XIII
Visceral
Fuego, fuego y más fuego. Impenetrables paredes de fuego la reemplazaron a ella. Lo último que recordaba antes de tantas llamas, era su rostro desesperado mientras él creía estar muriendo. Después de eso, las llamas recorrieron su cuerpo arrasando con todo, con una virulencia tremenda. Se veía a sí mismo de pie, en medio de una hoguera monumental mientras el suelo se tambaleaba y desmoronaba por partes dejando ver el vacío oscuro en su lugar. El horror de saber la muerte próxima ante tal panorama, dominó cada fibra de su cuerpo. Se encontraba sólo y desamparado. Los segundos que pasaban soportando aquel tormento parecían horas, era como si estuvieran jugando con su vida y que el macabro juego no fuera a acabar nunca.
Hasta que de pronto, una gota de agua fría cayó sobre su mejilla. Él miró hacia arriba, al tiempo que otra gota caía tras la anterior, y otra y otra más, poco a poco convirtiéndose en lluvia. El calor fue cesando y las llamas de alrededor perdían intensidad. Aunque no fue así con el dolor. Seguía sintiendo extenuantes calambrazos en todo el cuerpo. Un segundo después, la lluvia, así como llegó, se fue, dejando un voraz silencio.
Y fue entonces cuando la escuchó. Su voz estaba cargada de dolor y miedo, decía algo, pero él no comprendía sus palabras. Ryan miró a su alrededor buscándola, tal vez estuviera allí como él, en medio de las llamas.
Corrió hacia cualquier parte buscando una salida, pero solo se encontraba con una pared alta y oscura llena de hollín tras otra fuese donde fuese, y ella estaba al otro lado ellas sollozando. Aquello definitivamente era un laberinto y él estaba atrapado dentro. Pero, ¿dónde estaba ella? ¿Fuera, dentro?... Siguió buscando una salida imperiosamente, cuando el haz de una luz tenue se hizo ver delante suyo. Cejó en su búsqueda y se dirigió hacia allí. La luz pasó a hacerse más brillante a medida que la alcanzaba, el lugar en el que estaba se difuminaba, y los murmullos de Arami callaron en ese momento. Fue dándose cuenta de dónde estaba en realidad. Despertaba. Se obligó a abrir los ojos, y con esfuerzo, logró enfocar el lugar. Era su habitación, en la casa de Zugazarte. La luz que lo atrajo hasta allí era la del amanecer que se filtraba por las cortinas blancas de la ventana. Algo no le cuadraba en todo aquello, y es que lo que sintió no parecía solo haber formado parte de un sueño.
—No fue un sueño —murmuró en una exhalación.
—No, no lo fue —escuchó decir. Se puso alerta de inmediato al oír su voz. Levantó la cabeza para buscarla y la encontró al otro lado de la habitación, sonriendo con ternura hacia él, hermosa y deslumbrante a la luz inmaculada de la mañana.
Estaba sentada en el sillón de orejas que su padre solía utilizar para leer, con una taza de té entre las manos, la que dejó sobre la cómoda a su lado sobre una servilleta antes de dirigirse hacia él. Llevaba la misma ropa que él recordaba y tenía el pelo suelto con los mechones metidos detrás de las orejas. Vino a sentarse al borde de su cama, guardando una prudente distancia, Ryan se incorporó sin desclavar los ojos de ella.
—Has dormido poco —pronunció ella.
—¿Cuánto es poco? —musitó él intrigado por su observación. Se preguntaba si ella sabría algo de sus largos ciclos de sueño.
—Son las siete, y según el doctor te has quedado dormido a eso de las tres de la madrugada. Fue cuando tu temperatura se estabilizó y te vio más relajado.
—Pues sí que es poco —musitó él con una mueca de extrañeza.
—¿Cómo te sientes? —quiso saber ella.
—Ahm —se detuvo a pensar—. Siento como si tuviera una bolsa de cemento sobre mi cabeza ahora mismo, y hasta ahí llego —contó con un tinte de gracia. Arami rió quedo y Ryan sintió esa dulce melodía calentar su pecho, no como le pasó la noche anterior, este era un calor agradable, más bien maravilloso, tratándose de ella.
—Debes dormir —aconsejó—. El cuerpo también se fatiga cuando lucha por dentro.
—¿Luchar por dentro? —repitió él curioso.
—Sí, has hecho un esfuerzo sobrehumano para soportar la temperatura a la que llegaste ayer. Luchaste como si estuvieras hecho de hierro. Necesitas descansar para recuperarte.
Ryan se la quedó mirando. Ella hablaba con serenidad. Cualquier persona estaría acribillandolo a preguntas para entender lo insólito que ocurrió, eso si para empezar no hubiese huido tras presenciar semejante episodio. Pero ella estaba allí, velando su descanso con una taza de té.
—¿No te has asustado? —preguntó intrigado. Ella rió quedo apretando sus labios rosados, negando ligeramente con la cabeza.
—Claro que estaba asustada. Estaba aterrada —aseveró—. Estabas ardiendo y no podía ayudarte —simplificó.
—Tendrás preguntas que hacerme —musitó él cabizbajo, sintiéndose descubierto, avergonzado de sus rarezas. No obstante, con ella, lejos de sentirse expuesto, se sentía liberado, y estaba deseando contárselo todo.
—Sé lo suficiente —replicó ella. Él la miró de sopetón—. El doctor Herranz me lo explicó. Pero ahora eso no es importante, lo que realmente importa ahora es que estás bien, y que te recuperes pronto —finalizó. Ryan cavilaba sobre lo que probablemente le habrá dicho Herranz para tranquilizarla, pero por más que lo estudiara no encontraba una forma de suavizar o camuflar la verdad después de semejante escenario.
—¿Qué te dijo Herranz?
—Eres un caso muy, especial —explicó enfatizando en la última palabra—. Y era mejor no preguntar. Yo mejor que nadie sé lo que eso implica, así qué… —se encogió de hombros. Ryan asintió, era justa.
—Gracias, por quedarte esta vez —musitó mirándola a sus bellos ojos turquesas.
—No tienes que agradecérmelo. No iba a dejarte solo en ese estado —terció. De pronto arrugó la frente—. Espera, ¿esta vez? —preguntó al no comprender.
—La vez anterior te marchaste en cuanto me dormí —replicó con cierto reproche.
—¿Y cómo puedes estar tan seguro? —sonrió levemente un tanto burlesca, enfrentando su acusación.
—Porque ya no te oía —defendió él.
—Eso es porque te habías sumido en el quinto sueño —refutó ella.
—No. Yo sigo consciente en alguna parte —declaró—. A veces sigo en contacto con la realidad, otras veces soy enviado a revisar recuerdos reprimidos, o lucho contra algo que tengo dentro. Pero nunca duermo del todo —soltó con la respiración agitada, atento a las reacciones que ella tuviera a sus palabras. No obstante, Arami se mantenía impertérrita—. Aunque no ocurre así con la noción del tiempo —agregó.
—¿Entonces cómo sabes que lo que oyes cuando no duermes del todo, ocurre o no en tiempo real? —arguyó ella con total serenidad. Ryan arrugó la frente observándola anonadado, tenía respuestas para todo. Incluso para las rarezas que él iba soltando sin filtro delante de ella.
—Arami. Llámame lunático, demente, lo que quieras. Pero no dejo de pensar que todo esto que me ocurre, tiene una conexión, contigo —susurró con vehemencia. Al oír ese inicio de perorata, Arami endureció el rostro. Ryan notó cómo se ensombrecía el rostro de la joven ante su atrevida afirmación, pero no se arrepentía de hacerlo. Aquella noche, en el salón de su casa, había sentido tanta paz en su presencia que no le importaba la verdad sobre sí mismo que ella pudiera conocer, tan solo ese presente. Pero en ese momento, la urgencia de conocer la verdad palpitaba en su pecho como nunca antes. Cada vez estaba más seguro de algo. Arami era el elemento químico que diluía el compuesto sólido en el que se convirtió el pasado que no era capaz de recordar, como si gota a gota fueran cayendo para pronto formar un lago en el que él podría sumergirse.
—No soy quién para juzgar lo que te ocurra, Ryan. Yo no soy nadie —contestó ella con seriedad.
—Yo no lo creo así —refutó él tajante.
