Capítulo 24

No sé cuánto tiempo estuve caminando en círculos por mi habitación, solo sé que me desperté antes de que saliera el sol y ahora la luz atravesaba mi ventana iluminando la habitación. Comencé a divagar sobre el plan y deseaba que todo saliera bien, esperaba que sí, hasta Gus no iba a ayudar al igual que Imra. Aún así no pude evitar sentir que algo malo iba a ocurrir.

Unos golpes en mi puerta llamaron mi atención, abrí la puerta encontrándome a Hans y a un hombre más alto que él y más mayor, parecía bastante musculoso pero tenía una expresión amable. Algo que contrastaba con lo que aparentaba ser. Les dejé pasar junto con un chico más escuálido que entró con dificultad ya que llevaba un pesado baúl.

–Muchas gracias, joven Thomas. –agradeció el señor. Le entregó una moneda de plata y el muchacho se retiró de la habitación. –Un placer conocerla, Lady Jones. Soy Peter, el mejor herrero que puedas imaginar.

–Un placer. –dije todavía algo consternada por tener a ambos hombres tan temprano en mi habitación. –¿A qué se debe el gusto de tenerles aquí?

–Cuando el sol esté en lo más alto nos batiremos en duelo. ¿Recuerdas? –asentí intentando comprender la situación. –Pues él nos va a entregar las armaduras que necesitaremos para la justa. No creerías que lucharíamos sin protección.

–Claro que no, sé muy bien todo lo que hay que saber sobre las justas. Solo que una cosa es verlo y otra ser participe de una.

–Bueno, comencemos, las armaduras no se pondrán solas. –sonrió, y me golpeó amistosamente el hombro.

Peter comenzó poniéndome las espinilleras, musleras y rodilleras, todas ellas para protegerme las piernas. Siguió con el peto y las pancera; el peto protegía el pecho, mientras que la pancera protegía la zona del vientre y la barriga, comenzaba a sentir cómo pesaba pero no dije nada. Hans se colocaba la armadura con rapidez, en cambio yo tenía problemas y requería la ayuda del herrero.

Me colocó con fuerza las hombreras para que mis hombros estuvieran bien protegidos, a estas alturas desearía haber hecho más deporte, sentía que me caería al suelo en cualquier momento. Para protegerme los brazos me coloqué los guanteletes de metal, seguidos por las coderas para proteger mis codos y los brazaletes, los cuales protegían los antebrazos.

En la parte del cuello me colocó el gorjal, tenía la forma de un cuello de hierro dividido en dos partes articuladas para poder articularse. Y por último me colocó el yelmo, el cual protegería mi rostro por completo. En aquel momento me sentía como una atracción turística.

–Has quedado fantástica, Lady Jones. –Peter me contempló orgulloso de su trabajo.

–No estás mal, Lizbeth. –sonrió Hans con su armadura puesta.

–Me siento como una sardina enlatada. –intenté moverme pero era imposible, parecía una tortuga.

–Todavía tenemos unas horas para que practiques, no querremos ver cómo haces el ridículo. –comentó Hans, moviéndose con suma facilidad. –Después de las damas.

–Muy gracioso.

A paso lento conseguí salir de mi habitación, algunos guardias que pasaban por el pasillo me miraban curiosos y otros evitando reírse de mí. Me tropecé con el sobresaliente que había en el suelo, y caí hacia atrás como si fuera un árbol recién talado.

–¿Estás bien? –Hans se agachó viéndome preocupado.

–He sentido como si estuviera dentro de una campana, el golpe ha retumbado por toda la armadura. –me quejé haciendo una mueca, intenté levantarme pero no podía, por lo que suspiré frustrada. –Genial, ahora no me puedo levantar.

–Espera, ya te ayudamos.

Entre Peter y Hans me fueron levantando pero no conseguía flexionar las piernas para mantenerme de pie, siempre caía hacia atrás o hacia delante. Era una situación bastante cómica. La princesa Cassandra con su hermana y mis amigos llegaron para ver como iba, al verme solo pudieron reír ante lo que veían.

–¿Pero qué ha sucedido aquí, caballeros? –preguntó Parzival, más calmado que antes. Se limpió los ojos de las lágrimas y nos miró con una sonrisa divertida.

–Ocurre que me siento como una sardina en una lata, además esto es muy incómodo, no me puedo mover bien. –hablé molesta, tras por fin estar de pie. Me iba a caer de nuevo pero por suerte Hans logró atraparme. –Voy a acabar con complejo de anchoa.

