SENDERO PROLIJO

Miss me?

Una vez más, el orden parecía ser expulsado a la fuerza del palacio de la familia más influyente de Londres. Incluso, pareciese una predestinación inspirar caos entre ellos cada día, tan común como lo era tomar el té.

Eso, e inmiscuirse en cualquier asunto del que pudiesen sacar provecho y explotar hasta saciar su avaricia.

—No puedo creer que dejaras que algo así pasara frente a tus ojos, ¡Tenías un sólo trabajo! ¿¡Qué estabas pensando!?—, un hombre mayor gritaba colérico, sostenido en un bastón que podía partirse en dos en cualquier momento.

—¿Quién fue el que ordenó ir por ese polaco en primer lugar? Si no fueses el viejo senil que eres ahora y escuchado mi propuesta, tal vez no habría sucedido esto... —Arthur suspiró, fingiendo hartazgo para encubrir su impotencia —pero lo único que haces es confiar en el imbécil de mi hermano. ¿No ves que su esposa e hijos lo han vuelto ocioso? Ya no sirve seguir contando con lo que él-

El ruido de la madera quebrándose contra su brazo, además de provocar que el ambiente se tornara más hostil, hizo que en Arthur se acrecentara el deseo inmenso de contratacar con la misma bravura, incluso mayor. Sin embargo, lo único que hizo fue recuperar la postura y sostenerle la mirada a su padre.

—Tú no vuelvas a atreverte a hablar a sí de mi primogénito, mucho menos cuando no has logrado siquiera la mitad de lo que él sí. Y si no quieres que termine por echarte a las calles, será mejor que arregles esto, y lo hagas rápido — con acento firme y claro, ordenó sin apartar la vista de su desafiante hijo —. Oh, y una cosa más.

Justo cuando estaba dando por terminada la reunión con su padre, éste le volvió a llamar, aunque ahora con tono compasivo, casi cariñoso. Sí, como si Arthur fuera a creer en eso.

—Esa propuesta con los Jonesfield, espero que seas astuto y no lo dejes escapar. Puede que ese matrimonio nos favorezca.

"Repugnante"

Salió del salón con el ceño fruncido, la determinación recorriendo su cuerpo y guiando sus pasos.

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El día anunciaba su llegada nuevamente, acurrucado entre sábanas amaneció por vez primera en una cama que no era la suya, en el hogar de alguien más, sin la compañía de su madre o de Anne. Se dio cuenta entonces de algo que le sacudió su cuerpo y sus pensamientos.

Estaba sólo en el territorio de un alfa, sin dama de compañía, sólo él y sus alborotados pensamientos. Apenas recuperó la calma, fue invadido por el recuerdo de la noche anterior, esos recuerdos que comenzaban como una pesadilla y que gratamente no terminaban como una.

"Ven conmigo a Rusia"

Se repetía aquella petición, pronunciada con esa potente y a la vez aterciopelada voz, acompañada con la mirada cristalina y profunda del joven que aceleraba su corazón con la simple cercanía.

¿Irse a Rusia, a otro continente...? Con alguien a quien apenas conocía, de quien desconocía su pasado, incluso el presente. Iván no le había dicho por qué ya no podía estar en Inglaterra, tampoco le dijo cómo fue que lo encontró, ni por qué tan repentinamente le pedía que abandonara todo por huir con él. ¿Podía confiar...debería confiar?

Suspiró, dejando su cuerpo yacer completamente sobre la cómoda, como si quisiera volverse parte de ésta. La vida sería más fácil si se fuera un mueble, pensó.

La puerta repiquetó un par de veces, unos segundos después se abrió y sin pensarlo se sentó rápidamente y miró. No era quien esperaba, en su lugar estaba aquel hombre pequeño que lo escoltó a casa la última vez.

—Te vez muy mal, aru —dijo con voz aguda, casi como la de una mujer —. Me dijeron que necesitarías ropa así que te traje esto, es lo único decente que pueda quedarte, puede quedarte un poco holgado pero debería estar bien, era de Iván cuando todavía no se convertía en un gigante, aru — explicó con tono relajado y ameno, tratando de relajar al joven que lo observaba demasiado —. ¿Nunca habías visto a un chino? Ah, los europeos siempre son así de obvios. Soy una persona, no me mires así, aru.

—Mis disculpas, yo...uhm, yo esperaba...