—Lamento no compartir tu juicio —replicó ella desviando el rostro, tensa. Ryan estaba seguro que ello significaba que iba por buen camino.
—Entonces, dime Arami, por qué siento que te conozco de antes —rebatió—. ¿Por qué cuando te vi por primera vez sentí que te estaba esperando? ¿Por qué te busco más que el sediento al agua?... —cuestionó. Ella lo miró nuevamente al oír esa afirmación tan contundente. Se veía afectada, como si le dolieran sus palabras—. Por favor, Arami, necesito entender lo que pasa, necesito saber la verdad.
—Ya te he dicho una vez que te ayudaría en todo lo que estuviera en mis manos —calló unos segundos manteniendo su férrea mirada en él—. Pero esto no lo está —promulgó al fin con un aire de derrota que solo desconcertó más a Ryan, seguidamente se levantó del borde de la cama y le dio la espalda.
—Y lo haces otra vez, te marchas cuando al fin te encuentro —reprochó Ryan.
—Necesitas descansar y, visto lo visto, en mi presencia no lo harás —reprendió ella.
—Arami, no quiero dormir —protestó—, lo que quiero es saber lo que tú sabes. Me une algo a ti, lo sé —defendió apretando los dientes—, estoy seguro de ello. No sé cómo explicarlo, pero sé que te conozco de algo, de algún tiempo que no puedo recordar aún —tomó aire para relajarse—. Necesitaba volver a verte, y cuando al fin apareces, lo único que sabes decirme es que me vuelva a dormir.
—Hablo en serio, Ryan —advirtió—. Tienes que dormir —espetó apretando la mandíbula.
Al momento de esa frase, que sonó como a una orden, el cuerpo de Ryan fue invadido por un sopor incontrolable, la lucha era inútil. Sus ojos se cerraban, su cuerpo caía en la cama nuevamente, sus nervios crispados se relajaban. Ryan caía en el sueño mientras las incógnitas se apelotonaban en su mente adormecida causando una terrible confusión. ¿Qué esconde ella, cuánto sabe, cuándo hablará, por qué calla?, esas eran las preguntas que lo abordaban, mientras su cuerpo flotaba entre algodones.
—¡Ryan! Vamos, Ryan, despierta. Esto se está volviendo una costumbre aburrida. En serio, te echaré encima un balde de agua fría, y te aseguro que está fría —decía la voz de Sam, sonaba lejano, como si hablase por un tubo, sin embargo, bastó para despertarlo.
—Cacareas más que una gallina, Sam —rezongó Ryan con la voz ronca. En ese instante su mente atrajo las últimas imágenes recibidas por sus ojos y lo hicieron incorporarse como un resorte de la cama—. Arami… —pronunció buscando por la habitación. No la encontró, tan solo a Sam que venía saliendo del cuarto de baño con un vaso lleno de agua, al verlo este se detuvo en seco.
—Te has salvado. Está helada —señaló el vaso con contundencia—.
—Arami, ¿dónde está?... —increpó.
—¿La chica que estaba aquí? ¿Así se llama? Curioso nombre… —caviló—. Oye tío, tenías aquí a la chica más hermosa de toda Europa del este, ¿y te quedaste dormido? Tú tienes un problema —formuló jocoso.
—¿Las has visto? Entonces ha estado aquí todo el tiempo… —caviló.
—Sí, mientras dormías —replicó sarcástico—. Sabes, hasta Camile se la quedó mirando como una boba por esos ojos tan inusuales que tiene. Y yo podría decir que comprendo que se la quitaras a Tomás —parloteó—. Pero aún así, eso no se hace a un amigo, Ry.
—¿Dónde está? —apremió Ryan.
—Estará trabajando, pero, créeme, deberías darle tiempo antes de ir a hablar con él —aconsejaba Sam. Ryan se apretó el rostro con las manos con frustración.
—Ella, Sam, ¡dónde está ella! —aclaró con un plus de paciencia aplicada.
—Ah, ella. Camile la llevó a casa de esa enfermera tan rarita —refirió con un gesto que demostraba su falta total de empatía hacia Marisa.
—¿Qué hora es?
—Ehm, son las dos. ¿Qué te ha pasado esta vez?
—Es ella, Sam. Es ella —contó un gesto maravillado en el rostro. Sam lo miró reticente.
—¿Ella? —preguntó dejando el vaso de agua sobre un mueble y se acercó a su amigo.
—La joven de la que te hablé —aclaró Ryan sin asomo de duda en la mirada—. A la que vi aquella noche en el pub —Sam permaneció callado, pensando en las repercusiones que suponían aquello en la extraña vida de Ryan.
—Vaya, no. No sé qué decir. ¿Le has preguntado algo?
—Esta vez fui directo al grano. Pero no quiere hablar, no tienes idea de lo difícil que es tratar con ella. Además, no sé cómo lo hace, pero creo que ella me hace caer en sueño —divagó sin siquiera comprenderlo él mismo.
—Espera. ¿Esta vez? —frenó Sam.
—Sí, he coincidido con ella más veces. Pero nunca había abordado el tema como ahora.
—¿Y por qué no me lo habías dicho? —reclamó Sam.
—No lo sé. Ocurrió en el tiempo en que Madelaine estaba en peor estado. No quería pensar en mis asuntos personales estando ella así, me sentía egoísta —Sam asentía apretando los labios, comprendía perfectamente a su amigo—. La última vez que la vi fue en el entierro de Madelaine —mencionó y luego calló, pensando en sus propias palabras. De pronto la resolución lo abordó—. Tengo que hablar con ella —decidió levantándose de la cama.
—Espera, Ry, aún no me has contado qué pasó anoche —pidió Sam. Ryan se detuvo a medio camino y se volvió hacia él.
—Si te soy sincero, no lo sé. Tuve una pesadilla tenebrosa en la que estuve rodeado de llamas. Pero ella me dijo que no fue un sueño, que lo viví de verdad. No lo sé, Sam, esto resulta ya tan incomprensible que no sé hacia donde tirar —declaró ofuscado por la falta de información—. Tengo que ir a verla, hablar con ella, aclarar esto —zanjó.
—No, en ese estado no saldrás de aquí —detuvo Sam—. Solo conseguirás que ella te vuelva a cerrar la puerta en las narices. Siéntate ahí —ordenó señalando la cama. Ryan por su parte suspiró y decidió seguir lo que su amigo, alias terapeuta, le ordenaba y fue a sentarse. Sam atrajo una silla y se sentó a su vez delante de su amigo—. Lo primero que debes hacer es serenarte, concentrarte en tus objetivos y en los medios para llegar a ellos. Bien, cierra los ojos y visualízala —pidió con un tono de voz muy relajado. Esperó diez segundos antes de hablar—. La tienes justo delante de ti, mirándote a los ojos, justo como querías tenerla. Responde con lo que te salga del corazón. ¿De acuerdo? —Ryan asintió—. ¿Qué quieres hacer ahora que la tienes delante? —soltó la pregunta.
—Estrecharla —pronunció Ryan. Sam enarcó una ceja, no se esperaba oír eso.
—¿Qué sientes? —volvió a preguntar.
—La quiero —contestó Ryan con certeza abrumadora. Sam hizo una mueca de sorpresa.
—¿Qué necesitas? —siguió con la terapia.
—A ella —replicó Ryan con certidumbre tenaz.
—¿Qué le pedirás?
—La verdad.
—¿Cómo lo conseguirás?
—Ganándome su confianza —resolvió. Sam sonrió complacido con el resultado del ejercicio. Ahora Ryan sabía lo que quería y lo que debía hacer.
—Abre los ojos —pasó la mano a su amigo y este la estrechó agradecido con un fuerte agarre—. ¿Crees que ella es como tú? —preguntó Sam mientras Ryan se preparaba para salir a buscar a Arami.
—¿Como yo? —pronunció Ryan. Al instante recordó la historia de Tomás, sobre cómo la encontraron en el polígono, herida y abandonada a su suerte. De ser como él, deseó con todo el corazón que ella no estuviera tan perdida como lo estaba él—. Espero que no —contestó con el alma.
—¿Por qué? —cuestionó Sam—. No hay mejor compresión que la de aquel que es un igual.
—Porque no le deseo a nadie estos años de duda, Sam.