–Muy bien, Lady Jones. Intentad caminar hacia delante, sin temor a caeros. –comentó Peter, caminando unos pasos hacia delante.

–Allá voy. –comencé a caminar aunque me sentía como un dinosaurio, por todo el escándalo que estaba haciendo al andar. –¡Qué voy, qué voy!

Terminé cayendo contra una armadura que había en el pasillo de adorno, un gran estruendo sonó por todo el lugar, seguido por las risas de mis amigos. Hans y Eros me levantaron con fuerza ya que me estaba dejando caer.

–De acuerdo, cambio de planes. Necesito ir al baño. –hablé y subí el yelmo para ver a mis amigos. Con el casco bajado no se veía casi nada.

–Me temo que tienes que hacerlo en la armadura, Jones. –dijo Peter divertido.

–¿Qué? No, no. Ni hablar. –me negué rotundamente. El yelmo volvió a bajarse y bufé molesta.

–Acompañadla al escusado de caballeros. –comentó Parzival con una sonrisa divertida.

Dos guardias que habían de paso me cogieron por los hombros y me ayudaron a llegar, vi como las chicas se reían divertidas. Era un establo a parte, me colocaron debajo de lo que parecía ser un pequeño acueducto de madera. Un chico jaló de una cuerda y el agua calló encima de mí, sin quererlo ni desearlo tuve que hacer mi necesidad encima, espero que el agua limpie a fondo toda la armadura.

Me quité completamente el yelmo para dejar ver mi rostro rojo y mi pelo alborotado. Cassandra se acercó a mí, dándome un pequeño beso en la mejilla. Con un poco de ayuda de Peter y Eros conseguí llegar al patio de armas sin ningún problema, por suerte mi cuerpo se fue acostumbrando al peso de la armadura y ahora podía andar mejor.

–Muy bien, es hora de probar si puedes manejar la espada. Esta se llama el espadón. –cogió una espada de gran tamaño, lo miré nerviosa pero él simplemente sonrió. –Muy bien, intenta levantarla.

–De acuerdo, allá vamos.

Cogí la espada, la fui levantando poco a poco pero cuando la alcé sobre mi cabeza, pero perdí el equilibrio y caí hacia atrás. Pasamos la mayor parte de la mañana enseñándome a usar el peso de la armadura a mí favor, a manejar espadas y por supuesto, a manejar una lanza.

Uno de los guaridas se acercó a nosotros para avisarnos de que el torneo iba a comenzar. Salimos del castillo y nos dirigimos hacia una pradera donde estaba todo preparado para el duelo. Hans se marchó a otro lugar para que el Rey no desconfiara de nosotros, mis amigos se marcharon a sus puestos a excepción de Parzival y Amelia.

Cassandra se sentó en su trono al lado de su padre, me miró preocupada y sonreí. Ella no era consciente del plan pero quería hacerle ver que todo saldría bien. La Reina me miraba con una pequeña sonrisa e intentaba que su esposo no se diera cuenta de mi plan. Todos los nobles y algunos aldeanos se pusieron en sus asientos, obviamente los ciudadanos tuvieron que mantenerse de pie ya que no tenían un gran estatus social.

Me acerqué a mi lado donde unos chicos me ayudaron a montar en mi caballo, me dieron un escudo y la lanza asignada. El escudo lo coloqué en mi brazo izquierdo mientras que sujetaba la lanza con mi mano derecha, suerte que Peter me ayudó esta mañana, sino ya me hubiera caído del caballo. Observé a Hans en el otro lado de la parcela, él asintió y le devolví el gesto. Ambos entramos en el recinto y detuve a mi caballo para que su majestad dijera el discurso que tenía preparado.

–Nos encontramos aquí para observar la justa entre el príncipe Hans y la heroína Lizbeth Jones, por la mano de mi hija, la princesa Cassandra. –habló el Rey, mirando a todos sus súbditos. Me miró con una sonrisa pero lo ignoré. –¡Qué empiece la justa!

Hans comenzó a cabalgar colocando su lanza hacia delante, imité su gesto y sujeté con fuerza mi lanza. Cuando estuvo a punto de darme, coloqué el escudo y a causa del golpe casi me caí del caballo, por suerte me sujeté con fuerza a las riendas.

Volvimos a cabalgar el uno contra el otro, esta vez Hans me clavó la lanza en mi hombro haciendo que soltase la lanza y cayera al suelo. Escuché un grito de espanto por parte de Cassandra, me levanté haciendo una mueca y regresé a mi parte de la parcela.

