ANIMAL HAMBRIENTO

--Espero que muy pronto mejore el señorito Jonesfield, no sabe cuánto deseamos poder conocerle.

--Por su puesto mi Lady—Christine hace una leve genuflexión y con su amable sonrisa da las gracias por la hospitalidad antes de salir por la puerta.

Una vez fuera de la fortaleza Kirkland se sintió más que aliviada pues lidiar ella sola, una mujer beta de carácter voluble, con la manada de alfas que le atestaron de preguntas, había sido más que difícil considerando que más de la mitad de sus respuestas fueron meramente realidades alteradas para mantener a salvo la integridad de su hijo. Definitivamente, esos alfas se tenían en un altar pero ella era inteligente y audaz, sabe lidiar con esas cosas y más aún si su familia se ve implicada.

--El carruaje está listo mi Lady—un muchacho, seguramente beta, le ayudó a subir y sin mirar atrás comenzó a recordar su pasada conversación con los señores Kirkland.

"Nos gustaría ofrecerle una alianza comercial"

"Matrimonio arreglado"

"No creo que alguien más pueda ofrecerle lo que nosotros, debería pensar en el futuro de su hijo"

¿Y no era eso lo que ella estaba haciendo? ¡Por supuesto! No va a permitir que unos riquillos le digan qué hacer, mucho menos lo que su hijo. Además no era un saco de carbón como para venderlo al mejor postor. Si bien los rumores sobre esa estirpe de alfas eran medianamente acertados, lo que más le desagradaba de ellos era la prepotencia con la que trataban a los demás. Cómo deseaba que sus esposo estuviera con ella para sobrellevar mejor el asunto de su pequeño retoño contra los alfas avorazados. Y ni hablar del hijo menor que no paraba de observarla como si supiera que estaba mintiendo, como si supiera lo que pensaba. Christine Jonesfield nunca dejaría a su hijo desposarse con un libertino sociópata, soberbio.

Nunca.

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Ivan Braginski, el joven que a sus escasos veintiún había sido ya el comandante de la Armada Carmesí y cabecilla del movimiento agricultor; ese joven de ojos lila tan enigmáticos como su sonrisa y de cabellos tan claros como la nieve bañada por el sol. Este joven, que nunca se había sentido tan atraído por alguien o algo que no fuera por obligación, fue irremediablemente víctima de los embrujos de un omega.

Porque sí, en Rusia los omegas son cual criatura mitológica que espera paciente a atrapar su próxima víctima. Tal como había hecho con él. Porque esos ojos azules, esa sonrisa, su cuerpo. Su todo. Y se sentía como si fuera un oso al que nunca se le ha permitido probar la carne y, de repente se la pusieran enfrente. Pero no sólo era deseo, no era sólo lo carnal. Más allá de todo instinto, su mente estaba siendo consumida por la imagen de Alfred Jonesfield, a quien sólo había visto dos veces y ya sentía que no sería capaz de dejar de hacerlo. Quien descansaba en su casa de campo, enclaustrado a su merced, indefenso...

--Ya te he dicho que no me sigas, kitayskiy—Habla serio, casi molesto si no fuera por la intensa ansiedad que le ha hecho sudar las manos. Frunce el ceño al darse cuenta de cúan absorto estaba que pudo pasar por alto a quien le llevaba siguiendo desde que abandonó su propiedad. Alguien salió detrás de uno de los muros de aquel callejón en el que Ivan de encuentra.

--Y yo te he dicho que no me llames así, Gāojiāsuǒle nombra, cínico. Pues si bien trabajaba para el gigante de nieve, no es de lo que se someten a tratos tan irrespetuosos—Además pediste que te mantuviera informado y eso vine a hacer sólo que...--hizo una pausa que dedicó para analizar el semblante del ruso—no quise interrumpir tu plática interna. Al parecer ese chico fue más de lo que tú, el frío Iván, puedes soportar.

--Eso no es lo que viniste a decirme, Yao—saca una pipa de su saco de lana negra y lo enciende luego de poner dentro una especie de hierba que antes le dio el hombre frente a él--¿Averiguaste lo que te pedí?

--Eso y algunas cosas que seguro vas a querer saber—se acerca mientras se quita la máscara que le estuvo cubriendo la mitad de la cara, soltando a su vez el largo cabello sostenido a lo alto—Es sobre el omega...

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Mientras, en la habitación del Infante de Nóvgorod, yace acostado el adolescente omega. Sudando, con fiebre y un terrible dolor abdominal y de coxis. Apenas podía respirar de lo sofocado que se siente, de tremendo calor que siente en todo su cuerpo. Sin contar la humedad que embargaba su entrepierna y trasero, volviéndolo pegajoso e incómodo.

Anne le estaba ayudando con compresas en la frente y la nuca, en el abdomen y los pies pero, a esas alturas Alfred bien sabe que es algo no puede solucionarse sólo con telas húmedas. Necesitaba algo más, o alguien que le ayudara...

--¡Feliks!—gritó de repente, como recordando algo muy importante que se atrevió a olvidar--¡¿Dónde está Feliks?!—volvió a exclamar, sentándose en su lugar y alarmando a las señoritas que auxiliaban a su cuidado. Alfred comenzó a sentir miedo, inseguridad, furia y decepción de sí mismo. Había olvidado a su institutriz, a quien le había ayudado tanto, a quien vio por última vez el día que atacaron el carruaje unos hombres encapuchados.

Nunca se iba a perdonar algo como eso, tenía que encontrarlo. Lo peor, nadie siquiera se dignó a decirle lo que había sucedido, ni a preocuparse por la ausencia del polaco. Algo estaba pasando, lo supo en el mismo instante que Anne lo miró cabizbaja apretando sus labios. Lo supo en el mismo instante que vio entrar por la puerta a Arthur Kirkland.





GGGGGG. YA SÉ, MIS HISTORIAS SON SUPER LENTAS Y DE CAPÍTULOS ULTRA CORTOS, SONO SPIACENTE. TRATARÉ DE MEJORAR ESA PARTE JAJA.

NO OLVIDEN DEJAR SUS ESTRELLITAS Y COMENTARIOS; DUDAS, SUGERENCIAS, QUEJAS, AMENAZAS, EMBRUJOS MORTALES, DOITSUS ENCUERADOS...

Shau

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