—Pero si ella proviene de donde vienes tú, tendrás las respuesta que necesitas.
—De eso sí estoy seguro. Ella sabe más de lo que quiere contar —masculló con reproche.
—O puede —condicionó Sam. Ryan pensó en ello. Ella aseguró no poder hablar en muchas ocaciones, quizá eso que la bloqueaba era más fuerte de lo que él pensaba y tenía todo que ver con él. Tenía que ser eso, era por él, estaba cada vez más seguro de ello. Debía hablar con ella cin urgencia y averiguar los motivos que la silenciaban. Una vez listo, salió de su cuarto como una exhalación. Estaba realmente nervioso y Sam lo notó negando con la cabeza.
—Ryan, sé prudente al exponer tus intenciones, ¿de acuerdo? —aconsejó con inquietud.
—Sí—rezongó Ryan—. No haré nada estúpido —tranquilizó. A pesar de esa respuesta, Sam le dirigió una mirada de aviso.
—No he podido tratar mucho con esa joven, pero por lo que me cuentas y por la impresión que me dio, noté en ella una introspección que tomará el control como se sienta amenazada. Es de esas personas que prefieren la evasión a inventarse historias mentir —estudió Sam. Ryan no contestó y su amigo entendió la razón—. Lo has hecho, ¿verdad? La has hecho sentirse así.
—Es la razón por la que se marche siempre —contestó con pesar.
—Solo las personas íntegras deciden irse antes que mentir. Y si sienten esa inclinación es porque tienen algo que ocultar, prohibido de desvelar. Ella tiene un problema y tú no estás ayudando con ese comportamiento, Ryan —determinó Sam.
—¡¿Entonces qué hago?! —prorrumpió Ryan.
—Lo primero, cambiar esa actitud, y por supuesto, no exigirle nada —aconsejó Sam. Ryan soltó un frustrado suspiro.
—Lo intento, pero me supera el hecho de que tenga tan cerca las respuestas que busco, y no pueda acceder a ellas. No quiero asustarla, pero…
—Ryan… —advirtió Sam.
—De acuerdo. Tendré paciencia —concedió levantando las manos en señal de rendición de sus combativas intenciones—. Aunque ya llevo treinta años esperando —añadió refunfuñando. Sam elevó la mirada al techo ante la reacción tan dramática de su amigo.
Sam dejó a Ryan delante de la entrada de la gran casa de Mariza, la enfermera rarita. Observó a su amigo atravesar la entrada de la verja abierta mientras pensaba en lo terriblemente enamorado que estaba Ryan de esa misteriosa chica y lo insólito de su situación. Lamentaba sobremanera que su amigo tuviera que sufrir tanto para alcanzar la felicidad.
Cuando Ryan iba a llamar a la puerta principal, esta se abrió de pronto. Mariza dio un bote al ver a Ryan al otro lado con el dedo puesto sobre el botón del timbre.
—Lo siento —se disculpó él de inmediato. Marisa se echó a reír tras el susto.
—No pasa nada —desdeñó jovial—. Tienes a Arami ahí dentro —señaló con el pulgar a su espalda acertando las intenciones de Ryan—. Puedes pasar sin anunciarte, estás en tu casa. Yo tengo que irme ahora mismo, llego tarde al trabajo —avisó. Ryan sintió cierta pena por lo evidente de sus intenciones siendo esa la casa de otra persona, concretamente la que la noche anterior iba a ser su pareja y a la que dejó plantada tras su arrebato.
—Ehm, Mariza, en cuanto a lo de ayer…
—No pasa nada, Ryan. Con el episodio extraño de anoche quedó claro que Arami y tú tenéis una historia sin acabar y mucho de que aclarar. En estos casos las formalidades sobran —desdeñó—, para mí al menos. No te inquietes por eso.
—Vaya. Gracias —musitó aliviado, lamentando en el fondo que tratar con Arami no resultara tan fácil como tratar con Marisa.
—Oye, ¿estás bien, por cierto? Arami me contó que te indispusiste anoche. Espero que solo haya sido una indigestión o algo por el estilo —mencionó con tono preocupado.
—Sí, estoy genial. No ha sido nada—mintió descaradamente, deseando que lo que le ocurrió, en verdad solo hubiera sido una indigestión.
—Conseguiré un móvil para esta tía. Anoche apenas dormí de la preocupación —reprobó a su invitada—. Hasta esta mañana no supe nada de ella. ¿Te puedes creer que no se le ocurrió llamar para avisar que estaba bien? Quería matarla, en serio —parloteó mientras salía por la puerta y pasaba por al lado de Ryan—. Es como si las normas de convivencia social estuvieran en segundo plano para ella, o simplemente no las conociera —seguía reclamando—. Pero bueno, acabé achuchándola en vez de echarle la bronca —finalizó con una sonrisa relajada—. Bueno, Ryan, me alegro de que estés mejor. —Dicho esto último, le dio la espalda y simplemente se marchó.
Ryan la observó elevando ambas cejas, pensando en lo que decía Sam de ella. No puede estar más equivocado, Marisa es una buena amiga que se preocupa como nadie por Arami y de manera totalmente desinteresada, decidió. Entró en la casa y cerró la puerta tras de sí con cuidado, miró a su alrededor, embelesado por la estructura y la decoración. Las paredes eran rojas y el techo más negro que la noche, sin embargo, lejos de parecer lúgubre, daba una sensación de calidez, de hogar. En ese momento, unas notas musicales llegaron a sus oídos. Venían de un piano, una melodía creada con parsimonia mezclando notas bajas y agudas, envolvente y relajante, hasta que, en el momento oportuno se convirtió en un frenesí de notas dulces que lo llamaban.
Ryan siguió la música hasta una habitación con la puerta entreabierta, la empujó con mucho cuidado esperando que no chirriara y asomó la cabeza. Ella estaba allí, sus manos volaban sobre las teclas de un soberbio piano de cola reluciente en medio de la habitación, era como contemplar un montículo de perlas negras. Sentada en la banqueta, bien erguida y con los ojos cerrados, Arami parecía estar muy lejos de allí.
Ryan entró a la estancia, silencioso y con cautela para no distraerla. Fue a sentarse a un sillón situado junto a la pared detrás de la concertista. La luz de la tarde la iluminaba a ella como enormes focos a través de los ventanales. Estaba serena, respiraba tranquila, seguramente porque aquel lugar a donde había ido en su mente le agradaba en demasía. Deseó estar con ella en ese paraje mágico que la tenía tan cautivada, y por supuesto tener esa facilidad para huir del mundo. Él tenía que adentrarse en los bosques más cerrados y subir a las montañas más altas para encontrar la paz y a sí mismo. Ella no, Arami lo conseguía solo con la música. Y seguía en aquel lugar, sin percibir a nadie o nada. Lo que lo llevó a preguntarse si añorará mucho algún lugar, algún estado, o tal vez a alguien. Esto último lo hizo sentirse muy mal, como atravesado por una estaca en el pecho. ¿Y si fuera así? ¿Y si tenía ya a alguien en su vida y él ya no tenía ninguna posibilidad con ella? Sabía que habían cuestiones más relevantes que sus sentimientos potencialmente no correspondidos, pero no podía evitar pensar en ello y sentirse terriblemente afectado.
Durante treinta años sintió la compañía de alguien a su lado en el silencio. Pero nunca pudo ponerle rostro, ni siquiera en sus sueños, y frustrado se enfadaba y se alejaba. No obstante, con quién se enfadara o de quién se alejara seguía siendo una incógnita. Ahora podía admitir, que cuando buscaba la soledad, buscaba a ese alguien. Lo hacía con la esperanza metida en los bolsillos de que allí se dejaría ver, pero nunca lo consiguió. Aún así, seguía sintiendo a ese alguien misterioso junto a él. Y ahora, estaba cada vez más seguro de que ese alguien, era Arami, porque cuando estaba con ella, o simplemente cuando pensaba en ella, se sentía como cuando también sentía la presencia de ese alguien escondido en el silencio.
