LIBRE ALBEDRÍO
Luego te tomar un relajante, largo y reparador baño en una gigantesca tina, Alfred se encontraba sentado junto a Annie en una pequeña mesa alta y redonda jugando una partida de cartas. Aunque ninguno sabía cómo jugar, simplemente estaban haciendo pares de cartas y charlando con parsimonia.
—El Infante es muy apuesto ¿Viste el color de sus ojos? Además, es seguro que mide más que cualquier otro hombre en Londres—Anne dice con intenciones inocentes, nada más con el propósito de distraer a su amigo y tal vez, fantasear un poco.
—Hay muchos hombres apuestos, no es la gran cosa—Alfred, renuente, responde ligeramente desinteresado—. Escuché que hay hombres que usan zapatos con plataforma para lucir más altos.
Anne suspira y frunce el ceño, frustrada pero todavía decidida a hacer volver al alegre y bromista Alfred Jonesfield. Se pone de pie, sonríe ampliamente y se dirige a uno de los roperos junto al tocador.
—¿Recuerdas cuando jugábamos al teatro? —pregunta expectante, acercándose a abrir la puerta del ropero y buscando algo, como si aquel lugar fuese propio o siquiera conocido. Alfred le observa confundido y deja las cartas a un lado—. Espero que no le moleste al señor Infante que usemos estas cosas.
De repente, había cosas esparcidas por los muebles como sombreros, sacos, bastones, incluso un rifle al que Alfred no pudo resistirse y tomar con fascinación. Comenzaron a montar un escenario con todo lo que encontraban y se perdieron entre diálogos y actuaciones dignas de un bufón. El tiempo se les fue de las manos, la habitación completa era acreedora de un tifón.
—Alfred, imagina que tuviesed que vivir como un animal; entre un león y un lobo, ¿qué preferirías?
—Obviamente el lobo, ellos son capaces de arriesgar su vida por la manada y todos trabajan por igual, mientras que el león es un holgazán que sólo se preocupa por su honor y su bienestar—el omega respondió sin pensarlo demasiado. Dejando a Anne un poco pensativa, con algo de tensión.
—Uh, ¿has pensado un poco sobre eso? —Anne irrumpió el ambiente hablando con voz preocupada. Estaban comenzando a recoger, afortunadamente Iván había respetado su privacidad junto con el tiempo que le pidió para que Alfred reposara. El joven omega respingó en su lugar, sabía a lo que se estaba refiriendo su dama de compañía—. Sé que no te gusta tratar ese tema, pero, tal vez no sea tan malo como crees estar con alguien que te ame, te respete y te cuide...
—¿A qué precio? —Respondió tajante, quitándose de la cabeza un sombrero de copa y volteando a ver serio a su amiga—. Feliks una vez me dijo, que la vida de un omega lleva consigo mucho sacrificio. Yo no pedí nada de esto, yo sólo...—caminó hasta el ventanal de la habitación, había anochecido ya. Las palabras quedaron suspendidas, ahora se concentraba en el infante que llegaba cabalgando con premura.
Tocaron a la puerta, Anne se reaccionó rápido y trató de dejar todo como estaba antes. Se acercó a abrir y frente a la puerta estaba un joven no más alto que ella, con el cabello recogido en un chongo alto y de facciones muy finas. Además de que era tan blanco que parecía que su piel reflejaba la luz.
—Uh, el señorito, digo, el señor de la casa pide su presencia en la sala—dijo, en una dicción muy poco fluida. Alfred le observa desde atrás, fascinado. Era como esos acróbatas del circo, podía jurar que iba vestido como uno. El nuevo presente le dirigió una mirada y saludó juntando la palma de su mano izquierda con el puño derecho—. Es importante, deben regresar a su hogar ahora mismo. Aru—se acercó y tomó a Alfred de la mano, bajo la impresionada e incrédula mirada de Anne que casi se desmaya en su lugar.
Afortunadamente nadie más estaba viendo, pensó.
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Se encontraban a punto de llegar a su hogar, cuando escucharon algo caer sobre el capote del carruaje. Todo era muy extraño para Alfred, inconscientemente se sentía amenazado, tenía el presentimiento de que estaban más bien huyendo.
