Capítulo 2

Dormía con tranquilidad hasta que noté un cosquilleo en mi cara, toqué varias veces la cara algo molesta pero me desperté al ver que aquel cosquilleo no cesaba. Cuando abrí los ojos me encontré con una rata en mi pecho mientras me olisqueaba la cara, me levanté chillando asqueada y el animal cayó en mi cama. Caminé hacia la esquina contraria de la habitación observando como la rata caminaba por mi cama.

–¿Qué sucede? – preguntó Eros entrando a mi habitación, preocupado por los gritos que escuchó.

–¡Hay una rata! –la señalé gritando.

–Ah ya veo, se llama Chillido. –dijo cogiéndola con la mano. –Tranquila, no te hará nada.

–¿Tienes una rata de mascota? –él asintió y se encogió de hombros. –Solo espero que no vuelva a entrar a mi habitación. Aunque deberías deshacerte de ella, tienen muchas enfermedades.

–¿Cómo dices? –preguntó Eros al no escuchar lo que susurré.

–Que tengo hambre.

Desayunamos la poca comida que Eros tenía almacenada y que todavía era comestible. Eros se marchó para ver a su amiga y que me prestara algo de su ropa, que esperaba que me quedara bien. Regresó tras un rato y me entregó la ropa bien doblada. Regresé a mi habitación y me vestí con una falda verde que me llegaba hasta los talones, una camisa blanca de manga corta y unos botines de cuero. La camisa me venía algo grande pero pude sujetarla con ayuda de la falta, al remeterla en ella y atarme un pequeño cordón para evitar que cayera.

–Vaya, te queda muy bien, Lizbeth. –Eros sonrió al verme de pies a cabeza.

–Odio las faldas. ¿No podía haberme dejado unos pantalones? –gruñí sacudiendo la falda y luego mirar a mi amigo.

–Es la primera vez que oigo a una dama quejarse sobre una falda. –dijo Eros sorprendido.

–Te irás dando cuenta de que yo no soy como las damas que conoces. –sonreí con arrogancia al igual que él.

Eros se marchó para seguir trabajando y así conseguir unas pocas monedas, ahora debía trabajar el doble debido a que me tendría que mantener a mí también. Comencé a aburrirme conforme pasaba el día, cuando el sol estaba en su punto más alto salí de la cabaña y comencé a caminar por el pueblo para ver el lugar.

No todos los días una viajaba a la edad media.

Todos los aldeanos comenzaron a mirarme con desconfianza y otros con interés, supongo que todavía pensaban en lo sucedido ayer. Con las monedas que Eros me dejó, compré algunas manzanas y caminé por las calles observando. Al no prestar atención a mi entorno choqué contra una chica, al centrar mi atención en ella para ayudarla me miró asustada y salió corriendo hacia las afueras del pueblo, donde comenzaba el bosque.

–Sospechoso. –susurré con una sonrisa. –Creo que ya sé que hacer.

Le di el resto de las manzanas a una mujer que pedía monedas y salí corriendo en busca de aquella chica. Tras buscar durante unos minutos la pude encontrar en un pequeño claro, ella sin verme se quitó la capucha revelando un pelo rojo que conocía bastante bien, aunque solo la hubiera visto un día. Quise acercarme sin hacer ruido pero para mi mala suerte pisé una rama, alertándola de mi presencia pero ocurrió algo que no preví. Ella se giró y lanzó una flecha en mi dirección, por suerte pude esquivarla de milagro y se clavó en el árbol que había detrás de mí.

–¿Quién anda ahí? –demandó sin titubear.

–¡Por favor no me mates! –grité saliendo de los arbustos alzando las manos en señal de rendición. –Valoro mucho mi vida.

–¿Tú no eres la chica que casi queman ayer? –preguntó bajando el arco, y suspiré aliviada.

–Así es, ¿Y tú eres? –pregunté mirándola más tranquila.

–Soy la princesa Amelia Hill, encantada. –dijo con una sonrisa. Creo que esta chica es bipolar.

–Me llamo Lizbeth Jones, un placer majestad. –hice la típica reverencia que veía en las películas medievales.

