Capítulo 13

VIOLETTA

Despierto cuando el hambre se apodera de mi ser y ahogo un grito al encontrarme en una habitación que no conozco. No obstante, percibir el olor de Izan me hace pensar las cosas y darme cuenta de lo que pasa.

Me trajo a su casa.

No lo miro por ningún lado, por lo que asumo que debe estar en alguna otra habitación. Voy al baño, me lavo la cara para ir a buscarlo.

Me doy tremenda sorpresa al ver la cantidad de cosas que hay en todas las paredes, cuatros muy lindos que parecen pintados a mano, hay largos pasillos que me acongojan por un segundo hasta que noto un leve olor que me alborota el estómago. Izan debe estar en la cocina, está cocinando algo que huele muy rico.

Camino en busca de la cocina. Siguiendo el olor, bajo escaleras hasta que finalmente escucho ruido en una habitación separada por un arco y una barra de la sala.

—¿Izan?

—¿Qué haces levantada? —Preocupado, deja la cuchara que trae en la barra y se me acerca a revisar que esté bien.

—Es que me desperté y, quiero que sepas que, despertar en una habitación que no conozco, no es algo que me tome a la ligera. —Me río—. ¿Qué nos estás haciendo de cenar?

Intento mirar lo que está en la estufa desde mi posición. Él sonríe y me lleva dentro, mostrándome que justo acaba de terminar de hacer carne con verduras, arroz y también tuvo tiempo de hacer un puré de papas.

Nos ponemos a cenar en la mesita de la sala, sentados en el suelo. Ya lo hemos hecho pero en mi departamento una noche en la que me sentía fatigada y preferí sentarme en el suelo. Recuerdo que me reí muchísimo cuando él se sentó frete a mí y disfrutamos juntos de la cena. Hoy definitivamente no es la excepción.

Hablamos de muchas cosas. Incluso de los cuadros que tiene arriba de una chimenea, que según esto es falsa, donde está él en una foto con traje elegante, mostrando una placa con el logo de ZaiPro, y al lado una en lo que parece ser una tiendita donde se reparan celulares llamada “Médicos tecnológicos”. Me cuenta que inició ahí, justo reparando teléfonos y computadoras. Que conoció a Laura una tarde ahí, ella había llevado su computadora a arreglar y que, mientras él la revisaba, Laura le hablaba de lo que podría tener su computadora y los arreglos que se le podrían hacer. Dice que hasta discutieron porque él se sacó de onda que ella supiera cómo repararla y de todos modos la había llevado con él. Al final terminaron reparándola los dos y hasta él le pidió trabajar con él. Laura se negó al principio porque a su familia no le gustaba mucho eso, querían que fuera maestra y pensaban que ese empleo la distraería, pero, después de mucho insistir, Laura aceptó y comenzaron a hacerse famosos por el buen servicio. Ahorraron dinero juntos por cuatro años mientras aprendían sobre programación, y, finalmente, lograron volverse socios de un ZaiPro en ascenso. Ahora es una empresa grande que cuenta con más socios que se han unido a la causa con el pasar de los años.

—Es maravilloso —digo, cuando termina de hablar y yo de cenar—. Pero, ya es tarde, ¿ya me vas a llevar al departamento?

Me gusta oírlo hablar de su pasión porque he notado que ama con locura su trabajo, pero ya deben ser como las diez. Aún tengo que ver cómo quedó mi cámara y si tiene algún arreglo.

Izan me ve con el ceño fruncido.

—Te vas a quedar aquí —dice, con cautela—. Mientras dormías, Marina te trajo un poco de ropa y yo planeaba ir por todas tus cosas mañana.

—¿Qué estás diciendo? ¿Y en qué momento aprobé eso? —Me levanto, molesta—. ¿O al menos pensaron en preguntarme? ¿En esperar mi opinión?

Parece asustado. Se levanta para tratar de calmarme.

—Marina me pidió eso para cuidar mejor de ti, no te alteres, ¿sí? —Preocupado, me rodea con sus brazos—. Tú y mis hijos son lo más importantes para mí, Violetta, quiero que estén bien los tres.

Que diga eso tan de repente me descoloca, pero niego con la cabeza. Sus hijos deben importarle, no yo.