—Yo los guiaré a partir de aquí, Iván se disculpa profundamente por lo sucedido y dice que espera no haber faltado su respeto, aru—el hombre de antes, se asomaba de cabeza por una de las ventanillas provocando no sólo un susto en ambos pasajeros. Alfred le arrojó su zapato, mismo que el acróbata atrapó en el aire—. Ten cuidado, aru. Esto le puede sacar el ojo a alguien—le regresó el calzado y sonrió divertido, sorprender a la gente era quizá un placer que nunca se negaba además de que esos dos europeos no se veían desagradables del todo.
Su presencia de desvaneció tan rápido como había llegado. El carruaje comenzó a ir más rápido y en poco tiempo ya estaban de regreso en la residencia Jonesfield en donde preocupada, esperaba Lady Christine.
— ¡Alfred! —apenas bajar, su madre lo interceptó tomando su rostro con ambas manos—. Nunca mencionaste una estadía de un día entero. ¿No pasó nada, cierto?
—Depende a qué te refieras con nada, porque...—su madre le dirigió una mirada que le fulminó y amortiguó su afán de mofa—. No madre, no ha sucedido nada socialmente desaprobatorio o que pueda afectar mi prometedor futuro ansioso de prospectos—aunque no faltaba su sarcasmo impregnando sus oraciones desde que se había resignado a su naturaleza—Aunque conocí a un acróbata, como los que vimos una vez el circo ambulante...—volteó para buscar con la mirada al hombre pequeño de facciones finas, pero ya no había nadie.
Suspiró decepcionado, aquel día pareciese una mezcolanza de sueños y pesadillas. Su madre no debía enterarse de más de lo necesario. ¿Qué pasaría si le contaba el incidente con las manos irrespetuosas de Arthur Kirkland? Se moría de vergüenza al sólo recordar ese momento.
Todos entraron al recinto, la cena estaba servida como si sólo hubieran estado esperando a que llegara el joven de la casa.
—Alfred, ¿quién crees que sea ese hombre de antes? Al principio creí que era un niño...—Anne se dirigió al joven omega que estaba engullendo una patatas horneadas—Se refirió al Infante sin honoríficos ¿no es raro?
—No, yo creo que es lo que deberíamos hacer todos—tomó un poco de agua y sonrió—. Es como si fuera alguien libre de todos los prejuicios de este lugar.
Anne no dijo más, los ojos de Alfred parecía expedir luz de esperanza y determinación. Nada, ni los guisantes invadiendo la carne eran capaces de perturbarlo en ese momento.
O al menos casi nada.
—Una carta para el joven Jonesfield—una mucama entró al comedor y se acercó a Alfred, le tendió el sobre y éste la tomó desconfiado. No había sello ni firma.
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Una vez en su habitación, despojóse de todos los atavíos que llevaba encima y dejóse caer en su colchón y arroparse hasta la cintura. Con una vela encendida junto a él, miró el abrecartas con desafío y abrió el sobre con rudeza, rasgando un poco del contenido.
Lo primero que sus ojos leyeron fue algo escrito con más tinta de la necesaria, resaltando un nombre particular.
"La verdad sobre Iván Braginski"
Frunció el ceño, confundido, su corazón había comenzado a latir con más fuerza, podía sentir los latidos en su cabeza y en sus dedos en contactos con el papel de aquella carta tan irreal.
Continuó leyendo.
"Infante de Nóvgorod, la identidad fraudulenta de un hombre desterrado por crímenes inimaginables. De noble cuna pero de infame alma, de tres conyugues destrozó sus cuerpos, dejóse en la mira a su familia, expulsado como un cáncer a las líneas fronterizas del ejército es donde se esperaba su ejecución inminente.
Mas, protegido por el mismo demonio, al sobrevivir adoptó aquella faceta que ha venido a mostrar a nuestra impecable Inglaterra.
Pero, ¿por qué ha venido este monstruo? En busca de una víctima, las damas no captan más su atención, los donceles son cazados por los ignorantes salvajes en las frías tierras soviéticas. No habría plan más macabro, que el de engatusar a un joven inocente a las garras de un leviatán embaucador que aprovecha el extranjero para encubrir su pecados.