Hans me miró con pesar pero le sonreí, todo iba según el plan. Sé que el Rey desconfiaría si saliera ilesa de la justa, es por eso que le pedí a mi nuevo amigo que me hiciera una leve herida para evitar sospechas.

Cabalgué de nuevo contra Hans, esta vez conseguí hacer que se cayera su escudo, escuché los aplausos de la multitud y sonreí. El Rey anunció tras unos minutos de justa que el que venciera ahora sería el ganador, todos aplaudieron aún sabiendo que uno de los dos tendría que morir.

A lo lejos vi cómo el carruaje estaba listo, con mi mano izquierda le hice la señal a Hans, él asintió y soltó su escudo, para la confusión de los presentes. A un lado del lugar hallé a Amelia con un paquete de dinamita, había conseguido hacerlo con los materiales que había traído de mi época, al menos con la explosión causaría un revuelo y así podría llevarme a la princesa conmigo.

–¡Adelante! –gritó el Rey, soltando un pañuelo blanco.

Ninguno de los dos nos movimos, el Rey nos miró molesto y cuando iba a hablar una fuerte explosión asustó a todos, haciendo que corrieran a diferentes lugares. Entre la confusión me acerqué donde estaba Cassandra, por suerte la Reina distraía al Rey haciéndole ver de dónde salía el humo.

–Vamos, mí princesa. –sonreí tras quitarme el yelmo. Cassandra me sonrió y tomó mi mano para ayudarla a montar al caballo, ella se aferró con fuerza a mi cintura y nos marchamos de allí al galope.

Hans cabalgaba a mi lado y nos sonrió, cuando llegamos al lado del carruaje Amelia nos sonrió y tiró las riendas para que los caballos comenzasen a cabalgar. Escuchamos los gritos del Rey y no pude evitar reírme, volví la vista atrás para observar cómo el Rey nos miraba furioso, mientras que la Reina y Sofía nos miraban con una sonrisa y nos saludaban con la mano.

Cassandra me sonrió y apoyó su cabeza en mi espalda. Cuando nos alejamos lo suficiente bajamos el ritmo para que los caballos también pudieran descansar, ahora simplemente iban andando a un buen paso.

Dana y Eros nos comentaron que en el carruaje llevaban ropa de repuesto, armas y comida para al menos tres días. Las armas fueron un regalo de Peter y la ropa un presente de Dante, eso último me sorprendió bastante.

Tras unas horas de viaje el sol comenzó a ocultarse tras las montañas, dando paso a la noche. Llegamos a la entrada del bosque donde nos esperaban Gus e Imra con algunas mochilas más, ellos habían conseguido comida fresca tras dar una pequeña exploración al bosque, entre otras cosas habían traído consigo arándanos, aloe y algunas plantas más.

–Será mejor que acampemos aquí, no sabemos qué nos espera más adelante. –opinó Parzival, deteniendo su caballo. Los demás lo imitamos y acordamos hacer un pequeño campamento temporal, al menos para pasar la noche.

Mientras que los demás comenzaban a preparar todo, Amelia se ocupó de curarme la pequeña herida que Hans me había hecho con la lanza. Me divirtió la situación en la que se encontraba el príncipe, este era reprendido por Cassandra por haberme herido aunque hubiera sido para aparentar.

–Gracias, Amelia. –agradecí cuando terminó. El vendaje era perfecto, volví a ponerme la camina bajo la atenta mirada de Cassandra, quien al darse cuenta evitó mi mirada y se acercó a Dana. –¿Cómo sabes tanto sobre heridas?

–Bueno, de pequeña no era la princesa que esperaban y pasé toda mi niñez yendo al bosque o subiéndome a sitios altos. Eso trajo consigo problemas a los guardias y a mis padres ya que siempre regresaba a palacio con alguna herida y una sonrisa tímida.

–Suena a algo que tú harías. –sonreí divertida.

Eros nos repartió a todos una manta para pasar la noche, me recosté en un árbol que había cerca de la pequeña fogata que habían hecho y arropé todo lo que pude con la manta. Cassandra se recostó a mi lado y me sonrió, los demás se repartieron por donde ellos quisieron.

El tiempo no estuvo a nuestro favor, a mitad de la noche se nubló y un viento frío nos heló durante la mayoría de la noche, aún así conseguimos conciliar el sueño. Cuando el sol estuvo haciendo acto de presencia con sus primeros rayos de sol, me desperté con Cassandra pegada a mí. Al parecer tuvo frío durante la noche y se juntó todo lo que pudo en busca de calor.

–Tengo hambre. –susurré al mismo tiempo que espabilaba.

