Capítulo 11
VIOLETTA
Imprimo la última foto y la coloco en el montón que ya está listo. Justo es la foto que le tomé a Izan con su sobrina donde él sonríe mientras la apachurra, abrazándola fuerte e Isabella tiene una sonrisa a la que le falta un diente.
Sonrío y suspiro.
—Serás un gran padre, Izan Meléndez, no tengo dudas de eso. —Toco lentamente su rostro en la foto. Creo que me quiero quedar esta.
No entiendo nada de mí misma ahora, pero no puedo apartar la extraña felicidad que siento. Si Marina me viera... Dios, ni se lo he contado y ya la siento burlarse de mí.
Pongo a imprimir una segunda copia de la foto y mientras tanto guardo las demás en la bolsa de papel.
Dos toques en la puerta me hacen dar un brinco y esconder la foto bajo mi computadora, justo cuando sale. Dios, ¿qué hora es? Deben ser como las diez. Al fin solucionó lo del robo.
Niego con la cabeza y me río. Caray, estoy actuando como una colegiala, justo de lo que me he estado quejando de Marina y Laura. Estoy emocionada de saber que volvió.
—Voy. —Me voy corriendo a verme en el espejo del baño y me acomodo el cabello antes de ir a abrir—. Ah, eres tú.
—¿Cómo que “ah, eres tú”, perra desgraciada? ¿Pues a quién esperas? —Se ríe y entra. Es Marina, trae varias bolsas de mercado.
—A nadie, solo no pensé que vinieras hoy, ¿cómo estás?
Achica los ojos.
—Bien. Y por si no recuerdas, tú me dijiste que nos veríamos hoy. ¿Ya desayunaste?
—Sí... digo, no, comí a las tres de la mañana. —Aclaro mi garganta—. ¿Qué me trajiste?
—Traje todos los ingredientes para hacer entomatadas de queso, ¿se te antojan? También te compré unas barritas de fresa.
Mi estómago hace ruido y ella lo toma como afirmación.
—La tía Marina les va a hacer de comer, bebés —le habla a mi vientre y se va directo a la cocina. Sonrío.
Marina se pone manos a la obra, dorando las tortillas de maíz y yo le ayudo a picar lechuga. Prepara la salsa de tomate y después se pone a moler el queso. Cuando baña de salsa de tomate las tortillas y yo me pongo a envolver el queso con ellas, escucho la puerta abrirse.
—Ya volví. —La voz de Izan retumba en el pasillo y Marina me mira con los ojos bien abiertos.
—¿“Volví”? ¿Él acaba de decir “Volví”? —pregunta bajito y luego se escandaliza—. Perra, ya sé a quién esperabas. ¿Izan durmió aquí? ¿Contigo?
Yo la ignoro, fingiendo que estoy muy concentrada en envolver el queso.
—Estoy en la cocina —le respondo a Izan y pronto está con nosotras. Cuando entra y nota a Marina, parece sorprenderse por un segundo porque balbucea antes de saludarla, preguntándole cómo está.
—Yo estoy muy bien, Izan, ¿y tú qué tal; ya desayunaste? Seguramente la comida de las tres de la mañana ya debió haber bajado.
Mi amiga actúa normal pero por su tono sé que está burlándose de esto y también está pensando en posibilidades, la conozco, seguro está tratando de confirmar que pasó algo entre nosotros.
Veo a Izan y mi corazón se acelera. Viene con un traje elegante casi igual al que traía cuando nos conocimos en la clínica, este es negro, aquel era azul y llevaba corbata, hoy no la trae y se ve formal y a la vez informal.
Dios, qué guapo es.
Marina le hace tortillas entomatadas a Izan también y pronto estamos desayunando los tres. Hablamos de lo que pasó en ZaiPro e Izan me ve de vez en cuando, Marina nos ve a ambos tratando de descifrar por qué también él y yo nos sonreímos cómplices.
—¿Hablaste con Laura hoy? —le pregunta Izan de repente a Marina, disimulando un aparente nerviosismo que honestamente comparto al analizar que pudo haberle contado a Laura lo que pasó entre nosotros.
Marina parece concentrarse en la conversación ahora sí.
—No, creí que la vería aquí —comenta, confundida—. Estaba en mi casa cuando recibió la llamada del robo, me dijo que volvería pronto y yo le dije que, si tardaba de más y no me encontraba en casa, estaría acá porque vendría a ver a Violetta, así que la esperaría, pero ya veo que se desocuparon hace rato, ¿no?
—Sí, en realidad se fue a su casa después de que arregláramos el problema, dijo que sentía que estaba enfermando y quería descansar.
—¿En serio? ¡Ay, no, mi rubia! —Se levanta y deja su plato vacío en el fregadero cuando Izan asiente. Luego toma su bolso y me besa la mejilla—. Me iré a ver cómo está, ¡te quiero, Violetta! ¡Nos vemos luego, Izan!
No, no te vayas, Marina.
—También te quiero, Mar, adiós, gracias por el desayuno —digo pero sé que no me escuchó porque la desgraciada no esperó mi respuesta. Izan se ríe de mis palabras.