El hombre de ojos demoniacos, de nombre Iván, es un asesino."
El papel cayó sobre las sábanas, la luz de la vela se extinguió y todo se consumió en la oscuridad. Y aun así, Alfred no cerraba sus ojos, sus manos estaban temblando. No estaba seguro de nada ahora, ¿podía creer en una carta así que carecía incluso de firma? Y si no creía, ¿le preguntaría él mismo a Iván, el hombre que le escribió una carta que llevaba en sus pensamientos siempre, el hombre que era acusado de cosas horrorosas?
Los pensamientos no cesaban, cada acción del hombre soviético era ahora analizada con desconfianza en sus recuerdos. Sin querer, estaba dudando de las miradas tiernas, comprensivas e inocentes de aquel hermoso par de ojos violeta.
Todo por las palabras de un extraño, de un completo desconocido que lo difamaba como si fuera el peor hombre en el mundo. ¿Y si alguien recibía una carta igual? Si todos comenzaban a creer en algo como eso, no podría siquiera preguntarte de frente si toda esa calumnia en su contra era cierta.
Se levantó de su cama, encendió la vela y con toda la cautela y el silencio posible, fue hasta su ropero y buscó en lo más recóndito aquellas prendas que solía vestir antes de saberse omega. Se vistió, tomó la carta y la resguardó bajo la chaqueta. Abrió la puerta del balcón, salió y se colgó del alféizar sin detenerse a calcular el peligro que eso representaba.
Saltó, y eso le valió un severo golpe que le hizo expedir todo el aire de sus pulmones. Estuvo tendido en el suelo unos segundos que se sentían horas, su pecho no había dejado de sentir con fuerza a su corazón que quería salirse. Al levantarse, corrió hasta el establo y tomó el corcel de su padre, montó la silla y cabalgó.
Cabalgó sin detenerse a pensar más.
"¿Entre un lobo y un león, qué escoges?"
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No tenía el mínimo conocimiento sobre el camino que llevaba a la casona del Infante de Nóvgorod. En ese momento, estaba igual de perdido que sus sentimientos que en medio de la carretera oscura y fría. El corcel avanzaba a trote lento, como esperando algún indicio de su jinete por indicar el camino.
Alfred, con las manos temblorosas y el corazón inquieto, no sabe hacer más que mirar al cielo, lleno de tantas nubes que apenas la luna lograba asomarse y traspasar su luz. Suspiró, regresar no era una opción desde que el camino había sido cubierto por penumbra. Sólo un leve resplandor adelante era confiable ahora, sentía que debía seguir hasta alcanzarla, pensando que quizá se trataba del centro de la ciudad.
De repente, mientras más se acercaba, podía escuchar el sonido que hacen los caballos con sus espuelas sin sincronía con las de su caballo. Hizo al animal detenerse y el ruido fue más claro, así como el frío que comenzaba a helar sus manos.
"Quizá se trate de mercaderes..." pensó con un poco de esperanza. Nadie conocía mejor las ciudades que los hombres de negocios. Dio unos pequeños golpes en la retaguardia del caballo y siguió avanzando, sólo un poco más rápido. Y no estaba seguro, pero parecía que se habían enterado ya de su presencia porque los trotes se escuchaban cada vez más fuertes y más rápidos.
No fue sino hasta que escuchó estruendos que dejaban eco y destellos que exponían humo ascendiendo al cielo, que estuvo seguro de que aquellas personas que supuestamente lo iban a ayudar, no eran mercaderes, mucho menos comerciantes. O al menos no de lo que él pensaba.
–¡No dejen escapar al bastardo, lleva uno con él!
Escuchó un potente grito, tan fuerte y lleno de eco que le hizo sentir que su sangre dejaba de fluir a con su corazón. No podía seguir avanzando, por más que antes sintiera que debía hacerlo. Comenzó a retroceder, su caballo relinchó asustado por el ruido pertinente y salió de control. El joven omega, invadido de un espontáneo temor, desesperado trató de retenerlo y hacerlo cabalgar de regreso. Los otros caballos cada vez estaban más cerca, podía sentirlos a sus espaldas.