Me alejé con cuidado de Cassandra y busqué algo de comer en las alforjas, pensé en buscar algunas frutas que hubieran cerca para evitar gastar la que teníamos para nuestra travesía. De paso aproveché para ir a hacer mis necesidades, encontré un pequeño riachuelo que parecía salir de alguna cueva subterránea, me limpié las manos y hallé algunos arándanos, observé como también habían pequeños peces, tendría que llamar a Parzival para que me ayudase a pescarlos.

Cuando iba a regresar sentí que alguien me puso un cuchillo en el cuello y con su otro brazo me sujetó las manos para evitar que luchara. Habían otros hombres delante de mí con ropajes hechos jirones y algo sucios.

–Muy bien, me dirás lo que quiero saber. –habló en mí oído haciendo que me erizara. Lo observé de reojo, tenía el pelo castaño claro y ojos azules, los cuales me hacían recordar al Rey por alguna razón. –Dime porqué estás con la princesa Cassandra y la princesa Amelia. ¿Acaso vos las habéis secuestrado?

–No he hecho tal cosa. –dije nerviosa y asustada por tener un afilado cuchillo en mi garganta, sentí que me cortó un poco y me quejé.

–¿Entonces cómo explicáis que estéis con ellas? Estoy seguro de que eres una ladrona y pedirás una gran cantidad de joyas por su rescate, pero escuchadme bien. -me susurró cerca de mi rostro. –Eso es algo que no permitiré.

Los demás hombres se reían sin escrúpulos, en otra situación les hubiera insultado pero esta vez tenía un cuchillo en mi garganta y el chico parecía dispuesto a matarme. Cerré los ojos para evitar verles la cara cuando fuera degollada y mi respiración se volví irregular, también empecé a sudar por los nervios.

–¡Alto! –gritó una voz que conocía bastante bien, era Cassandra. Y podía asegurar que venía con mis amigos. –¡Déjela libre!

–¿Y si no qué? –le retó el chico, dándonos la vuelta para quedar frente a frente con ellos.

–Te las verás con nosotros, y te digo de antemano que Dana es una semidragona. –esta vez habló Eros con voz firme. –Y también tenemos a un Troll y a la reina de los Grifos.

–Un momento. ¿Hermano? –preguntó Cassandra con la voz rota.

–¿Hermana? –susurró el chico, aflojando el agarre con su cuchillo.

–¿¡Cómo que hermano!? –exclamé sorprendida, y abriendo los ojos de sopetón.

El chico me soltó de sopetón haciendo que cayese al suelo, adolorida por la caída observé cómo se abrazaba a mi novia. Mis amigos bajaron las armas mientras que los acompañantes de aquel chico nos miraban anonadados y sin saber qué decir al respecto.

Sonreí sabiendo que al menos sus burlas habían cesado. Amelia me ayudó a levantarme y en un segundo estuve rodeada de mis amigos, Cassandra me sonrió y se acercó a mí con el chico, este parecía arrepentido y me dio una pequeña sonrisa.

–Lizbeth, te presento a mi hermano, Arturo Melody. –Cassandra nos presentó con una sonrisa. –Hermano, te presento a mi novia, Lizbeth Jones.

–Parece que los rumores que he escuchado son ciertos. Un placer conocerte, Lizbeth. Siento mucho cómo te he tratado, espero que aceptes mis disculpas. –ambos nos tomamos de la mano para presentarnos, al soltarnos sonreí.

–No pasa nada, acepto tus disculpas. Si no hubieras tenido el cuchillo te hubiera insultado de mil maneras diferentes. –reí por mis ocurrencias en situaciones de peligro extremo. –Lo que no entiendo es porqué estás aquí y no en el castillo, junto con tus dos hermanas.

–Mejor os lo cuento en un sitio seguro, si habéis escapado como pienso nuestro padre mandará un grupo para rescataros. –dijo mirando a su hermana, esta asintió y luego nos miró a nosotros. –Seguidnos.

Arturo nos presentó a sus acompañantes mientras le seguíamos adonde él y los suyos se estaban refugiando desde hace años. Al parecer todos estos hombres eran ladrones o campesinos que el hermano de Cassandra rescató antes de que fueran condenados a muerte.

Tras un tiempo de viaje llegamos a un pueblo totalmente destruido, Arturo nos comentó que este pueblo fue asaltado hace años pero nunca llegó a recomponerse dado que no tenían suficiente dinero para poder hacerlo. Desde entonces el lugar ha estado abandonado y usado por viajeros para acampar o por refugiados.

Por ahora era un buen lugar para pasar un tiempo antes de marcharnos hacia la montaña prohibida.

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