Él había sellado su corazón tras una seguras puertas de hierro para que no se enamorara nunca en esa vida, sin embargo, ella apareció de la nada, y tan solo con una mirada de sus maravillosos ojos turquesas, quebró todos sus minuciosos mecanismos de seguridad, dejando sus sentimientos a la intemperie. Tiene que ser ella, pensaba. Al fin la he encontrado, y es bella, exuberante y delicada. Ella seguía tocando esas melifluas melodías, envolviéndolo en su magia, en su embrujo de armonía desbordante, sin siquiera salir de su ensueño lejano. Anhelaba con toda el alma conocerla. Y era lo mínimo que ella podía permitirle después de apropiarse tan vilmente de su corazón, de su razón y de su vida entera cuando apareció ante sus ojos, razonaba con embeleso e ironía.
Contenía sus ansias de acercarse ella, limitándose a contemplarla. Su melena desigual se removía sutilmente a su espalda por el movimiento de su cuerpo al tocar el piano con tanta pasión. Suspiraba por momentos, especialmente cuando las notas subían y aumentaba el frenesí con el que sus manos construían esas notas. Sus pies, calzados en zapatos negros de salón, los tenía, uno en punta bajo su banqueta, y el otro apoyado en el tacón, cuyo empeine subía y bajaba segun el ritmo de la música. Ryan de pronto recordó las vendas que Arami tenía en las muñecas la noche anterior, observó que en ese momento ya no las llevaba. Lo único que cubrían sus brazos eran las mangas de su vestido de encaje verde olivo. Sus piernas estaban cubiertas por tupídas medias negras. Estaba sencillamente preciosa, como siempre. De pronto, cuando las suaves notas del piano volvían a subir, un ruido hueco pero fuerte los sobresaltó, era un ruido como el de un objeto pesado cayendo contra el suelo, provenía de un punto alejado de ellos dentro de la casa. Arami paró de tocar bruscamente y permaneció unos segundos observando la puerta entreabierta de la estancia, con la respiración contenida. Se veía nerviosa.
—¿Marisa? —llamó. Su voz estaba cargada de un extraño tono esperanzado. Cómo si esperara que fuera ella y no otra cosa el que hubiera hecho aquel ruido. Ryan percibió miedo en ella. ¿A qué le tendría miedo? Pensó. Debía hacerse notar allí, sin embargo, sabía que cualquier movimiento o palabra que pronunciara, la haría sobresaltarse irremediablemente.
—Se ha ido —pronunció, y su voz hizo eco en el salón ahora silencioso. Arami se llevó tal impresión al oír a alguien hablarle a su espalda, que cuando se giró hacia allí, lo hizo con tanto ímpetu que tumbó la banqueta y cayó al suelo junto con ella. Ryan ya estaba de pie antes que ella aterrizara en el suelo.
—¡Dios! Arami. Lo siento —exclamó al levantarla. Arami por su parte, miraba de hito en hito hacia la puerta y a Ryan, hasta que finalmente suspiró y miró a su rescatador.
—Cielos, qué torpe —calificó sujetándose de los brazos de Ryan.
—¿Estás bien, te has hecho daño? —apremió Ryan buscando sus huidizos ojos.
—No. Estoy, estoy bien —balbuceó nerviosa—. Gracias —sonrió débilmente.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó por el ruido que lo generó todo.
—¿Cuánto llevas aquí? —ignoró ella la pregunta.
—Pues, desde que empezó el concierto de solo de piano. —Aunque se sentía de lo más cómodo estrechándola entre los brazos, Ryan se obligó a liberarla dándole su espacio y se agachó para levantar la banqueta tumbada en el suelo. Lo malo era que al hacerlo, observó a Arami desde abajo y la encumbró de inmediato al nivel de deidad y convirtiéndose él en un súbdito a sus pies, rendido a esa belleza que lo desarmaba, sintiendo un ansia voraz de recorrer su piel y percibir muy de cerca ese perfume. Iba incorporándose mientras ella lo miraba a los ojos, dominando por completo sus sentidos—. Por cierto —carraspeó—, ¿dónde es ese lugar al que vas cuando tocas? —curioseó acomodando la banqueta en su sitio y luego metió las manos en los bolsillos de los pantalones para controlarlos y no encaramarse de la cintura de Arami y atraerla hacia su cuerpo, y solo Dios sabía dónde podía acabar aquello. Ella parecía estar igual de inquieta que él, jugueteando con la manga de encaje de su vestido.
—¿De qué lugar hablas? —pronunció insegura. Definitivamente, Arami estaba nerviosa por algo. Miraba hacia la puerta entreabierta con disimulo, pero a él no lo podía despistar.
—¿Qué sucede, Arami? —la miró con ojo crítico a la vez que seguía su mirada hacia la puerta, intrigado por su comportamiento.
—Nada —dijo nada más centrando su mirada atenta en él. Ryan la observó renuente, era como si hubiera algo que quisiera ocultarle. De pronto, ella percibió el aire de desconfianza en él, y pronto construyó un semblante impasible—. Entonces, ¿Marisa se ha ido? —preguntó evadiendo la situación. Ryan recordó de inmediato los consejos de Sam. Debía ir con cuidado con ella. Por el momento le seguiría el juego, a pesar de que evidentemente ocultaba algo.
—Sí. Ella me dejó entrar —explicó.
—Esta situación es muy incómoda —mencionó agachando la cabeza.
—¿A qué te refieres? —la miró intrigado.
—A lo que ocurrió ayer con ella y con Tomás. Me siento muy culpable —lamentó—. Ambos son las últimas personas a quienes osaría hacer daño y, sin embargo, lo he hecho. En especial a Tomás —manifestó con pena—. Me siento muy egoísta. —Ryan comprendía a lo que se refería. Tomás estaba enamorándose de Arami y Marisa llegó a demostrar su atracción por Ryan más de una vez, pero no pensaba dejar de lado algo tan sumamente importante como su historia "desconocida" junto a Arami para jugar a los novios con cualquiera. Para Ryan, Arami estaba por encima de todo.
—Yo también lo lamento, por ellos. Pero no me siento egoísta para nada. Tú y yo tenemos asuntos pendientes, Arami, ellos llegaron después. Y eso no se puede cambiar —manifestó. Arami lo miró entornando los ojos.
Justo cuando iba a hablar, y probablemente para evadir nuevamente el tema, pensaba Ryan, otro golpe los sobresaltó. Fue como si una ráfaga fortísima de viento cerrara una puerta con violencia. Arami palideció mirando hacia allí. Ryan miró a su vez hacia las cortinas corridas de la estancia, no había ni una brizna de viento que las ahuecara. Su mente atrajo de inmediato todas las ocasiones en las que cosas espeluznantes e inexplicables sucedían a su alrededor causándole un tormento sin tregua, sin saber quién o qué los producía. En aquel momento estaba volviendo a ocurrir, sin embargo, tal vez fuera por su experiencia en el tema de vivir lo inexplicable que aprendió a pasar de ello y ya no le afectaba como antes. Pero cuando miró a Arami, vio en ella todo el miedo y el pánico que lo dominaban a él al principio. En aquel instante las conjeturas de Sam cobraron una indiscutible contundencia. ¿Serían ellos dos iguales, y lo que ocurría era que ella estaba viviendo exactamente lo mismo que él vivió al principio de todo? ¿Y si ella no está aquí para ayudarme, sino que apareció justo en esta etapa de la travesía de las incógnitas para que sea yo quien la ayude a ella? Las preguntas lo embargaban a por montones. Arami seguía mirando hacia la puerta como si temiera que entrara por ella el coco.
—¿Ryan, podrías ir a ver lo que pudo haber sido eso? —pidió con serenidad sin dejar de mirar a la puerta.
—Oh, sí, por supuesto —acató tocando con suavidad las manos entrelazadas de Arami en un gesto tranquilizador antes de dirigirse hacia la puerta.
Arami no dijo nada, tan solo permaneció en la misma posición controlando la puerta. Ryan fue rápidamente inspeccionando cada estancia de la casa en busca de anomalías. Al llegar a la planta de arriba comprobó con cierta tensión que ninguna puerta estaba cerrada y que sin embargo, las ventanas de cada habitación sí lo estaban. No había más que un silencio absoluto. Se dispuso a volver junto a Arami bajando presuroso la escaleras, pero justo cuando iba a entrar a la sala del piano, la puerta se cerró de un violento golpe. Asió el pomo intentando abrirla mas fue inútil, estaba atascada.
