UN TRATO CALLEJERO
Desire Chains VII
Los días transcurren, en la casa Jonesfield es un completo y absurdo caos. El institutriz, Feliks de la casa Northern Heaven, un doncel tan cotizado como persistente de hebras brillantes como el trigo y la piel nívea, enfrenta un duelo por su estancia con la familia, recabando a punta de espada lo que el insolente y salvaje omega adolescente debe aprender lo más pronto. No pasa más de una hora sin que se libre una pelea verbal, una oleada de bromas o una persecución que casi siempre acababa con alguno de los dos, o ambos, mojados hasta las pestañas.
Alfred no acepta el hecho de que ahora cualquier cosa que haga, será sólo con el fin de desposar, engendrar, criar y complacer. ¿Qué clase de vida era aquella?
"Todos los donceles son omegas, más no todos los omegas son donceles ¿sabes cuál es la diferencia?"
La idea rondaba por su cabeza, pero no le encuentra sentido a aquellas palabras, no puede ser posible que haya un umbral del cual él deba sobrepasar.
"Las decisiones no son acérrimas a nuestro estilo de vida"
Algo que el al instante sólo pudo descifrar como una forma sutil de aceptar que no podía escapar de lo que otros le ordenaran, de decir que estaba atado un género débil. Sin embargo hay algo más notorio que el hecho de ser tratado como omega, un gran detalle que no pasa desapercibido ni con tres libras de ropa. Su cuerpo parece estar más de acuerdo con su condición que su mente; su peso se ha visto disminuido y eso ha sido gracias a que su apetito, su fiel y amado reflejo de vida, disminuyó con creces espantosas para él. Aportando así que no sólo es más delgado, sino que cualquier rastro de músculo que lo hizo lucir tan varonil alguna vez, se esfumó junto con sus demás atributos beta. La cintura, lo más terrible del cambio, la peor parte en ese desarrollo físico. Dolor agudo, como si sus costillas se rompieran, como si ser un omega fuera el peor castigo sobre la tierra.
--Quiero que pare, ¡quiero que todo esto pare...!—acostado en su camastro, con el cuerpo semi-acostado, pues una noche de agonía descubrió que ese era un remedio, no del todo capaz, pero sí efectivo. Lágrimas doloras, impotentes y melaninas abrillantan su rostro aún infantil, reflejando el color rojizo de la veladora que alumbra la oscuridad en esa frígida habitación de aquel otoño en Londres.
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Las noches pasaban, los cambios ocurrían y los árboles tiraban sus hojas. A dos meses desde que se dio la extravagante noticia a la familia Jonesfield las cosas se aligeran ínfimamente, pero a paso seguro de que algún día, todo se sentirá normal y cotidiano. El duque, ausente por asuntos democráticos dado a su humilde puesto en el parlamento, deja, sin saberlo, a su joven primogénito en un estado crítico, tanto para su bien como para el del otros.
--Volveré antes de que caiga la última hoja del fresno—recita como un poema que promete un final certero y feliz—Este joven estará a cargo de su seguridad, pero si algo anda mal, no duden en enviar una carta—se acerca a su esposa, despidiéndose con un romántico beso en el dorso de su mano. Sigue con su hijo, y pensando en algunas cosas recuerda que nunca antes había tratado con un doncel, por lo tanto no conoce los modales adecuados para el trato correcto. Finalmente inclina su cabeza y sonríe, se aleja del portón principal y entrando al carruaje, firma un trato del que él nunca estuvo consiente.
Alfred había extendido su mano, para despedirse como siempre lo había hecho con su padre y al ver, que éste no le correspondería como antes, algo muy delicado y sensible en su pecho, se retorció tanto que mandó un cosquilleo a sus ojos, una piedra pesada a su garganta. Porque por primera vez, su padre ya no le vio más como su igual.
--Iré a leer un poco—informa, dejando el lugar sin una esencia melancólica, desapercibida para todos los sirvientes, incluso su madre. Pero no para Feliks, un doncel audaz y experto en su labor.
Sale tras él, asegurando a Christine con una mirada, que su hijo estaba bien. El institutriz sintió necesidad, un deseo de ayuda en ese instante en el que vio los ojos de Alfred tan lamentables como una flor cubierta por montones de escarcha. Pudo sentirlo, porque los omegas, al igual que el género dominante, tiene habilidades, efectos y afinidades incluso más especiales que las de un alfa, pero tan sutiles y puras que muchas veces no se sienten, que muchas veces son ignoradas y sometidas. Un aspecto positivo, es que cuando más de un omega vive en conjunto con otros, su instinto crece y se desarrolla con más precisión, seguridad.
--Ya estás listo, querido—lo intercepta justo cuando iba a entrar al salón de lectura. Lleva un canasto forrado en seda turquesa colgando de su mano enguantada.
--¿Para que me vendan por fin a un alfa con gran fortuna?—pregunta sarcástico, y es lo único que le pasó por la mente al escuchar aquello. Su corazón se aceleró, sabía que ese día llegaba siempre y con repentina aparición. Sólo apretó sus delgados labios para contener el titubeo.
--No, mi lindo gorrión—el menor se sorprende, abre sus ojos aliviados y la boca para preguntar. Sólo que es interrumpido incluso antes de empezar—Iremos a la butique y de paso, al lugar donde crecí—se da la vuelta, caminando con soltura y alegre, al sentir la presencia del otro al lado suyo.