–Es un nombre extraño. –dijo frunciendo el ceño. Sonreí e intenté explicarle el motivo de mi nombre, era diferente ver una película medieval a vivir en la época medieval, menos mal que soy fanática de ese tipo de películas y sé sus costumbres.

–En realidad me llamo Elizabeth pero me gusta más que me digan Lizbeth o Liz. –expliqué con simpleza, ella sonrió complacida.

–Te llamaré Liz entonces, tú puedes llamarme Amelia. No hay necesitad de honoríficos. –sonrió. –Además, me gusta ser más libre y tener menos responsabilidades.

Pasé casi toda la mañana hablando con Amelia, y la verdad es que no parecía la típica princesa que necesitaba la ayuda de un caballero para realizar ciertas labores. Amelia me comentó que ella solía escaparse del castillo para ver el pueblo o las aldeas cercanas, para así ver mejor como vivían sus ciudadanos.

Me ofrecí a ayudarle en caso de que alguna vez necesitara ayuda y ella sonrió agradecida. No todos los días podías ayudar a una princesa a escapar de su castillo, de tan solo pensarlo me emocionaba aunque la parte en la que nos pillaban hacia que temiera por mi vida. Si me iban a quemar solo porque aparecí en un pozo, no quería imaginar qué me harían si se enteraran de que ayudaba a la princesa a escapar.

Durante una conversación proveché y me lucí con mis conocimientos del futuro, le enseñé que plantas eran comestibles y cuáles no. Se sorprendió bastante pero no me hizo ninguna pregunta, ambas nos divertimos bastante juntas y al caer la tarde la acompañé hacia el castillo, por un camino que solo ella conocía.

Llegué hasta su cuarto sin ser vista, era el dormitorio más lujoso que había visto en mi vida pero carecía de comodidad, al menos para mi gusto. Ese pensamiento hizo que echara de menos mi habitación en mi época, llena de estanterías con diversos libros y videojuegos.

–¿Te veré otro día? –me preguntó Amelia con una sonrisa.

–Estoy viviendo con Eros, no sé si lo conoces. –ella asintió. –Pues podemos vernos en el claro de hoy cuando quieras.

–Te mandaré a un guardia bastante fiable para que te avise.

Antes de que me fuera por el pequeño camino que conducía a través de un pasadizo al exterior, ella me dio un beso en la mejilla haciendo que me sonrojase. Me despedí medio tartamudeando haciendo que ella se riera y yo me sonrojara aún más, antes de regresar a cara paré en un pequeño río para refrescarme, no quería que Eros se preocupara por mi cara roja.

–¿No has salido de la casa? –preguntó Eros cuando llegó, dejando las bandoleras encima de la mesa.

–He salido, he ido al pueblo a dar una vuelta. –dije sincera pero omitiendo la parte en la que conocí a la princesa.

–Bueno, al menos te has comportado. –dijo de broma.

–Sé comportarme, sobre todo cuando no quiero que me corten la cabeza ni me quemen por bruja. –comenté siguiendo con su broma. –Además, creo que hay algunos que piensan que soy bruja todavía.

–Déjales, ellos sabrán. Mira, he conseguido buena comida a base de trueques. –sonrió enseñándome un buen trozo de carne y algunas verduras.

–Genial, gracias. –lo abracé haciendo que se riera. –Siento que soy una mantenida, quiero tener un buen trabajo para ayudarte.

–Espero que lo encuentres, me cuestas trabajo. –se burló haciendo que me sintiera mal, aunque sabía que lo decía en broma.

–¡Tonto! –grité volviendo a sonrojarme, pero esta vez debido al enfado mientras él se empezó a reír de nuevo.

Después de discutir varias veces le ayude a cocinar la carne que había traído pero casi hice que quemásemos la casa, y Eros me mandó a lavar las verduras en el río que había cerca de su casa. Digamos que cocinar nunca fue mi fuerte, se me da mejor comer. Cuando regresé de lavarlas, Eros me prestó un cuchillo y las pelé con cuidado. Estos momentos hicieron que pensara en Alessa, ella solía cocinar para mí mientras yo me encargaba de otros quehaceres, como poner la mesa o limpiar los platos sucios.

Espero regresar pronto a mi época.

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