Mientras forcejeaba contra la puerta, su mente relacionó aquel momento con la muerte de Urbizu. Un oleaje de pánico dominó sus nervios y pasó a arremeter contra la puerta con el hombro. Llamaba a Arami enérgicamente, pero no recibía respuesta, y al mismo tiempo rogaba no oír sus gritos de dolor. Profirió unos cuantos improperios al ver su esfuerzo resultar inútil. Entonces corrió hacia la puerta principal y la abrió de un tirón con la intención de salir de la casa y rodearla, no obstante, se detuvo pasmado al ver que se había hecho de noche, y solo eran las cuatro de la tarde. Aquello empeoraba por momentos. Apresurado alcanzó el ventanal del salón del piano, consternado observó que el interior se veía completamente oscuro. Golpeó el cristal con ambos puños, pero parecía que Arami siquiera estaba allí dentro. El corazón se le aceleró desmesuradamente. La llamaba a gritos pero nadie contestaba.
Cuando calló, se dio cuenta de que el silencio y la oscuridad que lo rodeaba empezaban a llenarse de niebla y un frío polar, la negrura de la noche se lo había tragado todo a su alrededor, no alcanzaba a ver más allá de unos pocos metros, como si allí solo estuviera aquella casa, y los pocos árboles se hubieran convertido en un bosque tupido de eucaliptos gigantescos. Se llevó las manos a la cabeza con desesperación.
—No está pasando. No puede estar pasando —murmuraba. Sabía lo que en su mundo podía ocurrir cuando se apagaban las luces. Aquellos que lo visitaban en esos momentos nunca tenían buenas intenciones, temía por Arami, estaba aterrado por no saber dónde estaba. Volvió a arremeter contra el cristal a codazo limpio con la intención de romperlo, pero no resultó. Encontró por fortuna una piedra de tamaño considerable y sin pensárselo, lo lanzó contra el cristal, pero siquiera lo arañó—. ¡Venga ya! —bramó enfurecido. Incombustible. Volvió a lanzar la piedra aún con más fuerza que antes, pero esta rebotó sin gloria—. ¡¿Pero qué cojones está pasando?! —gritó al vacío.
Cuando la puerta se cerró de golpe, Arami se alegró de haber hecho que Ryan se fuera de su lado. Tras la puerta sellada, Ryan la llamaba con un timbre desesperado, mas ella no podía contestar, había perdido todo control sobre sí misma, atenazada por el miedo. Había alguien con ella en la sala del piano. Estaba a su espalda, acechándola. El frío que sintió de repente y ese olor que lo impregnaba todo hacía que fuera imposible no notarlo. A pesar de anticipar lo que sus ojos le mostrarían y desear huir despavorida, giró para encontrarse con quien la había venido a buscar. Una voluminosa figura negra la esperaba. En cuanto Arami se volvió hacia él, el extraño ser lo oscureció todo, desde las luces de la estancia, hasta la del día, se lo había tragado todo, no obstante, dejó un vago hilo de luz para que ella pudiera verlo.
Arami levantó la mirada hacia el ser y el visitante empezó a tomar forma ante sus pasmados ojos humanos, mientras la vulnerabilidad hormigueaba en su piel. Los pies del ser eran como las de un reptil gigantesco. Al extremo de sus brazos, crecieron unas feroces garras, y en su rostro se dibujó una enorme abertura dentro de la que centellearon unos dientes alargados y puntiagudos. Y sus ojos, no eran más que cuencas vacías llenas de una negrura voraz. De su cabeza colgaban unos mechones viscosos de pelo que cubrían su rostro confiriéndole un aspecto aún más siniestro. Arami identificó el olor que el ser desprendía, era combustible, como si estuviera cubierto por ello, sin embargo, cuando abrió la boca, el aliento del monstruo le produjo arcadas, olía a podredumbre.
El visitante de Arami no era nada menos que un, Therion, la misma bestia de los infiernos. Muy a los lejos, Arami oía los golpes con los que Ryan intentaba llegar hasta ella. Agradecía al cielo con toda el alma porque él no pudiera entrar allí. La bestia desapareció en medio de una cortina de humo oscuro solo para aparecer un segundo después delante de ella. Con su rostro terrible amenzandola a centímetros del suyo, Arami sintió su cuerpo petrificarse. Y lo siguiente que sintió fue la mano de la bestia rodeando su cuello. Automáticamente ella llevó sus manos sobre las de la bestia forcejeando inútilmente para conseguir su liberación. El Therion sin emplear esfuerzo la levantó del suelo, los pies de Arami colgaban a metro y medio por encima del parquet. A cada milisegundo que transcurría, su presa se estrechaba más y más. Mientras ella empezaba su marcha hacia la inconsciencia, vió cómo la bestia levantaba la otra garra hacia ella. Iba a darle un zarpazo y la partiría en dos de un solo golpe, ese sería su fin.
Los estertores la hacían mover los pies, pero sus brazos cayeron ya rendidos a sus costados. ¿Qué más iba a hacer?, se preguntó resignandose a morir, pensando con pesimismo que de todos modos, Ryan estaría mejor sin ella, ya que se había convertido en una inútil integral al perder su angelicalidad. Se acabó, se dijo. Sin embargo, desde muy hondo en su interior, algo venía gritando, venía a toda velocidad hasta alcanzar el último punto de consciencia que le quedaba. ¡Arami, no puedes morir! Exclamó. Tras esto, notó brotar algo extraño de su pecho, como una energía potente e ineludible. Mientras su corazón comenzaba a latir como un caballo cabalgando a toda velocidad, una sensación poderosa jamás conocida recorrió todo su cuerpo a la par que aquella voz la seguía alentando, diciéndole que ella podía con todo, con absolutamente todo. Un ráfaga de luz la cegó de repente, y no venía de fuera, sino de su interior. A esas alturas ya no sabía si aquello era real o solamente el efecto de la muerte en su cuerpo. La humanidad era un enigma para ella.
—¡Arami! —gritó Ryan desde algún lugar. Al fin lo oía de nuevo, y su voz despertó algo en ella. Recapacitó espoleada por la urgencia de su voz, eso le bastó para volver a la realidad. Si Ryan la estaba buscando, es porque la necesitaba, y ella no iba a abandonarlo, no pensaba hacerlo por mucho que la muerte la estuviera guiando hacia su senda. Ryan era la razón de su vida, si camino, y a él volvería una y mil veces más.
Abrió los ojos de golpe encaramándose del antebrazo de la bestia con firmeza. Este empezó a pronunciar palabras que ella no podía entender, parecía desorientado. En seguida, un temblor se apoderó del brazo que la apresaba, como si estuviera luchando por continuar atenazando el cuello de su víctima. De pronto, Arami observó una purulencia amarilla manchada de otros colores emanar de las cuencas vacías de sus ojos, la misma surgió también de su boca, cayendo como hilos viscosos por entre sus dientes afilados, y pronto, su piel chamuscada comenzó a agrietarse para dejar salir el mismo líquido. Era como si estuviera purgando su veneno. El demonio, quien había entrado en un inminente proceso de deshidratación a causa de toda la pus que expulsaba por el cuerpo entero, permanecía rígido y seguía balbuceando palabras incomprensibles.
Entonces, le tocó a ella sufrir un cambio brusco. Fue como si de pronto la apartasen a un lado para suplir su lugar consciente y tomar el control de la situación, como si aquella energía extraña le estuviera demostrando en segundo plano las fuerzas y la convicción que tenía dentro y ella ignoraba. Unas palabras brotaron de su boca sin que pudiera evitar pronunciarlas.
—Eheja taha, ha ne anga emopotîta —lo que vendría a decir: déjame ir y limpiarás tu alma, dichas en uno de los idiomas jerárquicos angélicos. Probablemente el idioma que esa bestia un día utilizó en su formación o destacamento. El mismo idioma del que surgió el nombre de Arami, el de la división de Baraquiel.
