Capítulo 28

–¡Ama Lizbeth! –gritó Rowan, cerca de mi rostro.

Me levanté de golpe por el susto, la miré espantada mientras ella sonreía como si nada hubiera pasado. En la cama sólo me encontraba yo, al parecer Cassandra se había levantado. Salí de la cama con algo de pereza y me percaté de que el sol estaba bastante alto, seguramente serían alrededor de las doce del mediodía.

Me vestí con la ropa de recambio que Jonathan me había regalado, y me marché hacia la cocina, acompañada por Rowan. Ella iba a mi lado hablando sin parar, sólo me enteré de las maldades que hacía mi antepasado y después desconecté mi mente.

Esta chica hablaba sin cesar, y hacía que me doliera la cabeza.

Escuché voces del patio delantero y me dirigí allí, al salir me encontré con todo el grupo que venía con nosotros, incluidos Gus e Imra. Abracé al Troll como pude pero no pude terminar mi abrazo dado que él me alzó en brazos y me apretujó en sus fuertes brazos, haciendo que se me cortara la respiración por unos segundos.

–Yo también me alegro de verte, Gus. –dije como pude, seguramente ya tenía las mejillas rojas. –Pero no podré estar contigo si me abrazas tan fuerte.

–Gus lo siente, hace tiempo que no ve a Lizbeth. –me bajó al suelo y tomé aire. Le sonreí y le acaricié un brazo.

–No pasa nada, he vivido cosas peores. ¿Cómo estás, Imra? –le pregunté a la chica.

–Bastante bien, pero creo que nos tienes que explicar todo esto, Liz. –sonrió juguetona, me dio un beso en la mejilla y entró al castillo.

–Será mejor que os explique qué ha ocurrido durante mi ausencia.

Una vez estuvimos todos reunidos en el gran salón comencé a explicarles todo lo que me había pasado, les presenté a Aurora y fue bien recibida por todos. Jun me comentó que había visto un barranco donde habían muchos materiales para reconstruir el castillo, al meditarlo unos segundos me pareció una gran idea y comenzamos con la reconstrucción.

Gus se encargaría de lo más pesado mientras que los demás haríamos el trabajo más delicado. Cassandra, Imra y Aurora decidieron limpiar el castillo por dentro mientras los demás haríamos el trabajo de campo, cómo me gusta decirle.

Con ayuda de Eros comenzamos a rellenar los huecos faltantes con las piedras rectangulares que recortaban Hans y Parzival, a base de golpes. Jun y algunos guaridas de Arturo fueron arreglando los jardines, quitando las malas hiervas que habían crecido.

–Estoy que no puedo más. –me senté en una de las piedras para recuperar el aire.

–El esfuerzo valdrá la pena, Liz. Ten fuerza de voluntad. –me animó mi amigo, con una radiante sonrisa.

-Lo haces sonar fácil cuando no lo es.

Pasamos varios días trabajando en el castillo y sus tierras, subí a una de las torres más altas para ver cómo había quedado todo, después de tanto esfuerzo. La verdad es que parecía sacado de un libro de fotografías, todos los campos de cultivo ahora eran fértiles para plantar y los muros que rodeaban el castillo y sus tierras ya estaban reconstruidos.

Las chicas no se quedaron atrás y dejaron todo el interior inmaculado, parecía que nunca hubiera sido abandonado. Rowan lloró de felicidad al ver el castillo como antaño, y la verdad es que no sabía que los fantasmas llorasen.

–Un brindis por nuestro arduo trabajo en la reconstrucción de este castillo. –alcé mi copa, los demás imitaron mi gesto y brindamos.

–Estoy muy contenta, no sé cómo daros las gracias. –Rowan parecía al borde del colapso, le sonreí alegre haciendo que ella también sonriera. –¿Os quedaréis aquí a vivir?

–Bueno, después de todo el trabajo que hemos hecho sería lo lógico. –dijo Cassandra, mirándome con una sonrisa. Observé a los demás y todos ellos esperaban mi respuesta con una sonrisa.

–Sería una pena perder este lugar ahora que está como hace años. –sonreí viendo a mis amigos. Cassandra se acercó a mí y me abrazó mientras ve veía con cariño. –Nos quedaremos aquí a vivir, además de que no tenemos otro sitio para estar.

Hans nos consiguió cuatro caballos de pura sangre, ambos nos montamos en uno cada uno y nos marchamos al pueblo más cercano para comprar provisiones. El extraño clima que parecía girar en el castillo había desaparecido y eso llamó la atención del pueblo vecino.

Muchos aldeanos observaban con curiosidad mientras entrábamos al pueblo, algunos nos saludaban y otros nos pedían un poco de dinero; Hans les dio un par de monedas para que dejasen de seguirnos. Atamos a los caballos junto a un abrevadero y caminamos hasta un puesto de comida.