—Ah, él se fue a arreglar unos asuntos, me pidió llevarte de vuelta a tu hogar. ¿En serio te escapaste en medio de la noche? Y yo que pensaba que sólo eras otro niño debilucho y con aires de grandeza. Me agradas, puedes llamarme Yao.

Yao se acercó a la orilla de la cama y extendió su mano, igual que Iván lo había hecho antes. Una sonrisa adornó su rostro, abandonó la inseguridad y correspondió al gesto, sin soltar la mano del pelinegro preguntó curioso, sus ojos brillosos, expectantes.

—¿Tu cabello es real? ¿Puedes escalar paredes y saltar sobre muros?

—En serio no eres como esperaba, aru —sonrió ladino y soltó un suspiro resignado —. Supongo que tenemos tiempo de sobra... ¿quieres ver algunos trucos?

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Estaba camino de regreso con sus, definitivamente preocupados, padres. ¿Qué iba a decirles ahora? No quería que pensaran cosas incorrectas sobre él, tampoco de Iván.

Hace unos momentos estaba tan emocionado viendo las acrobacias de Yao, y ahora quería hundirse en un pozo infinito para no afrontar la realidad. Se llevó las uñas a la boca, un hábito que ni Feliks había podido contrarrestar.

Feliks... sólo Dios sabría que había pasado con él y dónde estaba. Esperaba que bien, tomando su té y regañando a otros donceles, justo como le gusta. Alfred suspiró por décima vez en el día, miró por la ventanilla y de repente se percató de que estaban en el bosque a un lado de la carretera.

—Me temo que no puedo escoltarte más allá, pero no te preocupes, aquí está tu caballo y aunque no me veas, yo estaré cuidándote desde atrás.

—De acuerdo, sería complicado explicar si me viesen llegar en un carruaje ajeno. Uh, ¿Yao?

—¿Qué pasa? ¡¿No me digas que no sabes cabalgar y por eso te perdiste anoche?!

—No es eso... —sonrió levemente y luego de bajar del carruaje, se acercó abruptamente a Yao y lo abrazó, sin saber por qué, sólo sintió la necesidad de hacerlo.

—¡¿Qué haces?! —alarmado, atrapado con la guardia baja, trató de escabullirse pero los brazos de aquel doncel eran más fuerte de lo que pensó.

—Gracias —le dijo gentilmente, agachándose un poco para quedar a la altura del pelinegro. Lo miró con dulzura tras deshacer el abrazo y montó el caballo —¡Parecías triste, te vez mejor cuando sonríes! — se despidió y cabalgó en camino a su hogar.

—Si sólo lo acompañé a casa, de qué agradece...y ¿qué es eso de que me veo mejor sonriendo...? —sin ser consiente siquiera, se dio cuenta de la sonrisa que ahora estaba formando. Avergonzado, se tapó la cara para evitar que alguien más lo viese, pero, estaba sólo él ahí, ¿no?

Era una persona muy extraña, podía comprender un poco por qué Iván iba tan lejos por él.

Pero las cosas nunca iban bien para ellos, no podían bajar la guardia. Mucho menos rodeados de tantos nobles hambrientos de poder, especialmente esos Kirkland que seguro ya tramaban algo grande.

—Sólo espero que ese joven no tenga que sufrir las consecuencias, aru.

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Apenas estaba cruzando el portón cuando una oleada de sirvientes lo rodearon, unos deteniendo el caballo, otros corriendo dentro para avisar a los señores que su hijo había vuelto.

Pero por la puerta no salieron sus padres, ni siquiera Anne. En su lugar, una mirada desdeñosa y arrogante lo recibió. No pudo evitar que su pecho se llenara de pesadez, sus pensamientos de negatividad y decepción.

Bajó del corcel, caminó firme hacia la entrada y trató de ignorar a aquel individuo indeseable sin embargo, apenas acercarse fue detenido de la muñeca. No quiso voltear, y no lo hizo hasta que escuchó la siguiente oración.

—Espero que hayas disfrutado tu aventura con esa inmundicia rusa, porque fue la última.

Una socarrona y altiva sonrisa acompañó sus palabras, soltó la muñeca de Alfred y como si nada desagradable hubiese salido de su boca, se dio la vuelta para dirigirse a los padres de Alfred que estaban sentados con la preocupación a flor de piel.