Lo siguiente que Arami vió fue una luz que producían sus propias manos contra el brazo del Therion. La bestia de aspecto repugnante gimió con dolor por lo que fuera que ella le estaba haciendo y siquiera comprendía. Inmediatamente la luz se hizo más intensa, tanto que a pesar de cerrar los ojos, siguió lastimando. Escuchó la estridencia de cristales resquebrajándose despacio, seguido de una ruidosa exposición que apenas la inmutó a pesar de su fuerte onda expansiva, y el consiguiente sonido de las esquirlas de cristal cayendo con fuerza contra el suelo. Entonces, solo después de todo aquello, sintió su cuerpo caer pesadamente sobre los trozos de cristal que se mentían en su piel, sin embargo, ella no sintió ni pizca de dolor, se sentía entumecida, con todos los nervios dormidos. Aunque no fue así con sus ojos, presas como estaban de un ardor doloroso que no le permitía abrirlos. No obstante, trató con todas sus fuerzas reaccionar a la realidad, lo primero que hizo fue gritar el nombre de Ryan, tenía que saber que él estaba bien. Notó su propia voz lejana al llamarlo, sentía como si estuviera en el fondo de un río oscuro y tratara de gritar desde allí. Volvió a llamar a Ryan, le aterraba la idea de que pudiera haber resultado herido de algún modo. No tenía cómo saber si esa bestia repugnante seguía allí o no. Siguió llamando a Ryan, una y otra vez, pero él no venía. Buscaba a tientas algo a lo que agarrarse para ponerse en pie, pero solo encontraba más trozos de cristales que se le metían en las palmas de las manos y las rodillas. Poco a poco iba sintiendo el efecto de los pinchazos, el entumecimiento de los receptores nociceptivos se estaba pasando y el dolor iba tornándose perceptible. Uno a uno los pinchazos se hacían notar con más fuerza dificultando su paso. Y fue entonces, cuando de súbito, como si todo lo ocurrido fuera poco, un fuerte zumbido se apoderó de su cabeza. Percibió ráfagas de luz mientras la presión en los oídos iba aumentando exponencialmente, parecían relámpagos en una tormenta. La presión y el dolor resultaban tan insoportable que se llevó las manos llenas de cristales a los lados de la cabeza en un acto reflejo para protegerse, clavando las esquirlas en su rostro. Al cabo de unos segundos, cuando creía que su cabeza iba a estallar de la presión, el zumbido cesó.
Arami permaneció respirando entrecortadamente mientras se recuperaba de la impresión. Al sentir el ardor de sus ojos remitir, pudo abrirlos para estudiar su situación. La luz del día había vuelto y se encontraba cerca del sillón donde antes Ryan se había sentado para oírla tocar el piano. Alcanzó el sillón y encaramándose a ello pudo levantarse. Una vez de pie, oteó su entorno buscándolo. Hasta que por fin lo encontró. Ryan estaba fuera de la casa, en el patio, a unos cinco metros. Yacía boca arriba e inconsciente y lo precedía una alfombra de brillantes trozos de cristal que relucían a la luz de la tarde. Sin dilación, tambaleante y con la vista defectuosa, Arami avanzó a trompicones hasta llegar a él. Con el corazón hecho un nudo, se dejó caer junto a él en cuclillas. De inmediato comprobó su pulso en el cuello, también recostó la cabeza en su pecho buscando oír su corazón, se cercioró de que respiraba con normalidad y ahuecó uno de sus párpados para ver que todo estaba en orden y que Ryan seguía siendo Ryan. Después, y solo después, ella misma pudo respirar tranquila. Suspiró tan hondo que sus cicatrices, las antiguas y las nuevas, se resintieron por el esfuerzo.
Llamó a Ryan nuevamente, esta vez con el convencimiento de que podría recibir una respuesta. No obstante, tras varias tentativas sin resultado, se acercó más a su rostro y lo llamó aumentando ligeramente el volumen de la voz. Seguía sin funcionar. Lo llamó con un tono más duro, alimentado por la frustración, pero aún no funcionaba. Por tanto, le propinó una "ligera" bofetada y esto sí funcionó. Con un respingo, Ryan reaccionó. Arami apartó la mano rápidamente y respiró aliviada por conseguir despertarlo. Ryan parpadeó repetidas veces hasta acostumbrarse a la luz de la tarde, que por lo visto había vuelto.
—Arami —pronunció con suavidad, un tanto confuso. Pero al enfocarla con claridad, instantáneamente la alarma se apoderó de sus facciones notando los hilos de sangre que recorrían el rostro de la joven. Se incorporó sosteniéndose con un codo—. ¿Estás bien? —preguntó muy cerca de su rostro. Ella asintió esbozando una leve sonrisa, demasiado exhausta para ser efusiva. Ryan le acarició la mejilla con la palma deslizandola hasta su barbilla y elevó su rostro para mirarla con atención. Arami tenía los lados de la cara dibujados por surcos irregulares, como arañazos que se presentaban inflamados y de un vivo color rojo. Ryan, sentándose delante de ella le apartó el cabello de la cara, y al colocar los mechones detrás de sus orejas, notó una humedad debajo de sus lóbulos, se miró los dedos y se encontró con que estos brillaban como el rubí al sol—. ¡Arami, te han sangrado los oídos! ¿Qué ha pasado ahí dentro? —profirió alarmado.
—No lo sé. Simplemente no lo comprendo —respondió sinceramente, evocando el momento en el que ella, como humana, se enfrentó a la bestia de los infiernos—. Estaba a punto de morir, lo había aceptado —dijo con la mirada lejana. Ryan se crispó al oírla decir aquello—. Pero luego te oí llamarme —mencionó mirándolo a los ojos—. Después de eso tan solo quise llegar hasta ti —declaró—. Y ya no sé lo que ocurrió después —cerró los ojos un momento, necesitaba un minuto para reubicar sus pensamientos.
Cuando los volvió a abrir, vio algo en los ojos de Ryan, en su manera de mirarla, algo que ya veía en él antes siquiera de que todo aquello ocurriera, de que él cayera a la tierra. Lo que ella tan solo había relegado al olvido por estar prohibido. Sin embargo, ahí estaba otra vez, el sentimiento más antiguo y mejor forjado jamás existido entre dos almas, de una dimensión apoteósica, tan potente que ya no les cabía en el pecho. Un sentimiento del que unos se aprovecharon vilmente, y otros condenaron tildandolo de aberración. Allí estaba otra vez, sobrepasando todas las limitaciones impuestas por las leyes que los dominaban, haciendo a Ryan reconocerla a pesar de la amnesia, buscarla y recordarla, solo a ella y nada más, como si lo que los unía fuera más importante que cualquier misión para salvar la vida humana como se conocía. Ese sentimiento que solo los humanos tenían derecho de sentir y que ellos, a pesar de esa diferencia orbital de condición que los separaba, sentían. El sentimiento que luchaba cada día incansablemente por tener un momento de libertad, luchando contra la voluntad del que lo aprisionaba para al fin encontrarse con su otra mitad. Arami ya no sabía si podía seguir evadiéndolo, hacerlo, menguaba tanto sus fuerzas que no sabía si lo lograría al día siguiente, siquiera sabía si era capaz de ocultarlo como ella pensaba. No obstante, ¿para qué ocultar algo que ya era de dominio celestial? El único que lo ignoraba era Ryan y tan solo por obligación, por una estrategia evasiva que evidentemente ya no estaba logrando contener el sentimiento.
En ese momento, ese sentimiento embestía su fuerza de voluntad con un mazo de hierro, con tal ímpetu que la estaba resquebrajando. Arami buscó sin suerte una voz de alarma que la detuviera en sus intenciones, pero no encontró nada. Ni tampoco podía atribuirlo a una conmoción porque era plenamente consciente de lo que afloraba a borbotones del recoveco más hondo de su corazón. No era fruto de un arrebato lo que ocurriría a continuación. Arami fue con calma, como si temiera espantar a Ryan con su gesto, suspiró y elevó las manos un tanto trémulas hasta las solapas de su chaqueta, aferrándose a ellas, y se inclinó hacia él acercando su rostro.
Ryan por su parte, permaneció quieto y expectante observando sus movimientos temerosos, no podía estar más nervioso, se sentía como un chiquillo de colegio a punto de recibir su primer beso. Arami, dio un repaso a todo el rostro de Ryan deteniéndose después en sus labios entreabiertos. Acercándose aún más, venciendo toda distancia, barrera y obstáculo, rozó los labios de Ryan despacio, respirando por unos segundos el aire que él exhalaba. Nadie se pronunció para detenerla hasta ese momento, y ella ya no necesitó más preámbulos. Fundió entonces sus labios con los de él, recibiendo la respuesta inmediata de Ryan, quien sin poder detenerse desató su pasión contenida contra la boca de Arami. Un beso cargado de frenesí, propia del reencuentro de los amantes que mantenían vivo, como la hoguera más ardiente en el invierno más polar del tiempo, ese amor que los unía.