[...]
A pocas millas de distancia, se detienen frente a un local decorado hasta las esquinas con holanes, flores y cuentas colgando como cortinas. Bajan del carruaje, acompañados de su escolta que hasta el momento pasó sin ser visto por Alfred. Un niño, a vista de cualquiera, de cabellos lacios y oscuros como la noche pero de tez tan blanca que el contraste era casi deslumbrante. De la misma altura que Feliks, y vestido todo de negro como si velara una muerte eterna.
--Tu espera aquí, chiquillo—le ordena el omega mayor, deteniendo al niño para que no entrara tras ellos—Este establecimiento es, exclusivo de donceles—sonríe galante y entra, cerrando tras de sí una ves de asegurar que Alfred ya estaba dentro.
El niño de negro se queda afuera, a la expectativa de todo. No sabe hablar mucho el idioma de esas tierras, pero es inteligente y astuto que no se relaja nunca, y tampoco se detiene a esperar a que algo suceda. Rodea el lugar y finalmente encuentra un ducto en la pared, por la que asoma un ojo y graba todo en su cabeza.
Tres personas, contando al Doncel Jonesfield y al Doncel Feliks. El otro sujeto es precavido, oculta su rostro y cuerpo con una capa color índigo, le extiende algo a los omegas, algo como una bolsa de tela, muy pequeña. Seguidamente los ve intercambiar algunas palabras, los ve con intenciones de salir y el regresa rápido a su puesto, en la entrada del local llamativo.
--Ahora, directo a Rainport avenue—el doncel mayor informa para que el jinete obedezca—Necesito que veas algo muy importante, Alfred—esta vez cambia de objetivo, mirando al joven rubio con seriedad ilícita.
Alfred asiente moviendo el cabeza, aún incómodo de salir por primera vez con su nueva condición de género. Vestido con esas estorbosas y ceñidas ropas de colores llamativos y de mal gusto para él. La puerta de carruaje se abre, y es ahí cuando por fin se da cuenta de la presencia del niño al que su padre le confió su seguridad.
--¿En verdad tú puedes defendernos de algo—pregunta sin miramientos, es algo en el comportamiento que todavía le cuesta mucho por cambiar--¿Qué edad tienes? Luces incluso más joven que yo—espera la respuesta, pero los segundos pasan y no recibe nada, ni siquiera una mirada a los ojos--¿Eres sordo?
--Señorito, él no habla nuestro idioma—le informa Feliks, rodeando al pelinegro con su brazo y con el otro levantando el rostro infantil para así hacerle ver al joven rubio, el aspecto asiático que decora y expone la condición de su escolta—¿Lo ves? Pero no debes preocuparte, tu padre confía mucho en la persona que recomendó a este niño.
--Claro...--mira fijamente a los ojos al chico asiático, como queriendo grabar esas facciones tan peculiares. Luego entra al vehículo, seguido del otro omega—A veces mi padre se comporta muy raro—deja salir, pero no con intenciones de comenzar una conversación.
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El movimiento cesa, ellos creen que han llegado a su destino pero nunca se abre la puerta. Algo empieza a atemorizarlos, en especial a Feliks, que tiembla y respira agitado.
--¿Qué pasa, porqué se detienen?—pregunta nervioso, el joven primogénito Jonesfield que no es capaz de leer el ambiente, ni siquiera de percibir las feromonas de pánico que expide su acompañante. O el terrorífico hedor a sangre que los rodea—Voy a echar una vistazo...--se acerca para abrir, pero alguien se adelanta y lo hace primero.
Feliks intenta alejarlo con todas sus fuerzas, pero las feromonas de alguien más lo tienen sometido, no puede hacer más que gritarle que se aleje de la puerta.
Alfred es jalado con brusquedad hacia el exterior, tirado al suelo junto a un cadáver. Un hombre vestido con capucha negra y con un símbolo extraño lo comienza a amarrar de las muñecas y escucha los gritos desesperados de Feliks. Todo es muy extraño, irreal, no puede reaccionar y sólo mira alrededor, el lugar lleno de hombres encapuchados, con cuerpos inconscientes sobre sus hombros, algunos tirados en el camino y sangrando. Ve a su institutriz paralizado, pero no por el miedo a esos hombres, sino por la desgarradora escena, de ver a su familia, sus amigos, su pasado en el suelo y sin vida, sin luz y sin todo el amor que le brindó.
--¡Éste es un noble!—grita el hombre que amarró a Alfred, empujándolo hacia los demás que lo miraron desconcertados al principio por encontrar un omega tan alto—El conde pagará mucho por este, procuren no lastimar su rostro—dos tipos más llegan y en ese instante Alfred por fin cae en cuenta de la realidad, escucha a Feliks gritar algo pero después, él ya estaba cayendo en la inconsciencia. Un trapo fue puesto contra su boca y nariz, ya no escuchó nada, no vio más que un destello del atardecer y sintió contra su piel el viento frío del otoño.
¿que tal? ¿Por fin deja de ser lelo y obtuso? espero que sí porque me desvelé por esto :V
Gracias por leer este fic, que a pesar de no ser tan popular va mejor de lo que esperé c: No leemos en la próxima~
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