Su corcel se había desviado por el miedo y la falta de luz, no había ningún camino bajo sus pies y de árboles y matorrales veíanse rodeados. La respiración de ambos, caballo y omega, era acelerada, irregular. De nuevo se encontraba perdido, pero ahora además estaba aislado de la civilización.
Se bajó del caballo, lo mantuvo a su lado mientras avanzaba temeroso al escuchar sus pisadas crujir con, probablemente hojas y ramas.
No supo cuánto tiempo estuvo así, no sabía si al seguir avanzando se adentraba más al bosque y al final, se dejó, preso del cansancio y el miedo, dormir sobre el corcel que compartía su sentir.
Una vez cerrados sus ojos, perdió noción del tiempo y el espacio que lo rodeaba.
—Alfred...—una aterciopelada y preocupada voz, le llamaba desde su sueño. Debajo de sus párpados sentía una roja luz que los atravesaba—. Alfred, debes despertar.
Sintió una caricia en su mejilla, luego a su cuerpo flotar, rodeado de calidez y seguridad. Pero sus ojos no podían abrirse, sus labios parecían estar sellados y sus cuerpo se sentía de plomo.
Sólo escuchaba pasos, una respiración fuerte y un latido sereno.
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Cuando abrió los ojos, se vio envuelto entre sábanas y una abrasadora comodidad de luz y calor. No se sentía perdido, tampoco temeroso, aquel lugar lo conocía y aquel olor lo recordaba como un eterno deseo.
—Me alegra que esté bien, espero no haber faltado a su privacidad pero, su ropa estaba empapada y llena de tierra—de nuevo aqulla voz que le inspiraba tranquilidad resonó en su cabeza. ¿Sería posible que estuviese soñando, o que haya muerto de hipotermia en medio del bosque?
—El caballo...—fue lo primero que pudo decir, de alguna forma se sentía comprometido con el animal pues de no ser por él, abría terminado encontrándose con el conflicto de la carretera o tal vez lánguido en medio del bosque.
—Está sano y salvo, lo he llevado a los corrales—el joven ruso respondió con una suave sonrisa, provocando al doncel un hechizo que llevó al silencio en la habitación.
Se miraron a los ojos, la luz del fuego en la chimenea parecía bailar en los ojos de ambos, seduciéndolos al goze mutuo de una mirada profunda y sincera. Entonces lo supo.
—Tú no eres un asesino...—dijo el joven omega, esperando cualquier reacción por parte del alfa que, desviando la mirada, frunció el ceño, y también sonrió.
—Creo que tengo entrometidos enemigos, no pensé que los rumores me seguirían hasta esta isla—dijo así mismo, aunque también confirmando la inquietud del doncel. Volvió a mirarle, ahora con un rostro esperanzado y expuesto, frágil ante aquel omega—. Hay demonios que me persiguen, un pasado que decidí olvidar para continuar con el porvenir. Llegué a Inglaterra ostentando y protegiendo un corazón frío, que inesperadamente se embargó de calidez al llegar a este lugar, al conocerte. No hemos compartido mas que algunos días, sin embargo debo expresar que con sólo esos momentos, su ternura, su espíritu, su ser completo ha logrado cavar un socavón de sentimientos en mi pecho, de pensamientos y anhelos en mi mente—el joven alfa, pausó unos segundos en los que con escasa rectitud tomó las manos del omega entre las propias y las apretó para darse seguridad, para aferrase a su presencia—. Espero tener el tiempo para que conozcas cada rincón de lo que soy, a sí como yo de ti. Pero en Inglaterra yo no puedo estar más, hoy, esta noche, se ha alterado el curso de mi misión en este lugar y por eso, quiero pedirte algo desde lo más profundo de mis anhelos.
Alfred no podía dejar de mirar al Infante de Nóvgorod, su mente estaba navegando en mares de pensamientos y sentires, preguntas y hambre de respuestas. A pesar de eso, se dignó a asentir sutilmente con la cabeza, sus vista fascinada por las expresiones de aquel alfa, sus oídos expectantes, hormigueando.
—Ven conmigo a Rusia.
JUré no actualizar hasta terminar la otra historia y miren JAJAJAJA
AH, bueno, espero que les haya gustado aunque sea un poco :'^) Chao, chao.
Les dejo un hetamomo xd
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