–Buenos días, queríamos un poco de vuestra fruta. –pidió Hans con una sonrisa.

–En seguida, señor. –el señor comenzó a meter piezas de fruta en nuestra bolsa de cuero, luego nos la entregó y miró con curiosidad a mi amigo. –¿Usted no es el príncipe Hans?

–Muchos me confunden con él. –sonrió incómodo. –Vivo en el Castillo Negro junto con la nueva heredera.

–¿¡Magnus tuvo descendencia!? –le hombre empalideció y parecía aterrado, los demás aldeanos se sobresaltaron al escucharlo y ahora nos encontrábamos rodeados.

–Es cierto que soy descendiente de él, pero no temáis, no voy a trataros igual que él. –les intenté calmar con una sonrisa. –Junto con mis amigos hemos restaurado el castillo y viviré allí con ellos, es por eso que necesitamos provisiones.

–No pareces mala cómo él, os podemos ayudar con los alimentos. –dijo un hombre algo más aliviado.

Cada uno de ellos nos aportó algo de comida; algunos nos dieron huevos, verdura o carne fresca. Una anciana nos entregó unas semillas de diversas plantas, unas eran medicinales y otras pertenecían a árboles frutales.

Les agradecimos y nos marchamos al castillo junto con los demás, al llegar le indiqué a Eros y a Parzival que plantaran las semillas separadas para saber cuáles eran medicinales y cuales eran las que darían fruta.

Aurora guardó la carne en la cocina, y junto con Dana guardé la fruta en unos cestos. Cassandra regresó a los minutos con Jun, ambos habían ido al otro pueblo a comprar ropa de recambio y telas para hacer ella algunas cortinas.

Decidí recorrer el resto del castillo dado que aún faltaba gran parte de este para ver. Me adentré por la otra zona del castillo la cual estaba todavía algo inhabitable, una de las puertas parecía estar cerrada con llave, intenté abrirla a base de golpes pero todo era inútil.

–¿Sabes qué hay dentro, Rowan? –le pregunté a la chica fantasma, que había querido acompañarme. Rowan se encogió de hombros no teniendo ni idea de lo que habia en la habitación, atravesó la pared y esperé paciente unos minutos hasta que salió de nuevo, aunque con el rostro algo asustado y me pareció ver que algo pálido, aunque sería algo extraño para un fantasma.

–Será mejor que no lo sepas, no te gustaría saber qué hay ahí dentro, Ama Lizbeth.

–Si voy a vivir aquí tengo el derecho a saber qué hay ahí dentro, Rowan. –le dije con seriedad.

De la habitación contigua conseguí una silla de madera, y con gran esfuerzo comencé a golpearla contra la puerta con la esperanza de que se abriera. El sudor caía por mi rostro tras estar varios minutos golpeando la puerta sin cesar.

Hans apareció para avisarme de algo, me miró extrañado al ver los intentos de abrir la puerta con una silla e intentó persuadirme para dejarlo, pero le convencí de que me ayudase a abrir la habitación, ahora esto era algo personal. Ahora ambos teníamos más fuerza y la cerradura iba cediendo con cada golpe, hasta que conseguimos abrirla.

Cuando entré a la habitación estaba llena de polvo, por lo que tuvimos que taparnos la boca para evitar respirar aquel polvo, y cuando pude ver mejor el interior se me removió el estómago. Unas náuseas hicieron que retrocediera hasta quedarme en el borde de la puerta, Hans miró todo con horror y no se atrevía a tocar nada.

La habitación estaba llena de aparatos de tortura; desde un aplastapulgares hasta una doncella de hierro. Había un extraño olor proveniente de la doncella, por lo que Hans abrió la doncella de hierro y un esqueleto cayó del interior.

Sentía que en cualquier momento echaría todo lo que había comido por la mañana, y eso hice. Vomité. Sentí que se me salía el alma, cuando terminé corrí hacia la ventana más próxima para que me diera el aire.

–¿Estás bien, Liz? –preguntó Hans preocupado por mi comportamiento.

–Te advertí que no entrases, Ama Lizbeth.

–Mira, cállate un rato, Rowan. –miré con frialdad al fantasma. –Ahora no tengo tiempo de oír "te lo advertí". Y Hans, obviamente no estoy bien. Acabo de echar todo la comida de esta mañana. ¿Por qué demonios tendría Magnus todas esas cosas? Es un demente.

–Según lo que he oído en el pueblo, usaba la picota para violar a mujeres y así no podían huir mientras, ya sabes.

–Era un enfermo, quiero todo eso fuera de aquí. Yo no puedo entrar otra vez ahí, me pongo enferma con tan solo ver lo que hay. –respondí más calmada.

–Le pediré ayuda a Eros y Parzival, ves a ver otras habitaciones. –me aconsejó, y eso hice.