—Tal como se los dije señores, su hijo está de vuelta sano y salvo. ¿No es eso afortunado? —habló altivo, confiado y con aquel tono de voz que hacía que los demás creyeran en él.

Alfred no tuvo tiempo de pensar en lo que acababa de escuchar, una sensación de impotencia recorrió su cuerpo.

Christine, la madre de Alfred, abandonó por completo la compostura y corrió a abrazar a su retoño, lo colmó de besos y soltó en llanto.

—Tranquila madre, estoy bien. Perdón por preocuparte, yo...

—Creímos, creímos que tú, que tú... —su voz temblorosa le impidió seguir y nuevamente el llanto se apoderaba de la mujer.

No estaba entendiendo lo que pasaba, había demasiada gente en su casa. Miró alrededor y, entonces vio a unos oficiales parados en medio. ¿Qué diantres estaba ocurriendo?

—Antes de que hagas preguntas, hay alguien que quiere verte, hijo —su padre habló calmo, posando una mano sobre su hombro y señalando hacia el pasillo, de donde salió alguien con tez pálida y ojos cansinos. Se veía en mal estado, sin embargo su porte no titubeaba, mucho menos su mirada segura, desafiante ahora que Alfred lo miraba bien.

No era la misma mirada que tenía antes, pero esa voz era inconfundible. Un peso en su pecho se desvaneció, sus ojos se llenaron de sorpresa y alivio.

—Intitutriz Łukasiewicz, volviste...

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—¿Por qué no aparecías? Ese día, yo pensé que algo te había pasado Feliks, yo estaba muy preocupado...

—Modales, Doncel Alfred, ¿tantos meses de enseñanza y los olvidas tan pronto? ¿Qué dirá la sociedad de un institutriz con tal alumno, ¿eh? —habló con seriedad, apenas dirigiéndole la mirada al joven frente a él. Respiró con pesadez y trató de aliviar el ambiente —. Lo importante es que estoy de vuelta, y que tú estás bien...

Alfred tenía la sensación de que estaba evitando decirle cosas, se sentía diferente. Pero estaba feliz de verlo, aunque no se viera tan vivaz como antes.

—Me contaron sobre cierto cortejo, Alfred... —Feliks se sentó en una butaca de piel y cruzó sus manos, tomó una bocanada de aire antes de continuar —. No tengo que ser adivino para saber que pasaste la noche con él, no tienes idea de lo terrible que eso implica a tu reputación.

—No me interesa la reputación, yo no le debo nada a nadie —se dejó caer pesadamente en la silla frente a su institutriz —, además no pasó nada de lo que debas preocuparte.

"Ven conmigo a Rusia"

—¿Sabes quién es esa persona? Alfred, tus padres creyeron que te había raptado. No dejarán que te acerques a él ahora que su verdadera naturaleza ha sido expuesta.

—¡Yo me escapé, él no ha hecho nada malo! No saben nada de él, él... —se puso de pie nuevamente y miró por la ventana, la oscuridad comenzando a cubrir el cielo, su corazón dio un vuelco. No quería creer lo que estaban diciendo de Iván, estaban mintiendo.

—¿Recuerdas cuando te dije que la vida de un doncel estaba llena de sacrificios? — Feliks se paró tras él, y con una sonrisa llena de compasión, le entregó una carta. Una carta igual a la que antes había leído, igual que aquella que le había hecho sentir mariposas en el estómago —. Sólo quiero que comprendas que no debes rendirte, sólo significa el final cuando lo haces.

Una voz profunda resonó y su respiración se detuvo un momento, acarició la carta y sin haberla leído siquiera, comprendió.

"Alfred, debes despertar" "Ven conmigo a Rusia"

Ojalá sólo pudiera volver a ese momento y responderle sin dudar.

"Sí" 




Ya me jodería leer esto después de esperar tanto una actualización, jajaja. ¡Tengo mis pretextos listos! Wanna read them? 

Va pues, me quedé sin laptop y pues ya no me late escribir en celular. Tenía los borradores pero no me acomodaba, y además tenía un bloqueo dominado por la webonada y el vicio de los videojuegos. Como sea, estoy de vuelta y lista para continuar esta historia que me gusta mucho, me pone de buen humor escribirla. 

Cualquier error háganmelo saber y no se preocupen si sienten que este capítulo estuvo demasiado confuso o malo, se arreglará en cierto punto, creo. 

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