Capítulo 27
Comencé a recobrar la consciencia y me percaté de que me encontraba en una habitación muy bien decorada, suponía que sería dónde dormía el famoso noble Magnus Jones. Lo que no sabía era como llegué a esta habitación, dado que cuando me desmayé lo último que vi fue a un hombre.
Tenía puesta la ropa que traía y eso era un alivio, me incorporé en la cama para observar que todo estaba viejo y lleno de polvo, las sábanas parecían estar nuevas y eso me inquietaba. La puerta se abrió revelando al señor que vi.
–Parece que has despertado, mi sangre. –comentó con una sonrisa, mientras se acercaba a mí. –Creí que nunca podría tener paz pero ahora comprendo lo que me dijo aquella bruja.
–En primer lugar, ¿tú quién eres, y por qué estoy aquí? –pregunté a la defensiva. Él se sentó en una silla al lado mía y me miró con sus ojos verdes.
–Sólo podrás liberarte de la maldición si esta pasa a alguien de tu sangre, y esa eres tú, Lizbeth Jones. –sonrió con malicia.
Me cogió la mano derecha y me puso un anillo en el dedo anular, tenía la silueta de una calavera. Me horroricé al verlo e intenté quitármelo, sin éxito. El señor no paraba de reír mientras veía cómo su cuerpo comenzaba a transparentarse, esta situación me estaba poniendo los pelos de punta y quería irme pero mi cuerpo estaba inmóvil.
–¿Quién eres? –pregunté de nuevo con la voz más firme. Sonó como una orden y no una petición.
–Me llamo Magnus Jones, y soy un antepasado tuyo. Tú eres de mi misma sangre, e incluso me sorprende que mi apellido haya perdurado después de tanto tiempo. Sé que vienes del futuro. –sonrió. –Ahora mi espíritu puede descansar en paz.
–¿Pero qué pasa con este anillo? ¡Yo no lo quiero!
–Solo un acto de amor verdadero podrá liberarte de él, por ahora sufrirás con la maldición que acarrea llevar ese anillo. –es lo último que dijo antes de desaparecer frente a mí.
–Maldición. –gruñí mientras intentaba quitarme el anillo, en vano.
Salí de la cama mientras intentaba quitarme el anillo por todos los medios, pero cada vez que lo hacía notaba que me apretaba más el dedo. Dejé de intentarlo y el anillo aflojó su agarre, lo último que quería era llevar una maldición gracias a un antepasado.
–¡Morgana! –grité con rabia. Esa maldita bruja lo sabía, y aún así fui tonta por entrar.
Tenía que haber hecho caso a mis amigos, sino hubiera entrado ahora no tendría el anillo. Bueno, no fue del todo culpa mía, el suelo se rompió e hizo que cayese en las mazmorras. Aunque sí sentía algo de pesar por investigar el castillo, en vez ir a la puerta principal e irme.
Recorrí los pasillos en busca de ellos pero al parecer no habían podido entrar aún, no sabía cuánto tiempo había dormido ya que ahora era de día, y cuando entré era por la tarde, eso significaba que había dormido hasta el día siguiente.
Andaba por un pasillo lleno de armaduras de color negro cuando escuché un ruido detrás de mí. Me giré con cuidado pero no había nadie, el anillo comenzó a brillar y un extraño humo de color violeta salió de el, y entró en cada una de las armaduras. Estas comenzaron a moverse hasta que bajaron de sus pedestales, giraron sus cabezas hacia mí y tragué hondo. Aunque más que sus cabezas fuera los cascos, ya que no había nadie dentro de ellas.
–Mierda. –susurré.
Salí corriendo por el pasillo a la vez que escuchaba a las armaduras correr detrás de mí, el chirrido que hacían se oía cada vez más cerca y eso sólo hacía que acelerase el paso. Entré en la puerta más cercana y pasé el pestillo, las armaduras comenzaron a golpear la puerta y esta al ser vieja comenzó a caerse en pedazos, cediendo ante los golpes.
No lo dudé y seguí corriendo por los pasillos hasta encontrar las escaleras que llevaban al piso inferior, y esperaba que a la salida. Encontré unas grandes vidrieras por dónde podía ver el jardín interior, sonreí y abrí la puerta más cercana para salir de aquel castillo, rezando por mi vida. Me emocioné al escuchar las voces de mis amigos y eso hizo que gritara para que me escucharan, un gran estruendo se escuchó y supe que provenía del castillo, las armaduras vivientes habían roto la puerta.
–¡Déjanos entrar, Liz! –me gritó Hans desde el otro lado.
–¡Dejadme salir a mí! ¡Por Dios! –grité histérica, al ver como las armaduras bajaban con cuidado las escaleras. Estaban a unos metros de mí. –¡Por lo que más queráis, lanzarme algo para salir!
Una cuerda cayó a mi lado, la agarré con fuerza y comencé a escalar la vieja puerta mientras las armaduras se acercaban sin dudar. Al llegar arriba con cuidado pasé mis piernas pero me resbalé y caí en algo blando escuchando como alguien se quejaba de bajo de mí.