Esa sería la habitación prohibida de todo el castillo hasta que estuviera bien limpia, y hubiera olvidado aquella escena. Lo de la picota ya me lo había explicado Hans, pero los demás instrumentos de tortura no quería saber para qué los utilizaba.

Sabía que el aplastapulgares se usaba para ir mutilando la mano gradualmente, aplastaba y destruía las uñas, luego los dedos, los nudillos y más, hasta la mano entera. La doncella de hierro se metía a la víctima dentro y 13 púas de metal se clavaban en un lugar estratégico de la víctima para que se fuera desangrándose lentamente hasta la muerte, era muy cruel.

Decidí olvidar para qué se utilizaban cada una de las máquinas de tortura, y distraerme con otra cosa, aunque me fuera difícil hacerlo, la imagen se repetía una y otra vez en mi mente. Llegué a otra sala donde esta parecía ser la biblioteca personal, todos los libros estaban llenos de polvo y la humedad se notaba en el ambiente.

Abrí todas las ventanas para que se ventilara la habitación, con un paño que había traído fui limpiando las estanterías y los libros, algunos tenían las hojas carcomidas y amarillentas. Empecé a escuchar unos pasos que se dirigían hacia donde me encontraba, la puerta se abrió de golpe revelando a Eros, con la respiración agitada.

–Hay problemas en el pueblo, al parecer son los soldados del padre de la princesa Cassandra.

Caminé junto a él hacia la torre más alta del castillo, desde allí arriba pude observar cómo un gran grupo de aldeanos eran llamados por un grupo bastante grande de soldados. No me lo pensé y me coloqué una capa con capucha para pasar desapercibida, observé cómo Hans y Parzival se vestían igual que yo.

–No pensarás que te íbamos a dejar ir sola. –Hans sonrió mientras Parzival me abrazó con una sonrisa.

–En marcha. –sonreí, algo me decía que estos chicos no me dejarían partir sin acompañantes.

Nos dirigimos al pueblo con cuidado de que las patrullas no nos vieran, nos escondimos detrás de unas cajas y nos quedamos en silencio para escuchar lo que tenían que decir.

–Por órdenes de vuestro Rey, se solicita la ayuda de todo aquel que la preste para capturar a la heroína Lady Lizbeth Jones. Se le acusa de secuestrar a la princesa Cassandra y obligar al príncipe Hans a cooperar con ella, con tal de salirse con la suya. –gritaba uno de los soldados, frente a la multitud reunida. –Quien consiga llevarla ante el Rey con la princesa y el príncipe a salvo, obtendrá una gran recompensa. Eso es todo. Que corra la voz, pueblerinos.

Los soldados se marcharon, muchos de los aldeanos murmuraban entre ellos y a otros se les veía en la cara la decisión de capturarme. Echamos hacia atrás con la esperanza de marcharnos sin armar un revuelo, cuando chocamos contra alguien.

–Parece que la suerte está de nuestro lado. –sonrió con malicia, un señor que parecía ser el carnicero del pueblo.

Con ayuda de otros nos capturaron y nos pusieron en unas picotas, ahora teníamos los brazos inmovilizados. Muchos nos miraban apenados, otros reprendían a los que lo habían hecho pero estos parecían satisfechos con habernos capturado. Los soldados del Rey habían conseguido dividir al pequeño pueblo.

–No creo que hayan hecho tales atrocidades, Manuel. –le dijo una señora al carnicero, ahora ya sabíamos su nombre.

–Es la descendiente de Magnus, estoy seguro de que será igual que él. –contestó con desdén, y mirándome con indiferencia.

–Soy el príncipe Hans, y os ordeno que nos soltéis. –dijo mi amigo viéndoles molesto.

–Eso ni hablar, seguro que le has lavado el cerebro con vuestra magia.

–Escuchad, sí que soy la descendiente pero no soy como él. En primer lugar porque provengo del futuro. –todos se miraron sorprendidos. –Así es, no pertenezco a vuestra época. Así que, si no queréis que acabe con ustedes será mejor dejarnos libres.

–No me das miedo, la diferencia entre tú y yo es que, tú estás atada y yo estoy libre. –Manuel comenzó a reírse acompañado por varios de los que seguramente eran sus amigos. –Decidle a esos soldados que los tenemos, ahora cobraré la recompensa y dejaré este pueblo para irme a la capital.

Miré a mis amigos preocupada, ellos solo pudieron sonreír tímidamente. Comencé a pensar en un plan para salir de esta, estaba segura de que mis amigos nos habrían visto desde la torre y estarían ideando algo para liberarnos, solo espero que no tarden mucho.

El anillo mágico que me dio mi antepasado comenzó a brillar a la vez que comenzaba a tener un odio incontrolable hacia estas personas, solo quería verlos sufrir tanto como lo estoy pasando ahora en esta picota.

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