A diferencia de Ryan, Arami tenía la noción de todo cuanto ocurrió y por lo que ambos pasaron hasta llegar a ese instante, medía el tiempo que estuvieron separados y conocía los detalles del porqué aquel era su primer beso. Y decidió que, si ese era el final escrito de todo lo ocurrido hasta ese momento, volvería a pasar por ello sin dudarlo. En cuanto a Ryan, para él ese era el primer beso con una mujer de la que estaba enamorado antes siquiera de encontrarla. Una mujer sin igual en el mundo, que al parecer ya estaba en su vida, esa vida que olvidó. Y en ese momento, como ya le ocurriera en otra ocasión teniéndola delante, decidió que, si todo lo ocurrido hasta ese momento en su extraña vida, sucedió para llegar a ese punto, volvería a pasar por todo sin dudarlo, sin importarle las consecuencias que evidentemente ella sí conocía, considerando las reservas que tenía con él.
No, a él no le importaría, porque cualquier cosa que haya ocurrido para tenerlo perdido y sin memoria en la vida, no pudo borrarla a ella. Permaneció en sus recuerdos, pertrechándose a su lado, dentro de sus sueños, y en la necesidad de recuperarla latente en su piel, esperando en sus anhelos. Todo ello solo podía significar que el sentimiento que lo arrebataba de la realidad en ese instante, lanzandolo a las nubes para sobrevolar las aguas perpetuas dándole alas, era más fuerte que el diamante, más profundo que un abismo, más inmenso que el océano, y con esa descripción aún se quedaba corto. La boca de Arami era la fuente vital con la que llenaba todas sus carencias. Al ser dulce, borraba las amarguras de todos los años de soledad vividos. Era suave pasando por encima de las heridas causadas por la incertidumbre y la inquietud. Su cercanía llenaba tanto su pecho, que le costaba respirar. Si esto no es amor, que alguien me lo explique, dedujo él mientras seguía bebiendo besos de la fuente de Arami, que a su vez seguía proporcionándoselo, deseando que no acabara nunca.
Quién sabe cuántos segundos pasaron mientras ellos se estrechaban cada vez más. Arami había enlazado sus brazos al cuello de Ryan, mientras él la sujetaba con firmeza rodeando su cintura y su espalda con su férreos brazos. Hasta que, desde algún punto, surgió una voz. Venía desde lejos susurrando algo incomprensible, era una voz fría y amenazante. Finalmente, llegó hasta ellos. Ambos lo oyeron, ambos lo sintieron, como si un afilado carámbano de hielo les arañara la piel sacándolos del trance pasional en el que estaban inmersos. De pronto, hacía demasiado frío, cuando deshicieron la unión de sus labios, les salía vaho de la boca al expirar, percatandose también de que la luz del día se había vuelto a esfumar. Pero esta vez no solo había oscurecido, si no que parecieran haber sido transportados a otro lugar, a una habitación tan negra como el vacío, y la única fuente de luz venía de encima de sus cabezas. Alguien estaba parado allí, obervándolos.
Ambos dirigieron la mirada hacia quien los visitaba, encontrándose con que la fuente de luz provenía de sus ojos, brillantes como dos luceros maravillosos, y a la vez terribles, puesto que Arami supo al instante quién era aquel ser. Cogió las manos de Ryan sin dejar de mirar al intruso. Sangrid, llamó en su mente, con el corazón encogido. La corte había enviado al castigador para hacerla responder por su osadía, por desobedecer una vez más las normas. Era una figura inmensa y oscura, con los ojos tan brillantes que encandilaba y aturdía a los humanos a quienes observaba, como a ellos dos en ese momento. Arami lo conocía, lo vio actuar un millar de veces, su perturbadora misión consistía en hundir en la culpa más atroz y el miedo más terrible a aquel a quien visitaba, y solo después daba el golpe de efecto. Siempre actuaba por la noche, o donde hubiera oscuridad, dónde y cuándo el hombre se sintiera más vulnerable. En una ocasión, cuando aún estaba por la tierra cumpliendo su destierro, Arami logró atisbar el perfil de sus facciones y de su cuerpo antes de que la luz de una hoguera se apagara por el tenebroso frío que lo acompañaba. Su aspecto recordaba al de un hombre con cabeza de animal, parecía un toro con unos cuernos muy grandes, con el aspecto de lo que algunos humanos llamaban, minotauro. Tal vez porque al igual que ella, alguien lo había visto y acabó difundiéndolo. Sangrid siempre llevaba en las manos una cadena, la llamada cadena de las angustias, con la que ataba al castigado durante el tiempo que establecían los dictaminantes para su pena en vida. No obstante, Arami también sabía que el castigo podría venir acompañado de la muerte si así lo pedían los de arriba. Cuando esto ocurriría, después que Sangrid encadenaba al castigado, aparecía Simkiel, el ángel portador de almas, quién, después que Sangrid tomaba su espada y llevaba a cabo la muerte del condenado, él se llevaba a su vez el alma del humano conduciéndolo hacia su castigo eterno. Ya sea matando, esperando el momento para atormentar al asesino, o llevándose el alma a lo más profundo de los infiernos, Sangrid y Simkiel tenían una labor tan inquietante y desagradable entre sus manos que ninguno de los hermanos deseaba llevar a cabo en su lugar, no obstante, por lo mismo, se les loaba con un respeto inconmensurable.
Arami esperó oír el golpe de los eslabones de las cadenas de Sangrid antes de dejarlas caer sobre ellos, pero no fue así, en cambio escuchó el característico sonido de la espada rozando la funda con su hoja afilada al ser retirada para ser blandida. El visitante movió la mole de su cuerpo dejando ver a su acompañante detrás de él. Simkiel y su misión de muerte, y Arami supo a qué venían. Los ojos del castigador centellearon cuando blandió entre sus manos amorfas su terrible espada plateada, preparándose para llevar a cabo lo que le habían ordenado.
En cuanto Arami lo vio elevar los brazos, contuvo el aliento, y sin pensarlo ni un segundo, empujó a Ryan al otro lado de Sangrid apartándolo para que no alcanzasen a herirlo. Venían a por ella, no a por él. Ryan estaría bien. Estará mejor sin mí, decidió mientras se lanzaba a protegerlo. La espada de Sangrid bajó entonces con todo el peso de la ira sobre su espalda. Ella cerró los ojos esperando la estocada final, pero, no sintió nada. Ni el filo de la espada en sus carnes, ni su espíritu abandonando su cuerpo. Tan solo escuchó un grito retumbante alejándose, y luego, se acabó, como cuando Marisa apagaba el televisor del salón con el mando a distancia.
Lo siguiente que sintió fue una terrible sensación de ahogo. De pronto no podía respirar, se sentía como si flotara en el fondo de un río turbio, sin nada alrededor donde agarrarse y todo estaba muy oscuro. Poco a poco fue oyendo la voz de Ryan llamarla, una vez más, él la estaba buscando cuando ella creyó que él estaría mejor sin ella. La voz se hacía cada vez más nítida, más cercana. Hasta que lo escuchó en su oído. Arami abrió los ojos de golpe e inhaló una bocanada de aire hasta henchir sus pulmones. Como si acabara de salir del fondo de ese río que la tenía atrapada. Parpadeó repetidas veces para acostumbrar su mirada a la luz y enfocar a Ryan, quien estaba junto a ella, o más bien, inclinado sobre ella llamándola desesperado. Arami se hallaba completamente aturdida, tumbada en el suelo y con la escasa luz del atardecer enfocando a los dos a través de los ventanales del salón del piano.
—Arami, por Dios, dime algo —rogó Ryan tomando su rostro con ambas manos con dulzura. Ella, angustiada se incorporó del suelo apartándose de su agarre, buscando con la mirada desorbitada a aquel visitante indeseado.
—¿Dónde está? —preguntó con timbre amedrentado, para impresión de Ryan.
—¿Quién? —requirió él buscando su rostro huidizo—. ¿A quién buscas? —no recibía respuesta—. ¡Arami! —llamó al final tomando su rostro una vez más para detener sus movimientos.