Tomo aire antes de mirarlo a los ojos.
—Hola, no te saludé —digo y ni yo sé de dónde saco el valor para hablar tranquilamente sin que me tiemble la voz.
Debería estar en pánico, cuestionándome por qué lo dejé besarme cada parte del cuerpo anoche, pero no, estoy calmada, deseando que se repita porque sentirlo fue maravilloso.
Lo analicé durante estas horas, primero creí que me moriría de la vergüenza cuando lo mirase a los ojos y rogaba al cielo que no se le ocurriera regresar, pero entre más pensaba en sus poderosas caricias, más deseaba que volviera a tocarme otra vez.
—Cierto... Buenos días. —Me sonríe y ve su plato. Está por terminar—. ¿Dormiste bien?
—Oh, no, no he dormido nada. —Paso mi cabello atrás de mi oreja y me termino mi último bocado—. Cuando te fuiste, limpié el desastre que hicimos en el piso del baño y luego me puse a imprimir las fotos de la fiesta, ¿quieres verlas?
—Sí, vamos. —Deja su plato y el mío en el fregadero, prometiendo lavarlos en un rato, y me sigue a mi habitación de fotografía a una distancia que, para mi gusto y sorpresa, es tan íntima que, si la menciono, considero que me sentiré incómoda y eso no lo quiero, así que lo dejo poner sus dedos a los costados de mi cintura cuando llegamos.
—En total salieron ciento tres, a tu sobrina le encantan las fotos.
Izan se ríe, aceptando que Isabella ama muchísimo que la enmarquen y que probablemente va a ser una excelente modelo.
Miramos juntos las fotos. Él, sentado en la silla-sofá que me compró para estar cómoda frente a la impresora y la computadora, y yo en sus piernas.
Él me hizo sentarme ahí y claro que no me quise quejar.
—Ya hablé con mi hermana —dice cuando sale justo la foto de su hermana con su esposo y todas sus hijas—. Le dije la verdad sobre todo. A ella nunca le hablé de mi cáncer y mi cirugía, así que fue un poco... raro.
Suspira y cambia de foto, como zanjado el tema. Entiendo por su tono que le cuesta mucho pero necesita soltarlo de algún modo.
—¿Y qué te dijo? —pregunto, interesada. Le detengo la mano para que no siga cambiando de fotos y vea que de verdad quiero saber.
Y ni yo sé por qué quiero tanto saber.
—Bueno. —Se ríe—. La hice llorar, según ella la juzgué mal, pero aceptó la culpa, mi hermana es muy indiscreta y criticona, tenía miedo que se burlara de mí o hiciera comentarios tontos como los que hizo mi ex esposa.
—¿Estuviste casado? —La información me interesa más y se lo demuestro, sorprendida.
—Sí. —El tema parece ser mucho más incómodo para él, por lo que me arrepiento y tomo las fotos para seguir pasándolas y distraerlo—. No hablo mucho de esto, pero estuve casado por dos años antes de enterarme que tenía cáncer y a ella le molestó la probabilidad de quedarme estéril si procedía con el tratamiento, incluso le molestó saber que estaría convaleciente unos meses y debía cuidarme. Se fue de casa cuando le sugerí congelar mi esperma. Yo lo hice de todos modos, fui un tonto porque aún tenía esperanzas, pero cuando volví de la cirugía, los papeles del divorcio estaban en la cama listos para firmarse.
—Oh, qué mal, lo siento.
—No lo sientas, ya pasó hace cinco años. —Me toma de una mano y se la lleva a la boca para besarla. Mis piernas flaquean—. Cada quien es libre de quedarse donde más desea quedarse. Y, afortunadamente, no me morí de dolor, Laura me ayudó mucho en esa época, así que sané pronto. Ella me demostró ser una gran amiga sin condiciones y prefiero quedarme con eso para siempre.
Vaya, qué madurez. Yo le menté la madre hasta a la abuela de Lizardo cuando él se fue y la señora ni culpa ni nada, apenas si la conocí.
—Por eso hay que dejarla ser la tía de los bebés como ella quiere, eso de consentirlos mucho —digo de repente, cantarina. Y el tono me lo habré sacado a saber de dónde pero eso lo hace sonreír y darme un beso en la mejilla.
—Claro que sí la dejaremos, nuestros bebés van a tener una tía asombrosa.
¿“Dejaremos”? No, no, no, mejor... ¿“Nuestros”? No me atrevo a preguntarle ni corregirlo. Ha sonado hermoso... Dios, no.
No me puedo encariñar.
—Terminemos de ver las fotos —digo en cambio, acelerada—. Aun veremos las de la boda, anoche olvidé dártelas, salió una muy graciosa donde una pareja estaba bailando como robots y Laura sale de fondo haciendo una cara extraña.
Izan no dice nada, solo me acomoda el cabello y se empieza a ensanchar con mi cuello. Dios, este hombre tiene labios tan suaves que rápido me provocan escalofríos.
—¿Y si las vemos más tarde y vamos a dormir? Tampoco he dormido nada.
No, él por supuesto que no quiere dormir, su tono y sus acciones lo demuestran.