–Lo siento, Eros. –me disculpé, al levantarme le tendí la mano para ayudarle a levantarse. –Bien, ahora vayámonos de aquí. Casi prefiero que me arresten los soldados, a estar ahí dentro de nuevo.
–¿Pero qué ha ocurrido? –preguntó Amelia con sumo interés.
Antes de que pudiera decir nada, una de las dos puertas del portón cayó al suelo haciendo que todos nos pusiéramos en alerta. Me escondí detrás de Parzival y Dana para evitar que las armaduras me vieran, estas salieron con tranquilidad y nos observaron. Mis amigos me miraron sorprendidos y asustados, no sabía qué hacer ni como reaccionar. Las armaduras se pararon delante nuestra sin hacer nada.
–¿Nos podrías explicar, Lizbeth? –preguntó Aurora sin despegar la vista de las armaduras.
–Cuento la versión larga o lo resumo. –dije aterrada. Las armaduras seguían sin hacer nada, salvo mirarnos.
–El resumen, por favor. –habló Cassandra por todos los presentes.
–Soy descendiente de Magnus Jones, su fantasma me ha dado este anillo. –se los mostré. –Un humo violeta salió de el y las armaduras comenzaron a moverse por sí mismas, y no han parado de perseguirme por todo el castillo.
–Creo que tengo una leve idea de lo que ocurre. –me susurró Dana con una pequeña sonrisa.
Dana me cogió del brazo para llevarme hasta dónde estaban las armaduras, estas al verme reaccionaron y se apoyaron sobre una rodilla. Me quedé confundida pero mi amiga parecía tener una idea de lo que estaba ocurriendo, al menos ahora sabía que no me querían hacer daño.
–Al parecer estas armaduras fantasma siguen tus órdenes, el humo violeta que ha salido del anillo era para eso. –explicó Dana con una sonrisa. Intercalaba miradas entre las armaduras y yo. –Ahora harán todo lo que tú les digas.
–¿Quieres decir que tengo un ejército propio? –ella asintió y sonreí con malicia. –Genial, ahora podremos defendernos si el ejército del Rey nos ataca. Ahora volvamos a mi castillo.
–Hace un rato estabas aterrada y querías salir, ¿Y ahora es tú castillo? –preguntó Hans con una sonrisa.
–Antes no sabía que me obedecían, ahora que lo sé estoy más tranquila.
Entramos de nuevo al castillo, esta vez con más confianza, y las armaduras se colocaron en zonas dónde sería fácil acceder al interior, mientras que otras se repartieron dentro del lugar. Les mostré todo a mis amigos, como había corrido por todo el lugar ahora me lo sabía de memoria, o bueno algunas partes.
Una vez mis amigos comenzaron a elegir habitación, bajé a las mazmorras para sacar los esqueletos de los antiguos prisioneros. Me parecía mal tenerles ahí para siempre, aún cuando ya están muertos. En el patio trasero cavé varias tumbas y en cada una enterré a cada esqueleto, envueltos en una sábana.
–¿Qué haces? –preguntó Aurora detrás de mí. Se acercó a mi lado y observó las tumbas que había cavado. –Es una gran acción, Lizbeth. Es la primera vez que veo a alguien hacer algo así.
–No me parecía bien dejarles ahí, bastante mal lo han tenido que pasar como para que se queden ahí. Por lo menos quería hacerles un funeral digno, todo el mundo merece uno. –comenté viendo pensativa las tumbas.
–Serías una gran Reina, Liz. De eso no me cabe duda. –sonrió, eso hizo que sonriera levemente.
–Podría serlo, pero conlleva mucha responsabilidad y no creo tener lo necesario para serlo. Además de que no tengo un reino.
–Bueno, según lo que has dicho eres descendiente de Magnus Jones, el Rey del tercer reino. El cual ahora está abandonado por supersticiones creadas por los aldeanos del resto de los reinos. –comentó con una sonrisa pícara.
–¿Qué me quieres decir con eso? –pregunté interesada en lo que me decía.
–Sólo digo que podrías traer el esplendor y la gloria a este reino, después de todo tú eres su heredera. –sonrió mientras se cruzaba de brazos. –Y tienes varias personas y criaturas a tu disposición.
–Eso suena bien, pero creo que en algún momento tendré que regresar a mi época. –dije algo decaída. Aurora me miró apenada, el buen ambiente había desaparecido tras esas palabras. –Me gustaría quedarme, pero creo que eso repercutiría en el futuro.
–Es tu decisión, sólo quiero que elijas lo que mejor creas.
Regresamos al interior ya que estaba anocheciendo, con las provisiones que había traído conseguimos hacer algo de cena. Me preocupé de Gus e Imra, supuestamente ellos tendrían que haber llegado esta mañana, espero que no les hayan capturado.
Me percaté de que faltaba un plato para Cassandra, me levanté de mi asiento para ir a la cocina a por uno cuando me sentí observada. Un escalofrío recorrió mi cuerpo haciendo que mirase a mi alrededor, cogí el plato y regresé al gran salón.
