EN UN DUELO

DEPREDADORES VI


Hoy es el último chance que tiene el alfa soberbio, la última esperanza de encontrar su tan preciado tesoro y aun así, no muestra ninguna especie de ansiedad o nerviosismo, mucho menos un poco de seriedad pues más bien se muestra enojado.

--Él no vino al festival aquella noche, no sé por qué razón vendría a probar suerte—cuestiona a sí mismo, sentado en uno de los aterciopelados camastros pues daban las seis y acompañado del destello colorido emanado desde el orbe, disfruta de su relajante infusión de hierbas chinas—Pensar que tengo que acercarme y saludarlo...

De pronto ya no se encuentra en soledad, percibe a un beta acercándose a su estancia.

--Una carta del conde Rainfeld—anuncia un sirviente, sin entrar al salón donde se encontraba Arthur.

Hizo una seña con la mano para que el joven mozo entrara y le dejara el correo sobre la mesa de mármol. La vio desde su lugar, confirmando desde ahí que efectivamente, era otra propuesta de matrimonio, no se molestó en abrirla y simplemente se bufó de su suerte. Con tantos buenos prospectos para unirse y él seguía empeñado en buscar algo que posiblemente fuese sólo un sueño. Hoy vería al último doncel soltero que rondaba en Inglaterra y estaba seguro hasta la médula, de que aunque tuviera el aroma que busca no se casaría con él. Rompería su palabra, eso es cierto, pero a esas alturas ya todos deberían saber que el honor no es un atributo natural de los Kirkland.

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--No me casaré con ese patán—un omega, tan rubio como el sol y de piel lozana como la porcelana, se queja con su acompañante que resulta ser la persona que ama profundamente. Están a sólo unas millas de llegar—Lo único que él busca es alguien para que mantenga su vida de libertinaje.

--No digas eso Ludy, es un buen alfa y te brindará muchas oportunidades—le contesta un alfa, de precedencia latina, sus rasgos bien lo muestran con la tez avellana, los cabellos pardos y de ojos redondos y hambrientos de luz.

--Yo te amo, y eso para mí es suficiente—le dice con seguridad, serio como veces pasadas lo había hecho ya—Sin tan sólo tú sintieras lo mismo...

--Ya hablamos de eso—posando una mano en la lisa piel del doncel germánico, dice con cariño y tratando de no entristecer a su amigo de la infancia—No podría casarme contigo aunque te amara también, y lo sabes.

--Eso es porque eres cobarde, si realmente te importara podríamos escapar y olvidarnos de todos estos títulos y deberes sin valor—aleja bruscamente la mano del moreno, era un omega muy volátil y regio—Yo lo haría si me lo pidieras, Feliciano.

Y sin obtener una respuesta oral, más que una risilla, el alfa lo abrazó y besó su cabeza para relajarlo, el carruaje estaba por llegar al destino y su deber en acompañarlo era, en primera instancia, hacer que se sintiera seguro.

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--Puntuales como siempre—los recibe Arthur, virando los ojos y sin esfuerzos por hacer que sus palabras suenen agradables—Adelante, esto no tardará ni tres segundos—se acerca a Ludwig, tosco y sin siquiera ofrecer una bebida o un asiento.

--Haragán como siempre—responde elocuente, siendo captado por las sorprendidas miradas de los dos alfas y los sirvientes que estaban presentes. Aquello podría ser una mala impresión, así que agregó algo propio al final—mi Lord...--hizo una genuflexión también y como por arte de artimañas impías, todos se relajaron.

Arthur procedió entonces a hacer lo que hizo con decenas de donceles antes, olisqueó su cuello y su mano, sin llegar a tocar la piel aunque, se detuvo más tiempo del necesario para susurrar algo urgente.

--Te estás haciendo viejo, avecilla—besó entonces el cuello, apenas posando sus labios unos milisegundos y alejándose luego con una socarrona sonrisa—No eres tú, cómo me apena.

El doncel, rojo hasta las orejas, furioso por el descarado comentario y ese despreciable contacto con su piel, se volteó con ganas de estamparle un golpe a ese alfa y bajarlo de su trono. Sacó un pañuelo y frotó el área corrompida de su cuello, acercándose a Feliciano que lo esperaba en la puerta.

--Estarás más apenado cuando le digas a tu padre, que el acuerdo comercial que tenía con mi familia...se ha roto—informó al final, dando su golpe.

Si alguna vez le inculcaron que nunca debía ponerse en contra de un alfa, pues no lo haría física o moralmente, él tenía sus propios medios y eso, lo sabía Arthur desde que lo conoció aquel pútrido invierno en Viena, hace cinco años y nunca congeniaron, eso estaba más que claro. Ludwig Beilschmidt y Feliciano Di Veneci abandonaron el palacio casi tan pronto como arribaron, dispuestos a regresar a su tierra y resolver ahí, cuan cantidad de asuntos pendientes. Aunque esa no sería la última vez que sus vidas se vieran atravesadas, estaban más entrelazados de lo que alguna vez creyeran.