—Estaré bien en el departamento, no es como que sea una irresponsable, tomaré los medicamentos que me dieron y las vitaminas, y no trabajaré si quieres, no es necesario tenerme aquí.

—Pero yo quiero tenerte aquí, preciosa. —Me besa la frente—. Me gusta mucho estar contigo.

Mi corazón comienza a latir como un loco, sin poder creerme sus palabras. Suelto una risita e intento separarme.

—No, Izan, te gusta mucho tener sexo conmigo. —Que le diga eso, logra hacer que me suelte—. Y a mí también, ¿vale? No puedo negarlo. ¿Pero qué crees? El doctor dijo que no podríamos hacerlo en al menos tres o cuatro semanas, por el bien de los bebés.

Él asiente.

—Ya sé eso, también me lo dijo a mí. —Aclara su garganta—. Y es verdad que me gusta tener sexo contigo, pero también me gusta estar contigo.

—Estás mintiendo para convencerme de quedarme, no tienes que hacerlo. —Suspiro, rindiéndome. Tengo que razonar las cosas. Yo estoy esperando dos hijos de él, claro que querrá cuidarme—. Vale, ¿dónde voy a dormir?

Levanta una ceja.

—¿Conmigo? ¿En mi cama, a mi lado?

—No, claro que no. —Mis palabras lo hacen reír—. Dormiré en otra habitación, si quieres que viva aquí, tendrás que aceptar eso.

Porque debemos mantenernos a distancia por al menos tres semanas por el bien de los bebés, porque en realidad ya hemos dormido juntos y extraño no es.

—Vale. —Asiente, aceptando mi condición y se me vuelve a acercar para abrazarme—. Pero no miento, Violetta, no mentiría con algo así.

—¿Entonces te gusta estar conmigo? —Ocultando la ilusión que me da el asunto, finjo desinterés al preguntar.

Izan me separa un poco de él con una pequeña sonrisa.

—Me gusta estar contigo y me gustas tú.

No me deja ni reaccionar porque me da un beso en la boca. Yo, como costumbre en el último mes, se lo devuelvo. No le creo nada, es imposible que le guste yo. No obstante, disfruto cómo sus labios juegan con los míos hasta que nuestras respiraciones pausadas nos hacen separarnos.

—Bueno —digo bajito—. Entonces dime en qué habitación dormiré.

El desgraciado se ríe, negando con la cabeza. Él sabe que soy terca, ¿no? Si dice que le gusto tiene que saberlo.

***


¿Han sentido esa amarga sensación de tragarse sus palabras? Bueno, pues es un sentimiento terrible que estoy experimentando ahora. Porque, después de casi un mes entero viviendo con Izan, durmiendo en mi propia habitación, que él se haya traído todas mis cosas del departamento y hasta tenga mi habitación de fotografía más amueblada aquí, se suponía que permanecería firme hasta mi parto. Es que ese era mi plan, pero resulta que está lloviendo y los truenos son mi mayor trauma. Enfrentarlos sola aún no es parte de mí, porque hasta Marina ha permanecido conmigo cuando sucede y me he apañado de eso.

Mamá y papá murieron una noche lluviosa y el cielo desataba tremendos truenos que me quedé con eso. Los truenos me recuerdan que mamá y papá ya no están conmigo.

Tomo una gran bocanada de aire y, temblando ante otro trueno, abro la puerta de la habitación de Izan. Está profundamente dormido, lo que me parece raro porque a mí me despertó un terrible trueno hace unos minutos.

Tiene el sueño pesado, caray.

—Izan. —Lo meneo un poco y, sorprendiéndome, se despierta ante mi movimiento—. Siento despertarte.

—No, está bien. —Suspira—. ¿Qué pasa? ¿Se te antoja algo que no está en el refrigerador? Sabes que no me quejo, preciosa, me encanta cumplir tus antojos, pero está lloviendo justo ahora.

Se ríe.

—No es eso.

Me rasco la nuca y entonces otro trueno me hace pegar un gritillo que me provoca hablar rápido y sin pena.

—¿Puedo dormir contigo? Le tengo miedo a los truenos.

Izan no dice nada y solo abre las sábanas para que me acueste.

