas, todo el pueblo estaba en penumbra gracias a las luces que habían en las casas, indicando que sus ocupantes estaban despiertos. Una señora nos colocó una manta encima a cada uno para pasar la noche, también intentó darnos algo para cenar pero su marido se lo impidió.
Todo estaba en silencio a excepción de algunos grillos, el pulular de los búhos o algún animal nocturno que caminaba por los arbustos. Tres personas salieron de un callejón e iban encapuchados, cuando se acercaron pude ver que se trataban de Aurora, Eros y Dana.
–No sabéis lo mucho que me alegra veros. –sonreí emocionada. –Ahora sacadnos de aquí.
–No podemos hacer eso, Lizbeth. –me dijo Aurora apenada por lo que me decía. –Si queremos que ellos confíen en ti debes quedarte aquí hasta mañana.
–Mañana nos enfrentaremos a los guardias para sacaros de aquí, por ahora será mejor que resistáis. –nos aconsejó Eros. –Tomad, os hemos traído algo de comida.
–Hacedlo rápido, hemos visto a varios aldeanos patrullar. –comentó Dana viendo los alrededores.
Comimos un pedazo de pan y una fruta con ayuda de nuestros amigos, al terminar nos desearon suerte y se marcharon por un sendero en silencio hasta que los perdimos de vista. Observé la tranquilidad del pueblo, sabía que algunos de ellos querían liberarnos pero la otra mitad deseaban entregarnos sólo por la recompensa.
El odio hacia esas personas se hizo presente y el anillo volvió a brillar de nuevo de un color rojo enfermizo, mis amigos lo miraron preocupados y me hablaban suplicando pero los ignoré, en mi mente sólo tenía la imagen de aquellos que nos vendían por dinero.
Quiero matarles. A todos.
No supe cuándo me dormí pero sí sé que ahora nos despertaron a sacudidas, los ojos me escocían como si los tuviera irritados. El anillo seguía brillando, al alzar la mirada vi que en frente nuestra estaban los soldados de ayer, todos ellos nos miraban con una sonrisa triunfal y le dieron un pequeño saco de cuero a Manuel, él celebró con sus amigos y los miré con rabia.
–Parece que nos volvemos a ver, heroína. El Rey se pondrá muy contento cuando te llevemos ante él. –comentó el guardia, era el mismo al que casi ahogué el primer día que llegué aquí. –¿Te digo una cosa? Serás ejecutada por secuestro real, la princesa Cassandra observará tu ejecución desde primera línea.
Se alejó de mí mientras reía, y eso sólo me enfadó más. La cabeza empezó a dolerme, al mismo tiempo que sentía como la picota comenzaba a sacudirse y a romperse con furia, eso llamó la atención de los aldeanos, quiénes me miraron asustados.
–¿Lizbeth? –preguntó Hans asustado por mi comportamiento.
La picota finalmente se rompió en pedazos de madera, los cuáles cayeron al suelo alertando a todos. Los soldados me miraban entre asustados y furiosos mientras que los aldeanos con temor e iban retrocediendo. Me coloqué frente a ellos mientras gruñía con rabia, alcé la mano dónde tenía el anillo y el suelo comenzó a temblar a la vez que a rescrebajarse y unas enormes raíces salieron capturando a los soldados.
Comencé a cerrar la mano y las raíces acataban mis órdenes, apretando a los soldados cada vez más haciendo que sus huesos se fueran rompiendo hasta morir, o ahogándolos. Los soldados que morían caían al suelo haciendo gritar a los aldeanos y asustando a los soldados que aún no había atrapado.
Un viento huracanado se hizo presente convirtiéndose en un huracán, llevándose consigo varias vigas de madera y algunos techos de las casas. Muchos de los aldeanos huyeron del lugar, refugiándose dónde podían. Con una sonrisa sádica miré a Manuel, él estaba junto con la mayoría de los lugareños que querían ofrecernos a los soldados, mirando los estragos que hacía con miedo.
Me sentía poderosa y capaz de hacer cualquier cosa, me sentía libre.
Coloqué la mano dónde tenía el anillo hacia arriba haciendo levitar las piedras de tamaño mediano que tenía cerca de mía hasta levitarlas a la altura de mis hombros. Sonreí con malicia y chasqueé los dedos haciendo que las piedras fueran a gran velocidad hacia ellos, clavándose en sus cuerpos y muriendo al instante. Los cuerpos cayeron inertes al suelo, y los demás miraban aterrados todo lo que hacía.
Los soldados que habían sobrevivido intentaron huir sin éxito, los atrapé creando nuevas raíces. Los atraje hasta mí y los miré con frialdad, podía sentir el miedo que sentían hacia mí. Me agaché para quedar a su altura, sonreí con malicia y apreté el agarre de las raíces a sus cuerpos, haciendo que se quejaran de dolor.
–Decidle al Rey, que se ha metido con la persona equivocada. Si quiere algo de mí, que venga él. –pronuncié sin mostrar ninguna emoción.
Los liberé no sin antes hacerles algunas heridas de gravedad y se marcharon corriendo como podían hacia sus caballos, luego cabalgaron hasta que los perdí de vista. Con un chasquido de mi mano liberé a mis amigos rompiendo las picotas sin ni siquiera mirar, ellos se acercaron temerosos a mí mientras observaban la destrucción que había creado en un momento.