Y ahí se alejaba cada vez más el último chance, Arthur fue a su alcoba, el día siguiente que les contara a sus padres el resultado de toda esa farándula sería arduo y lo mejor sería dormir antes de que llegaran y lo atiborraran de preguntas que, no estaba en ánimos de contestar.

--Ese omega nunca conseguirá esposo—susurra a la oscuridad, acostado en su cama y repitiendo en su mente la última frase del doncel, se llevaría una buena reprimenda cuando le contara a sus padres que acababa de terminar con un negocio tan próspero como antiguo.

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--Buenos días señorito—le despierta Annie, abriendo las cortinas de lado a lado que impedían el paso de la luz a través del ventanal—Doncel Feliks le espera en el jardín.

--¿Ya es medio día?—pregunta sin abrir los ojos, cubriéndose de la cálida luz solar que le da en la cara.

--Son cerca de las ocho—le responde tras un corto silencio pues sabía que esa respuesta no le agradaría a Alfred, para nada.

--No iré, si quiera he tomado el desayuno y quiere que baje a con él...--se queja, descubriendo por fin su cara y cuerpo—Hablaré con él y le diré que su trabajo aquí no es necesario antes de que sienta que tiene derecho de despertarme en la madrugada—se pone de pie, abandonando la cama y saliendo de la habitación, sin vestirse o calzarse.

Annie lo observa irse, con una mueca divertida. Sabía que reaccionaría así, el hecho de cambiar de género no lo hacía con su verdadera personalidad. Suspiró y comenzó sus labores, hoy sería el día en que iniciaran las clases privadas para el nuevo Doncel Jonesfield.

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Saliendo al jardín, se encuentra de frente con una bonita mesa servida y con dos asientos bien puestos. Comida que lucía apetitosa, dos finas tazas y tetera, flores decorando el centro.

--Llegas retrasado, primer error—detrás de él aparece el rubio que se presentó sagazmente la noche anterior— ¡Y además vestido como un mendigo!—le toma de una de las mangas y la levanta, con el rostro tan sorprendido como si le hubiera salido un tercer ojo—Tendré un trabajo muy difícil, querido.

--A eso vine, Doncel Feliks no necesito sus servicios—dice como si realmente fuera la verdad inquebrantable, tan seguro como que sale el sol—Mis padres cometieron un error al...

--Claramente lo cometieron—se da la vuelta, ignorando a Alfred que se quedó con las palabras en la boca—Al criar a un omega tan maleducado e insulso—se acerca a la mesa del jardín, tomando asiento y sirviendo té en una taza—Hoy no tendrás almuerzo, y esa será la consecuencia cada vez que me contradigas o te rehúses a aprender lo que he venido, desde muy lejos, a enseñarte personalmente.

--¡Pero si usted no puede hacer eso!—grita confundido, nada estaba saliendo como se lo propuso. Se acercó hasta la mesa, tomó la tetera y levantándola a la altura de su pecho, la acercó sobre la cabeza de Feliks y vació el contenido sobre él—Aquí tiene su té--Alfred no es la clase de joven que se queda de brazos cruzados ante cualquier situación, menos si él se ve inmiscuido tan personalmente.

El mayor presente tomó aire, inflando tanto su pecho que el corsé aprisionó con más fuerza sus pulmones. Tomó su taza, bebió con elegancia y luego de que el té terminara de caer sobre su cabeza y le empapara todo, se puso de pie y miró al jovencillo retadoramente. Si el mocoso quería jugar así, con gusto le seguiría los rieles.

--Si me permite señorito, iré a cambiar mis ropas—pasa frente a Alfred, que lo ve con una sonrisa burlona—Lo espero en el salón al medio día y no olvide...--hizo una pausa, volteando a verlo desde donde estaba—Que no me iré hasta que usted se convierta en un doncel de alcurnia y si para que haga eso debo amarrarlo a un árbol y privarlo de los alimentos, no dude que lo haré—finalmente entra al recinto, contoneándose al caminar.

--Sí claro, no va a aguantar ni una semana con lo que voy a hacerle—revela, ideando en su cabeza la infinidad de cosas por emprender para lograr que ese omega altanero deje su vida y su personalidad como era.

Está claro que ninguno contempla en sus planes ceder ante el otro, pero al final alguno terminará por hacerlo. De alguna u otra forma, al final alguien tiene que aplacarse a las nuevas circunstancias.



Bueno, sé que esta historia es muy cliché o les resulte vaga e incoherente pero les ruego paciencia, pronto mejorará. 

Sin más, les deseo buen fin de semana <3

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