—Lloverá toda la semana —habla, soñoliento, abrazándome una vez que me acomodo—. Quizás sea mejor que ya te cambies de habitación. En la mía puedo protegerte de los truenos.

—Quisieras.

—Evidentemente es lo que quisiera, Violetta.

—Estás mintiendo —reniego. Es que yo sé que no está mintiendo, lo ha demostrado todo este tiempo desde que me lo dijo la primera vez, pero lo lejos que hemos llegado en tan poco tiempo me ha caído como balde de agua fría y me da miedo equivocarme otra vez.

No quiero avanzar y que tenga que retroceder cuando nos demos cuenta que solo nos necesitábamos para beneficios propios. Además, mis hijos están en medio.

—Te dije que me gustas, mi amor. —Pasa su mano suavemente por mi abultado vientre—. Y que te quiero conmigo junto a este par. Quiero que duermas conmigo, que hagamos el amor de vez en cuando, que me quieras y que criemos a nuestros hijos juntos.

El cielo retumba de nuevo y yo me hago bolita bajo sus brazos, haciendo que me abrace mejor.

Siento que voy a llorar pero trato de permanecer tranquila.

La semana pasada me dijo que quería que me quedara con él y los bebés, pero especificarlo parecía costarle, por eso no le creí de nada.

—Entre gustar y criar a nuestros hijos juntos hay una brecha muy larga, Izan. —Intento girarme para verlo a los ojos. Él me ayuda—. No has pensado en el después, te gusto porque tendré a tus hijos. ¿Y qué va a pasar cuando se te acabe el gusto?

—Te amaré, dejarás de gustarme porque te amaré con todo mi ser, Violetta. —Me toca una mejilla y quita parte de mis lágrimas. Su respuesta me descoloca y de la nada me río.

—Ay, cállate, es lo más lindo que me han dicho. —Me toco la cara que se me ha calentado horrible. Es que este hombre es un romántico y descubrirlo me ha caído tan de repente que no sé cómo tomar las cosas.

También me gusta mucho. Es una locura pero ha sido inevitable que su forma de ser no arrase con todo mi ser, descubrir más de su vida me ha causado tanta fascinación que solo quiero que siga contándome hasta de su familia.

—Y no me gustas solo porque vayas a tener a nuestros hijos, mi amor, me gustas porque eres una persona maravillosa. Además me causas mucho placer cuando hacemos el amor.

Me río de vuelta. ¿Por qué me causa tanta risa nerviosa esto? Me siento como una adolescente a la que le están confesando sus sentimientos y se emociona tanto que no puede esconderlo.

—Solo hay que dormir, ¿sí? Hablar de eso es... Dios, ya no sé qué excusas ponerte, solo tengo miedo. —Me rindo y me escondo en su pecho. Izan suelta una risa ronca, luego aclara su garganta—. Sería muy estúpido decir que vayamos con calma, ¿no? Hemos tenido sexo un montón de veces.

Otra vez me río nerviosa.

—No sería estúpido. —Me besa la frente—. Es como tú te sientas cómoda, Violetta. Tampoco quiero que creas que soy de presionarte, solo quiero que te sientas igual que como me siento yo al hacer esto.

Me da un beso en la boca y yo se lo sigo porque estaba esperando todo el día por esto. Y sí, sí siento muchas cosas que probablemente sean las que él también siente.

—También me gustas, Izan —digo al separarme—. Me gustas mucho.

Él me vuelve a besar la frente.

—¿Eso significa ya te cambiarás de habitación?

Su pregunta me hace reír.

Le niego.

—Significa que, por fortuna, ya han pasado más de las tres semanas que dijo el doctor y puedes hacerme el amor esta noche. —Él se talla la cara para despertarse por completo y aprobar mi respuesta, bajándome un tirante de mi blusa.

—Perfecto, pero ya aceptarás después —dice y me besa el hombro—. Vas a ver que te voy a terminar de convencer pronto.

Suelto un gemido cuando llega a mi cuello y me da un leve mordisco. Hasta los truenos se me olvidan.

—Vale, te dejaré intentar convencerme.

Me río a su par y nos besamos.

Estoy segura de que me va a convencer y yo por supuesto que no voy a quejarme de sus tácticas.

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