Muchos aldeanos salieron de sus hogares y nos miraban temerosos. La rabia que sentía se iba disipando hasta que pude regresar a mis sentidos, ahí es cuando me di cuenta de todo el daño que había creado.
–¿Lizbeth, te encuentras bien? –Parzival me cogió de los hombros para que los mirase, y vi en sus rostros el miedo. –Liz, tú...
Sentí como perdía fuerza hasta caer desmayada en los brazos de mi amigo, lo último que escuché fueron las voces de mis amigos llamándome. Poco a poco comencé a recuperar la consciencia, el cuerpo lo sentía pesado, me moví incómoda pero sólo sentí que abrazaba algo suave.
Abrí con pesadez mis ojos, me di cuenta de que me encontraba en mi cama con otra ropa distinta. Llevaba un camisón blanco y el pelo suelto, intenté erguirme pero el cuerpo me dolía demasiado como para intentarlo, miré el techo durante un rato mientras intentaba recordar qué había sucedido.
Estuve meditando durante un rato pero no conseguí nada, sólo que me doliera más la mano. Miré el anillo que aún tenía, me lo intenté quitar con la poca fuerza que tenía pero no conseguí nada. La puerta se abrió revelando a Dana, al verme sonrió y se acercó a mi lado.
–¿Te encuentras mejor, Liz? Cuando vimos llegar a Hans contigo en brazos nos asustamos mucho, Parzival nos contó lo sucedido y Cassandra se volvió histérica, quería entrar a toda costa pero Morgana no la dejó. –me explicó con una sonrisa tímida.
–Realmente no recuerdo nada de lo que ha pasado, ahora siento que podría dormir durante un mes entero. –suspiré agotada. –¿Has dicho Morgana?
–Sí, ella vino esta mañana y nos ha dicho que te iba a dar algo que te haría sentir mejor.
Estuve hablando un rato con Dana hasta que decidió que era hora de que los demás supieran que estaba despierta. Cassandra fue la primera esta vez en entrar a la habitación, al verme sonrió y corrió para abrazarme.
No puedo negar que su abrazo me dolió pero me alegraba verla, luego me llamó inútil y que la había preocupado mucho. Me alegraba ver de nuevo a todos, pero la mirada de Hans y Parzival hacia que me preocupara por lo que hubiera hecho en el pueblo.
–¿No recuerdas nada? –negué en seguida. Ambos se miraron preocupados, y regresaron su mirada en mí. –El anillo comenzó a brillar de un color rojo y tus ojos se volvieron de color verde. Luego comenzaste a sonreír de manera espeluznante mientras acababas con la vida de esos aldeanos y algunos soldados.
–La verdad es que nos asustaste mucho, Liz. Creíamos que te había poseído un ser maligno. –dijo Hans, viéndome con preocupación.
–Sea lo que sea este anillo no lo quiero, solo me da problemas. –contesté viendo el anillo con rabia. –Ojalá me lo pudiera quitar.
–Hola Lizbeth, cuánto me alegro de verte otra vez. –comentó Morgana con una sonrisa, entrando en la habitación. En sus manos traía un cuenco con un extraño líquido en su interior. –Si lo bebes te pondrás mejor más rápido.
–¡Esto sabe asqueroso! –me quejé, tras darle el primer sorbo.
–Ninguna medicina sabe bien, Lizbeth Jones. –me reprochó.
Es peor el remedio que la enfermedad, pensé mientras bebía con desgana. Morgana hizo que todos mis amigos se marcharan de la habitación para quedarse ella cuidándome, parecía mi mamá. Sabía que la hechicera sabía algo sobre el anillo, quería preguntarle pero no sabía cómo decírselo.
–Sé que quieres preguntarme sobre el anillo. –dijo cómo si nada. Escurrió un paño y me lo colocó en la frente, el frío aliviaba el dolor de cabeza.
–¿Cómo lo has sabido? ¿¡Es por qué eres bruja!? –pregunté con curiosidad, a la vez que la miraba atenta.
–Es porque lo has susurrado en voz baja, la brujería no tiene nada que ver. –me miró con cariño. –Sí, sabía lo que iba a pasar con el anillo, y es por eso que debes controlarlo o él te controlará a ti. Como lo ha hecho antes.
–Suenas como mi mamá. –reí divertida a pesar del malestar que tenía.
–No seré tú madre, Lizbeth Jones. Ya tienes la tuya. –me reprochó seria, pero con un toque de diversión en su voz.
–En realidad no tengo madre, ni siquiera la conocí.
Morgana me miró con tristeza, me giré dándole la espalda y escuché cómo la puerta se cerró, ella se había ido. El brebaje que me había tomado iba haciendo su efecto, ahora no tenía ganas de pensar en nada, solo quería dormir.
Los recuerdos empezaron a venir a mí, comencé a recordar todo lo que había hecho bajo la influencia del anillo. Los rostros asustados de los soldados y los aldeanos se hacían presentes en mí, al mismo tiempo que intentaba olvidar.
Morgana tenía razón, debía aprender a usar el anillo para evitar dañar a los demás. Ahora lo que me preocupaba era que el padre de Cassandra se enfadara más de lo que está y viniera a por nosotros, de una cosa estaba segura, no le entregaría a su hija sin pelear.
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