—Claro. —Suspiro—. Vamos a la cama.
Se levanta conmigo en brazos y yo suelto una risita cuando me lleva a la habitación sin quejarse de mi peso o algo por el estilo, para él parezco pesar una pluma y eso me hace sentir tan especial que me escondo en su hombro para que no me vea sonrojarme.
Me recuesta en la cama, me quita las sandalias que traigo, arrojándolas en algún lugar de la habitación. Se deshace de su saco, haciendo lo mismo también. Para cuando se está desabotonando su camisa blanca mientras me mira a los ojos, me vuelvo loca, así que me inclino para ayudarlo con su cinturón y su pantalón, bajándoselo en cuanto termino con el botón.
Izan comienza a besarme, subiéndose lentamente a la cama y a mí.
¿No se supone que deberíamos hablar del tema? Digo, él sacó el punto en la bañera, lo que para mí significa que quiere que lo hablemos para dejar las cosas claras, y yo, pese a decirle que no quería hablarlo, sé perfectamente que la conversación tiene que hacerse tarde o temprano.
Bueno, pues ahorita no quiero hablar, quiero que me vuelva a hacer suya y ya.
Al diablo todo, hasta la razón.
Me quita la blusa y los pantalones de pijama que traigo. Mi cuerpo tiembla con su tacto, tanto que hasta mi garganta lo declara con un sonido de exhalación. Izan me besa la boca y de ahí se va al cuello. Sus labios recorren de nuevo con la misma calidez que para mí se disfruta como intensidad. Me encanta lo que hace y no pienso negarlo.
—Me encanta que hagas eso —suelto y él me mira desde el lugar en el que está: entre mis piernas abiertas por él mismo. Su lengua es lo más poderoso que he conocido en las últimas horas y él sabe perfectamente que lo hace muy bien.
—¿Ah, sí? ¿Así te gusta? —Se hunde más y yo gimo—. A mí me encanta hacértelo.
Dios, qué placer me causa este hombre.
Sus embestidas hacen que la cama haga ruidos que se mezclan con nuestros gemidos. Se ríe cuando le digo que debimos poner una almohada en el cabezal para que amortigüe el sonido. Me besa mientras se mueve a un grandioso ritmo dentro y fuera de mí. Me acaricia la cara y hasta acomoda mi alborotado cabello que está ahora mojado por nuestro sudor. Amo cómo sale mi nombre de su boca. Amo sus pupilas dilatadas mientras me mira solo a mí y amo el ruido que hacen nuestros cuerpos juntos.
Todo es tan único.
Al terminar se recuesta y me pide que yo lo haga sobre su pecho. Suspiro de satisfacción y gozo. Sonrío mientras le acaricio el pecho pero pronto me voy quedando dormida. Lo último que siento es un beso en la frente.
***
Escucho el flash de mi cámara pero lo ignoro rotundamente y prefiero seguir durmiendo. Luego risas y un “estos deberían aprender a ponerle seguro a las puertas” y entonces abro los ojos. No obstante, no hay nadie más que yo sobre el pecho de Izan y él dormido plácidamente. Sonrío antes de levantarme para ir al baño. Me miro en el espejo y estoy hecha todo un desastre. Me río de mi cara toda soñolienta, de mis ojos que se ven pequeños y de mis labios un poco hinchados.
Lavo mi rostro para espabilarme. La ventanilla del baño me muestra la oscuridad de la noche. Dormimos demasiado.
Me meto a bañar y, una vez termino, me pongo un pantalón de pijama rosa y una blusa de tirantes verde. Me cepillo el cabello frente al espejo otra vez. Al estirar las manos, se me sube la blusa y hago el descubrimiento más loco de mi vida.
Hay una protuberancia en mi vientre. Para tener dos meses y medio, ver ese bulto es sorprendente. Con las manos temblándome, pongo mi mano ahí y se me sale una risa nerviosa cuando comienzo a delinear con mis dedos el bulto.
Santo Dios, los bebés están creciendo. Necesito tomar una foto de esto.
Salgo de la habitación en silencio para no despertar a Izan y voy a mi habitación de fotografía. No tengo un intento de foro, pero me apaño de una sábana blanca y la coloco en la pared con algo de pegamento. Preparo todo y, sin importar mi lista de razones por las que no debería estar tan entusiasmada haciendo esto, me tomo la fotografía.
Yo, mostrando mi bulto a la cámara, tocándolo mientras lo veo y sonrío, mostrando todos mis dientes. Cuando el flash aparece, también lo hacen mis ganas de llorar.
¿Qué estoy haciendo?
Sea lo que sea, lo estoy haciendo todo mal, al revés, o no lo sé, no tengo control de mí misma desde que conocí a Izan Meléndez, desde que me abrazó cuando vimos las pruebas de embarazo positivas y desde que vivo aquí. Mucho menos ahora que hemos hecho el amor.
No sé qué es, pero no puedo evitar hacerlo, no puedo evitar sentir que en realidad no me quiero ir a ningún lado cuando este embarazo termine.
No me puedo encariñar, pero, lamentablemente, ya lo he hecho.
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