La sala tenía una mesa larga, habían cuadros polvorientos en las paredes y antorchas, las cuales encendimos para poder vernos. Limpiamos la mesa y los asientos antes de sentarnos, no queríamos enfermarnos por la mala higiene.
Cassandra me agradeció con un beso en la mejilla, y una de las antorchas se apagó de sopetón. Todos nos sobresaltamos y nos miramos preocupados, Hans la volvió a encender con otra y parecía que no se volvería a apagar.
Cenamos entre risas, conté algunos chistes de mi tiempo y algunos tuvieron problemas para entenderlos pero cuando lo hicieron no pudieron evitar reír sin pudor. Todos nos dirigimos a las habitaciones tras la cena, me despedí de Cassandra y les deseé buenas noches a todos los demás.
–Mi propio reino. –dije para mí misma. Miré para la ventana y observé todo el jardín que había desde donde estaba, todo en mal estado. Malas hiervas aparecían por donde mirases, los muros estaban medio derruidos y el interior estaba inhabitable. –Parece un sueño lejano e inalcanzable.
Me eché en la cama e intenté conciliar el sueño. Estaba durmiendo plácidamente cuando noté una respiración cerca de mi oído, al abrir los ojos vi a una chica de pelo plateado y ojos azules muy cerca de mi rostro.
Las ganas de gritar fueron aumentando y sucedió cuando vi que estaba flotando a un palmo de la cama. Mi grito se escuchó por todo el lugar ya que a los segundos tenía a todos mis amigos en mi dormitorio, Cassandra frunció el ceño al ver a la chica tan cerca de mí. Salí de la cama y me escondí detrás de mi novia, los chicos desenvainaron las espadas y la chica se acercó un poco, mientras nos miraba apenada.
–No quería asustaros, lo siento mucho. –se disculpó. Pero eso no hizo que me tranquilizase.
–¿Quién eres y qué haces en este castillo? –preguntó Dana, a la defensiva. Esta chica sí que tiene agallas.
–Me llamo Rowan Spherl, era una de las criadas del Amo Magnus hasta que murió. –explicó. –Él nos usaba para muchos de sus experimentos hasta que fallecí, pensé que había muerto pero me equivoqué al regresar a la vida como un fantasma.
–Lo que me faltaba. Primero un Troll, luego una reina Grifo, después una Hidra y ahora un fantasma. ¿Qué sigue después? ¿Un Kraken? –pregunté con sarcasmo. Me acerqué a Rowan y observé que parecía humana, salvo el hecho de que levitaba y era intangible. –Me llamo Lizbeth Jones, soy descendiente de Magnus y supongo que soy como la heredera de este lugar. Lamento todo lo que él te hizo, pero te puedes quedar aquí, después de todo también ha sido tu hogar.
–¿Magnus es familiar tuyo? Entiendo. –susurró algo pero no la alcancé a oír. De la nada me abrazó, era raro que para mí no fuera intangible. –¡A partir de ahora la serviré a usted, Ama Lizbeth!
Me giré asustada a mis amigos pero ellos solo tenían cara de sorprendidos, Cassandra se cruzó de brazos y por su mirada pedía una explicación. Dana argumentó que seguramente la podía tocar gracias al anillo, Rowan parecía entusiasmada de estar bajo mis órdenes y no pude evitar sentirme incómoda, no quería que fuera mi sirvienta.
–Oye, te puedes quedar pero no me tienes que servir ni nada. Puedo hacer las cosas por mí misma. –dije con una sonrisa amable. Rowan comenzó a sollozar y Amelia me reprochó que la hubiera hecho llorar. –¡De acuerdo! Puedes hacer los quehaceres del castillo, pero te trataré como a una amiga.
–Muchas gracias, Ama Lizbeth. –sonrió emocionada, y comenzó a dar vueltas en el aire.
–Y deja de llamarme así, me haces sentir incómoda.
–Eso es algo que no puedo aceptar, eres mi Ama al ser descendiente del Amo Magnus. –me explicó.
–Bueno, será mejor que nos volvamos a dormir. Mañana será un día duro, tendremos que arreglar todo el castillo y solo de pensarlo ya me canso. –comentó Arturo, viéndonos algo cansado.
–Es cierto, buenas noches. –se despidió Parzival.
Cassandra decidió dormir conmigo para evitar que algo me pasara, aunque creo que era más por Rowan. Ambas nos acostamos en la cama, nos acomodamos pero no podía dormir si me observaban detenidamente.
–¿Rowan, no duermes? –pregunté viéndola con cansancio.
–Los fantasmas no dormimos, llevo sin dormir catorce años. –explicó algo apenada. –Pero me retiraré a otra habitación. Buenas noches, Ama Lizbeth. Y hasta más ver, Princesa Cassandra.
–Al final este reino será el reino de las criaturas mágicas. –bromeó Cassandra, acomodándose para dormir.
–Y que lo digas, parece que atraiga a todas ellas. –susurré, antes de caer rendida en la cama.
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