—Aquí no hay nadie. Solo estamos tú y yo. No hay nadie más —aseguró Ryan apaciblemente. Arami centró su mirada en él al oír aquello.
—¿Se ha ido? —pronunció sin que llegara a ser una pregunta para Ryan, si no para sí misma. No comprendía lo que estaba pasando, o por qué había pasado, o cómo pudo ser de ese modo. Sangrid nunca dejaba un trabajo sin acabar. Jamás. Ryan seguía observandola expectante, sin mencionar nada sobre el último acontecimiento. Arami dedujo por lo tanto, que tal vez, solo ella recordaba a Sangrid—. ¿Tú estás bien? —preguntó sin embargo, dejando el tema por el momento, encaramándose de los brazos de Ryan.
—Yo sí. La que está herida eres tú —obvió. Arami sintió tal alivio al ver que estaba bien, que tras una mirada intensa a los ojos de Ryan, lo abarcó en un abrazo, estrechandolo con todas sus fuerzas. Ryan correspondió sin dilación a su abrazo con la misma intensidad. Arami cerró los ojos intentando tranquilizar su desbocado corazón y su respiración agitada. Cuando pasaron unos segundos, los volvió a abrir y solo entonces, acabó dándose cuenta de dónde estaba. Miró su entorno confundida. Estaban dentro de la casa y no en el jardín como recordaba. Y los cristales del salón permanecían intactos, no hechos trizas. Como si nada hubiera pasado, excepto… Deshizo el abrazo con cuidado, y ante el escrutinio de Ryan, se miró las manos llenas de heridas preguntándose qué había ocurrido al final de cuentas.
—¿Arami, qué ha pasado aquí dentro? ¿Alguien te atacó? —preguntó preocupado, pero ella no podía contestar, las palabras de Ryan solo llegaban a hacerse eco de las mismas cuestiones que la abordaban a ella—. ¿Quién te hizo esto? —él siguió preguntando mientras Arami aún intentaba decidir si lo ocurrido, en realidad, había ocurrido—. La puerta estaba atascada y no pude entrar —comentó—. Me estaba volviendo loco ahí fuera.
Arami dirigió la mirada hacia la puerta del salón, con la expresión dibujada por el desconcierto. Evidentemente lo de la puerta, para Ryan, sí había ocurrido, pero lo demás era una incógnita tanto para él como para ella, a pesar de que ella lo recordaba todo al más mínimo detalle. Decir la verdad no tenía sentido en aquel escenario. Ni siquiera lo tenía para ella. Entonces, ¿cómo explicarlo?
—No lo sé —respondió sinceramente, con la voz apagada, llena de dudas.
Trató de ponerse en pie, mas las fuerzas en las piernas le fallaron y volvieron a doblarse, Ryan la sujetó reteniéndola contra su cuerpo. Arami sentía como si le hubieran dado una paliza dura y tendida. Volvió a intentarlo, hasta conseguir mantenerse sola. Caminó despacio hacia los cristales, y al deslizar los dedos por ella comprobando su integridad intacta, buscó en su mente un indicio de que pudo habérselo imaginado todo. Sin embargo, un recuerdo aún pesaba sobre ella como si hubiera pasado hacía un segundo. El beso de Ryan. Se llevó esta vez la mano a los labios y cerró los ojos rememorando al detalle todas las sensaciones que ese acercamiento físico produjo en ella. Sí, ocurrió, aseguró para sí misma. Se volvió hacia Ryan y observó su expresión preocupada y de desconocimiento, aquella realidad era la mentira, y la verdad era la que intentaban arrancar de nuestras mentes, borrando todo rastro físico, dedujo ella. Pero no lo han conseguido conmigo, en ningún sentido, pensó, considerando su aspecto. ¿Quién querría hacer esto?
—¿Qué pasó? —preguntó ella para conocer su versión. Ryan arrugó la frente al no comprender su intención, mas se dispuso a contestar aún así.
—Pues, fui a ver lo que había producido el ruido, como me pediste. Y cuando volví, esa puerta se me cerró en la narices y no se abría ni a golpes. Rodeé la casa por fuera y traté de romper esos cristales, pero parecían estar hechos de hierro —reclamó—. Volví a entrar en la casa y traté de abrir la puerta nuevamente, solo que esta vez, con un mínimo toque, se abrió, y te vi ahí en el suelo —señaló dónde estaba ella antes, observando el suelo con demasiado interés. Arami escudriñó su expresión al notar esa vacilación, Ryan presentaba una repentina duda en sus propias palabras, lo reflejaba en sus ojos y en la mueca de su rostro.
—Ha ocurrido hago más, verdad —indagó ella—. Lo sientes —observó dando unos pasos hacia él. Ryan la miró escéptico. Parecía simplemente estar ignorando lo evidente.
—Puede —se limitó a decir—. Pero ahora la prioridad es llevarte al hospital —dijo zanjando el asunto por el momento.
—Pero si estoy bien —protestó ella, deseando volver al tema que los atañía.
—He dicho que al hospital —ordenó Ryan yendo a por ella.
Una vez en urgencias, tras registrarse y mientras aguardaban la atención médica sentados en las sillas de la sala de espera, Arami escuchó a unas enfermeras comentar algo sobre ella. Aquí está la paciente estrella de urgencias, dijo una. ¿Otra vez aquí? manifestó otra. Arami soltó un bufido acongojado. Ryan, a su lado, apoyó una de sus manos en su rodilla y apretó suavemente, Arami lo observó hacer una mueca de desdén y articuló un, que les den. Él también había oído a las enfermeras hablar. Ella sonrió ante su apoyo, y sobre todo, por la emoción que despertó en su interior ese toque tan personal que hizo para llamar su atención. Pronto, ambos cayeron en un profundo discurrir sobre lo que había pasado. Ryan con sus preguntas sin respuesta y Arami con sus recuerdos sin indicios reales mas que los marcados en su piel. No comprendía cómo pudo desaparecer todo rastro menos las marcas que llevaba encima. Y la peor duda de todas era el cómo pudo irse el ángel castigador sin completar su cometido. Nada tenía sentido. Nada. Tal vez dudaría de sí misma si no tuviera las manos y la cara arañadas por los cristales rotos y los oídos sangrando por aquel zumbido. Miró a Ryan preguntándose si en realidad no recordaba nada en absoluto, si esa duda que vió en él antes, era más que una simple duda. Inspiró profundamente y cerrando los ojos, exhaló. Se sentía agotada, dolorida y llena de incertidumbre. Ryan tomó su muñeca y la llevó a su regazo acunándola entre sus manos, la estaba consolando en silencio, con una dulzura arrolladora a través de esas delicadas caricias en el dorso de su mano.
El médico que la atendió diagnosticó una leve rotura en ambos tímpanos. Ordenó que siguiera con los medicamentos que ya tenía de sus anteriores visitas a urgencias, además de unos antibióticos para evitar una infección por la afección en los oídos. Le limpiaron las heridas de la cara, retiraron las esquirlas de cristal aún incrustadas en sus palmas y sus rodillas, y le colocaron unas ligeras vendas. Al acabar, Ryan la ayudó a abandonar la camilla donde estaba sentada cogiéndole de las muñecas con cuidado. Apoyando una mano en su espalda, la guió hasta la salida en completo silencio. De pronto, Ryan parecía una fortaleza humana inexpugnable. En la calle los esperaba un taxi que probablemente él había llamado mientras a ella la curaban. La ayudó a subir y él fue tras ella. Dio una dirección al conductor y se pusieron en marcha.
Tardaron media hora en llegar hasta allí. El lugar era un polígono industrial. Ryan seguía mudo mientras la conducía tirando de su muñeca hacia el sector abandonado con aspecto lúgubre del polígono. Ella no encontraba razones para estar allí, pero aún así se dejó guiar a solo Dios sabría dónde. No obstante, cuando Ryan se detuvo en la entrada de un largo callejón sin salida, flanqueado por altos edificios en ruinas, comprendió dónde estaba y por qué estaba allí. Observó aquel lugar recibiendo un aluvión de imágenes desagradables entre la noche, la lluvia y la sangre.
—Aquí es donde todo empezó para mí —dijo Ryan mirando hacia el callejón.
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